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Clientes y competidores: precios, actividad y tipos de cambio

Marcela Cristini

En términos generales se puede describir el comercio internacional como un flujo de bienes y servicios que reflejan un cierto grado de especialización relativa de los países de acuerdo con su dotación de factores y las ventajas adquiridas a través de los procesos de inversión en capital físico y humano. A la vez, existen flujos financieros que corresponden a los mercados internacionales de dinero, acciones y bonos que reflejan las decisiones de inversión de corto y largo plazo de los agentes privados y las demandas compensatorias de los gobiernos para cubrir sus posiciones financieras resultantes de su política macroeconómica, en especial su política fiscal.

En ambos casos, los tipos de cambio de cada país traducen los flujos reales y monetarios a moneda doméstica y constituyen un elemento más en la determinación de los resultados externos en el corto plazo, junto con el nivel de actividad mundial y local y las políticas comerciales vigentes.

Pese a la opinión corriente, los 90 han sido un período de relativa calma en los mercados internacionales de cambios en comparación con la historia que siguió a la Segunda Guerra Mundial. No obstante ello, las cotizaciones entre el marco alemán, el yen y el dólar estadounidense han estado sujetos a variaciones significativas dentro de un sistema de cambios flexibles con intervención de los bancos centrales y negociación dentro del grupo de los G-7. (ver gráficos)

Estos cambios han influido ligeramente en las áreas monetarias de influencia de cada una de estas monedas. Esos mercados a su vez, han producido sus propias turbulencias como en el caso de las devaluaciones durante la crisis asiática o la devaluación brasileña y la dolarización ecuatoriana en América Latina.

Los flujos comerciales han mostrado una relativa estabilidad con respecto a los movimientos en los tipos de cambio, sugiriendo la existencia de mercados segmentados por país y de ajustes diferenciales por producto y país a expensas de los márgenes de corto plazo de las empresas. La prevalencia de estos mecanismos de ajuste explicarían el mantenimiento de los flujos globales por producto y destino.

Esta introducción da el marco para el análisis del caso argentino en la actualidad. Primero conviene concentrarse entre la distinción entre corto y largo plazo. La reforma económica de los 90 acercó a la Argentina a su sendero de largo plazo, en cuanto a su inserción internacional, aumentando su especialización y su inserción en el comercio mundial. En el período la Argentina pasó de representar un 0,3% del comercio mundial a representar un 0,55% a la vez que este comercio se ampliaba con gran dinamismo. Desde el punto de vista estratégico el país buscó la asociación comercial con Brasil y ello modificó profundamente los destinos y orígenes del comercio externo. En efecto, mientras a mediados de los 80 nuestro socio principal era la Comunidad Económica Europea, hacia fines de los 90 la concentración de casi un tercio del comercio externo en el Mercosur constituye un cambio cualitativo (ver gráficos de exportaciones por socios comerciales). Está claro que en estos resultados de reorientación de los flujos comerciales fue la política comercial preferencial hacia los socios seleccionados lo que dominó el escenario y redefinió los incentivos hacia el sector privado.

A su vez, en el corto plazo, los flujos comerciales fueron afectados por los desvíos en los niveles de actividad prevalecientes en cada región. Así, la Unión Europea pasó por un período prolongado de bajo crecimiento relativo a otros países avanzados y el Brasil sufrió ciclos de corto plazo asociados con su inestabilidad macroeconómica. En particular, en este último caso, hay evidencia disponible que indica que el ciclo del producto industrial brasileño está asociado al desempeño de las exportaciones argentinas hacia Brasil; a mayor crecimiento en Brasil, mayores exportaciones en la Argentina.

Como segundo punto, y manteniendo el análisis dentro del corto plazo, el rol de los tipos de cambio bilaterales se considera de segundo orden de importancia en el redireccionamiento del comercio. Esta aseveración general debe aplicarse con cuidado al caso argentino, debido a sus particularidades. En efecto, nuestro país mantiene una vinculación nominal fija entre su moneda y el dólar por vía de la Ley de Convertibilidad. De ese modo, un dólar que se aprecia frente a otras monedas obliga a un ajuste de costos o aumento de productividad local que permita compensar la pérdida de competitividad por el fortalecimiento de la moneda patrón. Sin embargo, el conjunto de bienes que vende la Argentina y sus destinos son sólo parcialmente coincidentes con los de Estados Unidos y además, una parte importante de las exportaciones son commodities minerales, agropecuarias, agroindustriales o directamente industriales, cuyos mercados internacionales se ven afectados por numerosos factores además de los cambiarios. Ambos factores sugieren que es difícil saber hasta qué punto será necesario el ajuste local en respuesta al fortalecimiento del dólar.

La fortaleza del dólar afecta la posición argentina en relación con la Unión Europea y Brasil. La valorización del dólar frente a la nueva moneda europea, el euro, por un tiempo prolongado, para lo que ocurre en los mercados cambiarios empieza a despertar temores sobre qué factores estructurales podrían hacer prevalecer en el tiempo esta situación. Uno de importancia es la dependencia europea del mercado internacional del petróleo. Otro factor es el menor crecimiento de la productividad global europea frente a la de Estados Unidos. La historia reciente muestra que Europa puede revertir ambos hechos, como ocurrió luego de la segunda crisis del petróleo. Sin embargo, los mercados internacionales se preguntan si las nuevas condiciones europeas de mayor rigidez de ajuste debido a una política monetaria única y de una ampliación hacia el Este con el ingreso de nuevos países resultará en un fortalecimiento o, por el contrario, en un debilitamiento de la posición económica post-Maastricht. El caso del Brasil es diferente, su moneda cotiza bajo un sistema de flotación administrada que le otorga algunos grados de libertad en cuanto al uso de instrumentos monetarios que se suman a los fiscales dentro de su política macroeconómica. Además, los Estados Unidos son un socio comercial importante en su caso, favoreciéndose con su mayor poder de compra actual. En su relación con la Argentina, el tipo de cambio bilateral real (ver gráfico) ha evolucionado hacia el mantenimiento de una buena parte de la corrección causada por la devaluación a inicios de 1999.

La evolución de las exportaciones en los primeros ocho meses del año 2000 indican que la Argentina no ha sido muy afectada por los desvíos cambiarios europeos y brasileños. En el primer caso el impacto ha sido indirecto a través del precio de las commodities agropecuarias y debe reconocerse que el mecanismo de traslado del debilitamiento del precio hacia esos productos es incierto y afecta a todos los países productores por igual. En el caso del Brasil, el aumento del producto bruto industrial brasileño ha dominado sobre el efecto de tipo de cambio y las exportaciones hacia el Brasil han aumentado más que el promedio.

En síntesis, la discusión sobre el tipo de cambio en la Argentina no debe tomar argumentos de los eventuales efectos de desvíos bilaterales de corto plazo, cuya magnitud y permanencia son difíciles de determinar, sino que debe reconocer ser el reflejo de los aspectos de largo plazo referidos a las decisiones locales en torno de la sustentabilidad macroeconómica.