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FUNDACIÓN MÍTICA DE BUENOS AIRES
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¿Y fue por este río de sueñera y de barro
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que las proas vinieron a fundarme la patria?
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Irían a los tumbos los barquitos pintados
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entre los camalotes de la corriente zaina.
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Pensando bien la cosa, supondremos que el río
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era azulejo entonces como oriundo del cielo
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con su estrellita roja para marcar el sitio
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en que ayunó Juan Días y los indios comieron.
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Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
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por un mar que tenía cinco lunas de anchura
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y aun estaba poblado de sirenas y endriagos
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y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
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Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
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durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
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pero son embelecos fraguados en la Boca.
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Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
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Una manzana entera pero en mitá del campo
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expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
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La manzana pareja que persiste en mi barrio:
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Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
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Un almacén rosado como revés de naipe
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brilló y en la trastienda conversaron un truco;
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el almacén rosado floreció en un compadre,
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ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
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El primer organito salvaba el horizonte
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con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
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El corralón seguro ya opinaba YRIGOYEN,
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algún piano mandaba tangos de Saborido.
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Una cigarrería sahumó como una rosa
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el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
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los hombres compartieron un pasado ilusorio.
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Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
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A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
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La juzgo tan eterna como el agua y el aire.
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