LA PESCA Y LA CAZA
Es una mañana del mes de abril. Por fin, después de unos días de intensas y abundantes lluvias, luce un sol radiante y generoso, que invita a pasar algún rato en el campo. Por otro lado los niños saben que no tienen escuela, pues el día anterior el mismo maestro les dijo que tenía que ir a la capital y con ese motivo estaban dispensados de asistir a la escuela
Miguelillo ha ayudado devotamente a misa y ha quedado en reunirse con Angel, el hijo del pastor. Van a ir los dos por la mañana a pescar, pero no van a ir ni al canal, que está muy lejos, ni al río, pues el agua está revuelta y viene con bastante corriente. Van a ir a la laguna del Tejar, que está cerca del pueblo y como tiene agua durante todo el año está hasta arriba de ranas.
Pasan por el pozo de la Central, que era el lugar, juntamente con el de San Juan, de lavadero para las mujeres del pueblo. Tiene dos pilas, lo que permite que puedan lavar dos mujeres a la vez, y el pozo cubierto con una techumbre de cemento, presenta indicios de haber tenido una palanca y una bomba para sacar el agua, pero actualmente sacan el agua con un caldero y una soga.
Allí se encuentran en plena faena lavando la colada de la semana Nemesia que está poniendo la ropa a remojar y Julia que tiene en sus manos un caldero con una soga y trata de meterlo en el pozo.
Al pasar por allí los dos niños, dice Nemesia: -¿Donde vais?-
Y contesta Miguelillo: -Vamos a pescar ranas, a la Laguna del Tejar.-
- Bueno, pues tened cuidado, no os caigáis al agua, ni os metáis en la Laguna, y a ver si pescáis muchas ranas.
Y los dos niños siguieron tranquilos con su ilusión.
La laguna del Tejar tiene una comunicación con el arroyo que viene de la fuente de Carlos III, y de esa manera el agua sobrante de la fuente va a parar a la laguna. Esta laguna fue algo que surgió con el tiempo, cerca estaba el tejar que era propiedad del Ayuntamiento y tenía dos hornos para cocer la cerámica que se utilizaba en el pueblo. Según dice la contestación a la pregunta veintitrés de la encuesta del Marques de la Ensenada existían en el siglo XVIII": Dos tejares con su casa"
El agua y la arcilla que se sacaba de las orillas de la laguna, servía para la confección, y construcción de la distinta cerámica. Los hornos eran, pues, de gran utilidad para el pueblo.
Estos hornos, estaban en el terreno, que posteriormente sirvió para la construcción de dos corrales de ovejas, pasando a ser propiedad particular.
De allí salían desde época muy lejana: las tejas que se utilizaban en todo los techos y cubiertas, y material muy apreciado pues cuando tenían que tirar una casa porque estaba muy mal y ya no era posible repararle, decían: "de la casa vieja la teja"; de allí se elaboraban también los ladrillos que juntamente con los adobes hacían un gran servicio en la construcción de las paredes de las casas del pueblo; y allí finalmente se cocían, los cántaros para ir por agua a la fuente, pucheros, cazuelas, barreños y demás utensilios que se usaban para cocinar y realizar otros menesteres de uso diario, en la casa
En cuanto a las viviendas, antiguamente se construía todo con tapiales, que era una forma de edificar un tanto extraña y peculiar, y para aquellos tiempos la más económica Los instrumentos que se utilizaban para construir se llamaban tapiales: estos eran dos tableros, de un metro aproximado de ancho por dos de largo. Estos tableros se fijaban y sujetaban en el suelo a una distancia entre sí, distinta que podía variar desde medio metro a veinte centímetros y solía ser más ancha tal distancia en la parte de abajo del edificio que en la de arriba. Colocados dichos tapiales se rellenaba de tierra su interior. Esta tierra se echaba ligeramente humedecida de forma que al apisonarla fuertemente con los mazos o pisones se unía y quedaba compacta.
Algunas veces se introducía algún cristal cóncavo con una fotografía entre la tierra que se apisonaba y los tableros o tapiales y posteriormente, cuando quedaba construida la pared, se veía la fotografía a través del cristal como elemento decorativo. Después se retiraban los tapiales y quedaba construido un trozo de pared, se volvían a colocar los tapiales y de esta forma se iba haciendo más grande la pared.
Pronto se comenzó a combinar en la construcción de los edificios, el tapial y los ladrillos, sirviendo estos como de marco o soporte a la vez que para hacer que el tapial fuese más resistente y no se desintegrase con la intemperie ante la lluvia y el viento. Así hay algunos edificios en el pueblo. La piedra apenas se usa, los edificios que tienen piedra son contados ya que el problema que había con la piedra es que había que transportarla, pues no se encontraba este elemento en estado natural en quince o veinte kilómetros a la redonda. Así tenemos únicamente como construcciones en piedra, la torre y la fachada de la Iglesia de San Juan, el atrio y la parte baja de la torre de la Iglesia de San Pedro, la portada románica de la Iglesia de san Pedro, la fachada de la casa que a juzgar por los escudos sirvió de residencia a los clérigos, el arco apuntado con sus correspondientes columnas y capiteles de la panera que recibe el nombre de Palacio, los soportes de los arcos del Ayuntamiento, el puente San Pedro y la fuente de Carlos III.
También se usaban los adobes, que se diferenciaban de los ladrillos: en el tamaño, pues eran mayores, en que estaban sin cocer, y en que además a los adobes se les añadía paja en su elaboración para facilitar la cohesión.
Bien, pues ¿de dónde salía la arcilla que se utilizaba para la elaboración de toda la cerámica? Del desmonte y del hoyo que ahora da lugar a la existencia de la laguna del Tejar.
Allí van los dos, Miguelillo y Angel, y se llevan unas vedijas de lana, dos palos viejos de escoba y dos cuerdas.
Gumer y Serapio están allí, poco antes de llegar a la Laguna del Tejar, construyendo adobes, tienen un montón de tierra que han traído del Teso de la Horca, y otro montón de barro, que ya contiene la envuelta de paja. Gumer está alisando el barro que ha echado encima de la adobera o molde de construcción de los adobes, saca ésta con las dos manos y deja en el suelo dos adobes recién hechos. Inmediatamente mete la adobera en un cubo de agua para que en los próximos adobes resbale bien la adobera, y la limpia.
Serapio conduce una carretilla con la que lleva el barro desde la pisa hasta donde está Gumer haciendo los adobes.
Tienen como cuarenta adobes recién hechos y tendidos para que el sol y el aire los vaya secando. Han de procurar mantener la vigilancia para evitar que entren allí las ovejas, o el ganado y se los pisen y entonces su trabajo se pierda.
Cuando los adobes se encuentran secos y suficientemente duros, limpian la parte de abajo del adobe, los recogen y los apilan de la siguiente forma: Construyen a modo de una pared triangular, ponen una base de quince adobes en el suelo dejando una pequeña abertura entre uno y otro, sobre estos se coloca otra fila de catorce, luego otra de trece y así hasta terminar con uno solo. De esta manera se colocan 120 adobes en forma de pirámide, dejando siempre un agujero entre uno y otro para que se terminen de secar.
Gumer y Serapio tenían ya construidas diez de estas paredes, de modo que podían contar con mil doscientos adobes ya secos y listos para transportarlos y poder empezar a edificar con ellos.
-¿Qué vais ha construir?.- Pregunta Miguelillo curioso
-Una casulleta en la era para el verano, para meter los aperos, y para que al mismo tiempo nos dé un poco de sombra.- Contesta Gumer que se ha tomado un respiro al ver a los dos amigos juntos. Se endereza y sigue con curiosidad la conversación encontrando en ello un motivo para interrumpir su incómodo trabajo y les hace la siguiente pregunta:
- Y ¿dónde va la pareja?
- Vamos a pescar ranas a la laguna del Tejar- Contesta Miguelillo con decisión, al mismo tiempo que muestra a su padre los dos palos de escoba, con los que piensan elaborar unas rústicas cañas.
- Bueno, pues a ver si pescáis muchas y nos invitáis a unas ancas", les contesta Gumer, a la vez que reinicia su trabajo.
Y siguen los muchachos su camino hasta la Laguna.
Preparan las cañas de pescar que van a formar con los dos palos de escoba a los cuales atan una cuerda a cada uno y en la punta de la cuerda por el otro lado colocan una vedija de lana.
Se sientan en el suelo de espaldas al sol, cogen cada uno su caña, mojan la vedija para que tenga un poco de consistencia y se ponen a pescar.
Lanzan con el palo la vedija al agua, y poco a poco van tirando de la caña improvisada de tal manera que el trozo de lana va moviéndose, suavemente sobre la superficie del agua, al mismo tiempo tratan de hacer el mismo ruido que hacen las ranas: "Croac, croac, croac."
Hasta que por fin una rana, creyendo que aquello que se mueve es un insecto gigante, se lanza con ímpetu para que no se la escape, y muerde con todas sus fuerzas el pedazo de lana. Y Miguelillo que lo ve tira fuerte del palo de escoba y sale la rana enganchada en la punta del trozo de lana y comienza a dar saltos en la orilla.
Angel deja por un momento su caña y ayuda a Miguelillo a dar alcance a la rana, la atrapa y la introduce en una cesta, con tapa aparente para este menester.
Han pescado la primera.
-Verdaderamente es grande. A fe mía que esta es dueña de la charca.- Dice Angel que no terminaba de creer lo que estaba viendo.
- Más vale que sigamos ahora que nos acompaña la suerte. Y lanza, al mismo tiempo Miguelillo, su caña contra la charca con todas sus fuerzas.
- Silencio ranas que está la cigüeña en el charco, le dice Angel riéndose. No hace más que lanzar la caña y comienza a croar, como la primera vez, y continúa diciendo:
- Aquí viene. Y efectivamente otra rana que muerde el engaño, y otra que del mismo modo es atrapada.
Así llevan pescando gran parte de la mañana cogiendo una Miguelillo y otra Angel, Y en esto Angel se cambia la visera poniéndola para atrás, y dice a Miguelillo:
- Cámbiatela tú también -
- ¿Por qué? Pregunta Miguelillo extrañado
- Porque así las ranas creen que nos vamos, y salen más confiadas. Y de ese modo podremos pescarlas mejor, le aclara Angel.
- ¿Bueno, si es así? Y Miguelillo se cambian la visera y parece que aquel invento que había ideado Angel les dio resultado, pues vieron crecer el numero de ranas pescadas y una tras otra cuando quisieron reflexionar tenían la cesta llena a rebosar.
Y dice Miguelillo: - Voy a ponerme a limpiarlas
Para limpiarlas, se cortan las ancas pues era lo único aprovechable y se tira el resto, de esta manera fue disminuyendo el bulto del material pescado hasta quedar reducido a una tercera parte.
Al mismo tiempo comienzan a recordar, cuando vinieron por la laguna del Tejar en el mes de enero a patinar sobre el hielo. Había estado más de una semana helando, y para que bebiese agua el ganado hubo que romper el hielo. Pero el resto de la laguna estaba como un espejo.
-?Te acuerdas cuando se cayó Federico, que estaba mirando e intentó patinar un poco y perdió el equilibrio se cayó y tuvimos que llevarle entre todos porque él no se podía mover? dijo Angel, que le gustaba mucho patinar y ahora no se podía.
En esto llega Sérvulo que trae consigo un par de mulas, con los aparejos de trabajo pues había estado toda la mañana arrastrando una tierra, que había que suavizarla un poco los cabones. Viene a darles agua a las mulas. Los animales se meten dos o tres metros desde la orilla de la laguna y se ponen a beber.
Esto les venia a decir sin palabras que era mediodía y por lo tanto había que irse acercando para comer.
Por lo cual Miguelillo y Angel cogen las improvisadas cañas, las cuerdas, y la cesta con las ancas de rana y comienzan su camino de regreso para la casa.
- No, nos ha ido nada mal. Al fin hemos pescado algunas ancas, comenta Miguelillo echando una mirada a las ancas.
- ¿Cuántas ancas hemos pescado?, pregunta Angel con curiosidad.
- Sesenta y siete.- Contesta Miguelillo que las había estado contando una a una al mismo tiempo que las quitaba la piel.
- Regalaremos algunas al Sr. Gumer, que nos las pidió y además siempre se ha portado bien con nosotros y las otras nos las comemos nosotros para merendar, dice Angel que está satisfecho de cómo se ha pasado la mañana.
Según van caminando para casa comenta Miguelillo: "Esta tarde si quieres y no tienes nada que hacer podemos irnos a cazar algún lagarto"
- Bueno, ¿cuando vamos? asiente Angel
- Pues alrededor de las cuatro nos juntamos en el pozo de San Juan. Procura llevarte una cuerda. Le comenta Miguelillo sin más. Se despiden y cada uno marcha a su casa para comer.
Cuando Miguelillo llega a su casa le sale a saludar el galgo, a quien hace unas caricias, y en agradecimiento el animal agita fuertemente su cola.
La comida es sencilla, Nemesia ha desocupado el puchero del cocido y está separando los diversos elementos. Por un lado escurre el caldo que con unos fideos lo pone otra vez al fuego para que hierba unos cinco minutos. Por otro lado coloca los garbanzos en una fuente con la berza, y la carne de vaca, algo de pollo, el tocino, los rellenos, los chorizos, y la morcilla.
Miguelillo es el que se sienta al lado a la derecha de su padre, quien dice:
- ¿Qué tal os fue la pesca? ¿Pescasteis mucho?
- Bien, ahí he traído unas ancas para ti. Te las puede freír madre para merendar contesta Miguelillo.
- Después las vemos. Ahora bendice la mesa, dice Gumer. Al mismo tiempo que desdobla la servilleta y se la pone.
Se hacen la señal de la cruz., y Miguelillo continua diciendo con devoción:
- Bendice, Señor estos alimentos que vamos a tomar, para mantenernos en vuestro santo servicio.
Y contestan todos: Amen.
Y todos hacen la señal de la cruz y Gumer cogiendo el cazo se pone a servir la sopa, comenzando por los mayores y dice: Que aproveche.
Alrededor de las cuatro de la tarde va Miguelillo hacia el pozo de San Juan. Este pozo y el de la Central, apodo que le puso la Señora Rosario por ser uno de los lugares de reunión de las mujeres, tienen la misma construcción y son de la misma época. Según cuentan, los construyeron en tiempos de la república.
Son pozos cerrados que tienen una cúpula de ladrillo forrada de cemento; una ventana de la que no quedaba más que el hueco; dos maderos para colocar en ellos la bomba para sacar agua, que tal vez nunca llegó a ponerse; un agujero alargado parecido a un saeteo para colocar la palanca que servía para dar a la bomba y sacar el agua, y un caño por el lado de las pilas, que iba a dar a un distribuidor de agua con el que se podían alimentar las dos pilas
Miguelillo se ha llevado el galgo, que le llaman el Campeón, tiene el tanganillo puesto, especie de tablilla que cuelga veinte centímetros de su cuello, señal inequívoca de que está cerrada la veda de caza. Lo lleva agarrado por el tanganillo.
Dos mujeres estaban lavando la ropa de la semana cada una en una pila: la Andrea, que ha llevado algunas cosas de Iglesia, algunos manteles del altar, albas, amitos, etc., y la muda normal de Sr. Cura, así como la muda de sus padres y la suya propia. Ha metido la ropa en la pila y mientras el jabón hace su labor, espera y habla con la Cipriana que ha ocupado la pila contigua y está sacando agua con el caldero y echándola en la pila.
La que ha terminado es Amelia que tiene una canasta de ropa lavada, y se la pone en la cadera para llevarla a tender al césped de las eras
El pozo está colocado en una esquina de una plaza, que tiene casas por el lado norte, por el este y el oeste está blindado por corrales de ovejas, y por el lado sur limita con el arroyo que viene de la fuente de Carlos III, del otro lado del arroyo las eras.
Pues bien, allí en este corro o plaza se reúnen las vacas del pueblo por la mañana y las reciben el Sr. Pablo y su hijo para llevárselas a la Vega del pueblo y cuidar de ellas durante todo el día .
Mientras tanto ha llegado Angel y los dos juntos se ponen en camino en dirección al puente de San Juan, van a las bocas. Dejan a su derecha la Iglesia de San Juan y a su izquierda el camino de Belmonte, y el solar donde estuvo en su tiempo la ermita del Humilladero.
- ¿Traes la cuerda?.- Pregunta Miguelillo.
- Sí. Mira aquí la tengo, dice mientras mete la mano en el bolsillo del pantalón y la saca. Miguelillo la observa y dice:
- Sí que va a valer.
Han subido al puente sobre río Sequillo, y se paran un poco para mirar el agua. Antiguamente este puente era más bajo, pero cuando hicieron la obra del canal y tuvieron que ponerle los malecones o parvas para sujetar el agua y llevarla un poco encauzada desde Villavaruz y rehicieron el puente, lo subieron de nivel.
Al otro lado, a unos cien metros, estaban los Portones, que servían para regular el agua del río, detenerla y enviarla para la Vega del pueblo y de esta manera se la regaba, como nos dice el Marques de la Ensenada en sus preguntas.
Al otro lado de los portones hay unas cubetas de cemento que usaban los chicos del pueblo en verano para bañarse no siempre con la autorización de los padres, y más de una mujer iba allí a lavar la ropa, pues allí no tenía que sacar el agua y además podía poner la ropa a secar sobre el césped de la Vega.
Los dos muchachos siguen caminando y según caminan hablan y Miguelillo comienza a explicar:
- Hace algunos días, cuando fui a ayudar a Misa me encontré a la Sra. Gerarda, y me dijo que si cogía algún lagarto que se lo llevase vivo. Que lo pagaría bien. Pues tiene un bebe enfermo y dice que la sangre caliente del lagarto es la mejor medicina para el bebé.
- Y ¿qué le pasa al bebé?. -Pregunta Angel, lleno de interés y curiosidad.
- No sé, pues no me lo dijo, pero me dijo que le echaría la sangre por la ingle para que el bebé se curase. Contesta Miguelillo.
Angel, no sale de su asombro, y finalmente con cierto interés crematístico pregunta, no sin antes haberse sonado los mocos, con el pañuelo que llevaba en el bolso:
- ¿Y cuánto dices que pagaba por cada lagarto?
-- No me dijo cuanto, nada más que lo pagaría bien. Si quieres cuando volvamos al pueblo sin decirle que hemos o no hemos cogido nada, le preguntamos, y si nos interesa le decimos lo que sea.- Contesta Miguelillo.
Y hablando de estos temas han llegado a las Bocas. A la orilla izquierda del camino de Rioseco el terreno es muy arenoso, hay un recodo con un lateral amplio, y enfrente hay un desnivel fuerte y en la pared una serie de agujeros en la arena por donde se meten los conejos, y las liebres. Estas son las bocas. Allí se introducen los conejos y las liebres cuando son acosadas y perseguidas por lo galgos.
Allí Campeón, que así se llama el galgo, al acercarnos a las Bocas, comienza a olisquear y como que sigue el rastro a la última liebre, hace fuerza con la tablilla y Miguelillo tiene que tirar fuerte si no quiere que se le vaya.
Poco más adelante en el linderón es donde podemos encontrar las bocas de las huras de las lagartos. Son unos agujeros hechos en la ladera que van un poco horizontales por el suelo.
Van andando con cuidado, para observar si ven algún lagarto tomando el sol, y al verlos se mete en su madriguera.
Andan unos metros más adelante, y finalmente ven que entre la maleza corre algo y termina por meterse en un agujero. Entonces se acercan al agujero en la ladera por donde se ha metido, sacan la cuerda, hacen un nudo corredizo a modo de lazo y lo colocan con mucho cuidado rodeando el agujero por donde se ha metido el lagarto, con un poco de arena tapan la parte de abajo y Miguelillo se coloca en la parte de arriba agarrando el otro extremo de la cuerda. La trampa está preparada y ya es cuestión de esperar que salga la presa.
Angel se coloca enfrente para observar cuando se asoma el lagarto, y decir por señas a Miguelillo que este es el momento de tirar de la cuerda
Procuran no hablar y mantenerse un rato en silencio, si tienen suerte y no pasa nadie por el camino, pronto asomará su cabeza el lagarto. Y entonces Angel hace la señal para que Miguelillo tire de la cuerda.
Esperan un rato que se le hace eterno y llegan a pensar que el lagarto se ha metido con demasiado miedo como para salir tan pronto. Entonces se arman de paciencia y se ponen cómodos . Miguelillo se sienta en el linderón, un fuerte silencio domina la tarde cargada de sol y de luz.
El lagarto cauteloso sale despacio y mirando con sus ojos saltones en todas las direcciones, saca la cabeza con precaución, camina un poquito y se detiene a observar la situación, pues teme que la primera alarma que le obligó a esconderse no haya desaparecido completamente.
Cuando esta en la situación para poderle dar caza. Lo que menos se imagina es que él está sobre su trampa. Y antes de que se salga del todo, y ya no sea eficaz el lazo corredizo, justo en ese momento, es cuando Angel sin decir nada ni hacer ningún ruido para que el animal no se asuste y se meta otra vez en la cueva hace la señal para que Miguelillo tire de la cuerda.
Tira Miguelillo de la cuerda y el lagarto da con la cabeza en la parte de arriba de la cueva y aprieta sin quererlo, y sin saberlo, el nudo corredizo de que le mantendrá prisionero.
El galgo se pone nervioso e intuye que tiene que actuar. No sabe donde tiene que atacar y le desorienta aquella alimaña que es un puro nervio. Miguelillo sabe que no tiene que matarle, pues de otra manera no le serviría para el objeto que pretenden satisfacer con él, pues la Srª. Gerarda le dijo que se lo llevase vivo.
Aparta al galgo para que no le ataque, pues si le mata no le serviría para nada. Levantan el lagarto colgando del lazo, y sin tocarlo siquiera, pues sus fauces están abiertas dispuestas a morder lo que caiga o esté a su alcance.
Angel coge un fardel le abre con las dos manos, se agacha y va subiéndole hasta tener dentro al lagarto, le cierra y a continuación para estar seguro le ata.
El animal se revuelve ya a obscuras dentro del fardel.
Ya le han atrapado al lagarto. Le cogen con cuidado, pues el animal se defiende e intenta morder desesperadamente lo que encuentra al alcance de su boca, y así con el fardel y todo, lo encierran en una cesta.
Ya están tranquilos y satisfechos, la caza se ha logrado y se preparan para volver al pueblo
Allí cerca quedan los palomares, y los árboles de la cerca, las palomas juguetonas vuelan por encima de nosotros. Una pareja se arrulla en la parte más alta del palomar. Un par de cigüeñas se pasean entre la vega y el río buscando alguna culebra o algún sapo para comérselo. Es la lucha por la vida.