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LA RECOLETA
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Convencidos de caducidad
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por tantas nobles certidumbres del polvo,
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nos demoramos y bajamos la voz
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entre las lentas filas de panteones,
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cuya retórica de sombra y de mármol
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promete o prefigura la deseable
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dignidad de haber muerto.
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Bellos son los sepulcros,
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el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
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la conjunción del mármol y de la flor
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y las plazuelas con frescura de patio
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y los muchos ayeres de la historia
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hoy detenida y única.
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Equivocamos esa paz con la muerte
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y creemos anhelar nuestro fin
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y anhelamos el sueño y la indiferencia.
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Vibrante en las espadas y en la pasión
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y dormida en la hiedra,
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sólo la vida existe.
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El espacio y el tiempo son formas suyas,
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son instrumentos mágicos del alma,
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y cuanto ésta se apague,
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se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
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como al cesar la luz
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caduca el simulacro de los espejos
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que ya la tarde fue apagando.
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Sombra benigna de los árboles,
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viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
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alma que se dispersa en otras almas,
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fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
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milagro incomprensible,
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aunque su imaginaria repetición
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infame con horror nuestros días.
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Estas cosas pensé en la Recoleta,
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en el lugar de mi ceniza.
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