Mirar,
Tocar, Conocer
En la mujer
reside el principio del pecado y por culpa de ella murieron muchos",
dice la Biblia y más adelante: "Mujer, tú has
llegado a seducir a aquel que el mismo diablo no ha osado atacar
de frente". Para Santo Tomás " la mujer es un ser
ocasional e incompleto, la cabeza de la mujer es el hombre".
Y San Agustín dice: "La mujer no es estable. Está
nutrida de maldad, es el comienzo de toda plaga, encuentra el camino
y el sentido del mal".
Estas citas
y otras análogas no son, por cierto, una novedad pero hacen
reflexionar.
Hoy, a la
luz de todo lo que nos ha enseñado el psicoanálisis
es más fácil interpretar el temor -disfrazado de desprecio
-que los hombres han manifestado siempre en su confrontación
con la mujer, Su poder de seducción fue la amenaza constante
y hostigadora de la fuerza masculina. En el juego de los poderes
se salva la "mujer madre".
Una madre
incontaminada, toda del hijo, es el sueño edípico
de cada hombre. Más aún, el hombre necesita de la
"mujer-sexo", pero apenas ha conseguido sus favores reniega
de ella. No obstante al no renunciar a su poder de seducción
la causa de ligarlo solamente por la vía baja y despreciable
de los instintos.
Para la mujer
no hay salida: o reprime su propia sexualidad para ser amada, respetada
y encontrar un puesto social como mujer-madre u opta por transformarse
en un instrumento de placer que el hombre usará y dejará
pasar. Es indudable y lógico que el instinto de supervivencia
ha sugerido a la mujer elegir el primer camino. Todas se sienten
forzadas a ser aceptadas como "mujer-madre" renegando
de sí mismas como mujeres de placer, salvo las pocas que
han debido entregarse al servicio de la satisfacción masculina,
en sí mismo envuelto de desgraciadas circunstancias. La deformación
mental ha resultado tan radical y profunda que muchísimas
mujeres deben ahora hacer esfuerzos inmensos de imaginación
para considerar con un mínimo de serenidad aquella parte
de sí mismas que saben destinada al placer.
Los psicólogos
hablan muchas veces de la esquizofrenia de la mujer confrontada
con su propia genitalidad. Y por esquizofrenia, en este caso, se
entiende la división entre la parte consciente de la mujer
en relación con su propio aparato genital.
¿Cuantas
mujeres osan informarse sobre la conformación y la estructura
de su propio sexo?. Poquísimas y entre éstas, son
mínimas las que se arriesgan a hablar sobre el tema sin sentir
culpa y como si cometieran actos impúdicos, contrarios a
la moral. La ignorancia, en este terreno, es determinante, lo poco
que se sabe se presenta cubierto de vergüenza y se susurra
en la más total confidencia aunque después, a la luz
de la razón, uno se pregunte las causas por las que el tema
es indigno de una mujer que se respete. Frente a la propia genitalidad
la mujer se comporta como si fuera la portadora involuntaria de
un mal inevitable, de un peligro siempre en acecho de un mecanismo
explosivo que impulsa a seguir sus pasos fatales. El fenómeno
se revela en toda su absurda amplitud en los consultorios ginecológicos.
No sólo está llena de temores la muchacha en su visita
médica, sino también la mujer experta que ya ha tenido
experiencias sexuales. Este temor se revela en un abismo de ignorancia
con respecto a su propia conformación unido a una persistente
resistencia a aprender.
Este está
dirigido, indudablemente, por el general rechazo a intervenir en
forma directa sobre nuestro cuerpo. Ninguno de nosotros puede darse
con desenvoltura, por ejemplo, una inyección, y existen hombres
que ni siquiera se afeitan solos. Pero lo que en gran medida entra
en juego es el rechazo profundo a conocerse, tocarse, hacer propia
una región de sí que la mujer, desde siempre, ha considerado
extraña y prohibida. "Esas partes son poco atractivas
para mirar y una se resiste imaginar cómo está hecha".
Este es el comentario más común de parte de mujeres
adultas y evolucionadas, lo consideran feo y hasta repugnante.
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