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AMANECER
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En la honda noche universal
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que apenas contradicen los faroles
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una racha perdida
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ha ofendido las calles taciturnas
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como presentimiento tembloroso
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del amanecer horrible que ronda
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los arrabales desmantelados del mundo.
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Curioso de la sombra
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y acobardado por la amenaza del alba
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reviví la tremenda conjetura
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de Schopenhauer y de Berkeley
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que declara que el mundo
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es una actividad de la mente,
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un sueño de las almas,
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sin base ni propósito ni volumen.
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Y ya que las ideas
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no son eternas como el mármol
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sino inmortales como un bosque o un río,
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la doctrina anterior
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asumió otra forma en el alba
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y la superstición de esa hora
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cuando la luz como una enredadera
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va a implicar las paredes de la sombra,
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doblegó mi razón
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y trazó el capricho siguiente:
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Si están ajenas de sustancias las cosas
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y si esta numerosa Buenos Aires
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no es más que un sueño
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que erigen en compartida magia las almas,
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hay un instante
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en que peligra desaforadamente su ser
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y es el instante estremecido del alba,
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cuando son pocos los que sueñan el mundo
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y sólo algunos trasnochadores conservan,
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cenicienta y apenas bosquejada,
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la imagen de las calles
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que definirán después con los otros.
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¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
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corre peligro de quebranto,
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hora en que le sería fácil a Dios
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matar del todo Su obra!
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Pero de nuevo el mundo se ha salvado.
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La luz discurre inventando sucios colores
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y con algún remordimiento
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de mi complicidad en el resurgimiento del día
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solicito mi casa,
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atónita y glacial en la luz blanca,
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mientras un pájaro detiene el silencio
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y la noche gastada
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se ha quedado en los ojos de los ciegos.
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