POETAS DEL URUGUAY

GENEROSO MEDINA LUZARDO  (1922-1974)

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POESIA 

DESLUMBRAMIENTO

(pasión de América)

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GENEROSO MEDINA

 

DESLUMBRAMIENTO

 

(PASION DE AMÉRICA)

 

SEGUNDA EDICION

 

 

 

INSULA - MADRID, 1956

 

 

 

 

 

 

Copyright 1955 by GENEROSO MEDINA

Impreso en GRAFICAS ORBE, Padilla, 82, Madrid.

 

 

 

A mi madre.

A mis humildes muertos.

 

 

 

I

 

HAGASE LA LUZ

 

 

 

DESLUMBRAMIENTO

 

I

ESTA es la hora primera.

Nada puede ya detener mi mundo.

Soy una ráfaga que lo lleva todo.

Una tempestad de música.

Mi corazón canta.

Mi pensamiento canta.

Mi pecho te recibe.

En mí naufragan los astros

o estallan hacia la eternidad

en las centellas de mi cielo.

 

 

Soy el huracán.

Y Tú,

la tierra que lo resiste.

Tú, el refugio.

Tú, el espacio donde mis mundos giran,

Tú, la órbita.

 

 

Tus brazos

las órbitas de mi tiempo celeste.

Mi cielo truena, relampaguea,

estalla sobre tu corazón,

sobre tu vida, en tus entrañas,

en tus abismos de sed.

 

 

Mi cielo es a muerte:

todo lo lleva; todo lo exige;

todo lo sea y todo lo destruye.

¡Yo he vencido la muerte!

Mi palabra sangra de la vida.

Mi canto se levanta de la muerte.

Ya nada nos duele.

Sólo la música nos lleva.

Nos ata.

Nos quema.

Nos alza del océano.

Nos consuela.

Nos crea.

 

 

II

Aquí estoy,

sobre el océano del mundo.

Como en la profecía del león

con alas de águila,

rugiéndonos el tiempo.

Como el oso de las tres costillas.

Como el tigre

que surge de los mares

con cuatro alas creciendo de su lomo.

Como el monstruo

de los dientes de hierro

que todo lo desmenuzaba con sus garras.

 

 

Mi corazón es el Norte.

Mi piel es el Sur.

Mi frente es el Este.

Mis plantas el Oeste.

 

 

¡Todo está en mí!

En mí vive el primer hombre.

 

 

Soy el sollozo del niño que nace.

En mi canto está la música

que llevaste

como una estrella ciega.

En mí están los lagares del mundo,

los viñedos de la humanidad.

 

 

En esta mañana yo siento los siglos.

Muertos o venideros.

Siento los sucesos del año tres mil.

Los abrazos que se darán

los amantes enardecidos.

Quiénes nacerán, quiénes morirán.

Ahora soy la humanidad.

Soy el amor.

El amor de los siglos.

 

 

III

Canto.

Y te amo.

En ti amo al mundo.

Por ti entiendo

el bramido de los ríos,

deliro con los vegetales ardiendo.

También oigo los atabales de América,

la noche indígena,

los testigos de piedra.

 

 

Siento los enigmas.

Tiemblo por la paloma,

por el insecto que nadie conoce.

Pregunto por el náufrago,

por el capitán que se suicida.

 

 

Tú estás conmigo.

Aquí se enciende tu corazón.

Aquí se descubren tus rubores.

Tus soles.

 

 

Me habla la humanidad.

Sostengo el nacimiento de sus ríos.

Siento la humanidad

porque yo soy la humanidad.

 

 

Mírame:

Tengo la razón del Amazonas.

Mírame:

Tengo la sien del Aconcagua,

las vísceras del Niágara.

Oigo a todos.

Ellos me nombran.

Los amo. Son míos.

Ellos me reciben.

Creen en mi música.

Estaba en los siglos

y los siglos la trajeron.

La trajo el mar y el árbol.

La luz de una lágrima.

O la sombra.

La trajo el mar.

El mar de tu amor,

porque tú eres también la humanidad.

 

 

Ahora estoy a solas

con tu amor y tu corazón.

Aquí nace el mundo.

 

 

Esta es mi hora.

¡El deslumbramiento!

Tenía que ser.

Tenía que llegar.

Tenía que estallar.

¡Y tenía que llamarme por mi nombre!

 

 

 

 

LA LUZ ME RECONOCE

 

I

ESTA es la hora segunda.

La Tierra, mi Tierra,

sale de las tinieblas.

La noche se hizo fuerte en los abismos,

esculpió las estrellas,

protegió los desiertos,

amamanto las selvas,

cayó sobre las ciudades,

sobre los rascacielos

con pensamientos de acero,

Se hizo madre para los hombres

que palpitan, gimen,

andan, lloran y sonríen.

 

 

La noche ha salido de los ríos

con estremecimiento de légamos y peces;

ha salido de los mares

con procesión de medusas,

con estallido de tiburones hambrientos.

La noche salió de los campos de batalla.

La noche salió de todos los fríos,

de los volcanes,

de las trombas marinas.

La noche salió de las caricias.

Creció silenciosamente

en las hiedras de la muerte y el amor

La noche huyo

de las habitaciones del mundo.

 

 

II

¡Es el día!

Un día verde

con pulso de nubes y rosales,

llovido de cielo azul.

Es un día que suelta sus palomas

sobre el pecho del universo.

¡Es la luz! ¡La luz! ¡La luz!

Entra en mis sentidos.

Me pregunta por tu nombre.

La luz hunde en mi pecho

sus señales de fuego.

Interroga, mirándome.

Baja por mi cuerpo,

me ausculta.

La luz me reconoce.

La luz en mí se reconoce.

 

 

Mírala, óyela, padécela, sonríela.

Tú estás en ella, amor.

Tú no eres tú.

Mi poesía te ha destruído

para crearte.

Tú no eres la que naciste.

Ahora tienes la revelación

del Universo.

Tienes las palabras

que se alzan de mis abismos.

Por ti soy.

Tú me padeces, tú me unes,

tú me alumbras.

Y tú me nombras, América,

en el sol,

en el aire,

en el fuego,

en el agua,

en el polvo.

 

 

III

¡Es el día!

El día del mundo.

El día del amor.

 

 

Por primera vez América

es una flor ante mis ojos.

 

 

Porque ahora los astros

se encienden en mi pecho.

Porque para siempre es la revelación

de la forma, del color, de la luz...

¡Es el día!

Canten ahora las gargantas del Universo.

Sus entrañas, sus edades

donde el hombre se hunde

como una hormiga oscura.

 

 

¡Ahora que la luz es el amor!

Ahora que mi fuego

es el querer del mundo.

Cante ahora la pasión de América

con mi cuerda vocal de estalagmita,

pampa y sabana en soledad cobriza.

 

 

Cante América

con su viento de selvas y llanuras.

Canten sus cordilleras.

Encrespen sobre mí su airón de nieve.

Hagan ronda sobre mi frente

los cóndores, las águilas, los aluviones.

Cante América.

Canten sus mares

en la tibia pastura de esmeraldas.

Canten los ríos, los lagos,

las cataratas, los témpanos

donde el frío se desnuda.

Me lleven.

Estallen.

Me conduzcan a Dios.

Me pierdan en el tiempo.

 

 

¡Hoy es el día!

Cante y que el sol en mi garganta

dore el Universo.

Nazca, muera, resucite en el canto.

El canto es la eternidad del mundo.

 

 

 

OH TIERRA, TIERRA MIA...

 

I

ESTA es la hora tercera

Mi tierra va a nacer.

Y yo voy a presenciarla.

Las tinieblas pierden la guarida,

el pulmón de la eternidad.

Son vencidas

por el fragor del mundo que nace.

Siento la lengua de los vientos

desnudándolo todo,

rugiendo por primera vez

sobre la luz del mundo.

 

 

Todo está ardiendo.

¡Oh las vírgenes estatuas de ceniza!

El fuego estalla, irrumpe, conmueve,

se huracana, muere, renace,

lo inunda todo y todo lo lleva.

Los cielos crecen.

Los astros crecen.

 

 

No hay dolor.

No hay risa.

No hay muerte.

No hay máscaras.

Los abismos se abren.

El mar respira.

Rugen las aguas

y acarician los tiempos del mundo.

 

 

Es el fragor.

Es la tempestad de fuego

que estalla hacia los cielos.

En una chispa está mi corazón.

En una brasa está mi pulso.

En una ola se forman mis arterias.

 

 

¡Los árboles naciendo!

¡Ya la forma del árbol!

Me introduzco en sus ramas.

Me introduzco en la hierba.

Siento mis raíces.

Soy un acto germinal,

el trimestre de cantos

con ardor y agonía.

 

 

Nace el número,

se arrodilla, se levanta.

Nace la cantidad,

se perfila, se estremece.

¡Oh inventario de hojas!

Ya se irisan escamas en las aguas

y un huracán de pájaros diviso.

Ya se debaten los lentos animales.

¿Quién los crea?

¡Están deslumbrados!

Recién nacen, comen,

se abrevan en las aguas vírgenes.

 

 

Allí viene el reptil de las penumbras,

el batracio, el ofidio que venero.

Allí vienen

los humildes insectos palpitantes,

los testigos del hombre.

Los testigos de la tierra y la hoja.

Ellos hurgarán mi piel

en el festín último.

Ellos inaugurarán mis cenizas.

Caminando por mis ojos

y mi boca,

llenarán mis manos.

 

 

Y confundirán

mi esqueleto con un árbol.

Y árbol seré, hoja seré, río seré,

polvo seré, número con alas.

 

 

II

Las aguas cantan mansamente.

La luz se acostumbra a ser luz.

Las tinieblas comparten

las entradas, las fuentes,

las horas de mi reino.

La vida está creciendo.

Es el vencimiento de las aguas.

Y se nutren las cifras de la nieve.

 

 

La tierra reposa exhausta.

Alguien la ha poseído, creándola.

Se mira en ella.

La tierra tiene los muslos ensangrentados.

Está jadeante.

Sangra por la herida.

Pero la tierra está creciendo

por su herida.

La tierra se está descifrando

en el último retoque,

Está inaugurando los lechos del mundo.

 

 

La tierra ya me contiene,

te contiene, nos contiene.

La tierra nos trae

en sus noches de oro,

de carbón y de acero.

Nos conduce

en sus arterias de petróleo

y gime estremecida por nosotros.

 

 

 

CANTO AL URUGUAY

 

 

AQUI nace mi tierra.

Respira en la total dulzura.

Ya me oigo crecer en su latido.

Su pulso es el sol de las edades.

Verde su cuerpo y su mejilla oscura.

Me acerco a ella como un río niño,

y van saltando peces en mis manos

desde la blanca herida de la luna.

 

 

Aquí los sauces por mis dedos bajan,

verde llovizna en la inicial sonrisa.

¿Quien abraza mi tierra?

¡Oh ríos! ¡Oh amantes azules!

Con serpientes de agua

besadle la cintura virgen.

 

 

Vengo a la sombra de los bosques tibios,

río y jaguar que entre mis manos guardan

carne del cielo en la mirada hambrienta.

Hirsuta y verde piel de mis cuchillas

perfumando torcaces amorosas.

Resplandor de churrinches en verano,

soledad de los teros vigilantes.

¡Patria le nombra la dulzura nueva!

La luz del árbol

se cuajó en el fruto.

¿Quién eligió esta forma

para la flor de ceibo

que alumbra la mañana con sus labios?

 

 

Cerros y sierras,

montes oscuros,

viento de aromas por la tarde niña.

Temerosos arroyos van corriendo

y esperan rubios la ritual majada

y el fragor de los potros relinchando.

Tierra que aguarda mineral vacada.

Y allí está el mar.

Surco de espuma y la aventura agreste,

boca del tiempo

con dientes de esmeraldas.

Pezón ardiendo entre las manos blancas

de un atlántico amor empurpurado.

Visten las playas su dorado lujo;

silencio exigen

con la piel desnuda.

 

 

Y van zorzales cruzando las llanuras,

azul primero,

aire de abril

que inunda el campo de frescura ilesa.

 

 

Esta es la tierra que me está mirando.

Párpado azul sobre el cordaje tengo,

porque ya la guitarra le crecía

antes que la guitarra le naciera.

 

 

 

II

 

LUZ DE MI SANGRE

 

 

 

ODA INDIA

 

 

I

ESTA es la hora cuarta.

Un soplo en la eternidad.

No puede ser representado

como la distancia a una estrella.

No hay años de luz.

No hay sol ni luna llena.

No hay planetas que lo sientan.

Marte está solo.

Es un ojo testigo del espacio.

Venus es una estatua

que alimenta con su leche

las tinieblas.

Crece con el viento de la madrugada.

Orión la mira.

Urano la desea, la precipita,

la padece, la quiere para sí.

 

 

II

Oigo mi antigua piel,

oh cobre, rostro mío.

Fuí el oscuro habitante de las aguas,

cuando la vida era una canoa,

una flecha, un arco,

una isla de tiernos sarandíes,

un crespo rubí de cardenales,

un fuego de ñandubay,

Vi el relámpago tenue de calandrias

en los ojos del viraró,

la miel que iba cayendo

de las venas del guayacán.

 

 

Mi piel oscura

ardió en el pez de los estíos,

en el salto amarillo del dorado,

en la plata lunar de surubíes.

Mi piel oscura,

herida en flor de ceibo,

como un rojo suspiro

de las siestas de mis ríos.

 

 

Yo anduve descalzo

en las quebradas,

mojando mis cabellos en la noche,

perdido en sombras,

encontrado en sombras,

nacido en sombras

y entre sombras muerto.

 

 

Hundí mi carne

en el costal del tala;

hice un hoyo de luz con las estrellas

y me encendí en los ríos de la muerte.

Yo amasé con mi sangre los espacios.

Nada escribí sobre la piedra,

sino que fué mi letra de la espuma.

 

 

Mi voz anduvo entre los vientos del Oeste.

Mi hosca soledad

se hundió en los montes.

Sólo la noche con párpados cerrados,

Aquí aprendí a pensar para la vida,

Aquí aprendí a pensar para la muerte.

Nada quedó de mí.

La flor sombría penetró en el tiempo,

en el espacio nada mío.

 

 

Sólo tuve canción para los bosques,

y entre las sierras

hundí mi pecho como un sol atlántico.

Fué una noche feliz.

Miré el océano.

Conmigo nació la primavera.

Conmigo y en mí se abrevaron los eneros.

Sólo el tiempo de ceniza y humo.

Sólo la muerte por mi sangre oscura.

 

 

Yo fuí del puma

su testigo hermano.

Yo del reptil amé su encrespadura.

En mí cantó la tierra con sus fauces,

en mí la tierra se encendió

de asombro.

 

 

Sin saberlo,

América estaba en mi silencio puro.

América descalza,

en la penumbra de mis fuegos

también se tendía para amarme.

Sembré los ríos,

el espasmo vegetal del Amazonas,

la dulzura del Plata,

tras su marina máscara de sales.

Era la blanca contorsión del Ande.

Era mi primavera.

Penumbra y primavera de mis astros;

la ritual primavera del silencio.

¡La voz del ceibo por mi frente oscura!

 

 

 

 

ELEGIA DE MIS MUERTOS

 

Apocalipsis, XXI, IV,

y XXII, II.

I

ESTA es la hora quinta.

Ya oigo nacer el canto de mi sangre.

Viene pecho arriba,

tierra arriba,

creciendo en los huesos y en la carne,

como un aluvión que me desnuda a muerte.

Yo le oigo venir

como un clamor lejano,

desde los túneles del tiempo.

Aquí en mi piel están los números antiguos,

Aquí en mi piel están los ojos de mis muertos.

Sus ojos apagados

que cantan desde el polvo

por mi boca.

 

 

En mis pasos, sus pasos florecidos,

sus pasos perdidos en el tiempo;

su andar descalzos por la tierra dura,

verter el llanto sobre piedras negras,

huír a prisa por escarcha triste,

quebrar rocío

con el hambre a cuestas,

secar las rosas

con el vientre hundido.

 

 

II

¡Todos están en mí!

Yo siento a los que antes fueron

por mí y en mí la desventura.

Si yo hundí mis palabras

en el tiempo.

Si yo canté en sus bocas congeladas.

Si mi pulso es la antena de sus pulsos.

 

 

¡Vienen a mí!

Son todos los seres de mi sangre.

Son mis humildes muertos.

Los abandonados

en luto de cuchillas.

Los que a la guerra fueron

a empapar la carne en la divisa,

sembrando sus huesos por la tierra.

 

 

¡Les oigo venir!

Preguntan por mi vocabulario,

por la dirección de mi casa,

por el alma y rigor de mi poesía.

 

 

Aquí están todos.

Están los tristes

que sobre la piel del cielo

escupieron el llanto de la entraña.

Los que de la letra el alma no supieron.

 

 

III

Os nombro.

Os reconozco.

A ti, muchacho oscuro,

con tu carga de leña por el pueblo.

A ti, mujer de los silencios,

que comiste tu pan de servidumbre.

A ti, abuelo, que tu vejez erguiste

con un puñal caído del lucero.

A ti, caudillo,

que no le hiciste cabriolas a la muerte.

Tu nacer fue morir

traspasado de lanzas y heroísmo.

 

 

A ti, padre.

Y octubre diecisiete,

cuando quedaron solos tus caballos,

sin tu mirar de jinete agradecido,

perdidos ya tus símbolos agrarios.

A ti, Francisco,

con tus paisajes quebrados

en la mitad del sueño.

 

 

Os veo a todos,

sentados a la mesa sin pan,

en un día de pájaros y aromas,

junto al parral transido de ceguera.

Veo a todos, descalzos, hambrientos,

tiritando,

sintiendo la tierra

con los pies heridos.

Sólo vivir la espera

y el gemido.

Sólo el tiempo

sobre el pecho mudo.

 

 

Están como una espuma en mis torrentes.

Están en mis tejidos,

como espejo de todos

los que por mí llegaron y se fueron.

 

 

A ellos canto.

Entro en los recintos de sus hiedras,

Y les despierto con un "levántate y anda".

Les palpo con mi voz y mi cayado,

les pronuncio palabras al oído.

¡Venid a mí, todos, míos!

Los que padecisteis

hambre de justicia.

Los que entrasteis desnudos

en la muerte

porque el negro jinete

os esperaba.

 

 

Venid a mi, oh seres míos,

desde la piedra que la luz no toca.

Venid a mí,

los que llorasteis un llanto

para las oscuras larvas del olvido.

Los que comisteis

un mendrugo con usura.

Los que tomasteis agua

sin la voz del cielo.

Los que plantasteis trigo

y creció espina;

los que amasasteis el pan

y os fué de acíbar.

 

 

IV

¡Venid a mí, oh, seres míos!

Por el río despierto

de este mirar rasgando las tinieblas,

de este oír la cortina de los templos,

que os saca del silencio

y os incorpora al estallido

de mi luz derramada

por un extraño que vino de repente.

 

 

Tal vez vosotros,

oh seres míos,

las pisadas seguís

del caballo amarillo.

Os aguarda la mujer de sol por nombre propio.

Usa llanto y gemido,

la luna a sus pies,

y la frente por doce estrellas coronada.

Ella os indica la ciudad de oro:

tres puertas al oriente,

tres al mediodía,

tres al norte

y tres hacia el poniente.

Oh entradas de amatistas y berilos,

umbrales de sardónica y topacio,

dinteles de zafiros y esmeraldas,

muros de jacinto y calcedonia,

fundamentos de jaspe y crisopraso

y al final doce perlas transparentes.

 

 

¿Y qué del mar de vidrio

y limpio río?

¿Qué del árbol blanco de los justos?

¿Qué del coro donde está mi nombre?

¿Qué del león iracundo con sus siete sellos,

zarpa de amor y séptimo en el trueno?

 

 

Dadme noticias:

"Y comerán del árbol de la vida

y sus doce frutos."

¿Qué de las blancas vestiduras?

«Y no habrá más lágrimas

porque limpiará las lágrimas

de los ojos de ellos,

y la muerte no será más.»

«Y no habrá más noche.»

«Y no habrá más llanto

ni clamor, ni dolor,

porque las primeras cosas

son pasadas.»

Cuatro caballos

se desbocan con vosotros

hacia la oscura puerta de los siglos.

 

 

 

V

¡Venid a mí!

Vestid vuestro esqueleto

con hojas y luceros,

y pájaros y trigos

y ríos de frescura.

Poneos vuestro lujo

de tiendas silenciosas.

Alzad las manos blancas

de hundirse en tanto sueño.

Alzad la frente blanca

creciendo en tanta nieve.

 

 

Poned en mi cintura

vuestro puñal de asombro.

Saciadle a este minuto

la sed de sus preguntas.

Oídme, todos, míos,

la voz, carnal ventura

de estar junto a vosotros,

hablando desde el tiempo,

tendiendo un lino nuevo

para los panes tristes.

Ya beso vuestras manos

con este tiempo mío.

Ya toco vuestros rostros

con el poema ardiendo

y llamo por el nombre

al que me siente suyo.

 

 

 

 

EGLOGA DEL NIÑO

 

I

EN mi garganta residisteis.

Miradme ahora que me encuentro niño,

calle Solís y once treinta y siete.

Era la choza que del barro hicisteis,

con un pajar de sangre

y con horcones

que son vuestro esqueleto numeroso.

Miradme ahora,

los que fuisteis a la muerte solitarios,

naufragando entre las viejas aguas.

Miradme ahora desde vuestro sitio,

andar a tientas por los campos míos.

Tengo una golondrina azul

sobre los ojos.

De mi corazón van cayendo las estrellas

que irisan los intactos surcos

de mis primeras tardes con gorriones.

 

 

Ved mis mañanas con manos jubilosas

quebrando ojos de escarchas en las tinas,

pisando a solas la crujiente helada,

rogando al sol por la caricia tibia,

si enemigas las nubes,

ponían en mi carne

como fría camisa el desconsuelo.

 

 

II

Anduve triste como un niño solo

que apenas muerde

el fruto que le toca.

Del viento yo entendí su resonancia,

su lento idioma por el pecho mío,

las tardes hondas como un pozo duro

donde caían los higos sollozando

letras de azúcar

y óvalos de sangre.

Voy a cantar el tiempo de los duendes.

Voy a decir ahora cómo anduve.

 

 

III

Las noches de las ranas me vestían

con caricias de agua y de misterio,

y en mi prisión de paja

me arrullaban

para oírme a la vez, secretamente.

 

 

IV

¡AY de las tardes largas junto al río!

Como un ciempiés azul eran los trenes,

mientras tendido ente los pastizales

cruzaba el mundo por mi pecho herido,

abierto en blanco y por amor tocado.

 

 

V

Y aquel poniente de oro entristecido,

pulmón de manzanilla y hierbabuena,

con humos de chozas fulgurantes

y amigos que se iban dispersando,

entre rojas neblinas del crepúsculo

y aleteos de hornero enamorado.

 

 

VI

Aquellas tardes

donde por mí lloraba

el cardo azul con sus mejillas secas.

Y una majada sin pastor ni día

su luz nevaba hacia los cielos míos.

 

 

VII

Y el aullido del viento

en las ventanas

trayéndome nocturnos habitantes,

negro caudillo de las aves negras,

roce de alas y señal de lutos.

 

 

VIII

Testigos de las horas

siempre mías:

aquel cañaveral entre los vientos,

la humilde higuera

que sangraba estío,

Y aquel jardín con ojos padeciendo

las siestas amarillas del ciruelo,

la vigilia de blancos crisantemos

o una doncellez de madreselvas.

 

 

IX

Qué de las noches persiguiendo grillos,

tutela musical de los jardines.

En caminos de risas y malvones,

qué enorme grillo el corazón oculto

contando su hechizo a las estrellas.

De los oscuros ríos de la noche

desprendí pedrerías de luciérnagas

para esconderlas en pequeñas manos,

joyas de Dios tras los cristales niños.

Corazón entre ráfagas de octubre,

mis cometas felices.

Corazón en un hilo sin ovillo

volando hacia tu cielo siempre vivo.

 

 

X

Lluvia con lluvia

por mis calles eran,

manzana el rostro de la luz nacido.

Descalzo andaba entre los charcos tibios,

marino experto en carabelas blancas,

buscando ranas para apresurarlas:

salto más alto

y corazón mojado.

Era soñar con el morir lloviendo,

fiesta del cielo en mi rincón alado.

Sobre el cinc,

era la lluvia mi tonada.

Era dormir ya en pena si al regreso

de aquella lluvia y sueño al pecho mío,

tendido amanecía, mudo el cielo.

¡Qué tristes las goteras en los baldes!

Música que del techo iba redonda

para caer al corazón del niño,

como a una fuente donde le crecía

la eterna magia y el primer hechizo.

¡Qué misterio del cielo

con granizos

cuando golpeaba el rigor de mis ventanas!

En el patio, era entonces mi pobreza blanca,

era entonces mi soñar granado

por fríos caramelos de la altura.

Después el viejo sol.

Pasó la lluvia por la calle larga.

Goteaba el sauce de mi quinta en sueños.

Se fué sin alas mi palmera muerta

y bajo un cielo de hormigas voladoras,

quedó del niño el corazón temblando.

 

 

XI

También en cepas de colgados vinos

olí el frescor de la paloma al viento.

Allí la virgen de mantel dorado,

entre banderas de borraja y menta,

soltó sus golondrinas temerosas

sobre la piel en flor de mis manzanos.

Y en las tímidas frases del naranjo,

aliento y aguijón de los azahares,

cayó el rubor por alelí besado,

entre mirlos de asombro y tercería.

 

 

XII

Después el campo con su poncho verde,

poniéndome sus párpados de brizna

y su divisa azul

de toro y cielo.

Era el ganado en mi sonriente sombra,

mancha de luz,

gotas de noche y soledad mugiendo.

 

 

XIII

Allí la tierra al sol de mis eneros

con el ombú ritual, patriarca solo.

Viví el afán del hornero vigilando

sobre una arquitectura de esmeraldas.

Río de olores en el surco abierto,

dulce lenguaje de los macachines,

fragor de abejas, néctar de combate,

novia de luz con la cintura blanca,

redonda y suave por los trigos míos.

Eran las siestas del gorrión sin libro,

furtivas ratoneras, miel volando,

hebras de azul sobre los techos rojos

y una cierta pasión de toronjiles.

Allí mi eucaristía de corderos

y la brasa solar de los churrinches.

 

 

 

XIV

Pescador de los ríos y lagunas,

dialogué con sus garzas y calandrias.

Dormí en penumbras ebrias,

aguas cantando.

Era un soñar de oscuras tarariras

entre brazos de rubios sarandíes.

Barro y arena que mi piel tocaba,

pies que aprendían a vivir soñando,

pitangas del verano entre mis labios.

Mi boca era de licor y tierra.

 

 

XV

Allí diciembre

y su celeste niño,

doblado sol del girasol dormido.

Feliz andar sobre la tierra mía

hijo de aromas y ciruelos blancos.

A la sombra de los paraísos,

mi pecho era de sabiá llamando

sobre verdes cordajes florecidos.

 

 

XVI

Besé una joven de azúcar, la sandía,

corazón de los líquidos rubíes

que en las tardes sedientas se entregaba.

Mordí el durazno

y su panal colmado

por nectarino sol de terciopelo.

Vestí el olor de los maizales míos,

barbas de niño y su verdor temprano.

Aurea y barbada tu sonrisa era,

oh rey de labrantíos en verano.

 

 

XVII

Allí un estruendo de lomos y relinchos

maduraba la tierra por los potros,

potros blancos de leche,

potros tintos de noche.

Vientos les suben por las ancas duras.

Llamas les caen desde los ojos verdes.

 

 

XVIII

Oh mi niñez de milenario cielo,

costumbre azul donde me estoy oyendo.

Magia del pecho, paraíso mío,

cristal la rosa que no vive a prisa.

Guitarra fresca con frescor de copa,

tierra feliz para morir soñando.

 

 

 

 

TIEMPO DE AMAR

 

I

ESTA es la hora sexta.

La hora del amor.

El instante del mundo que late primaveras.

La sed de mis gargantas en verano.

Recupero mi voz.

La oigo de nuevo estallar

como un címbalo de fuego,

sobre la dimensión del mundo.

El pan solar está saliendo de mis huesos,

andando por mis vértebras crecidas,

llevándolo todo.

Es el huracán que se avecina

con la vida y la muerte.

Aquí cantarán los equinoccios,

las mareas del tiempo

en que me reconozco.

 

 

¡Vuelvo a padecerme, a recrearme

a redimirme!

Tomo otra vez mi voz.

La recupero única y nutricia.

Es el abismo que habla

y me dice: «¡Dilúyete!»

¡Es la voz del tiempo

que va a decírmelo todo!

 

 

II

Yo no soy yo

cuando canto la hora del amor.

¿Quién lleva mi mano?

¿Quién la estremece?

¿Quién está aquí surcándome la frente?

¿Quién me dicta la canción de los mundos?

Yo le soy fiel.

Le sigo.

Le oigo.

Le creo.

Aquí está Él.

El misterio de la creación.

La sangre del poema.

El dedo que mueve las órbitas celestes.

El dedo que se moja en los mares de la luna.

¿Quién pone este sabor en mi boca?

¿Quién anda en mi sangre padeciendo?

¿Quién me nutre?

¿Quién me acerca al borde de los abismos

para mirarme en el misterio?

 

 

Leo los abismos.

Descubro mi voz.

La encrespo.

Me descifro.

Me alumbro.

Esta es la hora del vino,

del vino que corre

por las vísceras de la tierra.

Vivo el instante de las selvas,

de los frutos,

el nacimiento del hombre.

 

 

III

Amor que tienes ahora

forma de mujer,

grito de mujer.

Ahora que vienes vestida con tu gloria,

con tu matriz del mundo,

abierta como la tierra.

Que vienes con tu abrazo de eternidad,

con tu clamor de sangre por los muslos.

Ahora que tiemblas

como la mar antigua,

Ahora que te tiendes y me nombras,

reconociéndome

Recién me reconoces.

Te has rendido al engaño.

A mi engaño que es la verdad.

Verdad única.

Verdad del mundo.

Verdad del árbol y la espiga.

 

 

IV

Yo llegué a ti

como un tigre con alma y con palabras.

Yo llegue a ti como un viento inocente

que te cercaba,

acariciándote suavemente.

Yo llegué a ti como una luz de niño

que balbuceaba tu nombre.

Yo llegué a ti como una música

que nadie había escuchado.

 

 

Corrí a tu encuentro

como un jugo diestro

que sabía las hojas de tu cuerpo.

En tus ojos oí la pregunta del Universo.

Vi cómo brotaban alas de tus miedos.

Vi cómo tus gacelas se perdían

amparándose en los bosques.

Pero yo te canté mi salmo de los abismos.

Te mostré mis manos

y en sus líneas leíste

el mensaje que para ti enviaban

los ríos de la eternidad.

 

 

Y fuiste mía.

En ese instante se estremeció la tierra.

Y un cielo huracanado,

con relámpagos de púrpura

inauguró nuestro misterio.

 

 

V

Estaba en ti.

Y cuando tú despertaste de mi música

entre tus brazos dormitaba un tigre.

Y oiste mi primer rugido.

Eras la tierra por mí,

eran los bosques por mí,

y tú el símbolo,

el manjar de la revelación terrestre,

para siempre.

Entonces mis dientes

se hincaron en tu carne,

y fué un estremecimiento

como del mundo herido.

Fué el sabor de tu cuerpo,

la sangre sobre la piel del tiempo.

Y nacieron los ríos caudalosos.

Y cantaron los vinos derramados,

los colmados lagares de la sangre.

Se hizo el mar con las sales de tu cuerpo

Eras la tierra.

La tierra abierta por el tigre herida.

Por cada uva de sangre que caía de ti,

al tiempo una garganta le nacía.

Por cada gemido de tu boca

maduraba la luz de las estrellas

cayendo hacia la tierra

como joyas de largos meteoros

 

 

VI

Y aquel viento inocente que yo era,

aquel frescor de jazmín en tu regazo,

aquella mano que bajaba lentamente

por tus ídolos míos,

ya en ti,

de pronto,

tempestad se hizo,

huracán que huracana sus abismos.

Y así te tuve en mi huracán envuelta,

sollozante,

manando primaveras en otoños,

creciendo los veranos del invierno.

Todo llegó con el maduro viento,

idioma de centellas y rocíos,

lengua de amor sobre la piel del mundo.

Un eterno sabor ibas dejando

cielo arriba de tu llanto,

fuego arriba de tu carne.

Las espigas, con relámpagos de ti

se iban dorando;

los manantiales,

con músicas de ti se descifraban

colmándose de cielos y arboledas.

Todos fueron a contemplar mi nacimiento.

Todos fueron a vivir con tu milagro.

¡La tempestad crecía!

El mar abría sus fauces

de sal y de gaviotas.

No se reconocía.

Se desangraba.

El mar moría.

Pero el mar nacía en ti y en mi,

sobre los siglos.

 

 

VII

Cuando llegué a ti como una luz,

yo te alumbré apenas, dulcemente...

«¡Oh, niño balbuceante!» - me dijiste.

Apenas sabia las letras de tu nombre.

¡Apenas te llamaba el pecho mío!

Eran mis labios dos gajos temblorosos

con un poco de luz y mucha sombra.

 

 

Y entré en ti,

como una luz que buscaba su destino,

que tocaba la voz del mundo

en tu sonrisa primera.

Tú dormías.

Sonrisa azul que el cielo me nombraba.

Y despertaste zozobrante.

¡Yo estaba en ti!

Mas no de luz.

Era de fuego.

Era el ramo que ardía entre tu carne.

Era el sol que alumbraba tus abismos

indagando las vertientes de tus ríos.

Las aguas del amor se convertían

en olas y vientos de palabras.

 

 

Y tú fuiste sol.

Alumbramiento.

Templo del sol.

Río de luz para la noche entera.

Andabas por las calles,

sobre la luz del día,

porque la vieja luz del mundo

encanecía, muriéndose.

Sólo tú eras la luz,

la razón del perfil

que se enciende en el pecho de los siglos.

 

 

VIII

Yo llegué a ti como una música

que nadie había escuchado.

Y una tarde,

soñando entre mis brazos,

perdiste el rumbo del primer sonido.

Y de pronto yo estaba en ti.

¡Estaba en tu corazón!

Era un río de música

despeñado por los ámbitos del mundo.

Toda tú eras de música que andaba.

Huyó el silencio de los montes fríos

La tierra estaba llena de tu música,

La tierra era mi pulso que cantaba

Y en ti las simientes germinaban

hacia los cuatro puntos cardinales.

 

 

 

 

 

SALMO A LA B0CA DEL UNIVERSO

(HORA SEPTIMA)

 

I

¡MUJER!

¡Estás tendida!

¡Como la tierra mía cruzada por las aguas!

Miro tu sexo.

Lo enfrento.

Lo desnudo.

Y le oigo como un mar que agita sus abismos,

que encrespa las letras de la eternidad.

Desde tu sexo

un ojo está mirándome.

No está solo.

Son millones de ojos

dentro de tu boca,

tu boca cósmica,

de tus labios que se hunden en los cielos

y reciben las lluvias,

las tempestades,

el relámpago,

el trueno y el granizo;

tus labios que detienen los eclipses

midiéndolos,

que palpan las flores de la luna.

 

 

Son millones de ojos.

Son millones de bocas.

Son millones de manos.

Son millones de clamores.

Son millones de agonías.

Es el crecimiento de las vidas.

Es el crecimiento de las muertes.

Oigo el fragor de las batallas

que se libran con zarpas de leopardos.

Oigo las estrellas

que poco a poco

van integrando los tejidos de mis antros.

Diviso las frustradas geografías.

Veo los mundos que murieron al nacer.

Vuelvo a las primeras horas del Universo.

Regreso a los árboles aullando.

Regreso a los insectos blasfemando.

Allí está tu sexo,

paciente, oscuro, doloroso,

bordeado por la noche.

 

 

Tú has desaparecido.

Te diluyes en ámbitos felinos.

Sólo queda tu sexo y su llamado.

Sólo queda su trueno y su relámpago.

Sólo queda la oscura enredadera

donde los siglos florecen

sus colores, sus idiomas, sus catedrales,

sus generaciones de blancos hierofantes.

Allí está tu sexo de mujer.

Allí está la tierra abierta.

Oigo el crujido de las constelaciones,

el grito del mar como secándose,

como quemándose en el fuego de los siglos.

Veo andar un niño ciego.

Veo cómo se triza una bandera blanca.

Alúmbrame con tu luz.

Alúmbrame con tus llamas

donde se enhebran rocíos amorosos

que giran en los vientos del abrazo.

 

 

II

¡Oh amor único!

Oh espasmo del Universo.

La tierra te posee

con pólenes fantasmas.

La tierra te inunda

de huesos cervicales.

Los húmeros te crecen

como prisas de trigo.

Las vértebras te cruzan

llorando hacia las noches.

No estás sola.

De ti caen los dedos

sobre la piel del mundo.

Redoblan los tambores

de los antiguos muertos;

piafan potros salvajes

que vienen de la muerte.

Hay órganos sangrando

las antiguas preguntas.

Hay rodillas con números

cubiertos de ceniza.

Hay manos sumergidas

en las montañas tensas.

Hay un tórax que sube

golpeando contra el cielo.

¡Oh sexo abierto!

¡Mar de la sal heroica!

Ya vas a revelarme

con verdores y nidos.

Ya vas a celebrarme

desde tu noche oscura.

 

 

III

¡Oh mujer!

¡Tierra mía!

¡Mundo mío!

¡Astro mío!

En tu sexo la eternidad

canta el canto de los astros.

Oh boca del Universo,

con ráfagas del tiempo,

con rostros y mejillas

naciendo hacia los soles.

Por ti,

mujer mía,

tierra mía,

universo mío,

giran asteroidales

los mundos del encuentro.

Por ti muerden mis pumas

los calientes racimos.

Y grandes peces blancos

en sigilo te siguen

por el río de amor

que corre de tus antros.

Tienes hambre del mundo.

En ti crecen y mueren

las cifras de la tierra.

Salí por ese túnel de misterio.

Anduve en ciegos mares

con aullidos astrales.

¡Oh sexo de la tierra!

¡Oh mujer!

¡Oh dios primero!

¡Oh tiempo mío!

 

 

IV

Ahora el ojo se incorpora.

Anda, se enfurece, se cierra,

se abre, se humedece,

llora, gime, blasfema,

sonríe, balbucea.

Ahora es todo mirador del cielo,

de un claro cielo que soñar no pudo.

Por el ojo cruzan, navegan, arden

las ráfagas del día.

Se incorpora un niño para siempre,

un tallo germinal,

una raíz erguida de las olas.

Ya es un rostro, un ay,

que viene entre las prisas de la sangre,

llorando con pulmón oxigenado

en una selva de hojas y tejidos.

 

 

¡He aquí la carne sollozante!

El aire se detiene malherido

por la primera noticia del misterio.

Atrás quedaron las noches solitarias,

guaridas del porqué, del dónde,

el cómo hecho angustia

de este ser no escuchado por la muerte.

 

 

V

¡Mujer!

¡Estás tendida!

¡Como la tierra mía

cruzada por las aguas!

Al fin yo te despierto

con monstruosas palabras,

como una sangradura

desde mi carne tuya.

Al fin yo te despierto,

con ásperos clamores,

con palabras amargas,

torbellinos del tiempo.

De tu beso y mi abrazo,

de mi cuerpo en tu cuerpo,

van naciendo los mundos.

y me hundo en tu cuerpo

para morir naciendo.

 

 

¡Mujer!

¡Estás tendida!

¡Como la tierra mía cruzada por las aguas!

 

 

 

 

 

5 de octubre. 1953.

 

 

 

ESTA SEGUNDA EDICION DE DESLUMBRAMIENTO

(PASION DE AMERICA), DE GENEROSO MEDINA,

VOLUMEN XXVI DE LA COLECCION INSULA,

SE ACABO DE IMPRIMIR EL DIA 11 DE

ABRIL DE l9S6, EN LOS TALLERES

DE GRAFICAS ORBE, EN MADRID,

BAJO LA DIRECCION DEL

POETA RAFAEL MILLAN

 

 

POESIA 

DESLUBRAMIENTO

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