POR LOS QUE NO CONOCEN A JESÚS

Yo sufro por las turbas obscuras y dormidas
que ignoran tu presencia, Señor, sobre la tierra,
por las gentes que pasan por diversos caminos
sin haber visto nunca de tus pasos las huellas.

¡Señor! ¡Yo te sigo, yo que te veo siempre,
porque te amo y te busco con el alma despierta,
ten piedad de esas almas que jamás te encontraron!
¡Ilumina su vida y su triste ceguera!

¡Ha de ser tan amargo caminar por la vida
con el alma cansada de las cosas inciertas,
sin tener la esperanza y el divino consuelo
de que escuches, piadoso, nuestras hondas tristezas!

Tú que todo lo puedes, haz que encuentren, Dios mío,
tu inefable presencia que conforta y alienta
en los campos tranquilos, en las aguas que cantan,
en las aves, los mares y las estrellas.

En las brisas que besa, en las ópimas mieses,
en los frutos fecundos de las pródigas huertas,
en los lagos dormidos, en las cumbres nevadas
en las rosas de fuego y en los lirios de cera...

¡Sé clemente, Dios mío! ¡Míralos como sufren!
¡Ten piedad de sus penas, de su llanto que quema!
Acaricia sus frentes pensativas y mustias,
taciturnas y tristes, con tus manos de seda.

Ana María Martínez-Sagui