PLEGARIA A JESÚS
¿Cómo pude dejar la regalada
paz de tu seno, y con fatal desvío
huir de tu redil, oh Dueño mío,
como pobre ovejuela descarriada?
Tarde, tal vez, retorno a la majada,
mas te traigo en ofrenda mi albedrío,
y un alma que a pesar de su extravío
aún está de tu amor embalsamada.
Tuya es, mi Bien. La herida dolorosa
que le abrió tu saeta, es una rosa
llena de suaves mieles derretidas...
¡Oh amor de mis blandísimas querellas:
quien conoció el dulzor de tus heridas
no halla gozo y deleite sino en ellas!
José Eustasio Rivera