POETAS DEL URUGUAY

GENEROSO MEDINA LUZARDO  (1922-1974)

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BIOGRAFIAS PARA NIÑOS DE CELEBRIDADES NACIONALES Y EXTRANJERAS

Publicadas en:

Vidas amirables :  biografías, semblanzas / Generoso Medina y otros. -- Montevideo: Consejo Nacional de Enseñanaza Primaria y Normal, 1968. -- (Publicaciones escolares y obras didácticas: v. 4)

 

TEODORO VILARDEBO

  Hay hombres cuya vida se puede seguir paso a paso para comprobar que han sido, por virtud del esfuerzo personal, los constructores de su propio destino, los artesanos de su vocación y, sobre todo, el ejemplo de un heroísmo civil que cautiva y emociona. Estas palabras podrían definir en síntesis, la vida y la obra de Teodoro M. Vilardebó, una de nuestras más nobles figuras científicas.

  Médico, higienista e historiador, Teodoro Vilardebó, nació el 9 de noviembre de 1803, en Montevideo. Creo necesario mencionar el nombre de sus padres porque fueron ellos los que se adentraron tanto en su vida y en su corazón, que le condujeron al triunfo, impulsándolo con las fuerzas más puras que pueden utilizar los padres para con un hijo: el amor, el ejemplo, la virtud y el deber. Su padre, don Miguel Antonio Vilardebó, era catalán y llegó a esta ciudad como marino en el año 1790. Su madre, Martina Matuliche, era montevideana, hija de un veneciano y de una porteña. El recuerdo de la madre que perdiera a una edad muy temprana, seguirá toda su vida a Teodoro, pues su corazón de hombre sensible y solitario, supo recoger la imagen de la mujer que con la sabiduría de sus palabras, le abrió las primeras fuentes del conocimiento. De su infancia, dos recuerdos se le grabarán para siempre: la escuela del maestro Manuel Pagola, donde aprendió las primeras letras y el día 3 de febrero de 1807, cuando los ingleses al mando de Auchmuty, después de una sangrienta batalla, toman por asalto la ciudad.

  Transcurre el tiempo. Estamos en el momento de la independencia americana, y su padre, fiel a España, cuando las tropas del General Alvear ocupan la ciudad en junio de 1814, se retira a Rio de Janeiro. Luego de una breve estada en aquella capital, resuelve enviar a Teodoro a España para que prosiga los estudios, confiándolo a Lucas Boadas, su pariente y amigo. Antes de partir el niño, su padre realiza un acto que será de profunda significación en la vida de Teodoro; le entrega por escrito sus consejos, los mismos que él recibiera de manos de su padre al salir de España por primera vez y que ya hombre "no podía leer sin llorar de ternura". He aquí los consejos tradicionales: "Evitar las malas compañías; evitar la ociosidad; rendir culto a la verdad; perdonar las injurias; cuidar las cosas y mirar por el aseo de la ropa; vestir sencillo pero siempre limpio, etc. Luego le indicaba un plan de estudios. Al término de éstos, Vilardebó pasó a seguir estudios en París, doctorándose en Medicina a mediados de 1830, y, al año siguiente, en Cirugía. En agosto de 1833, después de una ausencia de diecinueve años, regresó al solar nativo donde revalidó sus títulos, siendo nombrado más tarde miembro de la Junta de Higiene, y propuso desde ese cargo varios reglamentos relacionados con la salud pública. Su afán de conocimientos y su sólida preparación científica, muy superior a las necesidades del medio donde actuaba, le llevaron a reunir una colección de fósiles para estudios de historia natural, lo que le valió el nombramiento de miembro de la Comisión de Biblioteca y Museo Público. Tenía especial predilección por la historia del país; reunió libros y documentos históricos e inició investigaciones sobre la vida, costumbres y vocabulario de los charrúas.

  Más tarde, por motivos relacionados con los movimientos militares en nuestro país, pasó a Río de Janeiro y de allí a París. Encontró en los libros un gran consuelo, y su ansiedad de nuevos conocimientos le llevó a realizar profundos estudios, asistiendo a los cursos de los grandes maestros de la ciencia, y enriqueciendo su experiencia científica en las más prestigiosas clínicas de París. De regreso a la patria, se entregó de lleno al ejercicio de su profesión. Se encontraba en la plenitud de su trabajo, cuando la fiebre amarilla, trasmitida por marinos que venían de Rio de Janeiro, en el verano de 1856, se extendió en Montevideo, azotando sobre todo la parte norte de la ciudad y la zona portuaria, donde Vilardebó se domiciliaba. Entonces su heroísmo de médico no tuvo límites. Aceptó el desafío de la terrible epidemia, trabajando día y noche sin descanso alguno junto a otros abnegados médicos de la época. Y así fue como pagó tributo a su profundo sentido del deber frente a la necesidad del pueblo que se debatía entre el dolor y la muerte. El 24 de marzo de 1856 contrajo la enfermedad que tanto había combatido y el 29 moría, mostrando así el camino del heroísmo y del amor a sus semejantes. La fatal noticia ensombreció más a la ya sombría capital que no pudo rendirle el homenaje que merecía ya que su cadáver, confundido de manera inexplicable, nunca pudo ser identificado.

  El nombre de Teodoro Vilardebó que hoy lleva uno de nuestros hospitales, nos recordará siempre el sentido de su obra, los móviles de su profesión de hombre y de investigador al servicio de las eternas preocupaciones de la ciencia. Más: el heroísmo de su muerte queda en el tiempo como testimonio de que había nacido para aliviar el dolor humano hasta el sacrificio de su propia vida.

 

Generoso Medina.

 

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