DEL LIBRO "ORO, INCIENSO Y MIRRA"

Y Pedro se turbó...
Siguió un momento 
de silencio profundo y doloroso. 
Después con triste acento 
mirando allá hacia el mar quieto 
en reposo, 
Señor... le respondió, ...
Señor te amo... 
Otra vez el silencio. Otra mirada. 
Hacia el hombro de Pedro va su mano 
por la luz de los astros traspasada:
Simón, hijo de Juan, dime: ¿Me amas? 
Pedro se turbó. Siguió un suspiro, 
y con voz apagada, volvióle a repetir:
"Señor te amo". 
Otra vez hacia el mar
que allá murmura sus ojos dirigiendo 
consternado.
Y con esa ternura que palpita en los 
labios maternales, el Maestro repite 
las palabras
al apóstol que un día fue cobarde:
"Dime, Simón, más que los otros me amas?" 
Tiembla la voz, los ojos se humedecen, 
inclínase la frente con dolor, y, 
a punto de llorar Pedro responde:
¡Todo, todo lo sabes mi Señor! 
¡Pobre Pedro turbado ante el Maestro, 
habiendo sido infiel a su deber! 
¡Pobre de mí, Señor! Si preguntaras 
como dijiste a él:
"¿Me amas?" A veces me parece que podría 
por ti hasta morir. En cambio, ¡cuántas! 
¡cuántas! soy cobarde,
no puedo, no sé por ti vivir! 
Quisiera amarte siempre con la fuerza 
de mi primer amor;
con la ternura de mi amor primero 
mas, ¡no puedo, Señor..!
No te canses, 
prosigue preguntando, 
prosigue sin cesar...
no importa que me hieras 
y me angusties 
hasta hacerme llorar, 
que como Pedro sepa yo mi frente 
inclinar con inmensa humillación 
y a punto de llorar ¡llorando diga! 
¡Todo, todo lo sabes mi Señor!

A. Almudevar