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Núm 17, II Época - Septiembre 1998 - Edita FE-JONS - Director: Gustavo Morales |
La
revolución La revolución en que creímos todos está aurelada de Cuba y Nicaragua, de ¡presentes! y banderas rojinegras. Que no viajó la expresión de aquí a allá, como nos gustaba suponer, sino a la inversa, al igual que son primero los versos de Martí, yo soy bueno y como bueno quiero morir cara al sol, que la canción que se vería cantada en 1935, poco antes de convertirse en himno de guerra. Otros que también se dicen falangistas repudian estos golpes armados pero apoyan otro, de manos gallegas también -entre comandantes y generales anda la cosa- en España allá el siglo por la treintena larga. Ambos coinciden en no repudiar las armas en la política, acaso difieren en el modo ¿y en los objetivos? Quiero contar que la revolución en que creí se llama Zapata y arriba España. Revoluciones robadas para fantasmones, ayer y hoy, encaramados en el poder. Ellos también llevaron un mundo nuevo en sus corazones pero se les secaron entre leones de bronce y acuerdos de mesa camilla. Hablaba Iñaki Fdez. Arnáiz de la lealtad a los principios de siempre, de coherencia con los mismos, la urgente exigencia de trabajo y compromiso doctrina hecha acción presente. Son otros niveles de compromiso, que pueden llegar a callejones sin salida, el comandante no tiene quién le escriba. Son islas destinadas a perecer bajo la marea, dulce y tibia, de la globalización. Todo aquello en que creimos cuando levantábamos la bandera rojinegra de la Auténtica en un mar de franelas encarnadas, troskas, chinas, fraposas. Dedicados a enseñar y aprender el noble arte de la revuelta, Emilio cita a Gandhi sobre la necesidad de rebelarse para forjar el carácter. Siempre he simpatizado con los rebeldes que entraron en enero en la Habana, la noche bipolar esfumó el sueño que se repetía orlado en décadas desde los modernitas italianos desafiando a las estrellas hasta los treinta de libros y espadas. Todos ellos se adelantaron a su tiempo, no se conformaron con moldes caducos y nos dejaron su testimonio de tinta y sangre. Dejad que los muertos entierren a los muertos, pedía Jesús. El sacerdote Camilo Torres exigía que seamos revolucionarios y creamos que la revolución puede comprender a comunistas y católicos, a liberales y conservadores, a nacionalistas populares y a demócratas cristianos...La lucha de la clase popular debe transformarse en lucha nacional. Hay una manera, ser granos de arena y otra, aprovechar cualquier oportunidad para sembrar la agitación. ¿Dónde está el palacio de invierno? En los medios de comunicación y todavía hay quien se queja del asalto. Director |
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