REDENCIÓN

Dulcísimo Jesús crucificado, 
que al Padre en holocausto te ofreciste, 
y de la muerte afrentosa padeciste 
al santo leño de la cruz clavado; 
Rey de un reino de amor nunca alcanzado 
pálido Dios atribulado y triste, 
manso cordero que tu sangre diste 
para borrar la mancha de pecado. 
Como la flor que el huracán arranca, 
y ve esparcida su corola blanca 
caer al lodazal rota en pedazos. 
Soplo de perdición quebró mi vida 
y con el alma para siempre herida 
tiendo a la cruz de redención mis brazos.

Juan Carlos Dávalos