GRACIAS A TI, DIOS MÍO

Gracias a ti, Dios mío, porque me amaste tanto, 
por la piedad inmensa que para mí tuviste, 
cuando perdido, errante, en la maldad me viste 
corriendo locamente tras mundanal encanto. 
Miraste que era horrible mi amargo desencanto 
cuando buscando el agua en horadadas fuentes, 
hallé tan sólo fango en vez de aguas corrientes, 
con qué apagar mis ansias, con qué lavar mi llanto.

Desconcertado y triste, sintiendo los abrazos 
helados de la muerte que hallara en mi locura, 
Señor, eran tan grandes mi pena y mi amargura, 
que ya desfallecía con vacilantes pasos.

No supe, Señor, cómo caí en tus dulces brazos. 
No sé cómo me hallaste, si en agonía o muerte, tan 
sólo saber puedo, que en vez de mi desierto 
me has dado fuente pura de amor en tus regazos.

Y en vez de la indecible angustia de mi pecho
y de la sed ardiente que mi alma consumía,
me diste el agua viva de paz y de alegría
y el néctar de tu gracia para mi ser maltrecho.

No corro más errante en lágrimas deshecho 
buscando en vano alivio para mis tristes penas; 
porque has quitado amante los grillos y cadenas 
que a mi alma atormentaban hasta el mismo lecho.

Gracias a ti, Dios mío, porque me amaste tanto
cuando era solamente carbón de negro infierno,
y en vez de cruel castigo me diste amor eterno,
y en vez de mis dolores, tu divinal encanto.

Señor, las alabanzas recibe de este canto 
que en gratitud sincera traigo hoy a tus altares, 
porque has trocado en notas de célicos cantares 
y angélicas sonrisas las quejas de mi llanto.

Agustín Ruiz V.