"—Los hombre póstumos—como yo—, son
entendidos peor que los actuales, pero atendidos mejor. Más
estrictamente: no se nos entiende jamás; de ahí nuestra
autoridad..." (Cómo se filosofa a
martillazos, 15) |
|
La Gaya ciencia |
|
50.- El argumento gregario. El reproche de
la conciencia, aún en el más escrupuloso, resulta débil en
comparación con la idea de que «esto
o aquello va en contra de las buenas costumbres de la sociedad a
la que pertenecemos». Incluso al más fuerte le asusta la
mirada fría, el gesto hosco de aquellos entre los cuales y para
los cuales ha sido educado. ¿Qué teme, a fin de cuentas? ¡El
aislamiento!, ¡argumento que destruye hasta los mejores
argumentos en pro de una persona o de una causa! —así se
expresa a través de nosostros el instinto gregario. |
151.- Sobre el origen de la religión. La
necesidad metafísica no está, como pretendió Schopenhauer, en
el origen de las religiones, sino que es un retoño tardío de
éstas últimas. Bajo el imperio de los pensamientos religiosos,
se está habituado a la representación de «otro
mundo» (posterior, inferior o superior a éste), pero la
desaparición del delirio religioso hace que se experimente un
privación y un vacío inquietantes —es entonces cuando nace de
ese sentimiento de enfermedad «otro
mundo» metafísico que ya no es religioso. Ahora bien, lo que en
tiempos primitivos llevó a admitir por lo general la realidad de
«otro mundo», no fue ni un impulso ni una necesidad, sino un
error en la interpretación de ciertos fenómenos naturales, por
consiguiente una confusión del intelecto. |
173.- Ser profundo y parecerlo. Quien se
sabe profundo, se esfuerza en ser claro: quien quiere parecer
profundo a los ojos de la multitud se esfuerza en ser oscuro. Pues
la multitud tiene por profundo todo aquello cuyo fondo no logra
ver: ¡tiene tanto miedo a ahogarse! (dedicado a
ciertos críticos de la literatura) |
196.- Límites de nuestro oído. Sólo
oímos aquellas preguntas a las que podemos encontrar respuesta. |
216.- Peligro de la voz. Con una voz
potente, es casi imposible pensar cosas sutiles. |
327.- Tomar en serio. Para la mayoría de
los hombre, el intelecto es una máquina complicada, siniestra y
chirrieante, que cuesta mucho trabajo poner en marcha. A trabajar
y pensar sensatamente con ayuda de esta máquina le llaman «tomar
la cosa en serio». ¡Qué penosos esfuerzos les debe de costar
pensar con sensatez! A lo que se ve, este simpático animal que es
el hombre pierde su buen humor y se vuelve serio siempre que se
pone a pensar con sensatez. Frente a toda «gaya
ciencia», este animal serio tiene el prejuicio de que cuando
prevalecen la risa y la alegría se piensa a tontas y a locas.
¡Pues bien! ¡Mostremos que esto es un prejuicio! |
375.- Por qué parecemos epicúreos. Los
modernos somos precavidos frente a las convicciones últimas;
nuestra desconfianza acecha los encantamientos y las trampas en
las que cae la conciencia en toda creencia fuerte, en toda
afirmación o en toda negación absolutas: ¿cómo se explica
esto? Quizás por el hecho de que, en buena parte, se puede ver en
esto la precaución del «gato
encerrado», del idealista desengañado, pero la mejor
explicación sería ver aquí la curiosidad jubilosa de quien,
pegado antaño a su rincón hasta desesperarse, se deleita ahora
con lo contrario y se entusiasma ante «la apertura total». De
forma que se desarrolla una inclinación casi epicúrea al
conocimiento a la que no se le escapa fácilmente el carácter
problemático de las cosas; igualmente se desarrolla una
repugnancia hacia las palabras grandilocuentes, un gusto que
rechaza todas las antítesis pesadas y toscas, y que tiene
conciencia no sin orgullo de que practica la circunspección.
Efectivamente, esto es lo que constituye nuestro orgullo, sujetar
las riendas ligeramente cuando nuestro afán nos impulsa con
fuerza hacia la certeza, ese autodominio que muestra el jinete en
sus más diabólicas galopadas: pues no dejamos de montar animales
rabiosos y fogosos, y si vacilamos, no es indudablemente a causa
del peligro. |
|
|
|
|