Iglesia de San Juan



Es una tarde de mayo del 1945, los niños han salido de la escuela. Las tardes en el mes de mayo son largas y dan tiempo para todo. Un grupo de niños se reúnen para decidir como van a emplear la tarde. Total son cuatro y deciden volver a juntarse en el juego de pelota, pero antes cada uno debe de ir a su casa a buscar la merienda.
Los cuatro niños eran los siguientes Miguelillo, el hijo de Gumer, Pedro el hijo del pastor, Petronilo, Juan el hijo del sacristán Froilan y Angel el hijo del alguacil.
Miguelillo lleva además de la merienda una pelota, para jugar al frontón, que se ha construido él con un pelotín que se había comprado en Villalón y lleva un pedazo de pan con un trozo de carne de membrillo, el hijo del pastor un trozo de queso puesto arriba del pan, un trozo de pan con mermelada el hijo del alguacil, y finalmente el hijo del Sacristán un trozo de pan untado de mantequilla y un poco de azúcar, esas son sus meriendas respectivas de las que iban dando cuenta según caminan en dirección al frontón.
Terminan de merendar según llegan a la torre de la Iglesia de San Juan pues ésta era lo que llamaban el juego de pelota.
Allí junto a la Iglesia, que no se usaba para otra cosa, si no que únicamente servía para jugar a la pelota los cuatro se proponen echar un partido. Había dos posibilidades una era jugar en la cara sur - oeste, la cual contaba con una mayor amplitud de campo y generalmente se usaba para jugar tres contra tres, y otra jugar en la cara sur - este, que por estar más pegada a la Iglesia tenía una pared de esta que recortaba el campo y hacía que esta cara de la torre formase un frontón más recogido y fuese más a propósito para jugar de dos en dos o tal vez para echar un mano a mano.
Cada cara de la torre tiene un inconveniente: la que disfruta de mayor terreno tiene una pared de un corral a su izquierda y la otra la tiene a su derecha la propia pared de la Iglesia que llega a formar un rincón perfecto, que precisa un buen jugador diestro para que saque las pelotas del rincón y un buen jugador con la mano zurda para que las introduzca con precisión. La primera por el contrario necesita un buen jugador zurdo para que saque las pelotas de la pared y un jugador diestro que introduzca las pelotas en la pared.
De forma que aunque no había frontón de pelota estrictamente hablando, la propia torre de la Iglesia de San Juan brindaba la posibilidad de jugar por los dos lados y desarrollar distintas posibilidades.
Miguelito toma la palabra y les dice: - Si os parece jugamos en el frontón pequeño, pues como es más recogido y no tenemos que correr tanto. -Bueno, y como vamos a ir - Dice Pedro, que era un niño muy vivaracho y menudo.
Si os parece lo echamos a suerte, así a quién Dios se la dé San Pedro se la bendiga.- Dice Juan, con un cierto sentido de equidad.
Los niños, eran todos ellos de la misma edad y más o menos duchos en el juego de pelota, que por cierto se trataba de jugar pero había que tener un cierto amor propio para jugar con algo de ilusión.
Miguelito sin más saca una moneda de cobre de diez céntimos con la cara de Alfonso XIII por un lado y el escudo de España por el otro y procurando que el grupo le escuchase, dice:
El primero que acierte va conmigo, pide tu primero, Angel. ¿Cara o cruz.?- Y a la vez que lo dice tira la moneda hacia arriba haciéndola girar en el aire. Y Angel antes que la moneda llegue al suelo dice. Cara. Y efectivamente la moneda mostró la cara del antiguo rey y entonces la suerte ha decidido las parejas Miguelito y Angel contra Pedro y Juan.
El que gane el primer peloteo ése saca.-
Dice Miguelito al tiempo que bota la pelota en el suelo una y otra vez, por fin tira la pelota contra el suelo y con la mano derecha le da fuerte contra la pared, la pelota rebota y sale más de la mitad del campo, la devuelve Pedro, y así alternan cada vez uno de un equipo.
El partido ha comenzado. La pared de la torre tiene una línea no plenamente trazada a una distancia aproximada de un metro del suelo, que indica que la pelota que dé en la pared por debajo de esa línea es un tanto negativo. Aunque por algunas zonas no estaba marcada la línea sin embargo los que jugaban lo sabían perfectamente.
En suelo a unos ocho metros de la pared y paralela a la misma, existía una línea que indicaba a partir de la cual el saque era válido, y otra entre los dos frontones, prácticamente una bisectriz que comenzaba en el mismo ángulo de la torre y dividía el campo de los dos juegos de pelota de tal manera que si se estaba jugando en el juego pequeño era mala si botaba en el otro, y al revés. En el frontón se divisaba como si en principio la torre hubiese comenzado a construirse en cuatro pilares que eran las cuatro esquinas y se hubiese dejado un arco en cada lado, y posteriormente se cegaron con piedra de sillería, al menos los dos lados que se usaban para juego de pelota. El partido de pelota entre los cuatro niños, estaba emocionante y reñido ya que iban muy igualados. Habían rebasado por el tanteo la mitad del partido. Las manos de los cuatro jugadores se comenzaban a hinchar, y cuando más se hinchaban menos dolía cuando se daba con la mano a la pelota. Un contrafuerte que había en el rincón de la derecha dificulta el juego, pero debieron de hacerlo para reforzar el arco de la cara que va a la Iglesia pues este arco resulta ser muy atrevido. En la parte de arriba existen cinco ventanales grandes distribuidos en dos filas, de dos la fila de abajo y tres la de arriba, esto sucede en tres caras de la torre pero la que da al nordeste no tiene más que cuatro ventanales distribuidos en dos filas de dos y dos seguramente este hecho tenía un objeto, a saber: poder introducir las campanas en la parte de arriba, pues al hacer dos ventanales son más anchos que si fuesen tres .
El partido había terminado. Los que habían ganado tenían las manos tan hinchadas como los que habían perdido y habían ganado por la diferencia mínima y porque la suerte se alió con los vencedores. Una piedrecita que estaba en el suelo tuvo la culpa, allí fue a dar la pelota del último peloteo, para repartir la suerte a unos y la desgracia a otros.
Al final Miguelito recoge su pelota y dice:
- Hay que repetirlo, yo no me quedo a gusto con el resultado, pero hoy no, porque tenemos las manos demasiado hinchadas. Otro día será. Jugáis mejor de lo que yo pensaba.
- Es que la pelota es muy buena y muy adaptada a nosotros, y también nos ha favorecido la suerte.
Contesta Pedro mientras se limpia el sudor que le escurría por toda la cara. Los cuatro habían terminado sudando. Se sientan un poco mientras conversan, y descansan, no deben dejar que el sudor se les quede frío en el cuerpo.
- La pelota esta la hice yo, compre un pelotín en Villalón, le pedí a madre un poco de hilo y deshizo unos calcetines rotos de algodón y me dio el ovillo que sacó, después pedí la piel del gato que mataron los quintos para celebrar la cena, le curtí, corté los dos bizcochos para envolverla y después me ayudó padre a coserla, comenta Miguelito orgulloso de su pelota. No parece que sea muy difícil- dice Juan .
La conversación fue de una cosa a otra, y de repente se le ocurre a Angel la siguiente idea.
- Si os parece, podríamos pasarnos a la Iglesia por el agujero de la puerta, además dentro hace fresquito.
Se miran todos unos a otros, y sonríen.
Otro día o tal vez después si tenemos tiempo entraremos en la torre pero hoy vamos a la Iglesia.- dice Miguelito.
Recogen los jerseys y dan la vuelta pasando por delante de la puerta de la torre y no pueden por menos de asomarse, la puerta estaba desquiciada y ligeramente inclinada, la empujan un poquito y allí mismo se ven montones de calaveras envueltas con toda clase de huesos: tibias, fémures, cúbitos, peronés, un absoluto revoltijo de huesos: es el osario. Se siente el aire fresco y frío y en la obscuridad se divisa la puerta de la escalera de caracol que allí se iniciaba y sube al campanario. Pero no les gusta el panorama.
Siguen haciendo el recorrido y se colocan delante de la puerta de la Iglesia. Arriba tiene un frontón clásico con la figura de Dios Padre en relieve que tiene una mano levantada y un dedo roto que parece indicaría hacia arriba. En el pueblo es famosa la frase: Hasta que S. Juan baje el dedo, para indicar una profunda negativa, o sea que aquello de lo que se trata nunca tendría lugar Y algún padre negó su hija al novio que se la pedía en matrimonio con esas palabras. Y el mozo enamorado como estaba sin pensárselo dos veces cogió un guijarro redondo y mutiló la escultura del Dios Padre pues para él y para gran parte del pueblo esa escultura representaba a San Juan. Pues ¿por qué sino se llamaba así la Iglesia con advocación de San Juan?. Cuando vino un experto en arte dijo que aquella imagen era del Padre Eterno y no de San Juan. Aquel descubrimiento pillo al pueblo con el pie cambiado, y el dicho que se decía no por eso dejó de decirse.
Los niños están delante de la puerta, Miguelito y Pedro tiran de un trozo de tabla, pues la puerta estaba ya rota dejando un agujero que se agranda tirando de la tabla, y los otros dos, Angel y Juan, pasan dentro a continuación. Son éstos los que presionan y de esta forma están los cuatro dentro.
Se quedan sobrecogidos y temerosos, al oír el revoloteo y chasquido de las alas de las palomas que notaban algo extraño, y más temerosas que los mismos niños se precipitan con fuerte batir de alas en todas direcciones. Pero poco a poco el bullicio de las aves se va calmando y los niños recuperados del primer sobresalto, van observando la Iglesia con curiosidad y cautela.
Primeramente el viejo y deteriorado artesonado del techo, por entre cuyas tablas se introducía el sol de la tarde. Había alguna ventana pero orientada al mediodía, pero a esta hora de la tarde únicamente dejaban pasar una cierta claridad que se hacía insuficiente para distinguir los detalles.
Lo primero que llamó la atención de los chiquillos fueron las cuatro columnas que de dos en dos soportaban tres enormes arcos de palmera cada pareja de columnas, haciendo con ello que la iglesia estuviese distribuida en tres naves: La central y las dos laterales separadas ambas por las dos columnas.
Enfrente de la puerta por donde habían entrado, estaba un altar con un enorme Cristo, talla que impresionaba por sí misma. Era de la escuela de Berruguete Este altar atrajo la atención de los niños pues vieron que una paloma se había introducido por entre las espinas de la corona del crucificado.
Arriman una escalera, rota y vieja que encuentran por allí, hay que subir y ver que tenían allí las palomas. Subió con mucho cuidado Miguelito. Y según subía la imagen del Cristo se iba imponiendo y parecía que el Cristo estuviese verdaderamente muriéndose en la cruz Pero Miguelito no podía bajarse de allí sin ver qué es lo que protegía la paloma, que expone su propia vida para ocultarlo, y apoyándose en el brazo derecho de la cruz y aligerando un poco el peso de la vieja y endeble escalera, pudo observar, al ahuecarse y levantarse ligeramente la paloma recelosa, una pareja de palominos en plumón. Estaban tan indefensos y débiles, que lo que se le ocurre como más adecuado es dejarles que les siga protegiendo su madre. Observado esto, decide bajarse no sin antes hacer la señal de la cruz. Al pasar su mirada por el Cristo agonizante, siente Miguelito, o al menos así lo interpreta él, que el Cristo le dispensó una sonrisa.
El altar que presidía la nave lateral derecha, en el que suelen colocar una imagen de la Inmaculada, impresiona, visto un poco a distancia, pues su estabilidad no parece muy firme a juzgar por la cuerda que, sujeta a un clavo en la pared, soporta su peso, impidiendo que se desplome.
El altar mayor lo están viendo los niños con mucho detenimiento. Cubre toda la pared central. No está dorado pero tiene unas columnas salomónicas y recargadas de pámpanos y racimos de uvas que le dan una belleza especial. Y sobre todo a Pedro le llama poderosamente la atención el cordero de San Juan que esta tumbado a sus pies. Entonces ni corto ni perezoso se lo metió debajo del brazo, siguió viendo la iglesia. Y dijo: Este me lo llevo yo, que lo crie la Careta.
Con ello había comenzado el expolio de aquella hermosa Iglesia de San Juan. No tardó mucho tiempo el Sr. Obispo en llevarse en varios camiones el retablo del altar mayor, con Santos incluidos aunque ciertamente estos no los colocaron en el mismo retablo, sino en la Catedral de Santander que por cierto se había quemado, y para su reconstrucción se llevó el retablo de Tamariz, de la Iglesia de San Juan
La catedral de Santander tenía por patrona, a la Virgen María Nª Sª de la Asunción, así que el lugar de San Juan fue ocupado por una imagen de Nª Sª. de la Asunción. Con lo cual ya no tuvieron que preocuparse donde colocar el cordero que se había apropiado con un poco de antelación nuestro buen Pedro. Los niños seguían observando la Iglesia, cuyo estado era deplorable a ojos de cualquiera. La palomina cubría prácticamente todo el piso de la Iglesia, y siendo así que cualquier labrador se la hubiese llevado para abono de sus tierras y hubiese pagado dinero por llevársela. Pero el estado de abandono era total. A mano izquierda había un altar de la sagrada familia, que por no tener ningún valor especial, nadie le reclamó, pues era de escayola y los familiares que sobrevivían de la familia que lo mandó erigir no hicieron nada por él. Así que pereció con las botas puestas, cuando se fueron derrumbando las paredes de la Iglesia. Después de un rato de observar el altar mayor los niños decidieron pasar al coro, se dieron media vuelta y caminaron a lo largo toda la Iglesia, subieron las escalera y llegaron al coro. Desde allí podían observar todo en visión panorámica, el espectáculo era lamentable. Pero los niños de esas cosas no entendían mucho ni les preocupaba y prefirieron husmear por el polvo del órgano, hacer girar el facistol que aun soportaba algunos antiguos misales de canto, cubiertos de polvo. Angel, se encontró una flauta pequeña del órgano, estaba tirada en el suelo, la cogió, la limpió un poco y echo aire y cual no sería su asombro que sonó. Entonces se puso muy contento y dijo: - Cómo la de mi padre, pero suena un poco más fino. Qué bien, yo me la llevo.-
Y comenzó a limpiarla con mucha ilusión. Le echaba un escupitajo de saliva, después frotaba con el codo del jersey que se había puesto para cortar un poco el frío de la Iglesia.
Y Juan deseoso de llevarse algo encontró un pergamino con parte de la música del Magnificat, y lo consideró apropiado para llevárselo a su padre, que como sacristán aquello le iba a gustar, aunque no estaba seguro, lo mismo me riñe por haber entrado en la Iglesia, pero bueno vamos a ver qué pasa. Miguelito dice:
- A mi me hubiese gustado llevarme un palomino o dos pero eran tan pequeños que si les separo de la madre se me hubiesen muerto.
Pedro antes de salir de la Iglesia, había que prepararse, pues no podía llevar el cordero de San Juan, así como si tal cosa por la calle, e ideó lo siguiente: quitarse el jersey y con el mismo envuelve el cordero y se mete el paquete debajo del brazo, así podría llegar a casa sin que nadie le dijese nada.
Juan envolvio el pergamino y le hizo un rollo, de esta manera nadie podría ni siquiera imaginar lo que llevaba cuando fuese por la calle a su casa. Y la flauta no necesitada esconderla de nada pues así como estaba podía simular un palo o una simple batuta.
Entonces decidieron empujar el trozo de puerta para salir. La luz del sol se había debilitado, pero había más luz que en el interior todavía no era de noche, pero era necesario darse prisa si querían llegar a casa con luz. Se oía el tintineo de las esquilas de las ovejas que se acercaban, un perro ladraba a lo lejos y apenas se veía gente por las calles Entonces Miguelito dice:

Por ahí viene un buey
Por aquí una vaca
Así que cada uno
Se vaya para su casa

Y sin más los niños echaron a correr y se fueron cada uno por una calle, a sus respectivas casa . El día había concluido, y se fueron a contar las diversas impresiones al calor del hogar de sus padres.



Copyright © Felipe Miguel Escudero Rodríguez y Pilar Iglesias Aparicio. Reservados todos los derechos. Revisado: Martes, 26 Septiembre 2000. Avda. Principal del Candado Nº 5 Apartamento 506 Málaga 29018 España. fmer2@yahoo.com