Hay ciento noventa y tres
especies vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de
ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye
un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de
Homo Sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran
parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y
una cantidad de tiempo igual ignorando concienciudamente las
fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor
cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la
circunstancia de que también tiene el mayor pene, y prefiere
atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un
mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y
ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico.
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Podría argüirse que la
evolución pudo haber dado un paso menos drástico,
desarrollando un animal carnicero más parecido al gato o al
perro, una especie de gato-mono o de perro-mono, por el
sencillo procedimiento de convertir los dientes y las uñas
en armas salvajes parecidas a los colmillos y las garras.
Pero esto habría colocado al mono ancestral en competencia
directa con los gatos y perros carniceros, ya sumamente
especializados. Habría significado tener que competir con
éstos en su propio terreno, y el resultado habría sido sin
duda, desastroso para los primates en cuestión. (Por lo que
sabemos esto pudo haber ocurrido y fracasar hasta el punto de
no habernos dejado ninguna prueba). En vez de esto, se
siguió un procedimiento completamente nuevo, el empleo de
armas artificiales, y dio buen resultado.
El paso siguiente al empleo
de herramientas fue la confección de las mismas, y,
paralelamente a este progreso se perfeccionaron las técnicas
de caza, no sólo en lo tocante a las armas, sino también a
la colaboración social. Los monos cazadores lo eran en
grupo, y al mejorar su técnica de caza progresaron también
sus métiodos de organización social. Los lobos cazan en
manada, pero el mono cazador tenía ya un cerebro mucho mejor
que el lobo y podía ejercitarlo en problemas tales como la
comunicación y la colaboración en grupo. Así, pudo
desarrollar maniobras cada vez más complejas. Y el cerebro
siguió creciendo.
El grupo cazador estaba
compuesto esencialmente de machos. Las hembras estaban
demasiado ocupadas en el cuidado de los pequeños para poder
representar un papel importante en la persecución y en la
captura de las piezas. Al aumentar la complejidad de la caza
y hacerse más largas las excursiones, el mono cazador
sintió la necesidad de abandonar la vida incierta y nómada
de sus antepasados. Necesitaba una morada base, un lugar al
que volver con sus presas y donde las hembras y los
pequeñuelos pudiesen esperar y compartir el yantar. Este
paso, como veremos en ulteriores capítulos produjo efectos
sustanciales en muchos aspectos del comportamiento de los
monos desnudos, incluso los más refinados, del mundo actual.
De esta manera el mono
cazador se convirtió en mono sedentario. Y esto afectó a
toda su estructura social, familiar y sexual. Su antigua vida
nómada de comedor de frutos periclitó rápidamente. Había
abandonado definitivamente su boscoso Edén. Era un mono con
responsabilidades. Empezó a preocuparse del equivalente
prehistórico de las máquinas lavadoras y los frigoríficos.
Empezó a inventar comodidades domésticas: fuego, despensa,
refugios artificiales. Pero aquí debemos hacer un alto
momentáneo, porque estamos entrando en el terreno de la
biología y en el reino de la cultura. La base biológica de
estos pasos avanzados se encuentra en el desarrollo de un
cerebro lo bastante grande y complejo para que el mono
cazador pudiera darlos, pero la forma exacta que adioptan no
es ya cuestión de un control genético específico. El mono
de los bosques, convertido sucesivamente en mono a ras de
tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha
transformado en mono cultural.
Conviene reiterar aquí que
no nos interesan, en este libro, las explosiones culturales
masivas que siguieron y de las que hoy en día se siente tan
orgulloso el mono desnudo; el dramático progreso que le
condujo, en sólo medio millón de años, desde el encendido
de una fogata hasta la construcción de vehículos
espaciales. Es una historia emocionante, pero el mono desnudo
corre el peligro de quedar deslumbrado por ella y olvidar
que, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de
primate. ("Aunque la mona se vista de seda, mona se
queda") Incluso el mono espacial tiene que orinar.