¿QUÉ HICISTE?

¿Levantaste al caído? ¿Al hermano que sufre
soportando una carga que pesa más que él?
¿No sentiste en el alma un impulso secreto
de tenderle los brazos y rogarle ser fiel?

¿No le diste la mano al mirarlo tendido
en el suelo, sin fuerzas, sin poderse mover?
¿Una frase siquiera de cariño le hablaste?
¿Le enseñaste el camino que había de escoger?

¿Le ofreciste ayudarlo aunque fuera un instante?
¿Proveerlo de algo que anhelara tener?
¿O le dejaste solo sufriendo la tortura
de su amarga tristeza, de su perdido bien?

¿Le preguntaste acaso si febril se encontraba,
si le acosaba el hambre, o si sentía sed?
¿La causa de las lágrimas que derramado había,
o tu alma y tu conciencia sentiste enmudecer?

¿Sabes tú lo que vale para un ser ya vencido
de la vida en la lucha un socorro tener?
¿Sabes tú cuánto alivio y consuelo se siente
cuando a tiempo una mano se nos llega a tender?

Ten en cuenta que nadie en el mundo está exento
de dolores y penas y de dar un traspié;
y que al más saludable, más fuerte y más rico
y más alto en el mundo, es bien fácil caer.

¡Oh mortal! ¡Nunca niegues auxilio al desvalido!
No es sólo con dinero que hacerle puedes bien;
hay veces que una frase siquiera, cariñosa,
o saludo afectuoso,. . . es bálsamo para él.

Manuel N. Yordan Ponce, Tr.