A CRISTO
Cristo, la ciencia moderna,
te arroja sin compasión
de todas partes: ¡no tienes
donde morar, Señor!
Ya no tienes casa, Cristo;
mas, ¿cómo has de irte por
esos caminos si apenas
ha sonado el aldabón
de una puerta, te la cierran
con estruendosa y ronca voz?
El pájaro tiene nido,
cubil la raposa halló;
y tú, en cambio, vas expuesto
a la intemperie, al horror
de las noches congeladas,
y tanto abandono...
Yo no valgo dos cuartos, Cristo;
mi corazón (tú mejor
que nadie lo sabes) tiene
poco espacio y poco sol;
pero, ¡qué le hemos de hacer
si en esta comarca no
hay otro!... ¡Ven y permite
que, confuso, con temblor
de vergüenza, yo te hospede
en mi propio corazón!
Si tú me dices: ¡Ven! todo lo dejo.
Llegaré a tu santuario casi viejo
y al fulgor de la luz crepuscular;
mas he de compensarte mi retardo
difundiéndome, oh Cristo, como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar.
Amado Nervo