Alfonso Sola González

 

POEMA

 

Y yo no podría decir que aquello fuera así

o tal vez como un sueño,

como una vieja melodía junto al fuego apagado

que alguien recuerda antes de partir.

Pero vi que mi mano caía sobre el rostro de los hombres

y ya no relucía su rubí codicioso

ni era mi mano aquella, sino el miedo

de otros dedos manchados que no eran los míos

y me acercaban otras manos que tampoco

conocían las gracias de la vida.

Y todo se movía o creía estar en un camino hacia los ángeles

y con temor amoroso de las jerarquías, ascendían

todos, despacio.

 

Sí, ellos también. Todo, todo se movía dichosamente.

Todo quiso decir: el hermano

y el amigo con su viejo sombrero de hierro,

dulce para el perdido en la noche

entre las estrellas del jardín.

 

Y era saber cómo se enciende el fuego,

cómo se abre la puerta para el que sólo trae

lentas arcas de olvido.

Y era decir: Tú y yo, caminando por los viejos mercados,

junto a las bestias sacrificadas y los frutos que arden

entre los pobres y los ricos

y la hermosa moneda de impiedad que los separa.

 

Y todo quería decir ofrecerme a esta vida

que me ha dado estos ojos con que muero y te miro,

y herirte sin descanso

con la resplandeciente mordedura del hombre

perdido, repartido bajo nubes feroces.

 

Y sin embargo ascendía entre, infiernos, cantando.

 

Del libro Cantos a la noche, Mendoza, 1963

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