El Observatorio de Barlovento

Volumen 1, Número 4

Setiembre 2000

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Giuseppe Verdi

por : Arambilet/OB.


Giuseppe Verdi
(1813-1901)

Nació el 10 de octubre de 1813 en Roncole, estado de Parma, por entonces provincia francesa. Hijo de campesinos analfabetos, Carlos Verdi y Luisa Uttini, estudió música en la vecina ciudad de Busseto donde encontró unos protectores en los esposos Barezzi. Cuando en 1832 fue rechazado por el conservatorio de Milán a causa de su juventud y de que "sus ejercicios no mostraban especiales aptitudes para la música", entró como discípulo del compositor milanés Vincenzo Lavigna. Volvió a Bussetto en 1833 como director de la Sociedad Filarmónica.

Juventud
A la edad de 25 años Verdi volvió a Milán. Su primera ópera: Oberto conde de San Bonifacio, se estrenó en 1839 en La Scala con escaso éxito. Su ópera cómica: Un giorno di regno, (Un día de reino, 1840) fue un fracaso y Verdi, ya afectado por las muertes recientes de su mujer Margarita Barezzi y de dos de sus hijos, decidió abandonar la composición. Pero al cabo de un año el director de LaScala logró convencerlo para que escribiera Nabucco (1842). Esta ópera que escribió en menos de tres meses, causó gran sensación, ya que el tema de la cautividad de los judíos en Babilonia fue considerado por el público italiano como una alusión a la oposición al gobierno austriaco en el norte de Italia. Poco a poco fue imponiéndose la costumbre de aclamar a Víctor Manuel como rey de Italia al decir "Viva Verdi" ya que el nombre del compositor era un acrónimo de la frase "Vittorio Emanuele Rè d'Italia". A estas óperas siguieron: I Lombardi alla prima crociata (1843) y Ernani (1844), ambas de gran éxito. De las 11 óperas siguientes sólo Macbeth (1847) y Luisa Miller (1849) se mantienen en el repertorio actual de ópera. Rigoletto (1851), Il trovatore (1853) inspirada en El Trovador, del escritor español Antonio García Gutiérrez y La Traviata (1853), que supusieron su consagración, se encuentran entre las óperas más populares de todos los tiempos.

Madurez
Las óperas que Verdi escribió en su madurez, entre las que se encuentran Las Vísperas Sicilianas (1855), Simon Boccanegra (1857) Un ballo in maschera (1859), La forza del destino (1862) y Don Carlos (1867), muestran una gran maestría en la caracterización musical y una mayor preponderancia del papel orquestal. Aida (1871), también de este periodo y probablemente la ópera más popular de Verdi, fue un encargo del virrey de Egipto para celebrar la inauguración del Canal de Suez y su estreno se produjo en El Cairo. Tres años después Verdi compuso su obra no operística más importante: el Réquiem (1874), para conmemorar la muerte del novelista italiano Alessandro Manzoni (aunque existía una versión del Libera Me, en memoria de Gioacchino Antonio Rossini, fallecido en 1868). Entre las composiciones no operísticas de Verdi cabe citar la cantata dramática: Inno delle nazioni (1862) y el Cuarteto para cuerda en mi menor (1873), así como un Te Deum, compuesto a los 85 años y otras obras religiosas.

Plenitud
A la edad de 70 años después de un silencio de 13 años después de escribir el Requiem, Verdi, compuso tal vez su mejor ópera, Otello (1887), con un libreto que el compositor y libretista italiano Arrigo Boito había adaptado hábilmente de la tragedia de William Shakespeare. A continuación compuso su última ópera: Falstaff (1893), igualmente adaptada por Boito de la obra de Shakespeare y considerada como una de las mejores óperas cómicas. Verdi murió el 27 de enero de 1901 en Milán.

Su obra
La obra de Verdi destaca por su intensidad emocional, sus melodías armónicas y sus caracterizaciones dramáticas. Transformó la ópera italiana, que hasta entonces utilizaba argumentos tradicionales, libretos anticuados y enfatizaba la parte vocal, para crear una entidad musical y dramática unificada. Actualmente sus óperas se encuentran entre las más representadas en todo el mundo.

Una obra monumental e íntima: Aída.

Al calor de los descubrimientos arqueológicos realizados en las fecundas tierras bañadas por el Nilo hacia finales del siglo pasado, una especie de egiptomanía se apoderó de Europa. Esta fascinación por el país de los faraones, alcanza su cénit musical con Aída.

En 1869, Ismael Pasha, Kedive de Egipto (Virrey) comisionó a Augusto Mariette para que encargara a Giuseppe Verdi la composición de una ópera para la inauguración del Teatro Kedival de El Cairo (Khedivial (real) Opera House), marco musical de las festividades por la apertura del Canal de Suez; pero Verdi no pudo terminar la ópera para la fecha indicada y el mundo tuvo que esperar hasta la Navidad de 1871 para escuchar la fastuosa obra del compositor italiano.

Inspirada en notas inicialmente del mismo Mariette reescritas por Camille Du Locle, con libreto del italiano Antonio Ghislanzoni quien termina de afinarlas y darles carácter de libreto. Verdi compone íntegramente la música en apenas cuatro meses.

Ajustada a la estructura tradicional de la época en cuatro actos, Aída no participa de las proezas militares colectivas de la nación norafricana donde se desarrolla, sino que es una obra mas bien íntima, que habla de individuos y de sus pasiones, pese a la magnificencia de su historia, escenarios y pasajes triunfales como la segunda escena del Acto II.

Suele verse en ella una obra espectacular pero contrastando con ello, parte de la música está orquestada con sutileza y claridad, propias de la música de cámara, particularmente los acompañamientos de sus personajes principales: Aída, Radamés y Amneris.

Aída, una princesa enamorada

Una princesa etíope, Aída, prisionera en Egipto, se enamora del joven guerrero Radamés - vencedor de los ejércitos comandados por el padre de aquella - quien intenta rescatarla de su cautiverio. Por sus proezas de guerra el rey de Egipto le concede la mano de su hija Amneris, dueña de la esclava Aída, a quien reconoce como su rival por el amor del gallardo comandante.

Al revelar accidentalmente un secreto militar, Radamés es acusado de traición y condenado a ser enterrado vivo, sin que su prometida Amneris pueda hacer nada para conmutar la pena. Aída, quien se supone ha escapado junto con su padre, surge de entre las sombras de la cámara mortuoria de Radamés para compartir con él su triste destino.

Así, un drama que inicialmente podía tener un tinte nacionalista, es transformado en la historia de dos amantes que por encima de sus pasiones tienen la infeliz dicha de perpetuar su amor, al compartir su paso al mundo de los muertos.

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