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Friedrich Nietzsche

Que nos liberó de tanta hipocresía y tanta farsa con sus martillazos y su filosofía.

 

"—Los hombre póstumos—como yo—, son entendidos peor que los actuales, pero atendidos mejor. Más estrictamente: no se nos entiende jamás; de ahí nuestra autoridad..." (Cómo se filosofa a martillazos, 15)

La Gaya ciencia

50.- El argumento gregario. El reproche de la conciencia, aún en el más escrupuloso, resulta débil en comparación con la idea de que «esto o aquello va en contra de las buenas costumbres de la sociedad a la que pertenecemos». Incluso al más fuerte le asusta la mirada fría, el gesto hosco de aquellos entre los cuales y para los cuales ha sido educado. ¿Qué teme, a fin de cuentas? ¡El aislamiento!, ¡argumento que destruye hasta los mejores argumentos en pro de una persona o de una causa! —así se expresa a través de nosostros el instinto gregario.
151.- Sobre el origen de la religión. La necesidad metafísica no está, como pretendió Schopenhauer, en el origen de las religiones, sino que es un retoño tardío de éstas últimas. Bajo el imperio de los pensamientos religiosos, se está habituado a la representación de «otro mundo» (posterior, inferior o superior a éste), pero la desaparición del delirio religioso hace que se experimente un privación y un vacío inquietantes —es entonces cuando nace de ese sentimiento de enfermedad «otro mundo» metafísico que ya no es religioso. Ahora bien, lo que en tiempos primitivos llevó a admitir por lo general la realidad de «otro mundo», no fue ni un impulso ni una necesidad, sino un error en la interpretación de ciertos fenómenos naturales, por consiguiente una confusión del intelecto.
173.- Ser profundo y parecerlo. Quien se sabe profundo, se esfuerza en ser claro: quien quiere parecer profundo a los ojos de la multitud se esfuerza en ser oscuro. Pues la multitud tiene por profundo todo aquello cuyo fondo no logra ver: ¡tiene tanto miedo a ahogarse! (dedicado a ciertos críticos de la literatura)
196.- Límites de nuestro oído. Sólo oímos aquellas preguntas a las que podemos encontrar respuesta.
216.- Peligro de la voz. Con una voz potente, es casi imposible pensar cosas sutiles.
327.- Tomar en serio. Para la mayoría de los hombre, el intelecto es una máquina complicada, siniestra y chirrieante, que cuesta mucho trabajo poner en marcha. A trabajar y pensar sensatamente con ayuda de esta máquina le llaman  «tomar la cosa en serio». ¡Qué penosos esfuerzos les debe de costar pensar con sensatez! A lo que se ve, este simpático animal que es el hombre pierde su buen humor y se vuelve serio siempre que se pone a pensar con sensatez. Frente a toda  «gaya ciencia», este animal serio tiene el prejuicio de que cuando prevalecen la risa y la alegría se piensa a tontas y a locas. ¡Pues bien! ¡Mostremos que esto es un prejuicio!
375.- Por qué parecemos epicúreos. Los modernos somos precavidos frente a las convicciones últimas; nuestra desconfianza acecha los encantamientos y las trampas en las que cae la conciencia en toda creencia fuerte, en toda afirmación o en toda negación absolutas: ¿cómo se explica esto? Quizás por el hecho de que, en buena parte, se puede ver en esto la precaución del «gato encerrado», del idealista desengañado, pero la mejor explicación sería ver aquí la curiosidad jubilosa de quien, pegado antaño a su rincón hasta desesperarse, se deleita ahora con lo contrario y se entusiasma ante «la apertura total». De forma que se desarrolla una inclinación casi epicúrea al conocimiento a la que no se le escapa fácilmente el carácter problemático de las cosas; igualmente se desarrolla una repugnancia hacia las palabras grandilocuentes, un gusto que rechaza todas las antítesis pesadas y toscas, y que tiene conciencia no sin orgullo de que practica la circunspección. Efectivamente, esto es lo que constituye nuestro orgullo, sujetar las riendas ligeramente cuando nuestro afán nos impulsa con fuerza hacia la certeza, ese autodominio que muestra el jinete en sus más diabólicas galopadas: pues no dejamos de montar animales rabiosos y fogosos, y si vacilamos, no es indudablemente a causa del peligro.
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