(Extracto del texto de Richard Whelan, publicado en el catálogo de la exposición en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía)

En diciembre de 1938, la prestigiosa revista británica Picture Post publicó un reportaje fotográfico de once páginas sobre la Guerra Civil española con las fotos del joven de veinticinco años, Robert Capa, y le proclamó "el mejor fotógrafo de guerra del mundo". Más de cuarenta años después de su muerte, nadie ha superado la fuerza extraordinaria y conmovedora de sus reportajes de cinco conflictos bélicos.

Tanto Capa como [su compañera] Gerda Taro creían que era absolutamente vital utilizar sus cámaras como medio para obtener el apoyo mundial a la República española y a la causa antifascista. Ambos tuvieron su primera oportunidad apenas dos semanas después del estallido de la guerra, el propietario de la prestigiosa revista francesa de fotografía Vu invitó a Capa y a Taro a unirse a un grupo de periodistas que volaría rumbo a Barcelona.

En la estación de ferrocarril de Barcelona, Capa y Taro fotografiaron a los soldados destinados al frente de Aragón despidiéndose de sus mujeres y novias. Posteriormente, tras pasar en la ciudad una semana o unos diez días, los fotógrafos se dirigieron a ese frente donde, a mediados de agosto, la situación había llegado a un punto muerto y así permanecería durante más de un año. El combate se limitaba a poco más que escaramuzas esporádicas, en su mayoría durante la noche, por lo que, obviamente, de poco les servían a los fotógrafos.

Durante la segunda mitad de agosto, el Gobierno de Madrid había iniciado una ofensiva para recuperar Córdoba. Día tras día el Gobierno comunicaba nuevos avances ... Fue en el frente de Córdoba donde Capa hizo su fotografía más conocida, quizá la mejor fotografía de guerra realizada jamás: la del miliciano republicano español recién alcanzado por las balas. Las anteriores fotografías de guerra habían sido necesariamente estáticas y tomadas a distancia. Por el contrario, la Leica de 35 mm de Capa era discreta y le permitía la máxima movilidad. Con ella se lanzó al torbellino de la guerra, como nadie antes que él se había atrevido a hacerlo.

El 6 de noviembre el ejército de Franco ocupó definitivamente los alrededores de Madrid. Se habían realizado muy pocos preparativos para la defensa y la guarnición republicana era escasa y estaba mal equipada. ... Las fotografías que Capa realizó de Madrid dejan patente que comenzaba a comprender que la verdad acerca de la guerra se hallaba no sólo en el corazón de la batalla, en el espectáculo oficial, sino también en el límite de las cosas, en los rostros de los soldados soportando el frío, la fatiga y el tedio en el frente, y en los de los civiles desfigurados por el miedo, el sufrimiento y la pérdida. A lo largo de toda su carrera Capa siempre fue ante todo un fotógrafo de personas, y muchas de sus fotografías de guerra no son tanto la crónica de sucesos como el estudio extraordinariamente comprensivo y solidario de las personas que se hallan en situaciones extremas.

En pleno mes de febrero de 1937, Capa y Taro se dirigieron al sur de España. Tras una semana en las montañas entre Almería y Málaga, en las que no presenciaron ninguna batalla, los fotógrafos se dirigieron al frente del Jarama, en el que los nacionales trataban de cortar la carretera vital Madrid-Valencia. Capa vio claro que las noticias realmente interesantes procederían de Bilbao y no de Madrid. Cuando Capa llegó a comienzos de mayo, las tropas nacionales se estaban acercando a la ciudad desde el este por un amplio frente. Después de tomar las poblaciones indefensas de Durango y Guernica tras despiadados bombardeos, alcanzaron la sierra de bajas montañas que servía como última línea de defensa natural de Bilbao. [Capa] pasó los diez días siguientes documentando la vida de la ciudad sitiada, donde las sirenas que advertían de los ataques aéreos a menudo sonaban quince o veinte veces en una mañana.

De vuelta en Madrid, Capa y Taro fotografiaron y filmaron dinamiteros que utilizaban tácticas de guerrilla luchando de una casa a otra en el sector sudoeste del barrio de Carabanchel. Después Capa volvió a París, pero Taro permaneció en España para cubrir el congreso de la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura. Sin embargo, Gerda pronto decidió que era mucho más importante cubrir la gran ofensiva republicana recién iniciada contra Brunete, al oeste de Madrid. A última hora de la tarde del domingo 25 de julio, durante una confusa retirada, Taro saltó sobre el estribo del coche en marcha de un general para huir del peligro. ¡Ay!, el coche fue embestido por un tanque fuera de control y Taro resultó gravemente aplastada. Cuando Capa se enteró de la terrible noticia quedó desconsolado. Incapaz de soportar la mera idea de volver a España, hizo planes para acompañar a Joris Ivens a China.

La mañana del 15 de diciembre de 1937, los republicanos iniciaron un ataque masivo sobre la ciudad amurallada de Teruel. Capa llegó a Teruel el día 21, y acompañó a un destacamento de dinamiteros que encabezaban un ataque directo contra la ciudad y que culminaron abriéndose camino con granadas. Más tarde, el día de Año Nuevo, los periódicos y las emisoras nacionales proclamaron que su bando había recuperado Teruel. Capa y Hebert Mathews, reportero del New York Herald Tribune, salieron a investigar descubriendo que Teruel seguía en poder de los republicanos, a pesar del avance de los nacionales. Capa y Mathews cubrieron un ataque republicano contra la mayor concentración de nacionales en las ruinas carbonizadas del palacio del Gobernador Civil.

El 5 de noviembre [de 1938], Capa y Hemingway condujeron a Mora de Ebro y cruzaron el traicionero río Ebro para pasar un día con el general Lister y su 5º Cuerpo de Ejército, que a duras penas resistía una tremenda ofensiva nacional. Cuando en la madrugada del día 7 llegaron noticias de la ofensiva a Barcelona, Capa se dirigió al frente sin dilación. Lo encontró al sudoeste de Urida, cerca de la ciudad de Fraga, donde la lucha era especialmente cruenta. Capa sacó algunas de las fotografías de primera línea de fuego más dramáticas de toda su carrera. Mirándolas, casi podríamos creer percibir el olor acre de la pólvora y sentir temblar la tierra por la explosión cercana de una bomba. Life dedicó dos páginas, Regards le dedicó cinco y la contraportada y Picture Post, once.

El 15 de enero [de 1939] Capa se encontraba en la carretera de la costa sur de Barcelona para fotografiar a los refugiados que habían esperado hasta el último minuto para abandonar Tarragona. De repente, se precipitaban aviones sobre la carretera para ametrallar a los refugiados indefensos. Alrededor de la una de la madrugada del miércoles 25 de enero, llegaron noticias alarmantes de que los nacionales habían cruzado ya el río Llobregat, a menos de quince kilómetros al oeste. Capa y algunos otros corresponsales se amontonaron en sus coches y condujeron hacia el norte por la carretera de la costa hasta Figueras. Pasó varios días fotografiando a los refugiados y el 28 de enero, junto con algunos de los primeros 400.000 que finalmente cruzaron la frontera francesa, abandonó España para no volver jamás.

Hasta mediados de marzo no realizó el viaje al enorme campo de la playa de Argelès-sur-Mer, donde estaban internados cerca de 75.000 hombres. Capa lo describió como "un infierno en la arena", donde vivían los hombres en tiendas de campaña improvisadas y cabañas de paja, que ofrecían escasa protección contra la arena levantada por el viento. Para hacerlo aún más difícil, no había agua corriente, solo agua salobre extraída de hoyos excavados en la arena.

Capa nunca volvió a España.