LO PERECEDERO Y LO ETERNO

Cierra los ojos, hombre, a los placeres, 
de este valle de lágrimas y enojos, 
si a los de eterna vida abrirlos quieres. 
No ordenes ramilletes y manojos 
de flores; que otras más purpúreas rosas 
de alegre vista esperan ver tus ojos. 
No busques fuentes claras y sabrosas, 
alivio de tu sed, ni valle umbroso 
donde puedas fingirte que reposas; 
que otro más fresco campo, otro reposo, 
y aun otras aguas de sabor divino, 
verás en aquel siglo venturoso. 
No sigas por el bosque sin camino, 
la fugitiva sombra en la arboleda, 
ni del arroyo el murmurar continuo. 
Espera un breve punto que te queda, 
y seguirás un bien no fugitivo... 
Si al cedro vieres ensombrecerse 
y con su altura amenazar al cielo, 
y con fértiles brazos extenderse; 
si con torcidas vueltas mucho suelo 
penetrar su raíz, y andar mirando 
por mejor levantar el alto vuelo; 
no pienses que ya es, porque en pasado, 
si vuelves a mirar, no hay de él memoria; 
si dices, ¿cuándo fue? tampoco hay cuándo. 
Y no pierdas de vista aquella gloria, 
que, como el que es la causa siempre vive, 
así no ha de ser ella transitoria, 
ni puede tener fin quien la recibe; 
que después de mil siglos acabados, 
eternidad de gloria se percibe, 
de que gozan los bienaventurados.

Cristóbal Pérez de Herrera