SITUACIÓN GENERAL

 

La devaluación del real y su impacto sobre la economía argentina

Daniel Artana

Los datos de actividad económica del último trimestre de 1998 confirmaban que la economía argentina estaba sufriendo un proceso de moderada recesión como consecuencia del deterioro en los términos de intercambio y del alza de las tasas de interés causada por el colapso de la economía rusa. Este impacto negativo era más visible en los sectores transables. Así, por ejemplo, el Indice de Producción Industrial que elabora FIEL muestra una caída del orden del 9% al comparar los datos del cuarto trimestre de 1998 con el mismo período de 1997, lo que seguramente llevará a una contracción moderada (algo superior al 1%) en los datos del PBI global.

La devaluación del real profundizará esta tendencia recesiva. Dadas las importantes relaciones comerciales entre ambos países la decisión del gobierno de Brasil puede interpretarse como un deterioro adicional en los términos de intercambio de la Argentina.

La combinación de dos noticias muy negativas en el campo real de la economía (menores precios de las commodities, profundizada para muchos sectores productivos por la devaluación del real) tiene el efecto de empobrecer a la Argentina y exigir un ajuste a la nueva situación. El impacto es claramente recesivo, pero a medida que transcurre el tiempo el sector productivo puede adaptarse a la nueva situación compensando estos efectos con ganancias de productividad.

Puesto en otros términos, ambos shocks demandan un mayor tipo de cambio real de equilibrio en la economía argentina. La única forma de lograrlo en un régimen de convertibilidad es mediante la deflación de los precios domésticos. Las rigideces de las instituciones laborales de la Argentina y del gasto público nominal impiden un ajuste automático, y por lo tanto, generan un proceso de adaptación traumático durante el cual son las cantidades (el nivel de empleo) las que ajustan hacia abajo. Paulatinamente, las ganancias de productividad permiten reestablecer la competitividad perdida, y normalizar la tasa de crecimiento.

Estos efectos se producen independientemente de la buena performance de los indicadores financieros de la Argentina. A diferencia de 1995, el shock es de naturaleza real y no financiera, pero ello no significa que se pueden evitar sus consecuencias sobre la actividad y el empleo agregados.

La contracción de la actividad económica sería del orden del 3% durante 1999, impactando negativamente sobre las cuentas fiscales por dos vías: la recesión y la deflación de precios. El mayor desequilibrio del Estado Nacional sería financiable en la medida en que se mantenga una férrea disciplina en el gasto nominal.

Dada la precariedad de la situación de Brasil, el gobierno argentino debería actuar de modo tal de facilitar el proceso de ajuste.

Debe notarse que la devaluación del real y la contracción en la actividad económica que ésta ha profundizado seguramente corregirán los problemas externos, uno de los déficits que aquejaba a la economía brasileña. Pero claramente han complicado al problema principal de Brasil que es su débil situación fiscal, al aumentar el tamaño de la deuda medido como porcentaje del PBI y del servicio por intereses.

Brasil no parece tener mejores opciones que encarar un ajuste fiscal adicional al pautado con el FMI a fines de 1998 que incluya un proceso masivo de venta de los activos que todavía quedan en poder del Estado. La confiscación de deuda interna fue un proceso traumático en la Argentina, del cual todavía se pagan los costos vía un mayor riesgo país como consecuencia de la violación de los derechos de propiedad. Sería mucho más conflictivo en Brasil por el tamaño de los depósitos que deberían ser prorrogados para poder acompañar la reducción en el valor de los títulos públicos de las entidades financieras. La licuación de la deuda vía inflación no parece posible en Brasil a tasas reducidas dado el plazo muy corto de madurez de la deuda, y una tasa de inflación muy alta también tendría consecuencias negativas para el crecimiento del país. Por último, las salidas "voluntaristas" tipo control de cambios ignoran que en un país con un desequilibrio externo importante, el ajuste a una paralización de la entrada de capitales llevaría a una recesión mucho más profunda.

En este contexto y ante las dificultades políticas de Brasil para ajustarse a una restricción fiscal más dura, es dable esperar que durante varios trimestres las noticias que recibirá la Argentina de su principal socio comercial no serán buenas. Si a esto se suma que los precios de las commodities no parecen tener un futuro promisorio en el corto plazo, urge que el gobierno argentino adopte medidas que permitan suavizar el proceso de ajuste.

Estas medidas deben ir al origen del problema. Se deben buscar aquéllas que ayuden a mejorar la productividad y para ello se necesita aumentar la flexibilidad de la economía. En el plano fiscal reducir el gasto público en términos nominales y utilizar el producido para acelerar la reducción de impuestos al trabajo, y mejorar la eficacia del mismo. (Nuevamente se vuelve a ver la importancia de haber contado con ahorros presupuestarios en los momentos de bonanza, ya que podrían ser utilizados ahora para mejorar la competitividad). En el plano regulatorio avanzar en las desregulaciones pendientes (sobre todo la del mercado laboral).

La propuesta del Ministerio de Trabajo de aumentar los salarios mínimos en este contexto es extempóranea, ya que apunta en el sentido contrario a lo que se necesita en la coyuntura. Las presiones por introducir cupos y otros instrumentos de protección sólo redistribuyen el costo del shock Brasil hacia otros sectores de la economía (los que utilizan los productos protegidos como insumos), y restan flexibilidad al cerrar la economía. Debe recordarse que una economía más abierta está en mejores condiciones de hacer frente a los ajustes que plantean los ahocks externos negativos; aumentar la protección va en el sentido contrario al necesario.

La economía argentina enfrenta otra vez una circunstancia adversa. El impacto será duro pero atenuado porque se han podido mantener abiertos los canales de refinanciamiento de la deuda pública y el sistema financiero se mantiene sólido. Los problemas no aparecen en los lugares donde se actuó preventivamente, sino que se harán evidentes donde no se ha podido ser tan previsor (falta de una política fiscal anticíclica) o donde las decisiones han sido contrarias al interés general (política laboral).

El proyecto de dolarización de la economía

En el medio de las turbulencias internacionales el gobierno argentino ha propuesto estudiar la dolarización que puede generar ganancias y pérdidas para la economía.

Es evidente que el riesgo de devaluación se elimina en un proceso de dolarización, pero aún en este caso todavía subsisten otros riesgos que impiden la plena convergencia de las tasas de interés. Los más importantes son los de solvencia fiscal y el crediticio que dependen de la evolución esperada de las cuentas del Estado en el tiempo y de la situación del sistema financiero.

Debe mencionarse que en el caso de la dolarización se atenúa el riesgo de crisis financiera porque se elimina una de sus causas posibles, que es la variabilidad en las tasas de interés en moneda doméstica. La experiencia argentina sugiere que esta es una ganancia de cierta importancia porque la variabilidad de las tasas en moneda local fue siempre mayor que la observada en las tasas en dólares. Subsisten, sin embargo, otros factores que pueden desencadenar una crisis financiera: la propia variabilidad de las tasas de interés en dólares o de shocks externos que pueden reducir el valor de los activos de las entidades financieras, sin que ello reduzca el valor de los depósitos, principal pasivo de los intermediarios.

La dolarización de la economía plantea dos pérdidas adicionales a la menor flexibilidad que introduce una Caja de Conversión. Por un lado, el señorazgo que se mantiene por medio de los intereses que gana la autoridad monetaria sobre las reservas internacionales que respaldan la convertibilidad, se transfiere al gobierno de los Estados Unidos. Por otro, la Caja de Conversión permite mantener cierta capacidad en la autoridad monetaria para actuar como prestamista de última instancia (deteriorando la cobertura de la base monetaria con reservas). Este rol de prestamista de última instancia que tuvo el Banco Central de la Argentina en ocasión de la crisis del Tequila fue uno de los factores que ayudó a que una de las crisis financieras más severas del siglo 20 haya sido resuelta con costos muy bajos para los depositantes y el gobierno.

Al dolarizar la economía aparece un problema de transición por el cambio en el valor de los contratos previos acordados en moneda doméstica con una expectativa de devaluación implícita. Así por ejemplo, quienes tomaron créditos en moneda local enfrentan un mayor costo ex-post porque la dolarización elimina el riesgo de devaluación que estaba incorporado en la tasa de interés de la operación financiera. Procurar corregir estos contratos también genera conflictos legales tal cual demuestra la experiencia argentina del año 1985 cuando el gobierno decidió desagiar los contratos emitidos en pesos que supuestamente incorporaban una tasa de inflación muy elevada que no iba a observarse como consecuencia del nuevo plan de estabilización. La magnitud de la redistribución de ingresos es mayor cuanto mayor sea el spread entre la tasa de interés en moneda doméstica y al equivalente en los Estados Unidos que regía previo a la reforma y cuanto más larga sea la duración de los contratos.

La dolarización no elimina tampoco la necesidad de avanzar en reformas que vuelvan a la economía menos vulnerable a los shocks externos (flexibilidad en el mercado laboral, política fiscal anticíclica, etc.).

La propuesta de dolarización del gobierno argentino ha tratado de reducir los costos que la misma implica con relación al Plan de Convertibilidad vigente. Por ello, la propuesta se basa en concesionar al gobierno de los Estados Unidos la emisión de la moneda a cambio de un pago anual (que procura recuperar los ingresos del señorazgo) y contratar con el mismo país un seguro de prestamista de última instancia garantizado con el pago del canon anual antes citado.

Esto propuesta de dolarización demanda una aprobación por parte de las autoridades de Estados Unidos y una difícil negociación sobre las reglas prudenciales del sistema financiero, ya que el asegurador tendría un incentivo a extremar los recaudos, con el costo de desalentar la intermediación en la Argentina.