POETAS DEL URUGUAY
GENEROSO MEDINA LUZARDO (1922-1974)
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POESIA
POESIA Y PROFECIA
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GENEROSO MEDINA
POESIA
y
PROFECIA
CON UNA ANTOLOGIA DE
CARLOS SABAT ERCASTY
CUADERNOS JULIO HERRERA Y REISSIG
luz". Pesimista, agrega que el volumen de versos "irá a compartir con otros miles de tomos, en los polvorientos escaparates nacionales, la gloria de no ser leído". Esta sabrosa afirmación del editor al presentar la obra, ya nos dice que en aquel 1917, el problema de la gloria de no ser leído, era tan actual como en 1957.ADVERTENCIA
¿Qué decir para justificar la publicación de estos apuntes escritos, al cumplirse los 40 años de la aparición de Pantheos, de Carlos Sabat Ercasty? ¿Admiración? ¿Homenaje? ¿Necesidad? ¿Revisión?
Es posible que se encuentre en Nuestras páginas la contestación a tales interrogantes. Pero desde ahora decimos que no hemos pretendido realizar un análisis estilístico y exhaustivo de Pantheos, sino labor de aproximación a un poeta para quien las palabras "son dolores que andan en el pensamiento". Acaso nos estimula a documentar el homenaje intelectual a Carlos Sabat Ercasty, la cotidiana evidencia de que el silencio y la extranjería -- que fue el pan de Rodó y de Julio Herrera y Reissig – no deben quedar impunes.
G. M.
Montevideo, noviembre de 1957.
En el año 1917 aparece Pantheos, obra primigenia de Carlos Sabat Ercasty, editada por Bertani, quien en una breve nota liminar decía: "He buscado un broche que cerrara dignamente esta mi primera etapa editorial. Lo he hallado. Pantheos es una joya que uno de los más jóvenes como valientes orfebres del verso acaba de cincelar. Me cabe el honor de haber alentado a su autor a darlo a
¿Qué traía Carlos Sabat Ercasty a la poesía uruguaya con su libro inicial? ¿Cuál era su dirección poética, estética y filosófica? ¿De dónde procedía su ráfaga lírica, su pulso creador, y hacia dónde se encaminaban sus afanes y su mensaje turbulento, abisal, debatiéndose en su yo prometeico, interrogando desde las oscuras regiones de la angustia física y metafísica?
Enfrentándose al eco modernista de Julio Herrera y Reissig, se entabla en él la lucha por la expresión de su esqueleto intransferible, la peripecia de hablar el idioma de su sangre y de sus pensamientos. Afronta todavía la magia musical del vuelo que irradiaba de la Torre de los Panoramas y en el primer poema de Pantheos "La esfinge", nos deja dos versos corroborantes: "el marfil indostánico de tus manos litúrgicas / la palidez aciaga de mis lirios de muerte". Pero Carlos Sabat Ercasty sabía antes de publicar su Pantheos que ése no era el camino para su poderosa creatividad, para el denuedo intuidor del Universo y el Hombre, del misterioso drama de la vida y la muerte, recreándose en el bosque de símbolos de los vivientes, desde el principio, cuando era el Verbo y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas, o si queréis, el espíritu de la eternidad se enseñoreaba en los abismos.
El poeta ya tiene su concepción personal de los fenómenos vitales. Como un acendrado e infatigable buceador en el mundo de las ideas, una frecuentación sabia, sostenida y analítica de las filosofías orientales, le lleva a poetizar en su propia existencia las verdades confrontadas en el duro aprendizaje terrestre. Y le empieza a nacer la verdadera voz, la palabra interior, el don de profecía que ejercerá durante la totalidad de su quehacer poético.
Abandona por natural proceso los lagos de ojos violetas y el perfumado ejercicio de los lirios. Sostiene una posición firme sobre la trascendencia cósmica del hombre y se define en acto de poesía.
Comprende que la vida se nos presenta como una interminable concatenación de visibles e invisibles metamorfosis. Y nos invitará ardorosamente, al espectáculo de los bosques, los ríos, los campos, las montañas, las piedras y los astros, para luego decirnos que todos los seres animados o inanimados obedecen al eterno número de las transformaciones. La vida se nos ofrece como una dinámica metamorfosis hecha de movimiento y de lucha. Es la síntesis del perpetuo fluir.
Por eso "lucha el mineral con su circunstancia de piedra y nace de esa lucha su interna armonía, lucha la planta por transformar en savia y flor y fruto los jugos de la tierra; lucha el animal, -- amiba, fiera, hombre -- por adaptarse, primero, a la circunstancia natural, y luego por someter a ésta a sus necesidades y caprichos". De todo ese infinito encuentro de entidades surge con diamantina precisión el verso pitagórico: "Un mismo ritmo mueve las almas y las estrellas". Ausculta, además, en toda su dramática dimensión, que el hombre vive asediado por sus problemas ontológicos, teológicos, teleológicos, y para ser más amplios, por los planteamientos axiológicos.
Centra su participación intelectiva en el ser debatiéndose en el mar infinito de la Naturaleza y la Cultura. Dice Portuondo: "Por Naturaleza entendemos el orbe de lo necesario e inconsciente, regido por leyes al parecer inmutables, donde el hombre se integra, vencedor a veces y en múltiples circunstancias, derrotado, a tientas como un ciego, a pesar de sus zarpazos contra el cotidiano milagro de la vida. La Cultura es el universo de lo progresivo y teleológico, que surgió cuando el hombre advenido persona sobre el simple individuo natural transformó y modificó consciente, voluntaria y progresivamente a la Naturaleza, descubriendo y aprovechando en la lucha contra sus implacables resistencias, las posibilidades permanentes de superación que ella le brinda en forma de valores. Pero el hombre no siempre acierta a conocer las relaciones en que se producen los fenómenos de la Naturaleza y la Cultura. Su voluntad de conocimiento lo lleva entonces a buscar otras vías no racionales, una respuesta que satisfaga su inquietud o una fórmula que conjure el poder desatado de las fuerzas naturales que le resisten y le aterran".
Cercano a esta posición, Carlos Sabat Ercasty se nos aparece, actuante, como el poeta definido por Platón; un individuo inspirado "a manera de los profetas y otros adivinos que están fuera de sí mismos, y que desde el momento en que toman el tono de la armonía y el ritmo, entran en furor, y son arrastrados por un entusiasmo mágico". Su poesía será, en esencia, descubrimiento y expresión del ritmo vital. Y sabe que de la antinomia Naturaleza y Cultura el poeta debe intuir la vida -- que es movimiento -- de las cosas por analogía con el propio sentimiento vital. Y parte a corroborar que "el poeta es el hombre que conoce la vida oculta de las cosas, el movimiento recóndito que superando las resistencias naturales, anhela expresarse". El poeta también es en él, según la definición de Baudelaire: "un hombre que comprende sin esfuerzos y sin dudas / el misterioso idioma de las flores / y de las cosas mudas". Procurará descifrar el ritmo oculto tras las cosas inmóviles o en la armonía nacida de una lucha en que el ímpetu vital y la resistencia se equilibran. Y aquí es donde toma su profético lema, su camino definitivo: hacer de la poesía la expresión del sentido misterioso de la existencia, y tal vez, inesperadamente, se acerque a Heidegger al recogerse y reconcentrarse sobre el fundamento de la misma.
Empieza por decirnos:
Y me interno entre sus grandes selvas
Flotando en el enigma de los orbes.
Su tono abismal y trágico asciende y expresa:
Solo con mi embriaguez y mi fatiga
Como un gran río infatigable y ciego.
Y desde su límite canta:
Los orbes están mudos frente a nuestras pupilas.
Eternamente joven
Para la vida es todo el Universo.
Pero esta introducción en el afán de desentrañar la esencia del mundo tiene en él una vigorosa raíz: su vocación por la Naturaleza que siempre y personalmente
manifiesta. Desde niño -- a la manera de la "Teoría del pequeñuelo" de Giovanni Páscoli -- desde adolescente el libro vario, múltiple, resplandeciente o sombrío de la Naturaleza, lo lleva a vivir en contacto con montes y ríos, a dialogar con la noche y las estrellas y a semejanza de aquel solitario de Concord que se llamó Henry David Thoreau, comprende, siente y corrobora que de la tierra están hechos sus huesos y sus nervios. Con Thoreau también podrá decir: "somos una virtud, una verdad, una belleza, cuya luz es apagada y refleja. Toda la Naturaleza es nuestro satélite".En su poema "La montaña" nos da la clave de la integración del mundo poético que se forjara y que aprisionara su vida para siempre:
Como el río de luz, cuando era niño
Mi alma cortó de amor la gran llanura!
Como en el río diáfano y sereno
Se reflejó en m¿ ser la embriaguez única,
De las enormes pampas, de los celestes prados,
De las vertiginosas y supremas alturas!
Mi alma se derramaba por el río
La movían los patos en las verdes lagunas,
Se entibiaba en el nido de los pájaros
Perfumaba en las tardes las soledades rústicas,
La bebían las blancas majadas de corderos,
Ardía en las pupilas insomnes y nocturnas
De los búhos,
Maduraba la carne del higo y de la uva.
Tú también alma mía, eras un río!
Y revelando una vigorosa intuición nos dice su primera y profética convocatoria:
¡Pero la savia de tu herida creadora
Surgirá para todos!
Desde entonces,
Tú serás un gran río de alegría
Que difunda en la sangre de tu pueblo
La salud y el amor de tu montaña!
Continúa el trayecto lírico: aumenta la intensidad de su voz. Se goza en la heterogeneidad dinámica de los seres que marchan, que danzan perennemente hacia una unidad rítmica que pretende apresar y expresar en el poema. La entonación de su poesía adquiere inusitado vigor. Trata, entonces, de trascender en sus versos oceánicos y con la palabra de raíces estáticas, la esencia dinámica, el ritmo vital que alienta e impulsa todo lo existente. Y al expresar el ritmo vital a través de la fugacidad de las cosas, las eterniza. Se transforma, entonces en un demiurgo, "pequeño dios" al decir de Vicente Huidobro, que descubre y canta el movimiento esencial, el ritmo que unifica en su danza cósmica las almas y las estrellas. El poeta se siente protagonista de la eternidad; para él no hay otra realidad que la historia de los mundos escrita en su piel y en su alma.
Por eso dice:
Mis ojos contemplaron otros astros
Y otros hombres y otras faunas y otras floras
Y otras montañas y otras armonías
Y otros cielos y otros ríos y otros mares!
En los ríos ardientes de mi carne,
En el polvo de mi cuerpo y de mis huesos,
Ha sido escrita toda la historia de los mundos.
A esta altura de Pantheos, vibra, a mi entender, la materia vertebral del libro.
Aparece su corazón, su relámpago, inaugura el ritmo desmesurado y único que será la característica medular de la poesía de Carlos Sabat Ercasty. Y uso la palabra desmesurado en el sentido mas puro y afirmativo. Es el advenimiento de una poesía profética, es el tono de un Jeremías o un Isaías. Es el acento de los profetas mayores que adquiere en la creación del poeta perfiles de estremecida sensación cósmica. Aquí está, precisamente, el ademán desatado, la corriente germinal de una poesía irremediable, necesaria, de aluvión, de fuego, de magia, de adivinación platónica, mas custodiada también por una dosis de integración aristotélica. El poeta ha salido campo afuera a jugarse los versos y la sangre, a padecer, a amar, a poner sobre toda su afirmación y su pasmo las esencias vitales, expresión que he usado y reiteraré como una tautología porque la necesito para aproximarme a esta poesía pánica, que se derrumba sobre la frente y el corazón como una catarata de luz, de cielo, de universal padecimiento.
Este es el momento en que empezarán para Carlos Sabat Ercasty los aciagos de la crítica. Me estoy refiriendo a los que no pudieron ver en aquel instante la enorme y exacta dimensión de un mensaje poético que venía con su asombro creacional, que llegaba con su tempestad y su oleaje, porque representaba, indiscutiblemente, por la materia y la forma, el sentido total, oscuro vegetal, avasallante, geográfico, étnico, social, de una América recién descubierta para la poesía y que ya tenía en Whalt Whitman, con sus metros tentaculares y sus vocativos de abrazo universal, su primer profeta mayor.
Siempre he pensado que otro poeta no muy seguro de sí mismo, o menos lúcido y necesario, hubiera tambaleado y rectificado el rumbo, frente a las primeras ráfagas de los que ignoran que la crítica es una disciplina de amor y de conciencia. Carlos Sabat Ercasty no tenía nada que rectificar. Y lo ha demostrado a través de sus 40 años de poesía. No tenía nada que abandonar porque no se abandona el esqueleto sobre el que se vive, porque es imposible abandonar el color de la piel o la estatura que nos pertenece. Los huesos que llevamos dirigen la dimensión de nuestros pasos y la piel que usamos habla de nuestra ascendencia, de nuestra alma, de nuestra sangre, de nuestra vida y de nuestra muerte.
Pantheos contiene un poema de profunda y concentrada simbología: "Arbol". En toda la obra posterior de Carlos Sabat Ercasty habrá una reiteración de "Arbol", para decir mejor, un testimonio de fidelidad, de autenticidad y de presagio creador. Por eso el poeta busca en ese instante un símbolo que le contenga, como más tarde buscará el mar, con el mismo ardor e idéntica esperanza.
Dialoga con el árbol diciéndole:
Me penetra tu seguridad y tu confianza,
Me invade tu plenitud y tu suficiencia.
Es así que me confundo con el río de tu vida.
Un poco antes había expresado su confidencia clave:
Yo siento que los astros están en mi sangre.
Llegan hasta mi frente alucinada
Ríos copiosos y calientes
Que han brotado de un corazón hermano
Y abren anchos caminos en el éter.
Y aquí inaugura las primeras profecías de Pantheos que tendrán diversas significaciones. Avanzando en el libro encontraremos profecías que se relacionan con la futura creación poética; profecías dirigidas hacia la unidad y unicidad del hombre y el cosmos; profecías sobre el porvenir de América y profecías dirigidas a los poetas de América que vendrán desbordados por un nuevo estado de revelación continental.
Así como el profeta Daniel en el capítulo dos de su libro nos revela el significado del sueño de Nabucodonosor, rey de Babilonia, así como Daniel se sumerge en el mar y el sueño de los siglos y revela la simbología de aquel rey enfermo de gloria y de poder -- hasta entristecerlo con el desenlace de los imperios -- y le habla de la estatua cuya cabeza era de oro fino; sus pechos y sus brazos de plata; su vientre y sus muslos de metal; sus piernas de hierro; sus pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, que no son otros símbolos que los del tiempo y de la historia, el poeta también aparece con sus símbolos, sus vientos, sus olas, sus batallas, contenidas en la visión de la futura América, a la que se entregará por entero en toda su poesía. Y entregarse a América será rendirse también a lo universal del hombre. He aquí sus preguntas:
¿El hombre que marcha
Desde el fondo de los siglos
Encontrará su ritmo esencial
Y el número de su perfección?
Desatado de la tierra
Y rechazado del espacio,
Su camino será un eterno círculo
Sobre el mundo?
O un día podrá viajar por las estrellas?
Su fiebre de renovación y de conquista
Nacida con su pensamiento,
tendrá su finalidad en la danza sin término
O mañana valdremos tanto como Dios?
La verdad es que en 1917 nadie se expresaba así en América. La voz de Carlos Sabat Ercasty avanzaba desafiante, profética, hundida en su búsqueda nutricia.
En el extenso e intenso poema "Arbol" se funden el astro, el río, la piedra, el pensamiento, el corazón, el tiempo, la angustia, la alegría, los atisbos de Dios, la tierra, el sexo, el nacimiento y la muerte.
El propio poema le dicta su destino. Es una profecía para si mismo y para todos los vivientes asediados por el mismo impulso interior:
Entonces estallaron gritos profundos
En el fondo de mi alma
Y en la esencia de las cosas
Que penetraba mi deseo!
Tú eres el hombre que marcha!...
Así cantaban los pájaros
En la cúpula del árbol...
Tú eres el hombre que marcha!...
Así cantaban los caminos de la montaña
Así cantaban los brazos del molino,
Así los niños y los viejos
Así las piedras y las zarzas,
Así el agua de las corrientes
Y el último vuelo de los gorriones,
Así el trigo de los surcos
Y el vaho de los bueyes patriarcales.
Hasta aquí la poesía de Pantheos, es decir, la poesía en verso libre, "con un ritmo anheloso y jadeante verso blanco, blanco de miedos y aterrados asombros"
como lo definiera tan certeramente Rafael Cansinos. "Aquí el verso sin música parece partido contra el muro; hay en su hálito un impulso de fuego, un fragor y un desasosiego de mar desvelado; un vital y bravo denuedo, un ardor trágico".Inaugura luego una prosa poética donde ordena los grandes temas que se repetirán en su obra por venir. Con un acento de imantada profecía se dirige a los poetas del futuro. Siente que son sus hermanos, siente que viven su mismo drama, y presiente para ellos una nueva expresión que se sostenga en las realidades tangibles de la tierra y el hombre, en la coyuntura mineral de América, en su impulso geobotánico que conmina a las grandes definiciones y a los inevitables encuentros con las fuerzas de la humanidad. Por eso le advierte al poeta del futuro: "Los hombres prácticos te limitarán todas las posibilidades heroicas y remotas". Después agrega en un tono de esperanza donde la expresión adquiere una luminosa trascendencia: "De tus palabras brotarán un día las alas audaces de todos tus hermanos. El sublime ministerio del verbo te ha sido encomendado con el eterno renacimiento del mito, por la fuerza desconocida que numera los universos de los que tú eres su potencia reveladora. En la sonrisa de tus labios lato el ritmo de los mundos y en la voz de tu garganta se concretan las ansias de la vida". Y les habla de un nuevo camino del ser y del hacer, pensando con Heidegger que la poesía es fundamentación del ser por la palabra.
Dice: "Abandona tus musas gemidoras... aleja tus plantas de los jardines enanos donde el artificio de los retóricos trunca todos los días la inmensa aspiración de la naturaleza". Estas palabras dichas en 1917, qué exacta importancia adquirieron más tarde cuando los "ismos" enloquecieron el pensamiento, la forma, la emoción y el cauce verdadero de la poesía eterna. Carlos Sabat Ercasty parecía en aquel momento anticiparse con su actitud poética a las palabras que más tarde pronunciará Juan Ramón Jiménez y que transcribo porque siempre tendrán una vigilante y rigurosa vigencia:
"Se da paso al ingenio, a una inteligencia juguetona, juego mayor o menor, livianamente optimista, con gran lujo de moda, ripio, timo, y truco consiguientes; poesía artificial, fundamentada principalmente en la técnica; poesía repetida, parecida siempre a un modelo, como lo es el encaje hecho a máquinas, precioso de antipática perfección o los odiosos frisos escayolados de molde fijo. Sin emoción, sin amor, sin espíritu, poco vale la poesía, por mucho que cueste, esta al alcance de cualquier culto o listo, poseedor de tal ventaja viajera, lingüística, libresca, tales secretos filológicos, alcohólicos, o jugadores del arte o del amor. Ni el amor ni la poesía se cambian ni se perpetúan con receta, por peliaguda que ella sea".
Carlos Sabat Ercasty anticipó en Pantheos el advenimiento de una poesía y una categoría de poetas que tendrían amplia ascendencia americana. El tiempo logró
confirmarlo.Si poesía y profecía se vinculan hondamente en la interioridad conceptual y lírica de Pantheos, no es menos cierto que el gran tema EL HOMBRE aparece moviéndose en sus cristalizadas esencias y el poeta, como un testigo del viviente y de sí mismo, trata de definirse en poesía, consciente de que al hacerlo pronuncia la virtual identidad terrestre que es la suya y la de todos:
Yo era el sentido íntimo de la tierra,
El receptáculo de su perfecta exactitud
El círculo de su más vasta dilatación.
Y ahora la alternativa cardinal en toda expresión poética: la poesía es "comunicación de un contenido psíquico sensóreo - afectivo - conceptual". Esta actiitud que tan cara resulta a Vicente Aleixandre, tendrá en Carlos Sabat Ercasty un minucioso intérprete. Ha comprendido al principio del camino que deberá recorrer con su carga de sueños y angustias, de interrogantes, de afirmaciones y negaciones, que no hay poesía sin comunicación. Vive la incuestionable verdad de que "el lenguaje es obra de los poetas y el fundamento de la historia, que surge cuando el hombre dialoga con el mundo y con los dioses, es decir cuando se responde a sí mismo y porque dialoga, revela lo humano de la presencia'. Decía Schelley en su "Defensa de la poesía" que el poeta es un ruiseñor que canta en las tinieblas para alegrar su propia soledad. Sabat Ercasty tiene su soledad que es la soledad del hombre frente a la misteriosa eternidad del cosmos; pero trata de descifrar la soledad del hombre que es su propia soledad.
No canta para alegrarse a sí mismo. Canta para los hombres que le oyen, oyéndose. Habla para los seres que necesitan de sus profecías.
Por eso dice: "Pueblos de las inmensas llanuras donde pacen las haciendas bravías en las tardes ebrias de una emoción anhelante; iremos los poetas nuevos a difundir los himnos fecundos de la audacia sobre vuestra resignación limitadora". Habla para los pueblos de América, pueblos del río Amazonas, del Orinoco, del Magdalena y del Cauca, pueblos del Paraná, del Uruguay y del Plata, de vastas riberas armoniosas.
Tiene sed de América. La siente, la ama y la padece. Anuncia una América creciendo y recreándose en la voz de los poetas que convocara para expresar los grandes ramalazos del continente. Y aquí estamos en el feliz cumplimiento de aquellas sus primeras palabras. De norte a sur de nuestra América hay una voz casi unánime en el apremio creador. Sin pretender separarse de la gran tradición cultural que nos llega del otro lado del mar, los poetas de América están descubriendo un nuevo e inédito camino poético; una experiencia vibracional, un sentido de la tierra, que es, sin duda, la universalización de nuestros sentimientos y formas del pensar. América es universal y en consecuencia, en su descubrimiento poético, entran las más variadas categorías del pensamiento.
A Carlos Sabat Ercasty le ha correspondido ser el iniciador de esta nueva poesía, que tiene en Pablo Neruda un poderoso caudal. Todos sabemos hasta donde el hallazgo inicial de Sabat Ercasty transita en la voz del gran poeta chileno.
No vamos a entrar aquí en la investigación policial de la estilística y la poética, para agrandar o empequeñecer la conducta creadora. Pienso que estamos viviendo un clima de poesía de América, una esencialidad que pertenece medularmente a la tierra y al hombre americanos y el hecho de que ahora surjan voces con idéntica pasión y similar intencionalidad expresiva, no quiere decir que tengamos que hacer un escalafón genealógico de nombres e influencias.
El aire, el vegetal, el color, la selva, la profundidad genital de América, no tienen un dueño definitivo. Si bien es cierto que Sabat Ercasty señaló el camino, no es menos valedero el indicar las vigorosas individualidades poéticas que están indagando en el aire y en la tierra de América, siguiendo el ritmo de sus vegetales relámpagos. De ahí Neruda, Juan Liscano, Germán Pardo García, Jorge Carrera Andrade, Manuel del Cabral y otros no menos significantes.
América y su poesía, América y sus hombres, América y sus ciudades, hirviendo en un latido tentacular, corroboran en el presente lo que nos anunciara el profético acento de Carlos Sabat Ercasty. El tiempo, ese gran juez, le ha dado la razón.
En el año 1917, en la ciudad italiana de Palermo, se apagaba la voz de José Enrique Rodó, el maestro de la juventud de América. Pero en el mismo año y a través de Pantheos, un poeta joven, Carlos Sabat Ercasty, inauguraba su voz, con eco de las últimas palabras de Rodó, es decir, tomando su antorcha, y se dirigía a los jóvenes de veinte años de esta manera: "Tabla rasa con todo, joven de los veinte años. Un furor divino debe agitar tus miembros con el más hondo esfuerzo, en tanto aniquilas todas las ruinas que te ofrece el orgullo de los viejos
continentes. Entrégate a la acción gozoso y magnífico, con la visión lejana del triunfo, bajo el más trágico deseo de la belleza y del ideal. ¡Héroe de los 20 años! Este es el primer día de América, que se entrega al destino de su cielo inmortal, al heroísmo invencible de tu juventud"Pantheos se cierra con un segundo canto al héroe de los veinte años. Carlos Sabat Ercasty culmina en él su ideario estético y humano.
De Pantheos partirán todos los rumbos de su poesía futura. Podrá variar, perfeccionar, enriquecer, ahondar, pero de allí surgirán sus grandes temas.
En los Poemas del Hombre cantará la Voluntad, el Corazón, el Tiempo y a partir de ese instante ampliará su acento cósmico iniciado en Pantheos.
Ahondará su interpretación del hombre, porque como él mismo lo expresa, "es un dios que se realiza soñando". Luego en el Libro del Mar, Vidas, El Vuelo de la noche, Los adioses, Libro del Amor, Cántico desde mi muerte, Artemisa, Las sombras diáfanas, Libro de la ensoñación, Libro de Eva Inmortal, Prometeo, no hará otra cosa que transitar la enriquecida rosa de los vientos que inaugurara en Pantheos.
Carlos Sabat Ercasty tiene setenta años y treinta y nueve obras publicadas, pero cuando nos enfrentamos a su modo, le oímos y nos escucha, no sabemos quien es el mas joven. Parece que estuviéramos frente a un milagro de voluntad humana en función de la creación poética y del heroísmo de cada día. Su vida y su poesía han sido una permanente y necesaria reiteración del ser comunicable.
Y también una ferviente búsqueda de la verdad y el conocimiento. Dueño de una acerada voluntad, se sometió rigurosamente a las disciplinas de la investigación y del estudio, con un tesón inaudito, como buscando siempre su número de oro, su divina proporción.
Nunca he conocido un poeta que me diera más la verdadera sensación de un profeta de la poesía, una conciencia integral del hombre, una bondad de purísimo origen, una lucidez absoluta en su vida civil, una conducta de renunciamiento a lo fácil, y sobre todos estos atributos, una trascendente y única fidelidad a si mismo, sin desviarse del camino que hace cuarenta años se trazara.
El dijo en Pantheos:
Siempre he vivido
Más allá de la astucia,
Más allá de la intriga,
Más allá de las ambiciones,
Más allá de ironía y de la burla,
Más allá del interés y de la carne,
Muy alto,
Siempre muy alto
En la vecindad trágica de las estrellas,
En el peligro de las enormes caídas,
En el incendio de una fe
Que tal vez devore mi sangre y mis huesos,
En las supremas,
En las sublimes
En las inefables
En las purísimas
Cumbres del heroísmo.
Para terminar, podemos decir el preciso testimonio: Si, así ha vivido Carlos Sabat Ercasty. Sirva el sentido mítico de su vida, su voluntad y su heroísmo, como ejemplar confirmación del misterio creador. Y sobre los numerosos privilegios enunciados, quede el mejor: Carlos Sabat Ercasty, lección de hombre y de poesía.
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CARLOS SABAT ERCASTY
ANTOLOGIA
POETICA
SELECCION DEL AUTOR
LA JOVEN DEL HIJO
Ya un mes te vive el hijo en la sangre creadora,
y ahora estás junto al árbol que va a fraguar la fruta,
las flores se electrizan en el sol de la tarde,
y en millones de besos el polen vibra y ama.
Ya un mes te vive el hijo que mana de tu arteria
y va del corazón corriéndose hacia el vientre,
y lo abrigan las túnicas de tus sedas vitales
mientras crece el misterio de la forma y del alma.
Ya estás en la cadena fecunda de las madres,
en la vertiente arcana de los humanos seres,
labrando el tiempo vivo del profundo milagro,
mágica en los telares de las trasmutaciones.
Bebes la miel del mundo, el aire en luz respiras,
te alimentan de trigo las doradas llanuras,
las fuentes te sustentan del licor de los montes,
la leche de las ubres te da su cal nevada.
¡Cómo en ti se está uniendo sol y tierra en la carne,
cómo vas con la Tierra y el Sol labrando el hijo,
cómo en ti está la vida tallando su escultura,
qué infinito de abismos trabajas tu misterio!
¡Qué números te asisten en acordados ritmos,
qué ideas te penetran en primorosas líneas,
qué memorias del tiempo que dibujan al hombre,
qué invisibles columnas para tu templo vivo!
¡Qué ordenación del Logos creador y supremo,
cómo está en la simiente la imagen que tú brotas,
qué crecimiento exacto, qué expansión de la yema,
cómo el pulso del pecho esculpe tu prodigio!
Ser la madre del ser, darle cuerpo a un destino,
labrar en el silencio la fina criatura,
esculpir una frente, una mano, una boca,
ir delineando arterias, ir acendrando nervios.
Trasmitir el latido al corazón que aún no era,
llevar el flujo elástico a dedos que aún no eran,
dar un contorno vivo a un pecho que aún no era,
mover rojas corrientes en venas que aún no eran.
Ir curvando una bóveda donde habrá un pensamiento,
ir tejiendo una red al tiempo y la memoria,
sembrar el claro impulso y crear en la sombra
los ojos bebedores de una luz no llegada.
Afinar en la piel la levedad del tacto,
en la lengua la liquida sensación de los frutos,
en el oído el roce divino de la música,
y dar al labio denso la inasible palabra.
Ni te pregunto, joven, el abismal enigma,
las cargas de futuro que en tí se están uniendo,
las herméticas claves que trabajan tu brote,
la interior cavidad donde crece tu rama.
Eres la madre, hija de tu madre y sus madres,
el surco del amor donde sueñan las horas,
el eslabón más nuevo de la inmortal cadena,
y la continuidad de los oleajes vivos.
Todo sin ti muriera en la incansable muerte,
toda sin ti la Tierra su vuelo ignoraría,
se perdieran los nombres de los sublimes astros,
no hubiera un ojo ardiente ante la altiva aurora.
Frente al supremo enigma faltase la conciencia,
cayeran a la nada los Verbos prodigiosos,
ni habría el llanto trágico ni el canto de los pechos,
ni de la frente heroica subiesen otras águilas.
Un ignorado polvo de ciudades. Un mar
sin las valientes velas ni los tajantes remos,
un valle no labrado por los hierros tenaces,
un aire no volado por sueños y palabras.
Un monte sin la idea de la ascensión ardiente,
una noche perdida al toque del misterio,
un mediodía enérgico sin la sombra del hombre,
un ocaso recóndito sin el sutil suspiro.
Sólo en ti se redime de su roca la Tierra,
en ti se hacen los nombres que la nombran y fijan,
en ti está su dibujo para lejanos siglos,
por tu sangre se saben las no trazadas órbitas.
Viertes amor vital para el amor futuro,
viertes la fe a la proa que va hacia la esperanza,
viertes una piedad que abrazará ciudades,
y viertes un perdón de espirituales mieles.
Todo en tu vientre sacro se escribe y perpetúa,
los cantos no cantados que habrán de ser un día,
las fecundas ideas que aún nos vedan la esfinge,
los tactos más profundos de la callada noche.
Sé madre en inocencia, como es madre del trigo,
de la rosa, del pájaro, del pez, la madre Tierra,
danos ser en el hijo a la par que lo creas,
fluye en eternidad la gracia de la vida.
Sepamos ese viaje seguro que es el Hombre,
sepamos que él emana de tu sangre creadora,
sepamos que hay mil jóvenes que siguen tu cadena,
anillo con anillo, humanizando al astro.
Danos ese milagro de tu vital impulso,
ponnos en una fila que sume arcanos tiempos,
prolonga esta conciencia de insaciables relámpagos,
eterniza la estirpe que piensa el Universo.
Ya un mes te vive el hijo en la sangre creadora,
y ahora estás frente al árbol que va a fraguar la fruta,
las flores se electrizan en el sol de la tarde,
y en millones de besos el polen vibra y ama.
Vengo a ti en devoción, en plegaria, y en himno.
Te doy toda la música que cabe en mi silencio.
Ruego al Sol y a la Tierra por tu júbilo sacro,
y en una sola espiga todo mi amor te rindo!
Setiembre 9 de 1957.
ALEGRIA DEL MAR
¡Alegría del mar! Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
¡Los vientos resalados danzan, corren, asaltan!
¡Los vientos anchos muerden las grandes aguas locas!
Ruedan ebrias las olas.
Blancas hileras de espuma señalan
los peñascos negros bajo las olas verdes!
¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
Las bocinas del viento
hinchen los caracoles de las islas duras
con largos cantos ágiles!
¡Ah, el furor de la música, la salvaje potencia,
los anhelantes gritos, los acordes crispados
de las olas violentas de vientos y de sales!
¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
Es ésta la hora cósmica,
la hora desenfrenada del Océano!
El negro pulmón
sopla los huracanes de colores oscuros!
El sol abre en las nubes grandes puertas azules
con sus manos de fuego.
El viento retuerce los mástiles
y hace gritar las quillas y las proas
con voces resinosas y calientes.
¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
Entre todo el tumulto palpitante del agua,
entre las olas ebrias, entre los vientos ásperos,
frente a las rocas agrias y las islas amargas,
baila mi corazón sobre la nave,
danza en la inmensa música con sus pasiones libres!
¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
¡La ola golpea contra el límite!
¡El viento se rompe contra el límite!
¡El huracán y el mar combaten contra el límite!
¡Ah,
ebriedad, locura, fiebre, crispación, rabia, delirio!
¡Las rocas se rajan y saltan!
¡Los peñascos se doblan rugiendo!
¡Las islas gritan con su pecho negro!
¡Los faros silban con su brazo enhiesto
salpicados de sal!
¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar! ¡Alegría del mar!
¡Mis ojos van a estallar de júbilo!
¡Todo empapado y agrio de espumas y de sales,
yo voy sobre la proa profunda de peligros!
Los vientos se castigan ágiles y furiosos
Las olas se levantan, enloquecidas, ebrias.
Rugen en el océano las entrañas amargas.
¡Ah, libertad,
maravillosa libertad,
palpitante, delirante, febriciente, trágica,
infinita alegría de la fuerza libre!
¡Mi corazón! - ¡Mira!
¡La ola golpea contra el límite!
¡El viento golpea contra el límite!
¡El mar entero y vasto golpea contra el límite!
Corazón mío, danza sobre la nave.
¡Llora y grita, ríe y canta!
Yo aguardo el instante del prodigioso escollo
donde se estrellarán las viejas tablas.
¡Ah, cuando mi cuerpo blanco, extenso y luminoso
vaya en las grandes olas a la orilla divina
hacia lo inesperado de un destino más alto!
¡La ola golpea contra el límite!
¡Alegría del mar!
¡Alegría del mar!
¡Alegría del mar!
Año 1921
EL LIMITE
En una noche de mi vida,
acaso en la más honda noche de todas las vidas,
sentí que todo era sombra.
La eternidad manaba de las tinieblas,
y yo,
solo yo,
sentía crecer el agua negra de los tiempos.
Desde muchas noches no dormía.
La primera noche estaba la Luna
y su helada luz de ceniza y muerte.
La segunda noche estaban los astros
y sus hundidas luces que corren en el frío.
La tercera noche estaban las nébulas
y sus opacas luces heladas como sábanas.
La cuarta noche estaban mis ojos
y sus opacas luces que caen dentro de mi.
La quinta noche estaba mi alma
y sus agudas luces que me cortan la sangre.
La sexta noche estaba mi cuerpo
y sus pesadas luces de barro y agonía.
¡La séptima noche estaba la sombra,
el cuerpo mudo y horroroso de las tinieblas,
la nada inmensa y vasta donde Dios va muriendo'
¿De qué estoy hecho?
Grité con todo mi anhelo.
Y mi grito hacía más grande la noche.
¿Por qué soy ciego?
Pregunté con todas mis brasas.
Y mi pregunta apretaba más la sombra.
¿Por qué voy cayendo?
Lloré con toda mi rabia.
Y mi angustia hacía más largas las tinieblas.
Entonces comencé a resbalar.
Sentí el tacto del inmenso naufragio.
Toqué la sustancia vertiginosa de la eternidad.
Comprendí la fluidez de mi cuerpo sólido,
y me hice uno con el mar de la sombra.
¿Cómo te pudiste ir,
luz prodigiosa de la noche?
Yo me hundí adentro de tu amor y tu fuego,
y vi que más adentro de ellos
estaban las tinieblas.
Yo sentí que la noche de la vida y de las llamas,
como una esfera cada vez más pequeña,
iba cayendo en el círculo infinito de la sombra.
Me palpé, me mordí,
me sentí en la sangre
el gusto terrible de la tiniebla.
Fui más allá de lo amargo y de lo ácido.
Metí la sed en la hondura de la muerte.
Me llené la boca de cenizas y de polvo...
Y más abajo,
más abajo todavía,
infinitamente más abajo todavía,
comenzaba el océano de las sombras.
El árbol de los mundos
ahonda sus raíces en la muerte.
Antes de ver las sombras últimas,
creía en esta cosa delirante del Yo.
Cuando todo estaba deshecho,
cuando los ojos estaban ciegos de polvo
y de ceniza,
uando las dudas envolventes y vagas
me arrastraban a la más espantosa nada de la vida,
yo te buscaba, raíz última del Yo;
extraña separación
entre el pensamiento y lo pensado;
prodigioso abismo
entre lo que siente y lo sentido;
fisura anhelante
entre lo de adentro y lo de afuera;
corte doloroso y tremendo
entre el Universo y el alma.
Yo te buscaba, raíz de la única verdad,
refugio de fuego
donde se queman los desesperados y los tristes;
yo te buscaba, esencia, quintaesencia;
yo te buscaba,
gema de Dios,
punto incandescente de la altura de los hombres
que penetra hasta el fondo de su terrible esfinge.
Yo te buscaba, Yo, mi Yo, hasta que vi la sombra
en la más apretada noche de las tinieblas
y la muerte.
El hombre es una muerte sabiéndose.
Salimos de la sombra y sólo vemos sombra.
He mirado adentro de la luz,
y he caído deshecho de dolor.
Hacer la vida es agrandar la muerte.
Semilla y amor son puertas de tinieblas.
Dios se está deshaciendo en polvo y en ceniza.
La sombra inmensa
es el fondo de este pequeño drama.
La séptima noche del pensamiento
no tiene más allá.
He querido traspasar la pura sombra;
me he hundido en la más espantosa sed;
he exprimido mi alma
hasta que el dolor la volcaba de fuerte;
he querido ir a lo indestructible,
a la lanza de fuego de los seres
que desean hundirla tras las eternidades
y traspasar los limites de la carne y la vida...
y allí está la sombra,
y allí también estaba la sombra.
He desdoblado las formas en acción y materia.
He traspuesto las cadenas de las vidas terrestres.
He trepado al misterio
con las astralidades musicales del planeta.
He rayado la noche
con el fuego violento de todos los soles.
He extraído la tremenda espiritualidad,
la descarga espantosa de alma
de todos los mundos...
Y entonces he mirado,
he mirado desesperadamente,
hasta toda la locura, hasta todos los vértigos,
y allí estaba la sombra,
y allí estaban nada más que los mares de la sombra.
¡Séptima noche del pensamiento!
Ya no se grita. Ya no se puede más.
Las ideas se hacen sin palabras.
La intuición de la nada descuaja los sentidos.
No hay pasado. No hay futuro. No hay presente.
El tiempo es una sombra.
La vida es una sombra.
La muerte es una sombra.
De punta a punta el alma mide todo el océano.
La verdad y el deseo
tienen la dimensión sin fin de la tiniebla.
El hombre se hace bueno. Toda sed es inútil.
Sólo queda una cosa de rencor, vida mía.
¿Es Dios? ¡Ah, Dios!...
Acaso es también sombra y muerte.
¡Ah, noche, noche mía!
¡Con qué frío tan largo me muerdes las entrañas!
Año 1921.
LA JOVEN DE LA FRUTA
En las mañanas ágiles y el alto mediodía,
desde los grandes árboles de sombra y los frutales
recogidos de fuerza y endulzados de pomas,
por los campos de trigo la miel del mundo traes.
Virgen de todo hombre, gajo de gracia, ebria
en la salud del aire de los bosques y prados,
como la espiga, esbelta, como el racimo, curva,
toda de la esperanza corrias por los campos.
¡Toda de la esperanza... toda de la esperanza... !
Luz de sol, luz de estrella, luz de juegos y sangre,
resplandeciente y ágil como una pura ola
de mar bajo los vientos... tú misma no lo sabes!...
¡Toda de la esperanza, toda de la esperanza,
corrías por los campos y abrazabas los árboles!
Quince años de vida, quince años de savia,
quince años de risas, de alegrías, de fuego,
de saludable aroma en carnes sonrosadas,
quince años de virgen, y verte así, corriendo!
¡Creo en ti, padre Sol, creo en ti, madre Tierra!
Tú, que subes los hijos desde tu vientre oscuro,
él, que mezcla sus llamas a los antiguos limos,
y los dos, que abrazándose, dieron la vida al mundo.
De toda muda esencia y divinos prodigios,
con los hondos licores terrestres y celestes,
con los maternos néctares y los paternos zumos,
lo mejor de dos astros en tu cuerpo se enciende.
Si tú supieras, jóven, lo que son tus mejillas,
el vuelo de tus manos robadoras de frutas,
tu apretada manzana del satinado vientre,
tu boca de naranja y tus pechos de uva...
Si tú supieras, joven, el fulgor de tu danza,
el purísimo canto de tu cuerpo en el mundo,
la misteriosa esencia de tu perfume vivo,
la infinita potencia perfecta de tu júbilo.
Y esa voz, y esa gracia de antiguas primaveras,
y el ir toda corriendo por un mundo maduro,
hervido de veranos, desmayado de otoños,
endulzado de noches, como es ahora el mundo!
Si tú te vieras toda como te ven mis ojos
en la embriaguez celeste del alto mediodía,
y supieras la obra de los astros amantes
en la espléndida fruta dichosa de tu vida!
¡Si tú supieras, virgen, tú, que igual a una llama
nos recuerdas el día primero de las cosas,
la embriaguez de los jugos que recién eran fruta,
la alegría del agua que recién era gota!
Si tú supieras... ¡ah!... pero mejor no sepas...
hija mía, no sepas... no sepas, ¡hija mía!...
¡Sigue el baile ligero de embriagados sentidos
y róbale a los árboles la fruta dulce y fina!
¡Los racimos de oro, los racimos de fuego,
las manzanas de nube y envolventes fragancias,
las granadas de chispas como una hornalla viva
de sol, te den la dicha de nunca saber nada!
Levántate a la hora de los primeros pájaros.
Acuéstate a la hora de las últimas aves.
Se inclinarán los días, se doblarán los años...
¡Tú, cerrados los ojos, date a un hombre, y sé madre!
Año 1922.
Del libro "VIDAS". (1923)
SONETO Nº 6
Pastor de soledades y de hastíos
en prados de silencio, va mi vida
cada vez más cansada y escondida,
sin agitar sus sosegados ríos.
Pastor de otoños cada vez más fríos
en campos de mi ser, a la partida
de aquella juventud, tan florecida,
y hoy ya tan lejos de los sueños míos.
¡Y ayer, pastor de anhelos imposibles!
Y en montañas de Dios, y en cielos puros,
levantado en alturas imposibles,
pastor de exaltaciones y victorias
¡Y hoy, oprimido entre estos cuatro muros,
nada más que pastor de altas memorias!
"Los Adioses" - Año 1929.
EL CANTO DE LOS MUNDOS
¡Olas llenas de música en esta noche inmensa!
¿Quién hizo los oídos inclinados al alma?
Olas llenas de música rodando entre las sombras
traspasadas de estrellas profundas y sagradas.
Olas llenas de música, curvas de agua invisible
que vienen siempre iguales a morir a las playas,
y se doblan volcando la música marina
con la flor de la espuma sobre la arena blanca.
Olas llenas de música... El océano oscuro
va rodando en la sombra profunda y estrellada,
de mundos armoniosos, y hacia la noche altísima
con las olas de música, frente al abismo, canta.
¿Se escucharán los mundos? ¿Se hablarán las estrellas?
Los cantos inefables que atraviesan mi alma,
¿me vendrán de la noche traspasada de astros,
desde otros mares de olas y músicas más altas?
Acostado en las rocas, de todos olvidado,
estoy enloquecido de estas olas arcanas,
de estas olas de música, de estos grandes océanos,
que rozan con la música los abismos del alma.
Todo se hace más hondo, aquí, sobre estas piedras,
junto a estas olas ebrias que a las costas se abrazan
y cantan en el borde de los negros peñascos
y en la arena de estrellas de las celestes playas.
Sí, los mundos se hablan. De esta piedra profunda
se suben a los astros misteriosas palabras.
Yo las siento en el río de fuego de mi frente,
y a lo largo, en el borde divino de mi alma.
Es el mundo, y la noche, y el hombre, que se escuchan.
Es la Tierra, y los astros, y las frentes, que se hablan.
Es Dios, todo es música, en las olas celestes,
que a todos nos penetra y a todos nos abraza.
Siento coros altísimos que me queman la vida,
siento subir las olas de músicas sagradas,
siento cantar la noche, siento amarse los mundos,
siento nuevos hermanos en estrellas arcanas.
Siento ríos de música cruzar por los abismos.
Veo, veo hasta el fondo, con la última mirada,
veo razas de seres divinos en los astros
que giran en la sombra de la noche extasiada.
¡Ah, si pudiese ahora, que he traspuesto los límites
del mundo misterioso donde la vida pasa,
en un abrazo a todos los hombres de la Tierra
subirlos a la altura vehemente de mi alma!
¡Entonces llegarían al encanto celeste
hasta abrir el abismo a las más puras ansias,
y llevar este grito del amor más divino
hasta todos los mundos y hasta todas las almas!
Año 1922. (De "El vuelo de la noche")
LIBRO DE LA VOLUNTAD
CANTO IV
Hermano,
he mirado en mi vida
y me he visto pasar el tiempo inmenso
entre mi carne muda.
Mi esqueleto es el mástil
que sostiene tirantes
las velas locas de mi fuerza.
¡Navío!
¡Ah, navío en el mundo,
con tu avanzado corazón de proa
y tus costados ágiles de músculos y fiebres!
¿Desde qué puerto vienes
barco de llamas?
¿Qué son tus grandes gritos
y tus desesperados viajes, carne mía?
¿Y la estrella sola
que canta sobre tu frente?
¿Y este collar de angustia que te anuda los himnos?
¿Y la sed?
¿Y el más allá?
¿Y la embriaguez de música que hace gemir tu lengua?
¡Carne mía!
¡Sombra tensa, apretada y viva!
Yo te he mirado mucho, hasta palidecerme.
Puse mis ojos sobre tus blanduras
y sobre tus rudezas,
y mi visión caía adentro de ti
como a un pozo sin fondo.
Me fui bajando a tus espesas sombras,
y en medio de mis vértigos,
arañé las tinieblas espesas de tu abismo.
¡Ah,
carne de honduras impenetrables
en la que el fuego pálido de un mundo viejo
pegó polvo con polvo y ató gota con gota,
e hizo vivir de nuevo
un repetido lodo de plantas y de bestias!
Ya eres una vez más, carne mía!
¡Te levantaste ahora más alta y más gloriosa!
¡Ya eres también un hombre, barro oscuro y pesado!
Ya tienes otra música, y otro amor, y otra fiebre,
y te cargas de ideas y te doblas de angustia.
Ya te llenas de lágrimas,
y preguntas,
y sufres,
y alzas un puño fuerte que golpea,
y agitas una sed toda abierta a la luz
y un corazón sangriento y fino.
¡Ay, pero tú lo sabes...!
Me di vuelta hacia ti como ninguno,
carne de la tierra,
hermana suave y sollozante de las montañas,
carne mía,
alzada como un grito hacia los astros!
Regreso por tu sombra
a los lejanos ímpetus de tu primer latido.
Siento la sangre maternal y tibia
cuando era mi madre un árbol pálido y sagrado
y tenía mi padre un silencio de orgullo,
y aguardaba mi cuerpo de vitales aromas
para leer mi frente nueva.
¡Días sin luz del mundo abierto
encendidos de Dios en la ardiente semilla
o envueltos en la tierna suavidad de la madre!
¿Qué hubo de mí mismo antes de esas horas?
¿Cómo es que fui posible?
¿Sobre qué ágil nave llegué con mi destino
hasta las fatigadas orillas de la Tierra?
¿Algo mío no estaba sobre este mundo negro?
¿Cómo vino la luz a agarrarse a mis ojos
y comenzó la vida a fluir de mi sangre?
¿En qué humedad de gruta se resguardó mi chispa?
¿En qué piedras de fuego
esperaba mi fiebre el canto de mi boca?
¿En qué dulces metales, en qué platas dormidas,
sobre qué oro pálido se escondían mis lágrimas?
¿Entre qué oleajes trágicos
rodó mi corazón inmenso?
¿Qué ramas altas fueron mis manos?
¿Qué hiedras anhelantes eran estos dos brazos?
¿Dónde este hueso blanco de la frente
se me hizo tan fuerte para las tempestades?
¡Ah, Dios mío!
Me siento por caminos insondables
y zonas nunca vistas.
Me muerdo el fuego agudo de los labios
para sentirme el gusto de esta sangre de hierro,
antigua y áspera,
que ha venido viajando
por mundos viejos y por mundos nuevos.
¡Esto que soy yo, Dios mío, carne y huesos!
Este brote divino, y libre, y desbordante,
de la energía,
este trozo de mundo, de eternidad y fuerza,
esta piedra violenta que camina y que sufre...
Esto soy yo, Dios mío, carne y huesos,
esto que está de pie, saludable y ardiente,
esto que irá cayéndose a la Tierra
hasta serle devuelto al polvo de los mundos
y tener una noche total sobre la muerte...
¡Esto que soy yo, Dios mío,
esto que abulta y pesa y quiere y puede,
se ve venir de ti desde muy lejos,
y recuerda el instante genésico y tremendo
en que el acto creador de tu deseo
hizo la voluntad tremenda de las cosas!
Mi anhelo atraviesa los astros
sin sobrepasar mi cuerpo vivo.
Hermanas estrellas,
flotamos en el mismo mar
y nacimos en igual momento.
Regreso por mí mismo
hasta el acto impetuoso y desbordante
en que el vasto dolor de las sombras vacías
sufrió la hondísima sacudida de Dios,
y todas las fuerzas
estremecieron los espacios mudos
y temblorosos de esperarnos.
Diría que he apoyado mi oído profundísimo
en el río infinito de la música.
Diría que he quemado mis mejillas
en la luz primordial
que guardan todavía las estrellas.
Diría que arranqué al vigor de mis nervios
las raíces enteras de la creación.
Estaban en el pensamiento inmóvil
todos los destinos juntos.
La idea era tan fuerte que se hicieron las cosas.
Yo me voy regresando por mi vida
hasta la chispa ansiosa y la llama invisible
en que me alzó el espíritu la mañana de Dios,
antes aún de los astros y las nébulas.
Yo, hermano, óyelo bien,
yo, pequeño hombre de ahora,
apasionado, desbordante, ebrio,
sobre este mundo arrojado a la Eternidad,
en esta estrella negra que se viste de vida
con árboles y bestias, con aves y con hombres...
yo tengo en mi alma sedienta y abrasada
la edad antigua de todas las cosas,
y llegan mis carreras por espacios y tiempos
hasta el acto en que la voluntad abrió sus brazos
y yo mismo fui,
y fui para siempre
sobre una inmensa ola de la acción y del ser.
¡Qué silencios tan hondos hemos cruzado, hermano!
¡Qué caminos de eternidad y fuerza,
qué zonas inescrutables de Dios mismo,
qué sorda densidad del Universo,
fuimos trepando hasta alcanzar la vida!
Y ahora es la luz,
los ojos diáfanos y la encendida frente
Toca tu carne,
muerde tu lengua,
baja tus párpados.
Concéntrate.
Húndete.
No te veas mas en tu cuerpo.
Pídete el recuerdo infinito,
mas allá de tu infancia,
más allá de tus padres,
más allá de las selvas de hombres,
mas allá de la Tierra y de los soles,
más allá de las llamas y las luces,
en el vasto y total sumergimiento,
cuando la misma idea de Dios comenzó a hacerse
y llenó las tinieblas estériles y frías.
Eramos nervios tensos en el espacio fino
cuando empezó la música sensible de los astros
Un fuego inmenso nos levantó entre llamas
como en un horno cósmico que hacía los destinos.
Nuestras vidas de ahora ya estaban contenidas
en el vasto propósito y el deseo invencible.
¡Estuvimos ocultos en todos los tiempos
aguardando el instante audaz de desatarnos
y sacar de los gérmenes, afuera de la sombra,
libres los brazos
y radiantes las frentes!
La mano de Dios, germinadora y vasta,
iba sembrando mundos y abriendo las distancias
y no podía nunca detenerse,
porque ella misma
es una fatalidad y es un destino.
¡Ah, desde allí venimos arrastrados
por una voluntad incontenible!
Allí se estaba modelando, hermano,
esta espantosa cabeza mía
pálida de fiebres sublimes
y fina de cortar la sombra
como la espada de una estrella
¡Hermano!
¡Estamos ardiendo!
¡Estamos quemándonos!
¡Nos consumimos todos!
¡Vinimos ayer y nos iremos mañana!
Mi cuerpo lucha por perdurar, pero se cansa.
La voluntad es ciega, fría, trágica.
Nos crea y nos devora.
Mírame este terrible corazón de hombre
que no cesa nunca de golpear.
Mírame estos pulmones sedientos y activos
que se abren al aire
y ansían la salud violenta.
Mira también estos ríos de sangre
que atraviesan de vida y vigor estos músculos
y me riegan adentro
como un jardín que va muriéndose.
Mírame este mundo de los nervios,
oscuro y misterioso,
que me anuda el cuerpo a todas las cosas
por estos cinco extremos sutiles y vibrantes
Todo me empuja así, violentamente,
hacia la vida.
No puedo detenerla.
Tenemos que ser, hermano triste.
Hay algo incesante, terco, incontenible,
en todos los destinos.
La voluntad lo quiere, y lo puede, y lo hace,
y vamos sin sentirla a ella misma en nosotros,
y entre tanto, las vidas más nuevas también suben,
y otras vendrán y otras más arriba de ellas.
¡Hermano!
Se escucha algo muy hondo
que grita adentro de mi propia carne.
¡Y yo sigo esa voz, y no la entiendo, y no sé nada,
pero voy,
voy desesperado por el camino de la música!
Arrebato las horas al sueño
y retuerzo mi alma en el lecho profundo
para que no se duerma.
¡Y me entusiasma mi dolor,
y se llenan mis ojos de lágrimas heroicas!
Me lo roban todo.
Lo que hago va quedándose en la ruta.
Mi anhelo no tiene piedad de mis ojos
Me cuelga de los astros
desesperado de sed,
y el labio de la luz me dice:
-¡Crece sobre mí!
¡Ambiciona!
¡Embriágate de ti mismo, hombre!
¡Ensancha el corazón hasta que ya sus fibras
te anuncian que se rompen,
y rómpelas!
Golpea el mundo de piedra
con tu cabeza de fuego.
Cumple en tu vida tu mayor destino.
Alimenta de llamas
el vuelo de tu voluntad,
y haz toda la fiebre sobre tu pasión.
Sé tu mismo.
Sé terriblemente tú mismo.
Cierra los ojos y deja caer la espada.
Un sólo minuto de ese placer
compensa el dolor de desgarrar los lazos.
¡Libre, libre,
hombre de los grandes recuerdos
y las anhelantes esperanzas!
¡Libre sobre la ola de la voluntad!
La nave es la luz de la proa
y el dolor de los mástiles
¡Mira qué hermosa
es la tempestad sobre los mares!
Año 1919 (Del libro "Poemas del
Hombre - Libro de la voluntad")
EL HADA DE LOS JARDINES
Pasaba el Hada de los Jardines...
¡Era como un jardín de nardos y de rosas!
Los pechos frescos y hondos,
húmedos y olorosos de lirios y violetas.
Una sangre balsámica de polen y de pétalos,
unas axilas rubias con olor de resinas,
y un temblor y una música de savias misteriosas
en los muslos redondos y en los ágiles brazos.
¡Era como un jardín de nardos y de rosas!
En las noches de luna
la desnudez sagrada de sus flores
la cubría de un velo de marfil y de plata.
Las rosas exaltaban su lujuria de rosas.
El silencio del loto profundo se envolvía
en una seda azul temblorosa de agua.
La fuente se alargaba hasta el ensueño
llena de estrellas puras, de sombras y de ópalos.
¡Parecía la diáfana pupila de la Tierra
que ve girar la rueda de estrellas de la noche!
En los bancos de mármol
arropados de musgos y glicinas,
yo me hundía en la espera profunda de sus pasos,
por los caminos blandos y finos de la niebla.
¡La medianoche hacía la hora más celeste,
la hora delicada de los jardines húmedos,
la hora de los árboles de temblor y de música!
Y era cuando cruzaba ante mi anhelo
la mujer de hierbas,
la mujer de savias,
la mujer de flores.
Ante su fresca desnudez, los pétalos
latían en el aire como alas.
El corazón de oro que oprimen las corolas
desgarraba su túnica de raso y de perfume
para tocar su carne con la pasión del polen.
Las raíces mordían la ebriedad de la tierra.
El tacto de la fina frescura de las hojas
daba al aire una viva sensación de lujuria.
En los ramajes anchos de jugo resonaba
la nupcial embriaguez de la noche balsámica.
La luna de las siembras, la luna de los trigos,
la luna de los filtros y los zumos,
destilaba sus ópalos de locura y de ensueño
entre las glicinas del banco de mármol.
De estar aguardándola los días y las noches
las lianas sensuales me abrieron la carne
y todo mi cuerpo se llenó de savia.
Tenía la frescura de los contactos verdes,
suavidades de nétalo y asperezas de ramas,
sensaciones de luna sobre rosas y nardos,
expansiones de brotes, crecimientos de yedras
Sentía la lujuria del rocío
en el vello erizado de las frutas,
el subir, por los árboles, de las enredaderas,
y el beber de raíces en la tierra mojada.
¡Toda esa cosa sorda y muda de las selvas,
toda esa vida fina de los lentos jardines,
ese tejido opaco, pero vital, sediento,
que hace a los vegetales tan hondos y sagrados,
porque beben y suben los zumos prodigiosos
de la tierra materna, se hizo la trama misma
de mi ser, y mi carne
vibraba temblorosa del amor de los bosques!
¡Me sentía anudado por raíces
a los tibios anhelos de la madre tierra!
Una noche mis dedos se me abrieron en flor.
Toda mi piel fragante se desgarró en corolas.
Cubrió mi cuerpo fresco un largo polen de oro.
Las pupilas se hicieron dos lotos tornasoles.
Ya no pude ver más
Una conciencia sorda apagaba mis nervios.
Penetré en otras formas más lentas y calladas,
descendí a otros abismos del ser y de la vida,
gusté con otras ansias más oscuras
el sabor de la tierra y el frescor de las aguas
¡Sentí con otros signos el misterio profundo
y me tocaba el viento con otro tacto nuevo,
y llegué a una alegría de madera y de flores,
y en la raíz me entraba la música del astro
que hace temblar los nervios antiguos de las selvas!
Cuando toda la luna me filtraba sus ópalos,
cuando gocé los nácares astrales a lo largo
de mis árboles ebrios y mis yedras agudas,
sentí besos de rosas en mis rosas,
y temblores de ramas en mis ramas,
y perfume de polen en mi polen,
y efluvios de savia en mis ríos de savia.
¡Hada de los Jardines!
Tú abrías los capullos de mi carne
Con tus brazos de rosas
abrazabas mi pecho de jazmines
Con tu boca de fruta
me mordías los labios de racimo.
Rugí bajo la luna arqueado como un árbol
que lo golpea el viento.
Rozabas mi profundo deseo apasionado
a lo largo de mi alma de selva y de fragancia.
Crispaste mis raíces y alargaste mis savias,
y encendiste hasta el vértigo mis resinas fragantes...
Y sentí la alegría de los bosques
cuando en la noche inmensa la primavera pasa
estremeciendo todas las raíces
con una gran promesa de flores y de frutas,
y dando un temblor nupcial
a los contornos verdes de los árboles.
¡Amor aún más extraño que el del instinto ciego,
cosa enorme y oscura que hace rugir los gérmenes,
ah, cómo te sentía más que nunca,
allí, con mis maderas odoríferas,
con la conciencia sorda casi igual a la tierra,
profundamente hundido en las potencias puras
y vírgenes del astro!
Después... volví a la carne de los hombres.
Pero nunca he podido desprenderme
de aquellas frescas y húmedas sensaciones de savia
adheridas al bosque del recuerdo
con el afán sediento de las lianas.
¡Ah, viajar en las formas del jardín y la selva
hasta ser ellas mismas,
con esa cosa antigua de los árboles
y esa raíz que bebe la sangre de la tierra!
¡Sus brazos deshojaron mis nardos y mis rosas,
pero guardo el perfume vegetal de sus brazos!
¡Hada de los Jardines!
¡Todas las primaveras
mi cuerpo en flor te aguarda!
Año 1918. (Del libro "El vuelo
de la noche". 1925)
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