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IX Encuentro del Foro de São Paulo
Capitalismo contemporáneo y debate sobre la alternativa Ponencia del Partido Comunista de Cuba Managua, Nicaragua 19 al 21 de febrero del 2000 |
Introducción
En el transcurso de la década de los noventa, dos elementos fundamentales han condicionado la elaboración teórica y el debate sobre estrategia y táctica de la izquierda: en primer lugar, el impacto político del derrumbe de la Unión Soviética y otros estados socialistas de Europa -que aún mantiene planteada la necesidad de realizar un balance integral de la experiencia histórica del socialismo- y, en segundo término, la subsiguiente avalancha universal de una oleada de mitos sobre la "capacidad regeneradora" del sistema capitalista, el "poderío indisputable" del imperialismo y la consumación de un "cambio civilizatorio" (tecnológico, económico, social y político) que imposibilita la transformación revolucionaria de la sociedad. El propósito de esta contribución a los debates del IX Encuentro del Foro de São Paulo es invitar a la reflexión sobre hasta qué punto estas falacias, carentes de sustentación científica, penetran incluso en los debates sobre lo que se ha dado en llamar la alternativa al neoliberalismo. A raíz del desplome de la URSS, hay dos temas que acaparan la atención de todos los seres humanos con acceso a los medios de comunicación: uno es un proceso objetivo e inexorable, a saber, la aceleración del movimiento histórico -descubierto y analizado por Marx y Engels- hacia la universalización de las relaciones humanas, al que ahora usualmente se alude con los términos "globalización" o "mundialización", categorías a las que -por error, desconocimiento u omisión- con frecuencia se les identifica como un movimiento iniciado en los últimos treinta años, mientras que el otro, el neoliberalismo, es una doctrina concebida para legitimar el individualismo y la desigualdad en una etapa de crisis del modo capitalista de producción, en la que los monopolios transnacionales y los estados imperialistas con que estos se encuentran fundidos están obligados a recurrir a una concentración de la propiedad y la riqueza, con independencia de los costos sociales que ellos provocan. Existen dos vertientes principales de ideólogos del "capitalismo eterno": 1) la que pronostica una progresiva homogeneización económica y social del mundo y, 2) la que reconoce el ensanchamiento de la brecha entre las potencias imperialistas y los países subdesarrollados -junto con la polarización económica, política y social que se produce al interior de cada país. Sin embargo, ambas coinciden en la "necesidad" de que todas las naciones acepten los "dictados" de "la globalización", en el primer caso, porque ello eventualmente conducirá a la bonanza general y, en el segundo, porque constituye la única fórmula para intentar "salir" de la franja de la humanidad que quedará excluida del desarrollo y el bienestar, aunque "reconocen" que muchos "quedarán en el camino" a pesar de que hayan aplicado al pie de la letra las recetas "globalizadoras". Por cuanto las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante, y como el movimiento hacia la universalización política y económica se produce bajo el signo del capitalismo -es decir, bajo el control y en función de los intereses de los monopolios transnacionales y los gobiernos de las potencias imperialistas-, con demasiada frecuencia se acepta que la forma capitalista en que actualmente se desarrolla ese proceso es la única posible, mito reforzado pro la mayor parte de la literatura al uso y por la saturación de propaganda imperialista. Si los medios de difusión que nos bombardean de manera sistemática son propiedad de los promotores y beneficiarios de la ideología neoliberal, ¿hasta qué punto nuestra propia visión de la metamorfosis del mundo contemporáneo -este mundo que es necesario conocer para poder transformarlo- está influenciada por presupuestos "científicos" sobre los que se sustentan los dogmas neoliberales? ¿hasta qué punto confundimos y entremezclamos el carácter inexorable y civilizatorio del avance de la humanidad hacia la universalización, con la forma específicamente capitalista en que ese proceso transcurre en la actualidad? ¿hasta qué punto la apertura y desregulación económica unilateral de los países del llamado Tercer Mundo es el resultado de una tendencia histórica natural, y hasta qué punto son impuestas por los centros de poder imperialista que se benefician de ellas? ¿hasta qué punto partimos en nuestros análisis y debates de premisas falsas sobre lo que "se puede" y lo que "no se puede" hacer en un "mundo globalizado"? ¿en qué medida, pues, esos dogmas condicionan y limitan nuestros debates sobre la izquierda? ¿no será que pasamos por alto el hecho objetivo de que la formación económico-social capitalista ya rebasó su época progresista, y que en la actualidad se encuentra en una etapa decadente y vegetativa? Uno de los fundamentos de las tesis del "capitalismo eterno" es que, en virtud de la llamada Revolución Científico-Técnica, el modo de producción capitalista encontró la fórmula para solucionar o, al menos, para conjurar a perpetuidad, el estallido de sus contradicciones antagónicas -entre ellas la crisis de superproducción-, de lo cual se desprende que la transformación revolucionaria de la sociedad no sólo resultaría imposible, sino también innecesaria. Otro ideologema en boga es que la ciencia y la tecnología han adquirido vida y racionalidad -o irracionalidad- propia, es decir que el desarrollo científico tecnológico se convirtió en el sujeto propulsor de la humanidad, cuyos dictados resultan inapelables, tanto para explotadores como para explotados por igual, de lo que se derivan cambios sociales que invalidan toda la experiencia histórica de las luchas populares -tanto reivindicativas como políticas- con lo cual se pasa por alto que la innovación científico-técnica se rige por las leyes del capital y que -contrario a la noción generalmente aceptada- mientras más acelerado y profundo es su desarrollo, más agudiza las contradicciones antagónicas del modo de producción capitalista, en particular la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el estancamiento de las relaciones de producción. Mucho más atinado y pertinente que hablar de "solución" o "conjuro" de las contradicciones antagónicas del capital parece ser el planteamiento de la interrogante acerca de si el modo de producción capitalista transita en la actualidad hacia un período relativamente largo durante el cual podrá atenuar (nunca solucionar) esas contradicciones o si, por el contrario, éstas tienden a agravarse. La importancia y actualidad de la valoración que realicemos sobre este tema radican en que, como afirma Marx, (en una etapa de)... prosperidad general, en que las fuerzas productivas de la sociedad burguesa se desenvuelven todo lo exuberantemente que pueden, no puede ni hablarse de una verdadera revolución. Semejante revolución sólo puede darse en aquellos períodos en que estos dos factores, las modernas fuerzas productivas y las formas burguesas de producción incurren en mutua contradicción (1). De esta afirmación se desprende que, si el capitalismo, a través del desarrollo científico y tecnológico, ha encontrado la forma de abrir una nueva fase prolongada de crecimiento expansivo de la economía mundial, sin necesidad de atravesar por una nueva gran crisis o de recurrir a una devastadora guerra, la izquierda y los movimientos populares se verán obligados a atemperar su estrategia y su táctica a esa realidad, no sólo mediante la elaboración de un programa mínimo para el corto y mediano plazo, sino también con una proyección de mucho más largo alcance. Ahora bien, ¿cuál fue la trayectoria del sistema capitalista en la segunda mitad del siglo XX? ¿se encuentra el capitalismo contemporáneo en los albores de una nueva etapa prolongada de crecimiento expansivo o experimenta una agudización y aceleración de la crisis integral de su modo de producción? Del "estado de bienestar" al neoliberalismo: la descomposición del capitalismo contemporáneo La tesis de la victoria o la superioridad del capitalismo sobre el socialismo se basa en la premisa de confundir al sistema capitalista con el llamado Estado de Bienestar que funcionó principalmente en Europa Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial. Esta noción es doblemente fraudulenta: en primer lugar, porque sugiere que las condiciones económicas y políticas características de ese período son estáticas o, más aún, que tienden a mejorar, aunque sea solo en un reducido grupo de naciones privilegiadas y, en segundo término, porque olvidan que el capitalismo es un sistema mundial y, por tanto, su desempeño no puede medirse sólo por la opulencia de sus puntos de máximo desarrollo, sino por las consecuencias de su modo de producción para el conjunto de la población para que se encuentre dentro del mismo. Para comprender la metamorfosis del capitalismo contemporáneo es preciso partir de la ya mencionada contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, es decir, la que se deriva de la capacidad que tiene el sistema capitalista de producir más mercancías de las que puede vender, lo que conduce a las crisis de superproducción de mercancías, que son -al mismo tiempo- crisis de subconsumo. Esta contradicción fue "resuelta" en tres oportunidades durante la primera mitad del siglo XX, mediante las masivas destrucciones de fuerzas productivas excedentes ocasionadas: 1) por la Primera Guerra Mundial; 2) por la Gran Depresión de 1929-1933 y, 3) por la Segunda Guerra Mundial. Las dos guerras mundiales fueron, al mismo tiempo, escenarios de otros procesos históricos que alteraran y condicionan la actuación del imperialismo: en medio de la primera surge la Unión Soviética -materialización del proyecto alternativo al modo de producción capitalista- y, a raíz de la segunda, el socialismo se convierte en un sistema -compuesto por varios países- que irradia influencia hacia el resto del mundo. Durante la segunda posguerra, economía y política se combinan de tal forma que el imperialismo se ve obligado a establecer, fundamentalmente en Europa Occidental, el "estado de bienestar". Desde el punto de vista económico, la destrucción masiva de fuerzas productivas ocasionada por la conflagración abrió un período de dos décadas de crecimiento económico expansivo virtualmente ininterrumpido, sin la amenaza inminente de una gran crisis de superproducción. En estas condiciones, se genera un incremento constante de la demanda de la mercancía fuerza de trabajo, lo que provoca un aumento de su valor y, por consiguiente, una elevación de los salarios, los que, a su vez, juegan un papel fundamental en el estímulo a la demanda de mercancías y servicios, es decir, ensanchan el horizonte del mercado y contribuyen a la producción ampliada del capital. Desde el punto de vista político, la expansión del socialismo por Eurasia obligaba al capitalismo a una competencia ideológica en la que necesita presentar un rostro "democrático" y "redistributivo", es decir: 1) establecer un sistema de partidos políticos, sindicatos y organizaciones populares capaz de asimilar un conjunto de demandas de diversos sectores de la sociedad y, 2) desarrollar una vasta red de servicios públicos y amplios programas sociales. Además de la competencia ideológica contra el socialismo en medio de la Guerra Fría, la asimilación de demandas sociales y el desarrollo de servicios públicos extensivos tienen también una fundamentación económica: en una prolongada etapa de expansión económica es lógico que la burguesía le encargue al Estado que, con los impuestos recaudados de toda la sociedad, desarrolle programas dirigidos a la reproducción de una fuerza de trabajo cuya demanda se incrementa de manera constante, pues, de no existir tales programas, los capitalistas se verían obligados a aumentar aún más los salarios, es decir, que el propio capital están interesado en que el Estado asuma los costos de la capacitación de los obreros, la salud, la educación de sus hijos y otros. Finalmente en determinada etapa del desarrollo del capitalismo, las legislaciones y políticas "favorables" a los obreros también persiguen la concentración del capital, porque, mientras los grandes capitales pueden pagar salarios relativamente más altos y sufragar otros beneficios y pensiones, la pequeña y la mediana empresa no pueden hacerlo y ello contribuye a su absorción o destrucción. A finales de la década de los sesenta, agotado el período de crecimiento expansivo abierto por la Segunda Guerra Mundial, se agudizan nuevamente tres tendencias destructivas del capitalismo estrechamente relacionadas entre sí, a saber: 1) la superproducción de mercancías; 2) la superproducción de capitales y, 3) la superproducción de población con respecto a las demandas del capital. En esta oportunidad, estos males son agravados por la contradicción entre el desarrollo de la capacidad productiva alcanzada por las potencias industrializadas durante la posguerra y el limitado ensanchamiento del mercado mundial, provocado por el cambio de dirección de los flujos de capitales ocurrido durante este mismo período, es decir, la reorientación de los capitales que antes se exportaban a las colonias y neocolonias, pero que, en la posguerra, se destinan, primero, a la reconstrucción europea (Plan Marshall) y, después, a sacar provecho de la bonanza relativamente prolongada de las potencias imperialistas. De esta forma, al retornar nuevamente a las potencias imperialistas el fantasma de la superproducción, Asia, Africa y América Latina resultan incapaces de asimilar los excedentes de mercancías y capitales que desbordan el llamado Primer Mundo, proceso que contribuye al estallido de la crisis de la deuda externa. En la década de los setenta, a pesar de la amenaza representada por la superproducción de capitales, mercancías y población, la existencia de la URSS y la Comunidad Socialista, el poder destructivo acumulado en armas nucleares y la creación de un espacio económico transnacional que enlaza en un todo único el capitalismo norteamericano, europeo y japonés, determinan que ninguno de los países imperialistas se atreva a acudir, por tercera vez, al recurso de la fuerza militar para destruir las fuerzas productivas excedentes, ni a intentar siquiera guerras económicas que puedan escapar de control. En estas condiciones, ante la imposibilidad de compensar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia a través de un aumento constante de la producción, el capitalismo entra en una semirecesión voluntaria permanente y apela a tres recursos fundamentales para la valorización del capital, ninguno de los cuales es nuevo, pero sí sus magnitudes, que determinan cambios cualitativos en el proceso de reproducción: el ahorro de trabajo vivo, la especulación financiera y la autofagia, los cuales son válidos para el incremento de capitales individuales, pero no para el incremento del capital social en su conjunto. El ahorro de trabajo vivo, es decir, el incremento de la productividad del trabajo destinado a extraer una mayor cuota de plusvalía, al cual las empresas monopolistas más concentradas apelan con particular intensidad en las ramas y sectores privilegiados de la economía mundial -como su secuela de aumento del desempleo y decrecimiento del salario-, se vuelve contra él mismo. En la actual situación, en la que la tendencia natural del capitalismo a la exclusión social ya no es compensada por el crecimiento general de la economía -que mantenía dentro de determinados márgenes el llamado "ejército de reserva"-, la producción ampliada del capital se realiza a expensas de excluir población de la relación capital-trabajo, lo que se convierte en un círculo vicioso porque, al reducirse la cantidad de obreros y la masa salarial, se reduce también el mercado que el capital necesita para autovalorizarse y, por consiguiente, se ve obligado a desplazar más obreros, y a reducir nuevamente la masa salarial, con lo cual no hace otra cosa que reducir aún más el mercado del cual depende su subsistencia, proceso que requiere una explicación teórico que rebasa las posibilidades de este trabajo. Si partimos de la premisa marxista de que el capitalismo afianza su dominio sobre la sociedad en la medida que incorpora más población a la relación capital-trabajo, podemos concluir que la tendencia a la exclusión social, que es una de las características fundamentales del capitalismo contemporáneo, apunta al agotamiento histórico del modo de producción capitalista. Imposibilitado de concluir el ciclo de su reproducción ampliada dentro de la esfera productiva, el capital recurre a la especulación financiera, es decir, multiplica los títulos de valor y centraliza el control sobre la masa de dinero mundial. En estas condiciones, la reproducción se realiza bajo fuertes estímulos artificiales y con una tendencia creciente a presentarse bajo la forma financiera. Se trata de un recurso que posterga la crisis general de producción, mediante la puesta en práctica de un mecanismo de acumulación de contradicciones, cuyas manifestaciones más evidentes son una recesión muy prolongada y el estallido de crisis financieras. El predominio de la especulación por sobre la producción revela el grado de parasitismo y descomposición del imperialismo, pues se convierte en el recurso fundamental a través de la cual los monopolios transnacionales más concentrados expropian el trabajo del resto de la sociedad, que no es sólo a los obreros, campesinos y demás sectores sociales subordinados, sino, de manera creciente y acelerada, a los propios capitalistas. La tendencia al agotamiento de los espacios productivos en los que se realiza la reproducción ampliada del capital obligada a las llamadas megafusiones, porque sólo los monopolios transnacionales más concentrados son capaces de disputar segmentos del mercado, y lo hacen mediante la absorción o destrucción de una gigantesca masa de capitales menores, de lo que se deriva que el capitalismo contemporáneo se reproduce de manera autofágica. Tendencia a excluir población de la relación fundamental del sistema capitalista (la relación capital-trabajo), dominio del capital ficticio sobre el capital productivo y reproducción de los monopolios transnacionales por medio de la autofagia del modo de producción capitalista. Aunque podrían mencionarse muchos más, basten estos elementos para afirmar que el capitalismo contemporáneo dista mucho de encontrarse en la antesala de la situación descrita por Marx como una etapa de "prosperidad general", en que las fuerzas productivas se desenvolverán "todo lo exuberantemente que pueden". Con la sobresaturación de los mercados de bienes, capitales y fuerza de trabajo, en el transcurso de la década de los setenta se hace evidente el agotamiento de las condiciones económicas que se sustentaban al "estado de bienestar". Si durante la posguerra el incremento del salario había sido el motor de la economía, mediante el estímulo a la demanda, ahora sucumbía ante la necesidad de aumentar la cuota de plusvalía. Paralelamente, al descender la demanda de la mercancía-fuerza de trabajo y reducirse su valor, ya los capitalistas no tenían el incentivo de antaño para que el Estado asuma los costos de su reproducción mediante "géneros" programas sociales, sino que necesitan que tales recursos sean transferidos al sector privado, a través de recortes impositivos, privatizaciones, créditos y subsidios. De esta manera se crean las condiciones económicas y, en buena medida las condiciones políticas para el paso del "estado de bienestar" al neoliberalismo. Sin embargo, no es hasta finales de la década de los ochenta y principios de los noventa cuando, con la desaparición de la Comunidad Socialista europea y el desmembramiento de la URSS, el neoliberalismo alcanza su cúspide como doctrina totalitaria y avasalladora, virtualmente a escala universal. Si bien es correcto afirmar que el capitalismo neoliberal es el capitalismo de nuestros días, resulta conveniente enfatizar la diferencia existente entre, por una parte, la metamorfosis por la que atraviesa el capitalismo contemporáneo -que es una consecuencia inevitable del grado de parasitismo y descomposición alcanzado por el modo de producción capitalista, lo cual determina que su existencia misma depende de la continuidad y aceleración del proceso de concentración transnacional de la riqueza, la producción, la propiedad y el poder político- y, por otra, el papel que juega el neoliberalismo como doctrina cuya función es legitimar y establecer pautas que rigen el agravamiento de la polarización política, económica y social a escala universal. La importancia de deslindar ambos elementos radica en que, si el neoliberalismo fuese sólo una "mala política!" o una "política económica fracasada", la "solución" de los problemas del capitalismo contemporáneo sólo dependería de un "cambio de política" y ese modo de producción podría volver a ser "democrático" y "redistributivo", como lo fue durante la posguerra en un reducido número de países desarrollados. En esencia, bajo este u otro nombre, en sus variantes más "ortodoxas" o "heterodoxas", el neoliberalismo es la política necesaria para la reproducción del capital financiero transnacional en esta etapa senil del capitalismo". En sus orígenes, el neoliberalismo fue una reelaboración de la teoría clásica destinada a adecuarla al desarrollo experimentado por la sociedad capitalista, con el objetivo de promover el individualismo y la desigualdad como principios para la reconstrucción de Europa -y de Gran Bretaña en particular- en la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial. Su texto original, Camino de servidumbre, escrito por Friedrich Hayek en 1944, es una defensa a la concentración del capital dirigida a contrarrestar las demandas populares en lo que él anticipaba como un difícil reajuste posbélico. Sin embargo, como Hayek no era marxista, no podía prever que, tras los primeros momentos de la reconstrucción, la destrucción de fuerzas productivas provocada por la guerra abría una etapa de auge y no de crisis del capitalismo por lo que, como se desprende de las referencias que hemos hecho a este período histórico, no fue le neoliberalismo, sino el "Estado de Bienestar", el que respondió a las necesidades del capitalismo monopolista de Estado en las condiciones de la posguerra. Por consiguiente, no es casual que durante un largo período el neoliberalismo se mantuviera confinado a los círculos de políticos y economistas ultraconservadores, hasta que el retorno de las crisis recreó el escenario previsto por Hayek, quien en la década de los setenta, en los tres tomos de Ley, Legislación y Libertad, desarrolla las ideas generales que había apenas esbozado tres décadas atrás (2). Después de dos décadas de neoliberalismo, cuyos efectos socioeconómicos resulta innecesario recordar, el problema que agobia hoy al imperialismo es cómo compensar el efecto desestabilizador del proceso de concentración transnacional de la riqueza y el poder político del cual depende su reproducción y, por consiguiente, su propia subsistencia. En la medida que se agravan las contradicciones socioeconómicas y se incrementa la tendencia a la inestabilidad social y política del mundo, diversas corrientes políticas e ideológicas, desde hace algunos años, trabajan en la conformación de un paradigma "posneoliberal": el modo de producción capitalista necesitaría encontrar un punto de equilibrio entre la concentración transnacional de la riqueza y la revitalización parcial de algunos programas sociales compensatorios. El debate sobre "la alternativa" El debate sobre lo que se ha dado en llamar "la alternativa" -muchas veces con la definición específica de "alternativa al neoliberalismo"-, se desarrolla bajo la influencia de la crisis ideológica y política de los núcleos centrales que estaban llamados a preservar, desarrollar y llevar a la práctica las ideas de las dos corrientes históricas fundamentales del movimiento obrero y popular, a saber, el comunismo y la socialdemocracia. En el movimiento comunista, la crisis condujo a la desaparición física de la URSS -identificada como depositaria de su herencia y precursora de su proyecto de construcción de una sociedad superior-, mientras que en la socialdemocracia la crisis se manifiesta en la formalización del abandono de todo vestigio de la vocación transformadora, protagonizado por la mayoría de los principales partidos europeos que controlan la producción teórica y dominan el funcionamiento de la Internacional Socialista. El impacto objetivo de la desaparición de la Unión Soviética y los Estados socialistas de Europa requiere poco comentario: es nefasto porque el imperialismo se quedó sin su adversario fundamental y el movimiento revolucionario sin su "retaguardia estratégica". Con relación al plano subjetivo, también es muy negativo porque, por una parte, permitió encubrir el grado de profundización de la crisis integral del modo capitalista de producción y, por otra, desacredita, tanto el ideal comunista con el que -correcta o incorrectamente- ese grupo de países se encontraba asociado, como la teoría marxista-leninista, único instrumento válido para la comprensión del capitalismo contemporáneo y el desarrollo de la estrategia y la táctica de la izquierda. Sin embargo, desde otro punto de vista, esa derrota, sin parangón en la historia, fue de tal envergadura que, perfectamente, podía haber provocado varios decenios de reflujo de las luchas populares: ¿cuál será la gravedad de la crisis del capitalismo, que ha podido disfrutar de menos de una década de hegemonía ideológica absoluta, y ya los pueblos comienzas de nuevo a buscar "la alternativa"? En la avanzada por desacreditar la idea de la transformación revolucionaria de la sociedad, e inmersa en la búsqueda de un paradigma capitalista "posneoliberal", se encuentra la mayoría de los partidos europeos. Esta actuación de la médula de la socialdemocracia europea en función de los intereses del imperialismo -tan evidente en la agresión de la OTAN contra Yugoslavia, en momentos en que los partidos miembros de la Internacional Socialista gobiernan en la mayoría de los países de la Unión Europea- no constituye un dato novedoso. Para sólo recapitular el pasado reciente, iniciada la posguerra, la socialdemocracia fue la continuadora y propulsora del "estado de bienestar", implantado por la democracia cristiana en los albores de la reconstrucción de Europa Occidental, esquema que, como hemos expuesto anteriormente, respondía a los intereses de la Guerra Fría. En la medida que las condiciones del mundo obligan al imperialismo a revivir y promover el neoliberalismo a escala universal, durante la década de los ochenta, ese papel le corresponde a los partidos socialdemócratas que gobiernan en Francia, España, Portugal, Italia y Grecia.3 .- Con el desplome de la URSS, la socialdemocracia europea se sintió "liberada" de la necesidad de competir por el liderazgo de la lucha en pos de la "superación histórica" de la sociedad capitalista, por lo que, quienes mantenían el apego formal a la teoría de Marx sobre el capitalismo, se apresuraron a declarar su abandono. En la medida en que sectores del propio imperialismo se percatan de las consecuencias que tienen el alcance de la "oscilación del péndulo" hacia la derecha, en la actualidad, el núcleo de los principales partidos de la socialdemocracia europea compiten entre sí, afanados en la búsqueda de la "Tercera Vía" o del "Progreso Global", con la pretensión de encontrar una panacea capaz de, por una parte, mantener la espiral de concentración transnacional de la propiedad, la riqueza y el poder político y, por otra, limitar la desestabilización social y política que ese proceso provoca de manera inevitable. No puede descartarse que le sistema capitalista diseñe una política, bajo cualquier denominación "posneoliberal", concebida para evitar el estallido de las contradicciones, pero, en las actuales condiciones, a menos que se produzca una destrucción masiva de fuerzas productivas -ya sea a través de una nueva gran crisis económica o de una guerra lo suficientemente intensa-, cualquier esquema que se implante funcionaría, a diferencia del elaborado por Keynes, en contra de los requerimientos del proceso de reproducción ampliada del capital. Con otras palabras, la búsqueda de un paradigma posneoliberal marcha a contrapelo de la evidencia teórica y empírica existente en el mundo de que es imposible mantener un esquema de redistribución social de riqueza, que esté subordinado a un esquema de reproducción del capital cuyo fundamento es la concentración aguda y acelerada. En medio de la desorientación política e ideológica resultante de la bancarrota de la URSS, y de una coyuntura en la que la ruptura del orden institucional imperante -y su sustitución inmediata por un poder revolucionario alternativo- no es lo característico, durante los últimos años se ha fortalecido el posibilismo, que es la forma contemporánea de los postulados clásicos de la socialdemocracia, corriente que se ha extendido como uno de los ingredientes que condicionan los debates sobre "la alternativa" en los que participa un amplio espectro de la izquierda, al menos -que tengamos conocimiento- en Europa y América. El posibilismo es parte de la vulgarización de la teoría marxista realizada, durante las décadas de los sesenta y los setenta, por las dos vertientes que supuestamente estaban abocadas a su desarrollo y aplicación práctica, a saber, por un lado, el dogmatismo y el manualismo de la producción política e ideológica oficialista en la URSS y, por otro, las diversas escuelas "antidogmáticas" del "marxismo occidental" que, confundidas y deslumbradas por el auge del capitalismo de posguerra en los países imperialistas: 1) confundieron al transitorio y geográficamente limitado "Estado de Bienestar" con la evolución histórica del modo de producción capitalista; 2) comenzaron a detectar "errores" y "agujeros negros" en la teoría de Marx sobre la crisis del capitalismo, la teoría del valor, la lucha de clases y otros temas, y 3) pretendieron "enmendar" las "limitaciones" e "insuficiencias del marxismo con la combinación ecléctica de fragmentos de otras disciplinas y, 4) terminaron, algunos, de los cuales terminaron haciendo una "ensalada", mientras otros, se encuentran hoy agrupados en las filas del posmarxismo. El posibilismo parte de las premisas establecidas por los ideólogos del imperialismo contemporáneo, es decir, de las seudoteorías sobre la "capacidad regeneradora" del capitalismo, el "poder indisputable" del imperialismo contemporáneo y la consumación de un "cambio civilizatorio" que invalida la revolución social, al tiempo que realiza una interpretación denigrante de la historia de la izquierda y el movimiento popular, y suscribe la tesis de que capitalismo es sinónimo de democracia o, al menos, que el capitalismo es el sistema social dentro del cual, en una perspectiva histórica, se puede construir la democracia. El posibilismo basa sus ataques contra el socialismo en: 1) los mismos argumentos utilizados por el imperialismo en la campaña de descrédito lanzada desde el triunfo mismo de la Revolución de Octubre de 1917; 2) la hiperbolización de los errores y desviaciones antidemocráticas que realmente fueron cometidos dentro del llamado socialismo real -ingredientes gratuitos que contribuyeron a la pérdida de prestigio del ideal socialista y la fragmentación del movimiento revolucionario mundial-, y 3) la utilización de un "ideal de sociedad" concebido en "condiciones asépticas de laboratorio", fuera de tiempo y espacio, para "juzgar" todos los proyectos de construcción socialista hasta hoy. Para el posibilismo, "la democracia", entendida como el perfeccionamiento del liberalismo burgués, a través de reformas constitucionales y de las leyes electorales, el combate al fraude, la verificación electoral internacional y otros aspectos políticos y jurídicos nacionales que fortalezcan el respeto a la preferencia de los votantes, constituye el objetivo supremo a alcanzar, a partir del cual, sin una transformación radical de las relaciones capitalistas de producción, quedarán automática y definitivamente establecidas las condiciones para resolver los problemas políticos, económicos, sociales y ecológicos que agobian a los pueblos. A través de "la democracia", los votantes y sus elegidos serán capaces de conjurar las presiones de las grandes potencias, neutralizar la acción nociva de las empresas transnacionales, contrarrestar el poder de las elites tradicionales dominantes y avanzar hacia el desarrollo económico y social sustentable, con justicia y equidad. Parecería que el capitalismo es el escenario en el cual, mediante "la democracia" posibilista, se pueden cumplir las tareas aún inacabadas de la revolución social, como pudiera ser, por ejemplo, la erradicación de todo vestigio de discriminación racial, de género, nacional, religiosa, etárea y por condición física o mental, o el perfeccionamiento constante de la democracia participativa y representativa, o el tránsito de la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales básicas del conjunto de la sociedad, a la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales, más complejas y específicas, de individuos y grupos humanos, que surgen como resultado natural del desarrollo político, económico, social y social de la propia revolución. En contraposición con la "severidad" con que "juzga" la obra inacabada de los procesos de construcción socialista, el posibilismo pasa por alto que "la democracia", a la que aspira como objetivo supremo dentro de la sociedad capitalista, se encuentra en contradicción con el hecho de que -por la necesidad vital de concentrar riqueza y excluir población en una magnitud y a velocidad sin precedentes que padece- el modo de producción capitalista se ve en la actualidad obligado a adoptar el contenido más antidemocrático de su historia, no sólo desde el punto de vista económico y social -hecho que resulta ampliamente reconocido- sino también mediante el "vaciamiento" de sistemas políticos nacionales, en virtud del cual su funcionamiento cada día depende menos de los mecanismos de participación y representación ciudadana -a los cuales se le rinde un culto crecientemente formal (pluripartidismo, candidatos, elecciones, "libertad de prensa", etc.)- mientras el poder político real se desplaza hacia los centros imperialistas, que lo ejercen directamente mediante la adquisición de funciones -legislativas, ejecutivas y judiciales- de Estado imperialista transnacional y a través de organismos supranacionales bajo su control, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros. En el extremo opuesto al posibilismo acerca de "la alternativa" se encuentran los reductos del voluntarismo, que tiene el mérito de mantener su apego a la idea de la revolución, pero resultan incapaces de captar el carácter dialéctico de la teoría marxista y, por consiguiente, pasan por alto que la conquista del poder político no es un acto que depende exclusiva o fundamentalmente de la voluntad de los revolucionarios. Lenin, a quien con harta frecuencia se tilda de haber tenido un pensamiento dogmático al respecto, reitera en su obra que, para que pueda producirse una revolución, no basta con que "los de abajo" no quieran seguir siendo dominados, sino que resulta indispensable, además, que "los de arriba" hayan perdido toda capacidad de ejercer su dominación (4). Lenin, además, no sólo reconoce la existencia de diversas formas de lucha que se corresponden con una diversidad de situaciones concretas, sino que comprende que la actividad fundamental de un partido revolucionario se oriente en función de esa realidad (5). Si partimos de una perspectiva leninista, resulta imposible desconocer todo lo positivo logrado, durante la última década, por la izquierda y el movimiento popular en numerosos países capitalistas de Europa, Asia, Africa y América Latina, a través de la combinación de: 1) la conquista de espacios institucionales en gobiernos, legislaturas y órganos de poder provinciales y municipales, y 2) la acumulación social y política cosechada en la lucha contra el neoliberalismo. La acumulación política y social constituyen, efectivamente las formas de lucha fundamentales que -con la salvedad de las situaciones regionales o nacionales en las que la crisis del capitalismo alcanza sus expresiones más críticas-, se corresponden con la situación de la coyuntura en la que, de manera creciente, "los de abajo" no quieren seguir siendo dominados y explotados, pero "los de arriba" aún pueden mantener su dominación y explotación. Sin embargo, el horizonte histórico de la izquierda está determinado por el hecho de que las únicas posibilidades que se presentan ante la humanidad son: 1) la destrucción del planeta como consecuencia del estallido de las contradicciones antagónicas irresolubles del modo de producción capitalista, o 2) la sustitución de este último por una sociedad superior, aquella que Carlos Marx bautizó con el nombre de comunista. El triunfo del comunismo no ocurrirá sólo por la agudización extrema de las contracciones del capital, que, efectivamente también puede conducir al fin de la civilización humana, sino por la acción consciente y organizada de los pueblos. ¿Resulta hoy en día racional pensar que la acción consciente y organizada de los pueblos sea capaz de destruir al imperialismo? Sí, aunque en plazos que no podemos precisar, porque tanto la crisis económica como la guerra tienen el potencial, por una parte, de abrir un espacio que alargue la vida del modo de producción capitalista y, por otra, de crear una nueva situación revolucionaria y, aun en este último caso, con palabras de Lenin: "...ningún socialista, nunca ni en parte alguna, ha garantizado que hayan de ser precisamente la guerra actual (y no la siguiente) y la situación revolucionaria actual (y no la de mañana) las que originen la revolución" (6).
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