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Las exportaciones agropecuarias ante un año modesto En los últimos años que parten desde 1997, los precios de las commodities agropecuarias se han reducido vertiginosamente, y, por lo tanto, nuestras exportaciones han debido compensar el menor valor a través de un mayor volumen. Las cosechas recientes han mostrado la capacidad de respuesta del agro que aprovechó bien el período de precios altos incorporando nuevas inversiones. Para este año en curso los principales precios, a excepción de la soja y el maíz, muestran signos de recuperación. Es particularmente importante el caso de la soja ya que varios factores confluyen a su caída. Por una parte, la Argentina y el Brasil que son los principales productores mundiales de soja del Hemisferio Sur y los oferentes netos más significativos del mercado, proveerán este año cosechas récord influyendo del lado de la oferta a una baja en el precio. Por otra, el precio del aceite de soja se ha reducido sustancialmente debido a la competencia con el aceite de palma y debido al proteccionismo comercial en países importadores importantes como China e India. En 1998, con independencia de la crisis en el precio de las commodities registrada a partir de 1997, el precio del aceite de soja tocó un máximo de US$ 610 por ton., desplomándose a US$ 275 a comienzos de este año. Sólo el precio de la harina de soja ha aumentado en forma importante asociado al consumo del rodeo vacuno, cuya alimentación se ha puesto en entredicho a partir de la difusión en Europa Continental del mal de la vaca loca o BSE. Esta harina pasó de US$253 en 1997 a US$ 133 en 1999, para volver a cotizar en alza este año, US$ 194 por ton. También los productos derivados del girasol se han movido en forma similar. En cuanto a los productos elaborados de base agroindustrial, la Argentina ha comenzado a diversificar convenientemente sus exportaciones con casos como los lácteos, el limón, el vino y la miel, aunque su volumen y valor no puede compensar los shocks adversos en los rubros más importantes: aceites y subproductos y carne vacuna. Otros productos más tradicionales como frutas frescas y hortalizas y legumbres se mantienen estancados en valor y han perdido participación en el total. El total del complejo agroindustrial representa casi el 60% de las exportaciones de la Argentina, con lo que cualquier programa proexportador debe tener en cuenta y monitorear su comportamiento. Lamentablemente, ése no ha sido el caso y la Argentina enfrenta hoy frentes polémicos como el de las exportaciones de carnes semiparalizadas por la reaparición de la aftosa, la pérdida de mercados debido a la cancrosis en el citrus mesopotámico y el nuevo proteccionismo agropecuario en China. En un primer análisis de seguimiento hay varios elementos para destacar del comportamiento agroexportador en los últimos años. Estos elementos pueden identificarse en tres niveles, para su mejor comprensión. En un primer nivel se ubican los problemas generales surgidos del escenario económico local y de la política macroeconómica general. En este capítulo destaca la inestabilidad de las normas tributarias que ha enfrentado todo el sistema económico de la Argentina y en particular, el agro sujeto a cambios en la tributación sobre su factor principal, la tierra. En un segundo nivel se ubican los limitantes específicos del sector relacionados con sus características de variabilidad de producción y precios, derivados de factores más difíciles de controlar mediante acciones de política. En este nivel, el mercado de seguros contra riesgos climáticos y la mayor transparencia en los mercados agropecuarios todavía están pendientes. En un tercer nivel se encuentran los problemas específicos de cada rama de la producción agroindustrial entendida como una cadena o sistema de valor. Estos problemas se vinculan a distorsiones específicas de políticas, falencias en los contratos, problemas tecnológicos, de calidad e inocuidad, etc. Estos problemas originan costos de transacción que limitan el crecimiento exportador. Otro aspecto que suele analizarse cuando se habla de exportaciones agroindustriales es el de los mercados de destino. La Argentina tiene concentrado el 64% de sus envíos agroindustriales en tres bloques principales: el MERCOSUR, 32%; la Unión Europea, 18% y el NAFTA, 14%. Los productos lácteos, por ejemplo van en un 76% al MERCOSUR y en un 12% al NAFTA. En el caso de las carnes el 50% de los envíos va a la Unión Europea junto con el 60% de las harinas oleaginosas y las frutas frescas. El trigo y las hortalizas van en un 40-45% al Brasil. En el caso de hortalizas y legumbres otro 40% se destina al NAFTA. El MERCOSUR ha actuado absorbiendo parte del crecimiento agroexportador argentino, pero los negocios tradicionales con la Unión Europea se han mantenido. El resto de los mercados que incluyen a más de 60 países juegan un papel menor aunque potencialmente importante. La importancia creciente del MERCOSUR en la absorción de nuestra producción agroalimentaria es el resultado natural de la existencia del acuerdo comercial pero también refleja el hecho de que los alimentos se mueven más cómodamente en los mercados adyacentes o regionales debido a costos de transporte, verificación de normas sanitarias y cercanía de gustos de los consumidores. En el caso del NAFTA, el ingreso al mercado se torna más difícil debido a la calidad de productores agropecuarios que tienen los Estados Unidos y Canadá, ejerciendo en el primero de los casos un fuerte proteccionismo agrícola. Este aspecto fue el que determinó que los productos sensibles agropecuarios se desgravaran lentamente en el marco de la extensión del acuerdo de libre comercio a México, que podía competir en algunos productos como el citrus con lo productores americanos. En el caso de la Unión Europea la situación actual es el resultado de una serie de acuerdos negociados a través del tiempo dentro del GATT y bilateralmente. La vía negociada puede seguir abriendo algunas oportunidades pero debe considerarse en forma realista. La Unión Europea sigue manteniendo un proteccionismo agrario muy activo, que sólo aceptó recientemente algunas modifica-ciones alentadoras pero muy lentas de su política agropecuaria común, a través de un plan de moderación de la ayuda a los agricultores. Lamentablemente, en el caso de la carne vacuna, la proliferación de la BSE amenaza con reabrir la discusión sobre subsidios a los productores sobre la base de la situación catastrófica en el mercado europeo de carne bovina donde el consumo cayó un 30-40% desde el inicio del año. Contrario a lo que pudiera pensarse, la oportunidad para la Argentina aparece sólo marginalmente para el abastecimiento de carne de primera calidad. Algunos números ayudarán a entender esta situación. Por una parte, el consumo de carnes ha ido cayendo en los países avanzados y el consumo de carnes vacunas lo ha hecho más que proporcionalmente. En la Unión Europea se consumen 89 kg. por habitante al año de carnes y de ellos, sólo 19 kg. corresponden a carne vacuna. En la Argentina esos mismos indicadores son 87 y 56, respectivamente, y en los Estados Unidos, productor vacuno, 122 y 44. La diferencia se explica por el consumo de carne aviar, porcina y de pescado. Estas producciones son particularmente importantes en la Unión Europea, cuya flota pesquera figura entre las más importantes (y subvencionadas) del mundo. Tomando como ejemplo los casos de Italia y Francia donde el consumo de carne vacuna supera la media europea alcanzando los 25kg. por hab. al año, hay que notar dos hechos que explican la persistencia de los subsidios agropecuarios y la beligerancia en la defensa de los mismos. Ambos países triplican el ingreso per capita de la Argentina, por lo que en promedio sus consumidores gastan menos del 20% de su canasta en alimentos (el consumo de alimentos se mantiene relativamente invariante ante aumentos del ingreso); existe una oferta abundante de sustitutos cárnicos cuyos precios son razonables para la variadísima canasta de alimentos europeos (la carne porcina y aviar cotiza de 3 a 6 dólares el kg.); ambos países han sido por largo tiempo receptores netos de subsidios a través de los mecanismos
de la Política Agropecuaria Común y, por último; abaratar la canasta de consumo básica sólo aumentaría el atractivo para el ingreso de inmigrantes del resto del mundo, cuyo flujo constituye hoy el mayor problema social euroeo. En cuanto a los países como Alemania o Gran Bretaña que han sido aportantes netos de subsidios al sistema agropecuario común, su posición fue un poco más abierta, pero siempre negociada en el marco de otros problemas que les resultan de mayor prioridad como el euro o la ampliación de la Unión Europea hacia el Este.
En sentido contrario, la consecuencia más probable de la BSE será la retracción de la oferta europea en terceros mercados en el mediano plazo, permitiendo el acceso de la Argentina y el resto de los países competidores (EE.UU., Australia, Nueva Zelandia, Uruguay, entre los más importantes) y, probablemente, alguna recuperación en el precio internacional. Lamentablemente, la condición sanitaria de la Argentina presenta debilidades (rebrote de aftosa) que hacen dudar sobre la posibilidad de penetrar mercados tan estrictos en temas sanitarios como el de Japón y Corea. Para terminar y en vista de este escenario, puede anticiparse que en el 2001 las exportaciones totales apenas alcanzarán a un crecimiento de dos dígitos y que dentro de ellas, el aporte del volumen agropecuario y agroindustrial será modesto (por debajo del promedio) y su contribución al valor total exportado será ayudado por un repunte de los precios internacionales. |
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