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Núm 32, II Época - Mayo 2001 - Edita FE-JONS - La Falange |
Caballos de Troya |
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Cuando se trata de socavar conceptos e
instituciones fundamentales el proceso utilizado es básicamente el
mismo: se busca un caso extremo, algo que suene a un atentado de lesa
Humanidad; una de esas situaciones que tocan la fibra más íntima del
corazón y que por su trágica singularidad no podría ser tomado como
base para instituir una ley general sino que constituye la excepción
que se presenta insolente para burlarse de la regla.
Por último, se lanza el mensaje de
que nos encontramos ante un problema gravísimo que está exigiendo
cuando menos una mínima regulación; sí, aunque sea excepcional y para
casos muy concretos, pero es indudable que hay que trasladar la demanda
y las necesidades de la calle a la normalidad de la ley (aunque
finalmente se acabe legalizando la realidad de las cloacas); hay que
aplicar nuevos enfoques que nos permitan ofrecer respuestas más acordes
con una realidad social siempre tan viva como cambiante... Y por fin se recoge la cosecha
plasmada en una reforma legislativa que al principio regula unos
supuestos muy específicos, pero cuyas normas comienzan a interpretarse
tan abierta, analógica y expansivamente (tampoco a los jueces les gusta
que les tachen de carcas), que no hará falta ni cambiar la legislación
durante un tiempo para que consigamos proyectarla sobre unos supuestos
que nada tenían que ver con la reforma originaria; una reforma que
felizmente nos conducirá a un profundo avance social superador de la
hipócrita y caduca moral judeocristiana. (Más adelante se reformará
de nuevo la ley para sentar como principio general lo que hasta ayer fue
excepción). Así ocurrió con el Divorcio: «¿Quién
es capaz de no darle una segunda oportunidad al amor y negarle la
posibilidad de rectificación a quien cometió un error casándose con
la persona equivocada que además de bestia carece de imaginación en
las artes amatorias? ¿Por qué condenar a unos hijos –que además son
objetores- a soportar una situación prebélica? ¿Qué hacer cuando el
amor se acaba?; porque si hay una verdad absoluta, esa es la de que el
amor se acaba». Bueno, esos argumentos se oyen al principio; ahora ya
nos encontramos en la avanzadísima situación de que el matrimonio es
una cosa chunga, un mal rollete de rígidos requisitos burocráticos que
pretenden encerrar los sentimientos en unos papeles. Hoy se combate el
matrimonio salvo que se trate de dos situaciones dignas de protección:
si se contrae por enésima vez, previo cobro de una sustanciosa
exclusiva mediática y bajo un exótico rito caribeño Guay-guay que
exige a los novios dar el sí en taparrabos; o si se trata de un
matrimonio reivindicado para una pareja de homosexuales (¿no es curioso
el deseo febril que hoy empuja a los homosexuales, otrora tan liberales,
por contraer matrimonio entre sí?). Salvo en los dos casos anteriores,
en todos los demás rige el principio de que para amarse sobran los
papeles; lo sincero es el arrejuntamiento temporal, una especie de
contrato basurilla marital, de duración tan fugaz como esos nuevos
contratos laborales: «Te amaré eternamente mi amor... durante un fin
de semana». ¿Y los hijos? Que se busquen la vida... Así ocurrió con el Aborto: «A ver,
¿quién es el inhumano degenerado capaz de negarle el derecho a
disponer de su cuerpo a una disminuida psíquica, menor de edad, violada
por su padre, por su hermano y por el tío del butano; con un feto
monstruoso de incierto progenitor creciéndole en el vientre, que además
conllevará ineludiblemente un gravísimo riesgo para la vida de madre e
hijo (y posiblemente también para el médico que atienda el parto),
caso de empeñarse ciegamente en no interrumpir voluntariamente dicho
embarazo?». Acto seguido aparece, no el del butano, sino el tío Paco
con la rebaja (y con algo muy parecido a un bisturí), y la realidad nos
abofetea con el criminal engaño de que en nuestro país el 99% de los
abortos se ejecuta bajo el amparo legal (es un decir) de la remota
posibilidad de que la madre pueda padecer un grave peligro psíquico en
su embarazo; lo que traducido significa, más o menos, que el psiquiatra
de la clínica abortista debe firmar un papelito antes (o después) de
realizar la salutífera faena. Y avanzando avanzando, ya tenemos la
RU-486 con un nombrecito que asusta, y el pildorazo del día después,
que al final acabarán regalándolo como oferta especial de un menú
familiar en McDonald’s. Así está ocurriendo con la
Homosexualidad, aunque en este caso se trabaje el asunto en un aspecto
victimista colectivo más que como un lacrimógeno caso individual,
presentando a los homosexuales como una minoría supuestamente castigada
(¿por quién, cómo y cuándo?) pese a que curiosamente nos dicen que
todos los grandes «hombres» han sido homosexuales: «¿Qué clase de
machista racista, fascista, taxista, taxidermista, xenófobo y homófobo
no admite que en los armarios existan otros seres diferentes de las
polillas? ¡Pero si está comprobado históricamente que hasta el Capitán
Trueno tuvo su «momento Boris» con el jovenzuelo Crispín! Por no
hablar de Roberto Alcázar y Pedrín..., algo mucho más fuerte, y que
tuvo lugar en plena dictadura burlando inteligentemente la férrea
censura franquista». Más adelante, vuelve otra vez el tío Paco con la
rebaja (aunque esta vez viene de San Francisco y con un atrevidísimo pañuelo
rosa), y ahora ya se nos exige, no sólo el matrimonio entre gays y
lesbianas, que es cosa liviana, sino el derecho de éstos a la adopción
de criaturitas para orientarlas convenientemente mirando hacia Hollywood.
La legalización de tríos y demás polígonos amatorios, vendrá un
poquito después; paciencia... Así también comienza a ocurrir con
la Eutanasia, aunque en este caso a los defensores de la muerte (ajena,
claro) se les escapó un auténtico caso estrella, el del tetrapléjico
Ramón Sampedro, un caso que se presentó cuando todavía la sociedad no
estaba suficientemente preparada para digerirlo; pero no importa,
paciencia; ya surgirá (o convencerán a) otro. Y lo siguiente que ya merodea
alrededor de nuestra puerta, es la Manipulación Genética: «¿Cómo no
permitir que se actúe sobre algunos minúsculos genes cuando se trata
de salvar a una pobre niña enfermita? ¿Cómo no concebir un hermanito
para que le done a su hermanita lo que sea menester para su
supervivencia? ¿Quién es el fariseo capaz de invocar la ética para
dejar morir a una niña? ¿Cómo impedir la investigación que nos
conducirá a superar la esclavitud del dolor y la enfermedad?». Y así,
poco a poco, nos irán adecuando el ánimo para recibir las barbaridades
más escabrosas de una ciencia genética sin límites de ningún tipo
que convertirán al planeta en la isla del Dr. Moreau. Estas batallas demagógicas (tanto en
sus medios como en sus fines), no dejan de tener su lógica: si la vieja
estrategia del Caballo de Troya funciona ¿por qué cambiarla? Lo que no
resulta lógico, es que cuando analizamos cada uno de los anteriores
objetivos a batir, podemos concluir que el objetivo final y último es
acabar con la concepción milenaria y cristiana de la familia, y por
tanto, con la línea de flotación de la sociedad cristiana; y sin
embargo, todas las anteriores «conquistas» han sido conseguidas en
Occidente gracias a la acción u omisión, directa, de unos políticos
que no se cortaron un pelo al presentarse electoralmente apelando al
voto cristiano e invocando como fundamento de su actuación política el
denominado Humanismo Cristiano; unos políticos que no le hubieran hecho
ascos a firmar la condena del mismísimo Jesús, siempre que la opción
sobre Barrabás se hubiese adoptado conforme a un riguroso procedimiento
democrático. Estos introductores de tantos
Caballos de Troya son responsables en gran parte de la actual situación
de descristianización de nuestra sociedad, capaz de asistir con cara de
póker a los avances sociales más repulsivos, siempre que nos los
presenten revestidos del mágico tejido del progresismo, únicamente
apreciable a las inteligencias verdaderamente libres. ¿Hasta cuándo
tendremos que soportar este engaño? |