Un punto femenino, ahora masculino

Cuando todavía se escuchan voces que dudan sobre la existencia -científicamente comprobada, por cierto- del punto G en el cuerpo de las mujeres, los especialistas comienzan a hablar de un punto similar en el cuerpo de los varones. Interesante artículo, del suplemento Las 12 de Página 12, que profundiza social y científicamente en esta aún misteriosa ¿parte del cuerpo? ¿glándula? ¿órgano?

(Página 12) ¿Es un mito? ¿Una zona erógena? ¿Un instrumento destinado a devolver a los varones la propiedad del orgasmo de las mujeres? ¿Es la punta de la soga que desata el placer más intenso?¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, es el punto G. Pequeño como una arvejita, menospreciado –hasta hace muy poco– por la monarquía del clítoris, oculto en los oscuros canales del cuerpo, relegado de la anatomía hasta convertirse casi en una cuestión de fe, del punto G aún se duda.

¿Existe? ¿Sirve para algo? ¿Todas tienen uno? La respuesta es sí, todas y todos andan por la vida llevando su punto G dormido y latente, dispuesto a hincharse cuando el placer convoca a la sangre para guiar a los buscadores de tesoros que hurgan dentro del cuerpo. Bien adentro, en lo profundo de la vagina en el caso de ellas. En el apretado, a veces asfixiante conducto del recto, si de ellos se trata. Porque si hay algo que agregar después de más 20 años de proclama ininterrumpida sobre la existencia de esta enigmática zona es que los hombres también tienen un punto G capaz de ofrecerles un mundo de sensaciones.

Claro que para eso tienen que ser capaces de relajarse y gozar. Tarea difícil para tantos machos a los que la sola posibilidad de tenderse de espaldas agita los peores fantasmas de pérdida de virilidad.

Historia de un punto
Si de la existencia misma del punto G todavía se duda, es porque, oh casualidad, “empezó a hablarse de él como la meca de las sensaciones justo cuando las mujeres habían recuperado la propiedad de sus orgasmos a través del clítoris, cuando pudieron sacarse de encima la máxima freudiana que decía que para ser una mujer hecha y derecha, madura y sana, había que tener orgasmos vaginales”, explica Adriana Arias, sexóloga y escritora, coautora de Locas y Fuertes, relatos de mujeres.

De lo mismo suele quejarse Beverly Whipple, la médica estadounidense que a fuerza de divulgación logró apropiarse del copyright del punto G. Eso sí, después de diez años de investigación y veinte de dar conferencias por el mundo. Whipple se siente injustamente tratada por las feministas, acusada de querer reinstalar el orden de las cosas anterior al reinado del clítoris, de darle al mundo herramientas para que vuelvan a la vagina en busca de las sensaciones mágicas que, como todas sabemos, con tanta generosidad proporciona el clítoris.

“Todo lo que yo quise hacer –decía Whipple hace dos años, de paso por Argentina– fue ampliar nuestros conocimientos sobre la sexualidad femenina para no quedar atrapadas en un patrón único y monolítico.”

La justicia tarda pero llega. En 1987 un grupo de feministas de Boston –Federation of Feminist Women’s Health (FFWH)– publicó un libro en el que daban cuenta de la estructura oculta del clítoris adjudicándole 18 estructuras, algunas visibles y otras no tanto, pero todas percibidas durante la excitación sexual. Entre ellas las investigadoras de Boston sumaban al punto G de Whipple (aunque se llama así en honor a su primer descubridor oficial, el doctor Gräfenberg, en 1940) como parte del órgano sexual femenino por antonomasia –sí, el clítoris, ni siquiera la vulva que es la parte exterior y mucho menos la vagina, mal que les pese a los monólogos, que es sólo el conducto–.

“Impactaría a muchos saber que algunas mujeres sanas tienen un pene, sólo que se prefiere llamar a su pene clítoris. Esta analogía es exacta desde una perspectiva sexual y biológica –afirma el médico sexólogo León Gindin en su recién editado libro La nueva sexualidad de la mujer, a la conquista del placer–. El pene y el clítoris están hechos de los mismos tejidos y funcionan de la misma manera porque se desarrollan de las mismas estructuras fetales. (...) La única diferencia real entre un pene y un clítoris es el tamaño promedio de la porción que podemos ver. Tres cuartos del clítoris permanecen ocultos a la vista. El clítoris promedio es de alrededor de 10 centímetro de largo, ¡el mismo tamaño de un pene fláccido!”.

A la estricta y diáfana luz de la ciencia, entonces, podemos decir que hombres y mujeres son más parecidos de lo que se supone a simple vista, fisiológicamente hablando, claro está.

Ellos también tienen derecho
Dicen los especialistas consultados que el punto G masculino es mucho menos controvertido que el de las mujeres. De hecho, si de lo que se trata el segundo es de una próstata atrofiada o sin más funciones que proteger el conducto uretral, ellos tienen una próstata activa, útil a la hora de conducir los espermatozoides y perfectamente tangible tanto para los amantes como para los médicos.

El tacto rectal es una práctica urológica habitual y recomendada para los mayores de 50 a la hora de prevenir males prostáticos mayores. En cuanto al placer que produce su estimulación, cientos de miles de varones homosexuales están ahí para dar crédito. Y ése parece ser el mayor problema a la hora de ampliar las posibilidades del placer.

El principal problema de los varones, a simple vista, es que ellos suelen saber exactamente lo que tienen que hacer para provocarse un orgasmo. Lo muestran las películas pornográficas, lo aprenden en la escuela en iniciáticas competencias onanistas, suele ser rápido y seguro. El hombre tiene asumido como mandato que debe ser eficiente a la hora del placer y si en algún momento corre su mirada o su ansiedad de su goce exclusivo –sí, estamos generalizando, con disculpas hacia los varones evolucionados– es para arrancarle a la mujer los aullidos que indicarían los orgasmos de ella. Un buen coito, usualmente, los deja con la satisfacción del deber cumplido.

“Y lo eficiente –dice Aria– está vinculado con lo activo; el protagonismo tiene que ser su penetración. Él es el que busca el placer, el que hurga en el cuerpo de ella, el que genera el orgasmo de la mujer. Este viraje que supone que ellos puedan recibir placer siendo accionados por la mano de ella o por un objeto o lo que sea implica pasividad y esto aterra. Además deberían quedarse en algún momento en reposo, esperar que las sensaciones lleguen... ya el cuerpo mostrado de atrás, todo eso desde la estética está en contra de la eficiencia, en contra de lo que suponen su identidad sexual. En definitiva es ser penetrado. Para ellos, un espanto”.

Lo llamativo es que pocos varones esquivan esa obsesión permanente por tomar a la mujer de atrás y penetrarla por vía anal. Esa parece ser la última llave, el tesoro a conseguir. Aun cuando son poquísimas las mujeres que tienen sensaciones placenteras de esa manera. A ellas la próstata o el punto G no se les puede estimular por esa vía. A ellos sí, hay estudios de campo que indican que es placentero si se acompaña del relax necesario, y sin embargo la mayoría no se deja. Sólo guiándonos por el faro de la ciencia podría encontrarse aquí una paradoja.

Instrucciones para parejas audaces
El punto G masculino, como todo, tiene sus pros y sus contras. Si bien es fácil detectarlo para terceros, para el poseedor es muy complicado hacerlo por sí mismo. Además, en tren de buscar, es mejor hacerlo de a dos.

Según las instrucciones que proporciona Gindin en su libro, “el hombre debe tumbarse boca arriba y la mujer introducir su dedo, previamente lubricado, en su ano. Hay que explorar la pared rectal hasta sentir un abultamiento del tamaño de una nuez. Una vez encontrado, el hombre debe relajarse y la mujer, masajear la zona”.

Hay discrepancia entre los especialistas sobre cuán profundo es necesario introducir el dedo o el elemento elegido, pero esto lo decidirá cada pareja. Esta práctica no tiene por qué llevarse a cabo en exclusiva, la otra mano, la boca, las manos del hombre, todo eso queda liberado para seguir sumando a la montaña rusa de las sensaciones y dejar que los cuerpos se descarrilen.

Fuente: Suplemento Las 12 de Diario Página 12.

http://www.mujereshoy.com/secciones/982.shtml