EL AMA

Yo aprendí en el hogar en qué se funda 
la dicha más perfecta, 
y para hacerla mía
quise yo ser como mi padre era, 
y busqué una mujer como mi madre 
entre las hijas de mi hidalga tierra. 
Y fui como mi padre, y fue mi esposa 
viviente imagen de la madre muerta. 
¡Un milagro de Dios, que ver me hizo 
otra mujer como la santa aquella!
Compartían mis únicos amores 
la amante compañera, 
la patria idolatrada, 
la casa solariega, 
con la heredada historia, 
con la heredada hacienda. 
¡Qué buena era la esposa 
y qué feraz mi tierra! 
¡Qué alegre era mi casa 
y qué sana mi hacienda, 
y con qué solidez estaba unida 
la tradición de la honradez a ella!
Una sencilla labradora, humilde 
hija de oscura castellana aldea; 
una mujer trabajadora, honrada, 
cristiana, amable, cariñosa y seria, 
trocó mi casa en adorable idilio, 
que no pudo soñar ningún poeta.
¡Oh cómo se suaviza
el penoso trajín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra viven,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta!
Todo lo pudo la mujer cristiana, 
logrólo todo la mujer discreta. 
La vida en la alquería 
giraba en torno a ella, 
pacífica y amable, 
monótona y serena... 
¡Y cómo la alegría y el trabajo, 
donde está la virtud se compenetran!
Lavando en el regato cristalino
cantaban las mozuelas,
y cantaba en los valles el vaquero,
y cantaban los mozos en las tierras,
y el aguador camino de la fuente,
y el cabrerillo en la pelada cuesta...
¡Y yo también cantaba,
que ella y el campo hiciéronme poeta!

José María Gabriel y Galón.