POETAS DEL URUGUAY

GENEROSO MEDINA LUZARDO  (1922-1974)

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POESIA 

LAS AGUAS COMO SUEÑOS

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BROTA EL TORRENTE DE JUNTO AL MORADOR

AGUAS QUE EL PIE HABIA OLVIDADO:

SÉCANSE LUEGO, VANSE DEL HOMBRE.

JOB XXVIII, 4

 

 

 

 

Al poeta Rafael Morales y al novelista

Alejandro Núñez Alonso, fraternales

testigos de mi pasión de España.

 

 

 

 

ADAN OYE POR PRIMERA VEZ

EL CORAZON DE EVA

 

 

 

                    Cuando Dios

se vio en Adán

las manzanas abrieron sus ojos

y las uvas derramaron su luz

sobre la tierra.

 

 

Cuando Dios miró a Eva

los ríos se volvieron más lentos.

La tierra se hizo muslos,

tacto, fuego.

 

 

Adán dormía.

Estaba latiendo la eternidad.

En su sueño dorábanse

las pulsaciones del maíz.

Respiraba

las furias del verano.

Estaba alucinado entre los astros.

 

 

Adán era el sueño.

Se descifraba.

Adán nos iba doliendo lentamente.

Nos prefería.

Despertó y al pie del Arbol

vio a Eva dormida,

como la tierra.

 

 

Y Adán se inclinó

sobre el cuerpo de Eva,

el universo blanco.

Sintió por primera vez

fluir su corazón.

Y oyó un latido

como de mar en nacimiento,

como de árbol quejándose,

como de estrella sexual relampagueando.

 

 

Adán oía el corazón de Eva.

Sintió el rumor de nuestro mundo

y el gajo de nuestras palabras.

Sintió tu lágrima entre las lágrimas.

Sintió nuestros frutos amargos

y la muerte levantándose.

Sintió que tú y yo

éramos.

 

 

 

A UN DURAZNERO FLORECIDO

 

Fue ayer.

El día de tu flor.

Vengo del rito,

oh dios de la pradera.

 

 

Vi tus tiernos ejércitos de azúcar

y tus relámpagos de amor adolescente.

 

 

Contigo la mañana.

Te sorprendí iniciando

tu rosada estrategia de setiembre.

 

 

Quería hablarte a solas.

No me engañas.

Sé quien eres tras tu máscara ardiente

de tigre vegetal.

 

 

Aquí me tienes.

He dejado mi choza solitaria

y vengo a juntar los adjetivos

que caen de tus crepúsculos abiertos.

 

 

Porque eres beso,

trampa de Dios,

su luz aprisionada.

Y luchas con tus dedos,

con tus racimos de sangre

que tocan los vientos del deseo.

 

 

Te proclamo.

Por tus ojos rosados que nos miran.

Por tu fragor de espuma florecida.

Porque desnuda está el alba en tus espejos.

Y porque eres como yo: Codicia.

 

 

 

LA PRISION

 

 

Ya no puedo

dejar esta prisión

a orillas de una tarde

con gemidos de trenes

y azul de golondrinas.

 

 

Porque busco

la gozosa fatiga

del silencio,

el mapa de ternura

solariega,

los pájaros que cantan

sobre un beso de musgo.

 

 

Me alumbra la luz de los jardines

y siento las noticias

en los párpados blancos

de mi pueblo.

 

 

Pasan nubes,

gritos y caballos.

Lloran los niños

y el corazón vigila en la ventana.

 

 

 

EL NIÑO MUERTO

 

 

Cuando llega del cielo

mi rostro deshojado

sobre mudos asfaltos

de la noche primera,

golpeo con dedos

de niño entristecido

esa puerta de frío

donde cuelgan las lágrimas.

 

 

¿Dónde puso la mano

aquel niño de sombras?

¿Por qué dejó su árbol,

su trompo, su amuleto,

y ocultó en los rincones

la estampa de la virgen,

los besos como uvas

de una boca lejana?

 

 

Fue un olor de maderas

sangrando soledades

y almohadones hundidos

por huéspedes extraños.

Las cenizas tomaron

el color de los rostros

cuando tocan los labios

que miden las tinieblas.

 

 

Recuerdo todavía

aquel sitio en penumbra,

los párpados sin dueño

y una estatua desnuda

con ajuar de los muertos.

 

 

Sin culpa está la noche.

Sin culpa aquellas manos

que palparon de pronto

mis cometas felices.

Sin culpa está aquel túnel

de guante desgastado.

Sin culpa está aquel rostro

que guardó la sonrisa

en los vasos de nadie

que la noche conduce.

 

 

 

A UNA FLOR QUE EL POETA

ENCONTRO EN UN LIBRO

 

 

Esta flor

entre niñez y grillos de ceniza,

tras el viento,

cercándome de duendes y presagios,

procura mi rostro humedecido.

 

 

Habituado a mi lámpara y la lluvia,

a soledad de lágrima cerrada,

oigo el sitio de fríos animales

que van desde la tarde, luto abajo.

 

 

Perdí aquella costumbre de quedarme

acechando una magia de ventanas

con mejillas sin dueño,

o algún río olvidado

cruzando las ciudades como selvas.

 

 

Quedas tú,

mirándome en el aire de tu historia,

oh flor,

testigo de mis pasos,

que dejas en las calles

un corazón doblado de agonías.

 

 

 

EL EXTRAÑO

 

 

Pensar en ti desde la tarde

mientras el viento deja

una luz de alhelíes derramados.

Frente a la casa sola

un esperar la luna y su corona.

 

 

Sigo largamente por la calle.

Tañe una campana

sobre la aureola

del santo peregrino.

Me lleva la tormenta

y quedo a oscuras

en el espanto de las soledades.

 

 

El tren, las hojas,

tus destellos que me desconocen,

y saber que tú dices a mi lado:

¿quién será este niño un poco triste

que mira como un hombre solitario?

 

 

 

LAS AGUAS COMO SUEÑOS

 

 

Llovía

sobre mi pueblo.

El cielo se miraba

en las calles desiertas.

Caían los espejos amarillos.

 

 

Caminaba perdido,

oyendo las aguas como sueños.

Era el anillo en unos dedos blancos,

hoja de olivo,

señal de la paloma.

 

 

A lo lejos,

entre ráfagas,

sonreían los testigos ardientes.

Y la música,

aquella música, siguiéndome

hacia mi reino de oscuro amor.

 

 

El mundo me tenía.

A veces, yo era el mundo,

pájaro aterido,

mojada piedra del camino,

pie desnudo.

 

 

Regresaba a mi casa.

Otra vez la sala

de hondura transparente.

Lentas

se apagaban las flores del jardín.

El padre encendía la vieja lámpara.

Nadie reparaba en mi.

 

 

Pero yo había nacido esa tarde

bajo la lluvia,

hacia otras aguas profundas,

con el oído inclinado

sobre un infierno de cielo y de martirio

que ahora llevo como mi piel.

 

 

 

DICE EL POETA SU AMOR

POR UNA ACACIA

 

 

De pronto alcé la frente

y estabas tú,

niña de amor y junios amarillos,

solitaria,

aguardando tu boda azul,

virgen de frío.

 

 

Supe de ti

toda la tarde

por tus ojos de silencio

enamorándome.

 

 

Toda la noche

te sentí en mi rostro,

desnuda,

con aire de campanas

y un perfume de pájaro dormido.

 

 

Respiré tu amarillo taciturno.

La piel

de tu verde sorprendido

derramaba

sus aguas de hermosura.

 

 

Ahora mi corazón

te escucha

entre las sombras

oh lámpara,

lámpara de cabellos amarillos,

alumbrándome,

amándome,

muriéndome de ti.

 

 

Te llevo

conmigo,

bajo los párpados,

mi nuevo amor.

 

 

 

EXILIO

 

 

Pasan nubes en la carne de junio

mientras besamos la madre terrestre.

 

 

Anochece en el ala del pájaro.

Llave nupcial.

Llora sobre el tiempo indescifrable,

rosa de miedo, para siempre.

 

 

Golpea los cristales, mariposa,

ciega letra del alba.

 

 

 

LA ESPERA

 

Hora doblada

con sus pájaros muertos.

La ciudad sangrando en los umbrales.

 

 

Ni la sombra en acecho

desde tu gris espejo

ni el leve roce

de un ala en tu ventana

detuvieron el río

de mis pasos llamando.

 

 

El niño moría en tus persianas.

Guardaba entre sus manos

un rostro enmascarado.

 

 

No me oyes.

Ya viene la justicia de la noche.

El pan inocente,

traspasado.

La copa vacía,

sin el alma.

Las estrellas cerradas,

como ciegas.

 

 

 

LAS MASCARAS

 

 

Llegas,

roja nieve,

sin saber que las máscaras

regresan de mi muerte.

 

 

Un día

-es cierto-

nos encontramos

en las penumbras blancas.

 

 

Eras.

Eramos

dos árboles mirándose

de la raíz al cielo.

 

 

Ahora

¿para qué las preguntas?

Si el viento es la sombra.

Si la sombra no es nuestra.

Si las máscaras regresan por nosotros.

 

 

 

EL RIO AMARGO

 

 

Penetraste

para oírme crecer en río amargo.

 

 

Estaba solo,

sintiendo la historia

de las lluvias

que calzan la soledad

de mi esqueleto.

 

 

Aquí está la noche

con tus huellas.

Se perderán ardiendo,

como las espumas de un naufragio

sobre las letras de mi nombre.

 

 

Ahora lo sabes todo:

cómo marchitas la mano

antes del cielo

y cuánto una gota

se hunde en las mejillas.

 

 

 

LA AMANTE

 

 

Iba sola,

derramada hacia la noche,

con un andar de lámparas heridas.

 

 

Le ganaba a la vida su sonrisa

quitándole a la muerte

sueño y sueño.

 

 

Por la sombra y el alba.

Perdía con pasos de amor secreto

su leve nombre.

 

 

En su silencio

le crece el tiempo.

Sobre su rostro

las hiedras fieles.

 

 

Ella vive.

Nadie lo sabe.

Cuando ama es un sol

oyéndose en los mares.

 

 

No pide nada.

Se irisa

en el minuto que la contiene.

 

 

 

SE DUELE DE LA FUGACIDAD

DEL AMOR

 

 

Pesa la sombra,

el ruido, el viento,

el mismo sitio

de amor que conocimos,

los plátanos de siempre,

el perfil de las cosas.

Se abrió sólo un instante

el esplendor terrestre.

 

 

Contemplo el color

de esta hora sin tiempo.

Pasamos como un sueño

y el rostro en las espumas.

Sólo queda un color

y un aire que nos sigue

preguntando por alguien

que apagó el arco iris.

 

 

 

EL POETA RETORNA A LA CALLE

DE SU NIÑEZ

 

 

Cuando sube aquel sonido

a cristal de la tarde,

a campanas,

a una calle de mentas y glicinas,

mi lámpara descubro

en un patio

con fantasmas de niños y palomas.

 

 

Sé de la noche y de la higuera enferma.

Sé de una ronda con su luna blanca.

Sé de la niña que pasaba sin mirarme,

trayendo desde lejos

un fulgor de rosales.

 

 

Ahora, oh calle,

estoy buscando

aquellas golondrinas del alero,

el verde toronjil entre la lluvia

y una carta sin nombre

bajo mi puerta.

 

 

 

EL VIAJERO

 

 

Esta esquina

podría ser París, Roma o Madrid.

La misma luz cayendo,

los plátanos hirvientes,

la noticia del mundo y sus colores.

 

 

Esta esquina sostiene la mañana,

el júbilo del aire

y sus palomas,

nuestro salario azul

y un mismo afán

de piel a mediodía,

en domingo.

Sabe a historia de siempre,

a voz de siempre,

al antiguo domingo.

 

 

Esta esquina

soltando mariposas,

con voz de enero y cotidianos pasos,

podría ser París, Roma o Madrid.

Hay un hombre establecido

en su verano.

Lleva prisa en el rostro

y un corazón igual,

como los cielos.

 

 

 

VUELVE, HERIDO,

AL RIO DE SU NACIMIENTO

 

Y tú con tus álamos,

mi querido río!

 

HöLDERLIN

 

 

Río de las antiguas claves,

vengo otra vez herido

en procura del viento,

aquellos días,

la soledad creciendo

como verdad del pájaro,

la llanura vestida

de silencios resplandecientes.

 

 

Entro en la catedral abandonada.

Aún están las columnas gemidoras.

Abro el órgano

y se van las golondrinas.

Pero queda una luz fiel

bajo la nave.

 

 

Busco la huella

de la sombra alargada

y encuentro

la salvaje distancia de la muerte.

 

 

El árbol se ha secado

y un nido sin bosque

rueda en el camino donde estamos.

 

 

Dame, río,

tus aguas de sueños como vidas,

el fulgor de tu sangre en primavera,

la costumbre del naranjal cercano.

 

 

Dame valor para mirar los pasos

del sufriente mortal

en su hendidura.

 

 

Ayúdame

a sostener el vaso entre mis labios.

Devuélveme

el polvo que era mío.

Condúceme

a la hoja que tiene

sus precisos relámpagos.

 

 

Déjame arrancarte y arrancarme

voz de la voz,

y ayúdame a ganarme

las aguas de mi muerte.

 

 

 

EL ENCUENTRO

 

Y amigo hay más conjunto

que el hermano.

 

Proverbios XVIII, 24

 

 

Yo sabía

que estaba entre tus manos

el humilde racimo,

mi patio del aljibe

y un trompo que tuvimos

en la misma calle

con distinto nombre.

 

 

Cuando perdí mi cometa

en una nube

te busqué a mi lado

sin hallarte.

 

 

Estás ahora,

rodeando este vaso

donde tiemblan las flores

de mi oculto jardín,

la tarde polvorienta

con cantos de aguateros.

 

 

Vienes o vas

desde el poema amargo

que cae de tu esqueleto.

 

 

Y al final de tu sombra

te diviso,

llegando,

oh hermano rezagado,

a mi infancia de pueblo,

cuando todo era mi caballo,

un álamo desierto,

y a lo lejos

el río de los pobres.

 

 

 

 

 

 

 

EL INSTANTE

 

Como la sombra

de ayer, oh viva luz ceñida,

visitante de gris esta mañana,

toco un sueño de ídolos secretos.

 

 

El rostro avanza

entre los húmedos diamantes

y sorprende la ley de cada día

sobre el pan, en intactos manteles,

en las viejas maderas.

 

 

Salgo. Saludo a mi vecino.

Beso la frente de mi pequeña amiga.

Me llega como un grito

el olor de las cosas.

Pero aquí llevo,

mordiéndome con dientes sigilosos,

aquella blanca luz sobre las sienes.

 

 

Duramente me dice

que todo es un instante

en la voz de la niña,

en los rojos viñedos

y en los números cinco de mi puerta.

 

 

 

PIDE A DIOS QUE OIGA

SU QUEBRANTO

 

 

Cada día

quiero a muerte la pelea,

golpear la luz, la sangre.

Despierto,

verme morir.

Desde mi sitio herirme

y a toda prisa consumir la frente.

 

 

Si me busco,

hasta en la piel quedarme.

Oír de lejos la ventura

y sonreír algún indicio

de esperanza.

 

 

Pero no hay nadie.

Oscuridad tendida.

Sobre las manos pasa Dios

sin escucharme.

No me oye con la sien herida.

 

 

Es El.

La voz perdida.

Luz cuando llega.

Vida. Palabra.

Gozo puro.

Abreme, Dios,

la roca de agua viva.

 

 

 

EL POETA OYE LAS AGUAS

DEL TIEMPO

 

 

Noche del mar.

El Tiempo aquí en la arena

aúlla como un perro de muerte.

 

 

Oh Tiempo,

líquida espesura,

buscando el breve aliento de mis huesos,

aprendiendo su río de blancura

amorosamente,

para el último día.

 

 

El monte con sus pulsos vigilantes

y las sombras

de aquel humano cobre,

también me pierde

entre sus números cautivos.

 

 

Son las aguas del Tiempo

que ahora escucho.

Me despertarán un día

entre aullidos del perro,

mar de siempre.

 

 

 

CARNAVAL

 

 

El tango llega al río

hundiéndose en la noche

y el corazón se pierde

entre duros silencios,

en el encuentro

de sus fieles dolores.

 

 

Suena el tambor

entre los paraísos

y a lo lejos las islas

despiertan sus gargantas.

 

 

Nunca terminará

el pan del sufrimiento,

este andar por las calles,

días,

años,

sintiendo

el ardimiento de los sueños

y saber

que hasta el cielo nos duele

como la sombra

que ayer amamos.

 

 

Dice el tambor

sus oscuras palabras.

Tango y tambor

se pierden en la noche

mientras pasan las aguas.

 

 

 

REQUIEM PARA UN AMIGO

 

 

A Faustino de Mello

Serán ceniza, mas tendrá

sentido; polvo serán, mas

polvo enamorado.

 

FRANCISCO DE QUEVEDO

 

 

Sucedió

como decíamos aquella tarde.

¿Recuerdas?

Todo pasa en un instante junto a nosotros;

no miramos la hoja que cae,

el pájaro muriendo a nuestro lado

o la rosa que abre su ternura.

Sabemos en silencio

que somos una hoja, un pájaro,

una rosa,

un viento,

un minuto,

la raya que trazan en las paredes,

ciertos niños,

al salir de la escuela.

(Tú lo sabes bien.)

 

 

Aquí estoy, en la mesa de siempre,

donde solíamos

jugar a los fantasmas al sol de mediodía.

Aquí estoy, hablándote de América,

de una nube, de un sueño, de unos ojos,

de un texto inocente,

de los años que pasan.

(De pronto brillaban los dardos

de tu leve ironía. )

 

 

Te has ido sonriendo,

burlándote un poco de nosotros,

de la hoja, del pájaro, de la rosa y la nube

 

 

En la tarde lluviosa

tu sonrisa nos dijo

la historia de tu Tiempo.

Pero aún no comprendemos.

Estamos aquí, los tuyos, sin palabras,

palpando las espumas:

se nos cayó un anillo en el mar

cuando tú sonreíste para siempre.

 

 

 

A UNA MUCHACHA DESCONOCIDA,

QUE DICE, VIO

 

 

Quisiera volver

a una mañana de lluvia

en esta ciudad de afán y lunes.

Volver al jardín invisible,

con un pequeño cielo descendido.

 

 

En la esquina los párpados de vidrio

tocaban la ilusión de yeso vivo.

Entre ángeles vestidos de cordura

se había detenido el leve mundo.

 

 

¿Trigal mojado? ¿Viento rubio?

¿O espejismo

que apenas toca el día?

 

 

Por una hendidura en la tormenta

llegó soñando hacia lo inesperado:

la lluvia en el cabello,

y en su vestido celeste

un temblor de laguna.

 

 

Cesó la lluvia.

Arriba el sol

y entre las nubes,

Dios en su azul.

Miré la esquina.

Aquel pequeño cielo ya no estaba.

 

 

 

CANCION

 

 

Herí de muerte

tu paloma

sola.

 

 

Quise darte el agua,

astro girando,

pero te di la sed

entera.

 

 

Un nombre

te enseñé

cantando

mientras dormías.

 

 

Ahora

la música se apaga

y te vas herida.

 

 

No sabes dónde,

sola

y llorando.

 

 

 

LA LUZ DE AYER

 

 

Será un día el fragor

de la sed y la manzana

creciendo

a nuestro lado.

 

 

Y pasaremos en silencio

mostrando

un vencido color indiferente.

 

 

Lentamente caerán

las hojas de nuestros gestos

llevándolas el viento.

 

 

Pero sabed:

tendremos un consuelo

si en la noche miramos

el fulgor de los astros

que suben de nuestro corazón.

 

 

Será una luz de ayer.

Como un diamante derramará

el arco iris,

la hondura de los días pasados,

la perfección de nuestros ojos

al mirar los caminos que cruzamos.

 

 

 

OTRO NOVIEMBRE

 

 

Es en vano buscar el sitio

de las piedras doradas

o el largo corredor

con sus pasos llamándonos

como si fuera ayer en nuestro pueblo.

 

 

María ha muerto

a la sombra de sus higueras

y el gallo se hizo espectro de oro

sobre el cerco de madreselvas.

 

 

Buscad el mismo grillo

en el regazo tibio

cuando el día era una dulce flor

en movimiento

y las palabras

descubrían el mundo.

 

 

Juan no sabe que aún le veo

sentado en su banco de pino

aunque polvos y lluvias

le midan su silencio.

 

 

Noviembre funeral y estamos todos.

Les doy la mano, les sonrío.

Pongo el vaso de tinto y la botella.

Repartan cartas nuevas, mis amigos,

que yo seguiré jugando por vosotros.

 

 

 

LA CIUDAD

 

 

Camina el hombre sin cesar,

pisa la sombra

-una lágrima de todos-

y se esconde

sin saber que suya es la noche

y para siempre.

 

 

Pasa la ciudad

con dardos de grises vientos.

A mi lado

un hombre enseña sus llagas.

Somos todos

los que en silencio

mordimos su esqueleto.

Eran de sangre los párpados heridos.

 

 

Cruza un caballo desbocado.

El muro tiene letras,

promesas, hambre puesta,

esperanzas

ahogadas en la imprenta.

 

 

No hay nadie.

Nadie.

Tú estás solo.

 

 

Es ahí donde el caballo se detiene.

 

 

 

EL POETA SE MIRA EN LAS AGUAS

Y NO SE VE

 

 

Aquel día

con aire de los muertos

yo sorprendí una voz entre las piedras,

una voz de naufragio

hablándole a un juncal en crecimiento.

 

 

Después de la obediencia,

cruz de nieve,

los primeros espejos temorosos

y un pez ciego

indagando en la líquida corriente.

 

 

La piel se hizo refugio de preguntas

y las alas tocaron

los párpados dulcísimos.

Vivíamos el tiempo memorable.

Desierta fue mi orilla

con su rostro de blancos caracoles.

 

 

Ahora es que pregunto

por aquella guitarra entre los sauces.

Y nadie me responde.

Me miro en la oscurísima corriente.

No me veo.

 

 

Otras aguas llevaron sus espejos

de pájaros y sueños.

Estatuas rotas y canciones fueron,

lejano cielo nuestro

que al despertar lloramos para siempre,

oh fiel hermano mío.

 

 

 

EL VIENTO

 

 

El viento!

Escúchalo, desnudo azul,

oh luz pensante, fría red.

El viento!

Llega, oye, se apaga.

 

 

El viento

abre sus alas

sobre las páginas del libro,

cruza el rostro de Goethe,

y sube al campanario

derramándose azul.

 

 

El viento

se ha ido de las letras.

Dejó manos y párpados,

dejó nombres secretos.

Se ha ido de tu voz y de mis ojos.

 

 

Ahora, tú, hombre,

oh dios sufriente,

invéntalo,

búscalo en las aguas.

Ciégate.

Tú sabes que no ha muerto.

 

 

 

DESPEDIDA

 

 

Me voy.

Pero algo queda de mí.

Cuando llegué todo era el desierto:

ni una hoja, ni un nombre.

Sólo tinieblas y silencio.

Me instalé como un fantasma

escuchándome ciego.

Sobre estas cuatro paredes

colgué mis escudos,

mis pájaros heridos,

el viento que andaba entre mis brazos.

 

 

Y el tiempo pasó con sus relámpagos

sobre mi corazón

hasta que los otoños llegaron

deslizando sus hojas bajo mi puerta.

 

 

Eran mis aguas con sombras y raíces.

Como sueños

crecieron mis torrentes,

los astros abiertos del rosal,

el verano que llegaba

sitiando granadas en la arena.

 

 

Me voy.

En las paredes queda mi rostro

para siempre.

 

 

Canta mi corazón

con sus lágrimas secas.

Todo está habitado.

Pregunto a los rincones.

Mi rostro está escrito en las paredes.

Las paredes me sangran en el rostro.

Son las cinco de la tarde

y hago el inventario.

 

 

Anda un niño

sobre la breve noticia de su llanto.

Allí está el oso de sus diálogos

porque él también sueña

como un pequeño aprendiz de solitario.

 

 

Vamos, amor, que ya es muy tarde.

Vamos, hijo, con tu oso marchito,

balbuceando.

Denme la mano.

Pronto habrá un umbral para nosotros,

un trigo nuevo,

una tierra para nuestra fortaleza,

el viejo río que dejamos,

un árbol del huerto prometido.

 

 

 

 

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