|
LA PLAZA SAN MARTÍN
|
 
|
A Macedonio Fernández  
|
 
|
En busca de la tarde fui apurando
|
en vano las calles.
|
Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
|
Con fino bruñimiento de caoba
|
la tarde entera se había remansado en la plaza,
|
serena y sazonada,
|
bienhechora y sutil como una lámpara,
|
clara como una frente,
|
grave como ademán de hombre enlutado.
|
Todo sentir se aquieta
|
bajo la absolución de los árboles
|
—jacarandás, acacias—
|
cuyas piadosas curvas
|
atenúan la rigidez de la imposible estatua
|
y en cuya red se exalta
|
la gloria de las luces equidistantes
|
del leve azul y de la tierra rojiza.
|
¡Qué bien se ve la tarde
|
desde el fácil sosiego de los bancos!
|
Abajo
|
el puerto anhela latitudes lejanas
|
y la honda plaza igualadora de almas
|
se abre como la muerte, como el sueño.
|
 
|