(Los siguientes pasajes son extraídos de la
Encíclica de Su Santidad, Evangelium Vitae, El
Evangelio de Vida. Los pies de página y citas del Santo Padre se
han omitido aquí.)
De entre todos los crímenes que pueden ser cometidos en contra
de la vida, el aborto tiene características haciéndolo
particularmente serio y deplorable. El Segundo Concilio del
Vaticano define el aborto, junto con el infanticidio, como un
crimen indecible.
Pero ahora, en la conciencia de muchas personas, la percepción
de su gravedad se ha vuelto progresivamente obscuro. La aceptación
del aborto en la mente popular, en comportamiento y en la misma
ley, es un signo que indica una extremadamente peligrosa crisis
del sentido moral, que se está volviendo mas y mas incapaz de
distinguir entre el bien y el mal, aún cuando el derecho
fundamental de la vida está en peligro. Dada tan grave situación,
necesitamos ahora más que nunca tener la valentía de ver la
verdad a los ojos y llamar las cosas con su nombre adecuado, sin
ceder a compromisos convenientes o a la tentación de decepción
propia. Respecto a esto, el reproche del Profeta es
extremadamente sencillo: ¡Pobres de aquellos que llaman
bien al mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la
luz en tinieblas! (Is. 5:20) Especialmente en el caso del
aborto hay un amplio uso de terminología ambigua, así como la
interrupción del embarazo, que tiene a esconder la
verdadera naturaleza del aborto y a atenuar su seriedad en la
opinión pública. Quizá este fenómeno lingüístico por sí
mismo es un síntoma de una intranquilidad de la conciencia. Pero
ninguna palabra tiene el poder de cambiar la realidad de las
cosas: el aborto logrado es la matanza
deliberada y directa, por cualquier medio que se realice, de un
ser humano en la fase inicial de su existencia, extendiéndose de
la concepción hasta el nacimiento.
La gravedad moral del aborto es aparente en toda su verdad si
reconocemos que estamos tratando con homicidio y, en particular,
cuando consideramos los elementos específicos involucrados. El
que es eliminado es un ser humano en el inicio de la vida. Nadie
más inocente puede ser imaginado. De ninguna manera este ser
humano puede ser considerado como agresor, ¡mucho mejor un
agresor injusto! El o ella es débil, indefenso, hasta el punto
de carecer esa mínima forma de defensa consistiendo del
conmovedor poder de los llantos y lágrimas de un bebé recién
nacido. El bebé que aún no nace está totalmente encomendado a
la protección y cuidado de la mujer que lo lleva en su vientre.
Y aún así algunas veces es precisamente la mujer misma quien
toma la decisión y pide que se elimine la creatura, y lo lleva a
cabo.
Es cierto que la decisión de tener un aborto es seguido trágica
y dolorosa para la madre, cuando la decisión de eliminarse del
fruto de la concepción no es hecha puramente por razones egoístas
o por conveniencia, sino por el deseo de proteger ciertos valores
importantes tales como su propia saluda o un estándar de vida
decente para los otros miembros de la familia. Algunas veces se
teme que la creatura que nacerá vivirá en tales condiciones que
sería mejor que el nacimiento no tomara lugar. Sin embargo,
estas razones y otras como estas, cuan más serias y trágicas,
nunca pueden justificar el matar deliberadamente un ser humano
inocente.
Así como la madres, seguido hay también otras personas quienes
deciden sobre la muerte de la creatura en el vientre. En primer
lugar, el padre de la creatura puede ser culpado, no solo cuando
directamente presiona a la mujer a tener un aborto, pero también
cuando indirectamente alienta tal decisión de su parte dejándola
sola y tenerse que enfrentar a los problemas del embarazo: de
esta manera la familia es moralmente herida y profanada en su
naturaleza como comunidad de amor y en su vocación de ser el
santuario de vida. Tampoco se puede pasar por alto
las presiones que en ocasiones viene de resto de la familia y
amigos. Algunas veces la mujer es sujetada a tan grandes
presiones que se siente psicológicamente forzada a tener un
aborto. Doctores y enfermeras también son responsables cuando
ponen a servicio habilidades de muerte que fueron adquiridas para
promover la vida.
Pero la responsabilidad de igual manera cae sobre los
legisladores que han promovido y aprobado la leyes de aborto y,
extender que tiene una opinión en el tema, o en los
administradores de los centros de cuidado de la salud donde se
llevan a cabo los abortos. Una responsabilidad general y no menos
seria recae sobre aquellos que han alentado la extensión de una
actitud de permisión sexual y una falta de estima por la
maternidad, y en aquellos quienes debieron haber asegurado
pero no lo hicieron políticas efectivas de familia que
las soportaran, especialmente familias grandes y aquellos con
necesidades financieras y de educación. Finalmente, uno no puede
ignorar la red de complejidad que alcanza a incluir instituciones
internacionales, fundaciones y asociaciones que sistemáticamente
hacen campaña por la legislación y diseminación del aborto en
el mundo. En este sentido el aborto pasa la responsabilidad de
individuos y el daño hecho a ellos, y adquiere una dimensión
social. Es una seria herida infringida en la sociedad y su
cultura por las mismas personas que deberían ser los promotores
y defensores de la sociedad. Como escribí en mi Carta a las
Familias, Nos estamos enfrentado a una gran amenaza contra
la vida: no solo contra la vida de los individuos sino a la
civilización misma. Nos estamos enfrentando a lo que puede ser
llamado una estructura de pecado que se opone a la
vida humana que aún no nace.
Algunas personas tratan de justificar el aborto diciendo que el
resultado de la concepción, hasta un cierto número de días, no
puede ser considerado una vida humana personal. Pero, en verdad,
desde el momento en que óvulo es fertilizado, una vida
comienza que no es la del padre ni la de la madres; es la vida de
un nuevo ser humano con su propio crecimiento. Nunca se haría
humano si no fuera ya humano. Esto ha sido siempre claro, y la
ciencia genética moderna ofrece clara confirmación. Ha
demostrado que desde el primer instante se establece el programa
de lo que este ser humano será: una persona, una persona
individual con sus aspectos característicos ya bien determinados.
Desde la fertilización la aventura de una vida humana comienza,
y cada una de sus capacidades requieren tiempo un lapso de
tiempo largo para encontrar su lugar y para estar en
posición para actuar. Aún si la presencial de un alma
espiritual no se puede determinar por datos empíricos, los
mismos resultados del estudio científico acerca del embrión
humano proporcionan una valiosa indicación para discernir
por el uso de la razón y presencia personal en el momento de la
primera seña de vida humana: ¿cómo un individuo humano puede
no ser una persona humana?
Más aún, lo que está en juego es tan importante que, desde el
punto de vista de la obligación moral, la mera probabilidad de
que una persona humana esté involucrada sería suficiente para
justificar una absoluta prohibición de cualquier intervención
dirigida a matar un embrión humano. Precisamente por esta razón,
por encima de cualquier debate científico y aquellas
afirmaciones filosóficas a las cuales no se ha cometido
expresamente el Magisterio, la Iglesia ha enseñado siempre y
continúa enseñando que el resultado de la procreación humana,
desde el primer momento de su existencia, debe ser garantizado el
respecto incondicional que se le debe moralmente al ser humano en
su totalidad y unidad como cuerpo y espíritu: El ser
humano debe ser respetado y tratado como una persona desde el
momento de la concepción; y por ello desde ese mismo momento sus
derechos como persona deben ser reconocidos, de entre los cuales
en primer lugar es el inviolable derecho de vida de cada ser
humano inocente.
Los textos de la Sagrada Escritura nunca tocan la pregunta del
aborto deliberado y por ello no lo condenan directa y específicamente.
Pero muestran tan gran respeto por el ser humano en el vientre de
la madre que requieren como consecuencia lógica que el
mandamiento de Dios No matarás se extienda así
mismo al infante no nato.
La vida humana es sagrada e inviolable en todo momento de su
existencia, incluyendo la fase inicial que precede al nacimiento.
Todos los seres humanos, desde el vientre de su madre, pertenecen
a Dios quien los busca y conoce, quien los forma con sus propias
manos, quien los ve cuando son pequeños embriones sin forma y ya
ve en ellos los adultos de mañana cuyos días están numerados y
cuya vocación está escrita en el libro de la vida.
(cf. Sal. 139:1, 13-16) Ahí, también, cuando están el vientre
de su madre como muchos pasajes de la Biblia dan
testimonio son los objetos personales de la amorosa
providencia de Dios.
La Tradición Cristiana ...es clara y unánime, desde el
principio hasta nuestro propio día, al describir el aborto como
un desorden particularmente grave. Desde sus primeros contactos
con el mundo Greco Romano, donde el aborto y el infanticidio eran
ampliamente practicados, la primera comunidad Cristiana, por sus
enseñanzas y prácticas, radicalmente ese oponían a las
violentas costumbres en esa sociedad.. Entre los escritores
eclesiásticos Griegos, Atenágoras indica que los Cristianos
consideran como homicidas a las mujeres que recurren a medicinas
abortivas, porque los niños, aún si están el vientre de sus
madres, ya están bajo la protección de la Divina
Providencia. De entre los autores Latinos, Tertulian afirma:
Es homicidio anticipado prevenir que alguien no nazca; hay
poca diferencia si alguien mata un alma ya nacida o la pone a
muerte a su nacimiento. Aquel que un día será hombre lo es
hombre ahora mismo.
A través de los 2000 años de historia de la Cristiandad, esta
misma doctrina se ha enseñado consistentemente por los Padres de
la Iglesia y por sus Pastores y Doctores. Aún discusiones científicas
y filosóficas sobre el preciso momento de infusión del alma
espiritual nunca han dado lugar a ninguna indecisión sobre la
condenación moral del aborto.
El mas reciente Magisterio Papal ha reafirmado vigorosamente esta
doctrina común. Pio XI en particular, en su Encíclica Casti
Connubii, rechazaba la justificación del aborto. Pio XII excluyó
todo aborto directo, v.g. cada acto que tienda directamente a
destruir la vida humana en el vientre, independientemente
de que tal destrucción sea intencionada como fin o solo como
medio para el fin. Juan XXIII reafirmó que la vida humana
es sagrada porque Desde el momento de su concepción la
vida debe ser protegida con todo cuidado, mientras que el aborto
e infanticidio son crímenes indecibles.
La disciplina canónica de la Iglesia, desde los mas antiguos
siglos, ha infligido sanciones penales sobre aquellos culpables
de aborto. Esta práctica, con mas o menas penalidades severas,
ha sido confirmada en varios períodos de la historia. El Código
de la Ley Canónica de 1917 castigaba le aborto con la excomunión.
La legislación canónica revisada continúa esta tradición
cuando decreta que una persona que procura un aborto
incurre en la excomunión automática (latae sententiae).
La excomunión afecta a todos quienes cometen este crimen con
conocimiento de la penitencia, y esto incluye a los cómplices
que sin su ayuda el crimen no hubiera sido cometido. Con esta
reiterada sanción, la Iglesia hace claro que el aborto y un
crimen serio y peligroso, y por ello aliente a quien lo comente a
buscar sin retraso el camino de la conversión. En la Iglesia el
propósito de la pena de excomunión es hacer que el individuo se
de cuenta de la gravedad de algún pecado y después adoptar la
conversión y arrepentimiento genuinos.
Dada tal unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinaria de
la Iglesia, Paulo VI pudo declarar que esta tradición no cambia
y no puede ser cambiada. Por ello, por la autoridad que Cristo le
otorgó a Pedro y sus Sucesores, en comunión con los Obispos
quienes en varias ocasiones han condenado el aborto y
quienes en la mencionada consulta, dispersada por el mundo, han
mostrado un acuerdo unánime respecto a esta doctrina
Declaro que el aborto directo, esto es, el aborto deseado como
fin o como medio, ha constituido siempre un desorden moral grave,
ya que es el homicidio deliberado de una ser humano inocente.
Esta doctrina está basada en el ley natural y en la Palabra
escrita de Dios, es transmitida por la Tradición de la Iglesia y
enseñada por el Magisterio ordinario y universal.
Ninguna circunstancia, ni propósito, ni ley alguna puede hacer
licito el acto que es intrínsecamente ilícito, ya que es
contrario a la Ley de Dios que está escrita en el corazón de
cada humano, conocida por la razón misma, y proclamada por la
Iglesia...
... Especial atención debe darse al evaluar la moralidad de técnicas
de diagnóstico prenatal que permiten la temprana detección de
posibles anomalías en el infante no nato. En vista de la
complejidad de estas técnicas, un juicio sistemático y preciso
es necesario. Cuando no involucran riegos desproporcionados para
la creatura y la madre, y tiene como fin la terapia temprana o
para favorecer la serenidad e informar la aceptación de la
creatura sin nacer, estas técnicas son moralmente lícitas. Pero
como las posibilidades de terapia prenatal son aun limitadas,
pasa que estas técnicas son usadas con una intención eugenésicas
que aceptan el aborto selectivo para prevenir el nacimiento de
pequeños afectados por varios tipos de anomalías. Tal actitud
es vergonzosa y censurable, ya que presume medir el valor de la
vida humana solo dentro de los parámetros de normalidad
y bienestar físico, por ello abriendo así mismo el camino para
la legitimidad del infanticidio y eutanasia.
Pero el coraje y la serenidad con la cual tantos de nuestros
hermanos y hermanas sufriendo de serias incapacidades conducen
sus vidas cuando son mostrados aceptación y amor da elocuente
testimonio d lo que la el auténtico valor a la vida, y la hace,
aún bajo condiciones difíciles, algo precioso para ellos y
otros. La Iglesia está cerca de aquellas parejas casadas quienes,
con gran sufrimiento y angustia, voluntariamente aceptan hijos
con graves incapacidades. También está agradecida por todas
aquellas familias quienes, a través de la adopción, dan la
bienvenida a niños abandonados por sus padres por incapacidades
o enfermedad.