NORMA INES RIVERA - Esla tarde del 2 de mayo del año 2000. En el panteón de Dolores, en la ciudad de México, pequeños remolinos de polvo revientan y aspiran vorazmente los restos de basura acumulada, y decenas de hojas secas, que luego, de un sólo golpe, se posan de nuevo sobre la vieja tumba, una lápida agrietada en la que a duras penas puede distinguirse un nombre.
Sobre ella apenas subsiste, fracturado también, uno de los 2 floreros que hace mucho tiempo resultaron insuficientes para contener el alud de arreglos depositados sobre esa tumba en diciembre de 1945. En el cemento que cobija los restos de un joven piloto mexicano, simplemente se lee subteniente P.A. Mario López Portillo.
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Núm. 57 / Junio 2000
