LA FUENTE MANUELA
Es una noche de invierno, fuera zumba el viento, la lluvia cae trepidante en los cristales, la familia está reunida alrededor del fuego. El abuelo da un carraspeo y enciende por enésima vez su pipa, y sentado en un taburete revuelve con el badil el fuego mortecino de un tronco de almendro que al sentir los movimientos del badil comienza a chisporrotear y el fuego se aviva y recupera.
La madre atenta a todo se mueve preparando la cena y ante un azote del viento sobre los cristales de la ventana exclama: "¡Qué noche más horrible! ¡Pobre del caminante que se encuentre haciendo viaje esta noche!. ¡Dios le proteja! No lo quiero ni pensar." Y arrastrando una silla se sienta a la mesa camilla.
El gato ronronea dormido muy cerca del fuego, y con el rabo recogido parece proteger su propio cuerpo. El reloj de pared solemne, parsimonioso e impasible, comienza a dar las once de la noche, con su monotonía implacable. El gato a pesar del sonido metalizado vuelve ligeramente la cabeza y como si fuese un algo ya conocido, sigue durmiendo y ronroneando tranquilamente..
El galgo dormido y tumbado en el medio de la habitación se espurre perezoso y sigue con su labor reposada y tranquila.
- "Esta noche hace igual que cuando mataron a Toribia... "- Dijo el padre, que hasta entonces había permanecido en silencio, mientras limpiaba su boquilla de hueso ya ennegrecida por el humo del cigarrillo. Era una boquilla, sí, de un hueso de la pata de una liebre, que había conseguido alcanzar aquel lebrel que yace dormido en el medio de la habitación.
Gumersindo -que así se llamaba el padre, aunque todos lo conocían por Gumer- tiene unos bigotes rubios y largos, es alto y flaco. Cualquiera que no le hubiese visto nunca y lo viera por primera vez, pensaría que el mismo D. Quijote de la Mancha en persona le había venido a visitar.
Después de leve carraspeo continúa diciendo: "sin embargo el año pasado, tal noche como hoy no hacía viento, ni llovía, era una noche serena de luna llena fantástica, en que cayó una helada impresionante."
El niño, hijo pequeño de una numerosa prole - de la que los mayores ya habían dejado la casa familiar para crear la suya propia o buscar refugio contra las adversidades económicas entre las paredes conventuales o las filas del ejército- que estaba haciendo caricias al gato, y hasta este momento parecía distraído le dice:
- "Y tú ¿ cómo te acuerdas papá? Porque un año es mucho tiempo".
- "No tanto cuando uno se hace mayor, un año se pasa pronto, pero me acuerdo precisamente porque hace un año Uldárico y yo, fuimos juntos hasta la fuente Manuela para observar el portento".
- "¡Dios nos ampare!, exclamó el abuelo, al oír estas palabras, persignándose al mismo tiempo. Entonces la hija, que cortaba pan seco para las sopas de ajo cerca del fuego, de repente, al oír las últimas palabras de su padre, se incorporó y exclamó: ¿"Y qué visteis?"
-"Pues lo que habíamos oído contar muchas veces pero no terminábamos de creerlo" - dijo Gumersindo secamente y sin inmutarse. "Aunque la verdad era algo tan maravilloso que yo lo veía y no lo creía. Tantas veces lo había oído contar y no lo creía, que al verlo en realidad quedé asombrado y admirado. Demasiado maravilloso para que fuese cierto"
Comienza a liar un cigarro, lo coloca en su boquilla de hueso, lo enciende y continúa: "Hace un año, el último día del año, mejor dicho la última noche, mientras aquí preparabais la cena, fuimos, como estaba diciendo, a la fuente Manuela, por ver si el portento se repetía como nos habían dicho. Pues habíamos oído que todos los años se repetía el fenómeno. Eran las once de la noche. Cogimos una manta cada uno y fuimos por el camino de Villavaruz. Salimos por la laguna del Tejar. Subimos la hondonada del camino, dejamos el Teso de los Mártires a nuestra izquierda y al llegar al Picón de los Grajos, sentimos el relente de la noche. Estaba helando. Una brisa helada nos golpeó la cara. Nos embozamos la manta y apretamos el paso pues parecía que si íbamos más rápidos, el frío aminoraba ".
En este momento Gumersindo hizo una pausa, dio una chupada a la boquilla con fruición y miró alrededor las caras de los que le oían atentos y casi sin respirar, y después de expulsar el humo lentamente, continuó diciendo": Esta es la primera vez que lo cuento".
El abuelo interrumpió la narración para decir: "Por lo que más quieras, no se te ocurrirá hablar de esto fuera de casa"
"Pues bien como iba diciendo"- continuó diciendo Gumer -"Comenzamos la bajada del Picón de los Grajos, íbamos caminando más deprisa... pronto llegamos al arroyo y dijo Uldárico: "Aquí es". Caminamos arroyo arriba a la derecha del camino hasta llegar muy cerca de la fuente, allí nos sentamos, nos abrigamos bien con las mantas y cual fue nuestra sorpresa. Vimos surgir como entre una nube el hecho prodigioso: Una gallina surgía con sus doce polluelos, que iban caminando detrás de ella. Pero todos eran de oro incluyendo la gallina. Intentamos coger alguno de aquellos doce polluelos, pero nos fue imposible, se resbalaban entre las manos. De repente, como un chispazo, una nube los envolvió y todo desapareció. No sé el tiempo que duró la visión, ni si estábamos despiertos o dormidos. Y os juro que no fue efecto del vino, ni agua habíamos bebido antes de salir".
"Santo Dios", dijo Nemesia, su mujer, "por eso llegasteis tan pálidos y helados, diciendo que habíais ido a buscar una mula que se había escapado. ¿Por qué no dijisteis la verdad?"
- "No tuvimos valor....."
-"¡Ni antes ni después debes de hablar de esas cosas malditas!" gritó el abuelo levantándose de su taburete junto a la lumbre. ... "¿o quieres perderte tú y todos los tuyos?"
-"Tranquilo, abuelo, deja que hable padre", le contestó Julieta, que era por cierto su nieta preferida.
"No -replicó el abuelo- "yo soy el que voy a hablar, una sola vez y comprenderéis por qué nadie debe ir a esa fuente del diablo... " Y tras beber un sorbo de vino tinto del vaso que le tendía su nuera, el abuelo hizo sentar a todos junto a él cerca del fuego y comenzó su relato, ante la mirada asombrada del nieto menor..
Nemesia se levantó y comenzó a poner la mesa sin perder un detalle de la conversación. El galgo se estiró una vez más, tal vez soñaba con la última liebre que había cazado y que a punto estuvo de metérsele en las "bocas".
En ese momento un golpe tremendo pareció sacudir la puerta de la casita, una bocanada de aire penetró de golpe e hizo temblar la casa. El galgo se despertó y salió corriendo y ladrando como si quisiera atacar al imaginario intruso. Gumersindo se levantó y fue tras el perro, dirigiéndose hacia la puerta de la calle. Efectivamente había sucedido lo que él pensaba, entre el viento y la lluvia habían podido con la débil puerta de la casa y la habían abierto de par en par. Gumersindo empujó fuertemente la puerta y consiguió cerrarla.
De vuelta dijo: "No era nadie, el viento y la lluvia han abierto la puerta. Hace una noche de perros y está oscura como la boca del lobo. No se ve nada."
Mientras tanto Nemesia recobrada del susto había puesto los platos y la sopa encima de la mesa. Es hora de cenar. Gumersindo va sirviendo la sopa humeante y sabrosa. Antes de comenzar a comer, el abuelo bendice la mesa: "Bendice, Señor estos alimentos y líbranos de los malos espíritus". Nemesia añade: "Y bendice a los hijos que hoy no están en esta pobre mesa"... Gumersindo suspira... Todos recuerdan a la hermana mayor, que partió hace dos años a un convento de Burgos, al hijo seminarista, a Pablo, el hermano ya casado, y a Eugenio, el hijo que escapó de la dura vida del labriego, buscándose porvenir en el ejército. Un silencio tenso y profundo se respira únicamente interrumpido por el ruido del tintineo de los cubiertos y los platos y el monótono tic-tac del reloj de pared que preside la habitación.
Nemesia, siempre atenta a las necesidades cotidianas, dice: "Hay huevos, por si alguno se queda con hambre" Y sin terminar de decirlo coge la sartén, aparta un poco de fuego con el badil y sin esperar contestación se poner a freír huevos para todos.
Miguel, el nieto pequeño, dice, mientras moja pan en la yema de su huevo frito: "Abuelo, ¿cuándo empiezas a contarnos lo que ibas a decir?"
-"Cuando terminemos de cenar y tú te vayas a la cama, que no son historias para chiquillos".
Terminada la sencilla cena, Gumersindo pone sobre la mesa un cesto con ciruelas pasas e higos secos, el postre de fiesta en una Nochevieja sin lujos. Julieta roza el brazo de su abuelo: "Anda, abuelo, cuenta"
- "Pero este zagal. , anda, a la cama, Miguelillo."Dice el abuelo
Miguel se resiste: "Abuelo, no quiero ir yo solo a la cama. anda deja que me duerma aquí junto a la lumbre."
-"Sí, abuelo, déjale -dice Julieta- que le va a dar más angustia irse sólo a la cama, en esta noche de perros, que quedarse aquí con nosotros... Yo le echo una manta y se queda dormido". Acepta el abuelo y Miguel se acurruca junto a la lumbre envuelto en la manta, cerrando fuerte los ojos para que su abuelo crea que duerme, pero abriendo las orejas, lleno de curiosidad infantil ante el anunciado relato.
"Era yo muy niño, - comenzó el abuelo - cuando, esto que os voy a contar, hijo, se lo oí a tu tatarabuelo sentado ahí mismo junto a la lumbre.
El viento sacudía con verdadera furia la ventana, parecía que de un momento a otro la casa iba salir volando por los aires, la lluvia arreciaba, y sin mas preámbulos el abuelo continuó: "Pues contaba mi bisabuelo que había un señor aquí en el pueblo que estaba convencido de esa historia, y lo contó delante de todo el mundo en el alto de la fragua. Y sin saberse más lo detuvieron y lo metieron en la mazmorra de la casa de la Inquisición, incomunicado. No se supo más de él hasta que un día todo demacrado y flaco con muestras de haber sufrido espantosamente, vestido con el sambenito y en compañía de otros tres o cuatro lo llevaron en procesión y lo ejecutaron quemándolo vivo en un catafalco que prepararon en el Teso de la Horca. Fue horrible, el olor a carne quemada se extendió por todo el campo. A mi bisabuelo se lo había contado su abuelo que, aunque era muy niño cuando aquel horror pasó, nunca pudo olvidar los gritos de aquel hombre ni el olor de su carne en la hoguera.....
-¡Dios Santo¡ -grito Nemesia -
-El sastre de Castil -continuó el abuelo- fue quien hizo los Sambenitos y desde entonces el buen hombre tuvo un miedo tan tremendo de modo que cuando salía de casa, si volvía de noche pensaba que las ánimas de los ajusticiados le perseguían.
Gumersindo se quedó mudo, palideció y cuando pudo reaccionar exclamó: "Eso es verdaderamente espantoso".
-"Otro de los ajusticiados - continuó diciendo el abuelo - era tan blasfemo que cuando iba por la mies a acarrear siempre estaba soltando blasfemias, aunque yo pienso que más que blasfemias eran jaculatorias o más que nada un tremendo acto de fe, pues contaba mi bisabuelo que en cierta ocasión que se le atrancó el carro lleno de mies, soltó con todo el ahínco una tremenda blasfemia, esperando que el mismo Dios de quién el maldecía, aunque fuera por sentirse ofendido le sacase el carro del atolladero. Y es que aquel buen hombre cuando se enojaba con sus propios hijos utilizaba el mismo sistema duro y agresivo para conseguir de ellos lo que se proponía. Pero cuando estaba de broma en la cantina y un poco alegre por el vino decía - "Hay que ver salen modas nuevas, canciones nuevas, chistes nuevos, pero no salen blasfemias nuevas" y soltaba un:" me c. en todos los santos que hay en el cielo y cien kilómetros a la redonda por si hay alguno de paseo". Parece ser que un vecino que andaba a la greña con el pobre hombre por cuestión de lindes de las tierras, lo denunció a la Inquisición cuando el asunto del carro, tras escuchar a un predicador de esos que iban por los pueblos pidiendo a la gente que denunciasen a herejes y judaizantes... El caso fue que el pobre hombre fue acusado de hereje y blasfemo y, quizás, poseído del mismísimo demonio... Lo interrogaron y él, corto de luces como además era, nada podía comprender de la jerga teológica de los inquisidores... Terco y rudo le habían hecho el bregar desde casi niño con la árida tierra y los animales, pero al parecer creía en Dios y pretendía tratarlo de igual forma que siempre lo habían tratado a él y él trataba a los suyos, gritando e insultando cuando otras mañas no daban resultado... Vamos, igual que hacía con la mula y bien que le obedecía... Así que el pobre labrador, cuanto más le instaban a confesar que él renegaba de Dios y que el diablo le movía a blasfemar, más y más lo negaba... Y por negar y negar, quemáronlo también, sin ni siquiera darle el consuelo de matarlo antes de sufrir el horror de la hoguera... Bruto debía ser el pobre labriego, pero más lo fueron aquellos doctores de la Inquisición que ni siquiera eran capaces de darse cuenta de la ignorancia y simplicidad de aquel inocente... "
-"¡Santo Dios! ¿Y esos horrores pasaron en este mismo pueblo?, dijo Julieta, haciendo la señal de la cruz sobre su pecho...
-"Sí, hija, sí" - respondió el abuelo - "y algún otro que también oí relatar. Pues en aquel mismo auto de fe, que así llamaban a esos juicios y hogueras, murieron otras pobres gentes. Al parecer se celebró con motivo del nacimiento de no sé qué príncipe o princesa, que de eso no me acuerdo bien, pues ya os dije que era más niño que Miguelillo cuando lo oí contar y mi padre y mi abuelo nunca quisieron después volver a referirlo... Bueno creo que había también una mujer, viuda y ya anciana, que la quemaron por bruja, tras mucho torturarla... "
-"¿Una bruja? -exclamó Nemesia - "cielo santo, yo creí que no existían".
-"Una buena mujer, pobre como la mayoría del pueblo, que durante muchos años había hecho de comadrona y curandera. , vamos que a muchas parturientas las había salvado de la muerte y a más de dos y tres les había curado de coces de las caballerías, fiebres y otros males... En varios pueblos a la redonda la conocían y muchas gentes de todos ellos, al menos los más pobres, habían acudido a ella para que les diera unas friegas o les preparase una pócima con hierbas... Pero he aquí que tras la venida del predicador, un médico de un pueblo de los alrededores, envidioso seguramente de la querencia que la tenían las gentes, la denunció como bruja y hechicera... Y también ella, tras hacer tanto bien, fue condenada... Y todavía quemaron a otros dos, un hombre y una mujer, pero a éstos por lo menos lo hicieron en efigie..."
-"¿Qué quiere decir, padre? - preguntó Gumer, a quien el fuego de la lumbre y el vino de su vaso no conseguían arrancar la palidez que el relato del abuelo ponía en su rostro.
-"Pues, veréis, como no pudieron encontrarlos, hicieron una especie de muñecos y los quemaron, como si fuesen ellos mismos..."
"¿Y eso, por qué?, pregunto Julieta.
"Bueno, creo que eran dos mendigos que habían pedido asilo en el Hospital de Pobres que había entonces en el pueblo... Como no dejaban albergarse en ese Hospital a ninguna pareja que no estuviese casada, el cura de la parroquia les pidió mostrasen su partida de matrimonio, y ellos dijeron que ni estaban casados ni pensaban casarse porque no creían en el sacramento del matrimonio y bien les parecía estar juntos pues se querían, y no pensaban que hiciese falta más. En el pueblo había más de uno que era adúltero y todo el mundo lo sabía, pero si se confesaba el cura le daba la absolución y Santas Pascuas... Lo malo de esta gente es que no aceptaron confesarse porque, repetían, ellos no creían hacer nada malo ni ser pecado el vivir juntos y dijeron algo así como que maldita la falta que les hacía la bendición del señor cura... Bueno, menos mal que salieron de noche del pueblo y cuando los buscaron al amanecer no pudieron encontrarlos, porque de haberlo hecho, también hubieran sido acusados de herejes por no creer que su unión era pecado... "
-"¿Y eso de los Sambenitos del sastre de Castil?, preguntó Julieta, siempre atenta a todos los detalles.
-"Que yo sepa -respondió el abuelo- uno fue para el blasfemo, otro para el que se atrevió a creer la historia de la Fuente Manuela, y otro para un cura de la iglesia de abajo, que fue acusado de solicitación... bueno, vamos, de hacer proposiciones indecentes a una penitente cuando la confesaba... A ese no lo mataron, lo hicieron llevar el Sambenito unos años y luego lo mandaron a un convento. Sí, eso contaba mi bisabuelo de los Sambenitos...Y el pánico que luego le quedó al sastre de Castil... pero esa es otra historia. Dios mío, tantos años hace que lo oí contar, pero nunca lo olvidé.. y más de una noche como ésta soñé tal como si estuviera viendo todo lo que pasó... Sólo lo conté una vez, a vuestra abuela, que Dios tenga en su Gloria, poco después de casarnos y ya no lo volví a contar hasta esta noche... Gumer, hijo, no juegues con cosas que puedan traer alguna desgracia a ti o a tu familia... " Y el abuelo suspiró, perdiendo su mirada en las llamas de la lumbre.
Fuera, el cierzo zumbaba furioso, el reloj de pared había repetido varias veces las campanadas.
Miguelillo, que, por supuesto, no había perdido ripio ni había pegado ojo, se quitó la manta y se incorporó para ir a abrazar a su abuelo. Sin palabras el viejo y el niño se fundieron en un abrazo, como si de esa forma se transmitiesen un mensaje, trozos de la historia de un pueblo, que quizás no deben olvidarse para que no se repitan nunca más.
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