A
contestar amablemente cuatro teléfonos y atender al
mismo tiempo a dos visitantes mientras escribo la
carta que debe estar lista esta misma tarde, aunque
sé muy bien... que la firmarán mañana...
A
cancelar mis compromisos particulares porque
"otra vez" -con carácter extraordinario-
he de quedarme hasta tarde en la oficina para acabar
de transmitir un asunto "muy urgente".
A no
perder la paciencia, si tengo que pasar horas en el
archivo buscando un papel que, como me sospechaba,
está en el bolsillo del jefe.
A
tener memoria de ordenador para recordar hechos que
pasaron desapercibidos a mi jefe hace mucho tiempo
atrás, y que, según él, estoy obligada a recordar
fácilmente.
A
tener la sabiduría y el sentido común de varios
profesores universitarios aunque mis estudios hayan
tenido un alcance mucho más limitado.
A
saber dónde está el jefe, qué está haciendo y a
qué hora volverá, aunque no lo sepa nadie, ni
siquiera su esposa.
A que
cuando el año termine, tenga la perspicacia
necesaria para no obedecer la orden de mi jefe de
destruir esos archivos que me pedirá un par de
semanas después.
A
tener la habilidad de un prestidigitador para hacer
desaparecer a las personas que mi jefe no quiere
recibir, especialmente cuando después de haber dicho
"no está" él me habla en voz alta desde
su despacho.
Finalmente,
Señor, déjame ser atractiva para todos, incluso
para los visitantes inoportunos, pero permite que
pase desapercibida a los ojos de la esposa de mi
jefe.