Quique González, el cantautor y su mundo.
POESÍA DE ABANDONO
Decidió hacerse cantante tras un desengaño. Con su tercer disco, Quique González se convierte en el más firme heredero de la rica tradición de cantautores pop.
Texto: Carlos Marcos. | Fotografía: Sergi Margalef.

UNA fan advierte: “Es muy tímido. Ya verás, un tío con una sensibilidad brutal, pero muy huidizo, refugiado siempre en su mundo”.

Ella, la seguidora, no encaja con el modelo arquetípico. Ni adolescente, ni histérica, ni con sueños cálidos a lomos de la cintura de Bustamante. Se sumergió en la música de Quique González después de emocionarse con los textos de Antonio Vega, con la angustiosa voz de Enrique Urquijo y con la adorable ingenuidad de José María Granados (ex Mamá). Es un recorrido lógico. Ella se tropezó con Quique en esos diminutos tugurios madrileños que no anuncian sus actuaciones en las guías porque no consiguen el permiso municipal. Demasiado papeleo. Le vio y lo tuvo claro: es el nuevo chico triste y solitario. Si sólo se oyen letras superficiales, de una mano arriba y otra abajo, ahí va eso: “Ayer quemé mi casa, con todas las revistas, cenizas de portadas y discos de Bob Dylan” (Ayer quemé mi casa); si aflora la urticaria cuando surge el cantante latino con el baile de San Vito, aquí está este chaval de aspecto desvalido; si empacha tanto azúcar, Quique prefiere la sal. La fan conoció al músico cuando éste no había editado aún su primer disco. Eso llegaría en 1998 con Personal.

“Actuaba solo, con la guitarra. Y, sinceramente, me gustaba más que ahora. De hecho, aluciné cuando le vi con una banda de rock. A mí, el Quique González que me gustaba era el más recogido. Pero ya verás: es timidísimo…”.

Quique acaba de abrirme la puerta de su casa. Pequeño, delgado, sin afeitar y siempre cabizbajo, oculta la mirada en un rebelde flequillo que no para de balancearse por su cara.

Es tímido, eso está claro. Una prueba más de ello fue el final de la gira de su segundo y espléndido disco, Salitre 48 (2001). Actuaba en Madrid, su casa, después de un año moviéndose por locales de toda España. En la sala, mil personas. Dos horas después del concierto su camerino se atiborraba de gente: músicos colegas (Ariel Rot, Granados…), gente de su compañía, periodistas, humo, bebidas… ¿Y Quique? Empequeñecido en un rincón, solo, manufacturando un porro. Tan humeante como el que le cuelga de los dedos hoy, un viernes a las cinco de la tarde. Un vistazo a sus textos: “Salgo de la cama, me enciendo un petardo” (Pájaros mojados). Dicho y hecho. “Pasa, pasa. Estoy con el último disco de Tom Petty, The last dj. Es cojonudo. Me lo acabo de comprar. Lo vi en un punto de escucha de la Fnac y lo puse entero. Me lo iba a comprar de todas formas, pero tenía tanta ansiedad que lo quería oír allí mismo”.

Su cueva es un caos. Como su vida. Situada en un barrio madrileño de clase media, el Parque de San Juan Bautista (El Flori lo llama, por la proliferación de hierba, perdón, zonas verdes), donde nació hace 29 años, su casa exhibe una curiosa mezcla de guarida de un músico bohemio y de hogar de matrimonio jubilado. Hay una razón: heredó la casa familiar y le cuesta librarse de la decoración que impusieron sus padres. ¿Cuestión de sentimentalismo? “Un poco sí. El asunto es que mi padre, que tiene 68 años, se volvió a casar hace cuatro [su madre falleció en 1992 cuando Quique cumplió 18] y como mi hermana se independizó, pues me quedé con la casa. Y a mi padre le cuesta llevarse todos sus trastos”. Es un mobiliario pasado de moda, con esos armarios recios, grandes, anticuados. La terraza (quinto piso) está cerrada y el suelo es una moqueta; alrededor, tiestos muy monos. Desde luego, nada que ver con el rock and roll.

Su rincón lo tiene en la que fue su habitación: cinco guitarras (tres acústicas y dos eléctricas, una de ellas una preciosa Rickenbacker), un teclado (“El último disco, Pájaros mojados, lo he compuesto casi exclusivamente al piano”) y un ordenador. La casa que tiene es adecuada para una familia de clase media con dos hijos. La familia González.

Hoy anda ordenando una discografía discreta (unos trescientos compactos). Sobre la amplia mesa del salón se apilan sus discos: Tom Waits, Bob Dylan, Los Rodríguez, Steve Earle, Van Morrison, ¡Antonio Orozco! (“No, no me gusta: me lo han regalado en la compañía”), Neil Young… por supuesto, Tom Petty. “El año pasado, cuando cobré el dinero de los derechos de algunas canciones, me fui a ver a Tom Petty a Nueva York. Era la primera vez que hacía un viaje tan largo. Y encima, el telonero era Jackson Browne… ¿Quieres escuchar el disco?”. Ahora se refiere al suyo, Pájaros mojados, el tercero. La música comienza a llenar la casa.

Quique vive solo. Últimamente las mujeres no paran por su casa. Sólo una: Renata, la asistenta. Los jueves, ocho euros la hora. Las demás, le dejan. Y no podía ser de otra forma. Los mejores momentos de sus textos surgen con el dolor del abandono. Una muestra: “Aunque tú no lo sepas me he acostado a tu espalda” (Aunque tú no lo sepas). Es el pago por juntarse con mujeres descarriadas, chicas fatales que no encuentran su sitio precisamente porque no quieren. Él siempre espera ese momento de la noche en el que ya sólo queda intentar una segunda cita. “Lo más romántico del mundo es cuando una chica no me da su teléfono y sé que no la voy a ver en la puta vida”. O sea, otro domingo solo con ganas de componer: “Pequeño rock and roll nunca quiso ser de nadie; ya sé que estás a punto de decirme adiós” (Pequeño rock and roll). Porque Quique, no nos vamos a engañar, no está especialmente dotado para hacer canciones festivas. Su argumentación es contundente: “Igual que no veo a Mojinos Escozios haciendo una canción en serio, yo no me veo cantando un tema de Mojinos. No es lo mío”. Pero no es un tío tan triste como apuntan sus canciones. Su sentido del humor aflora dentro de su conversación. Eso sí: es un desastre absoluto, un tipo aliado con el mal fario, capaz de resbalar cuando se dispone a marcar a puerta vacía. A continuación, dos penosos episodios de su vida que le alían con su amiga la mala suerte: “Con 12 años me presenté para entrar en los cadetes del Real Madrid de fútbol. Yo jugaba de lateral derecho. Sí, ya sé que es el puesto de los paquetes, pero yo era un lateral diferente: como Michel Salgado, pero en bueno. El caso es que el día de la prueba llovía a cántaros. Estaba el campo embarrado y, claro, no se podía jugar. Me salió un mal partido y no me cogieron. Tuve mala suerte”. Y otro, con 20 años: “Después de COU estudié Publicidad. Allí me enamoré de una chica de Valencia. Nos fuimos a vivir allí. Pero ella quería ser azafata y se fue a Roma. Yo no pintaba nada en Roma, así que me fui a Londres. Luego me llegó una carta de ella, desde Roma, diciendo que me dejaba. Entonces decidí ser cantante”. Tan surrealista como verídico.

De vuelta de Londres, donde se ejercitó durante un año despachando hamburguesas, y ya decidido por los asuntos musicales, se encontró a una persona clave en su vida: Enrique Urquijo, el problemático líder Los Secretos. Durante un año coincidieron en un pequeño garito madrileño, El Rincón del Arte Nuevo. El alumno actuaba primero y el maestro cerraba la noche. Compartían cosas, hablaban de música y de la vida. Enrique le pidió un tema y salió Aunque tú no lo sepas, que el cantante de Los Secretos incluyó en el repertorio de otro proyecto, Los Problemas, y que Quique recupera en su nuevo disco. A cambio, consejos, contactos con managers y discográficas… Conclusión: su primer disco, Personal (1998), se edita gracias a las gestiones del mayor de los Urquijo. “Cuando me enteré de su muerte [falleció por sobredosis el 17 de noviembre de 1999] lo pasé mal, muy mal. Yo lo vi con su hija y era la hostia. A él le hubiera encantado seguir viviendo para ver crecer a su hija, pero…”. Otro nombre clave en su vida: Ryan Adams. El díscolo y genial músico estadounidense fue su más valioso descubrimiento del último año. Reconoce reverenciar Heartbreaker, el desolador álbum que realizó Adams después de romper con su chica, y apunta como una de sus grandes jornadas cuando ejerció de telonero del autor de Gold en su único concierto en España, este mismo año en Barcelona: “No hablé con él. Recuerdo que se bebió todo el catering. Cuando comenzó el concierto el tío estaba borrachísimo. Pero empezó a cantar y fue la hostia. Dio un concierto acojonante”.

Muestra su barrio con orgullo. El bar donde desayuna todos los días, el San Juan, allí donde surgen muchas de sus letras. Poesía de lo cotidiano: “Una mujer da de comer a los gatos debajo de mi casa” (Torres de Manhattan). Se cruza con un tipo calvo rodeado de críos. Y le saluda. También a uno de los críos: “Hola Carlitos”. Luego confiesa: “Era mi profesor de educación física: la hostia de duro”. Su colegio, un poco más alejado. Los Maristas. ¡De curas! “Aquello fue un trauma. Había una competitividad de la leche. Y no sólo por sacar las mejores notas: zapatillas, polos de marca… Yo no tenía nada. Y eso era motivo de cachondeo y exclusión”.

A González está a punto de acabársele el costo. Esta noche va a salir. Ahora que no está de gira lo hace tres o cuatro noches por semana, a veces incluso solo, por los bares más canallas del centro de Madrid. “En este momento no creo en la pareja. Soy escéptico. Pero no sé… Puede que esta noche encuentre a alguien y cambie de opinión”. Eso, o la idea para otra canción. Suerte a los dos.

    SUS TENTACIONES  
  Comer. “Apenas piso la cocina. Desayuno y como en el bar de debajo de mi casa. Y cuando no quiero bajar, Telepizza. La pizza cuatro quesos es mi favorita”.
  Música. “El último de Wilco, Yankee hotel foxtrot. La primera vez que lo escuchas dices: ‘Qué álbum más raro. Suena como mal grabado’. Después de oírlo varias veces es la leche”.
  Lectura. “La biografía de Bob Dylan, de Howard Sounes. En una de las fotos del principio aparecen Dylan y Keith Richards y el autor señala que aquella actuación fue lamentable. Eso demuestra que no va a ser un libro entregado a Dylan, y me gusta”.
  Cine. “El hombre que nunca estuvo allí, de los hermanos Coen. Me flipó. Parece que no pasa nada en toda la película, pero todo va al ritmo de Billy Bob Thornton, que no mueve un músculo de la cara”.
 
    LA FICHA  
  Quique González te gustará si te gustan… Antonio Vega, Los Secretos o Ryan Adams.
Una compra: el traje y la corbata que luce en las fotos y en la portada del disco se los compró hace cuatro años para la boda de su padre. Es el único que ha tenido.
  Dos discos: su primer álbum (una cinta que robó) fue el doble de Burning en directo (“Lo escuché a todas horas durante cuatro días”); y el último, el nuevo de Los Secretos, que llevará un tema suyo, Discos de antes.
 
    DATOS BÁSICOS  
  Pájaros mojados está editado en Universal.
Quique González actúa hoy en Zaragoza, el día 12 en Vigo, el 14 en Santiago, el 15 en A Coruña, el 21 en Madrid, el 12 de diciembre en Bilbao, el 13 en San Sebastián y el 14 en Pamplona.
 
 

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Extraido de http://tentaciones.elpais.es/T/D/20021108/planeta_tnt/tp0.htm