El Papa Juan Pablo II nos explica por que lo malo del aborto

 

(Los siguientes pasajes son extraídos de la Encíclica de Su Santidad, Evangelium Vitae, El Evangelio de Vida. Los pies de página y citas del Santo Padre se han omitido aquí.)
De entre todos los crímenes que pueden ser cometidos en contra de la vida, el aborto tiene características haciéndolo particularmente serio y deplorable. El Segundo Concilio del Vaticano define el aborto, junto con el infanticidio, como un “crimen indecible.”
Pero ahora, en la conciencia de muchas personas, la percepción de su gravedad se ha vuelto progresivamente obscuro. La aceptación del aborto en la mente popular, en comportamiento y en la misma ley, es un signo que indica una extremadamente peligrosa crisis del sentido moral, que se está volviendo mas y mas incapaz de distinguir entre el bien y el mal, aún cuando el derecho fundamental de la vida está en peligro. Dada tan grave situación, necesitamos ahora más que nunca tener la valentía de ver la verdad a los ojos y llamar las cosas con su nombre adecuado, sin ceder a compromisos convenientes o a la tentación de decepción propia. Respecto a esto, el reproche del Profeta es extremadamente sencillo: “¡Pobres de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas!” (Is. 5:20) Especialmente en el caso del aborto hay un amplio uso de terminología ambigua, así como la “interrupción del embarazo,” que tiene a esconder la verdadera naturaleza del aborto y a atenuar su seriedad en la opinión pública. Quizá este fenómeno lingüístico por sí mismo es un síntoma de una intranquilidad de la conciencia. Pero ninguna palabra tiene el poder de cambiar la realidad de las cosas: e
l aborto logrado es la matanza deliberada y directa, por cualquier medio que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, extendiéndose de la concepción hasta el nacimiento.
La gravedad moral del aborto es aparente en toda su verdad si reconocemos que estamos tratando con homicidio y, en particular, cuando consideramos los elementos específicos involucrados. El que es eliminado es un ser humano en el inicio de la vida. Nadie más inocente puede ser imaginado. De ninguna manera este ser humano puede ser considerado como agresor, ¡mucho mejor un agresor injusto! El o ella es débil, indefenso, hasta el punto de carecer esa mínima forma de defensa consistiendo del conmovedor poder de los llantos y lágrimas de un bebé recién nacido. El bebé que aún no nace está totalmente encomendado a la protección y cuidado de la mujer que lo lleva en su vientre. Y aún así algunas veces es precisamente la mujer misma quien toma la decisión y pide que se elimine la creatura, y lo lleva a cabo.
Es cierto que la decisión de tener un aborto es seguido trágica y dolorosa para la madre, cuando la decisión de eliminarse del fruto de la concepción no es hecha puramente por razones egoístas o por conveniencia, sino por el deseo de proteger ciertos valores importantes tales como su propia saluda o un estándar de vida decente para los otros miembros de la familia. Algunas veces se teme que la creatura que nacerá vivirá en tales condiciones que sería mejor que el nacimiento no tomara lugar. Sin embargo, estas razones y otras como estas, cuan más serias y trágicas, nunca pueden justificar el matar deliberadamente un ser humano inocente.
Así como la madres, seguido hay también otras personas quienes deciden sobre la muerte de la creatura en el vientre. En primer lugar, el padre de la creatura puede ser culpado, no solo cuando directamente presiona a la mujer a tener un aborto, pero también cuando indirectamente alienta tal decisión de su parte dejándola sola y tenerse que enfrentar a los problemas del embarazo: de esta manera la familia es moralmente herida y profanada en su naturaleza como comunidad de amor y en su vocación de ser el “santuario de vida.” Tampoco se puede pasar por alto las presiones que en ocasiones viene de resto de la familia y amigos. Algunas veces la mujer es sujetada a tan grandes presiones que se siente psicológicamente forzada a tener un aborto. Doctores y enfermeras también son responsables cuando ponen a servicio habilidades de muerte que fueron adquiridas para promover la vida.
Pero la responsabilidad de igual manera cae sobre los legisladores que han promovido y aprobado la leyes de aborto y, extender que tiene una opinión en el tema, o en los administradores de los centros de cuidado de la salud donde se llevan a cabo los abortos. Una responsabilidad general y no menos seria recae sobre aquellos que han alentado la extensión de una actitud de permisión sexual y una falta de estima por la maternidad, y en aquellos quienes debieron haber asegurado — pero no lo hicieron — políticas efectivas de familia que las soportaran, especialmente familias grandes y aquellos con necesidades financieras y de educación. Finalmente, uno no puede ignorar la red de complejidad que alcanza a incluir instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que sistemáticamente hacen campaña por la legislación y diseminación del aborto en el mundo. En este sentido el aborto pasa la responsabilidad de individuos y el daño hecho a ellos, y adquiere una dimensión social. Es una seria herida infringida en la sociedad y su cultura por las mismas personas que deberían ser los promotores y defensores de la sociedad. Como escribí en mi Carta a las Familias, “Nos estamos enfrentado a una gran amenaza contra la vida: no solo contra la vida de los individuos sino a la civilización misma. Nos estamos enfrentando a lo que puede ser llamado “una estructura de pecado” que se opone a la vida humana que aún no nace.
Algunas personas tratan de justificar el aborto diciendo que el resultado de la concepción, hasta un cierto número de días, no puede ser considerado una vida humana personal. Pero, en verdad, “desde el momento en que óvulo es fertilizado, una vida comienza que no es la del padre ni la de la madres; es la vida de un nuevo ser humano con su propio crecimiento. Nunca se haría humano si no fuera ya humano. Esto ha sido siempre claro, y la ciencia genética moderna ofrece clara confirmación. Ha demostrado que desde el primer instante se establece el programa de lo que este ser humano será: una persona, una persona individual con sus aspectos característicos ya bien determinados. Desde la fertilización la aventura de una vida humana comienza, y cada una de sus capacidades requieren tiempo — un lapso de tiempo largo — para encontrar su lugar y para estar en posición para actuar.” Aún si la presencial de un alma espiritual no se puede determinar por datos empíricos, los mismos resultados del estudio científico acerca del embrión humano proporcionan “una valiosa indicación para discernir por el uso de la razón y presencia personal en el momento de la primera seña de vida humana: ¿cómo un individuo humano puede no ser una persona humana?”
Más aún, lo que está en juego es tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, la mera probabilidad de que una persona humana esté involucrada sería suficiente para justificar una absoluta prohibición de cualquier intervención dirigida a matar un embrión humano. Precisamente por esta razón, por encima de cualquier debate científico y aquellas afirmaciones filosóficas a las cuales no se ha cometido expresamente el Magisterio, la Iglesia ha enseñado siempre y continúa enseñando que el resultado de la procreación humana, desde el primer momento de su existencia, debe ser garantizado el respecto incondicional que se le debe moralmente al ser humano en su totalidad y unidad como cuerpo y espíritu: “El ser humano debe ser respetado y tratado como una persona desde el momento de la concepción; y por ello desde ese mismo momento sus derechos como persona deben ser reconocidos, de entre los cuales en primer lugar es el inviolable derecho de vida de cada ser humano inocente.”
Los textos de la Sagrada Escritura nunca tocan la pregunta del aborto deliberado y por ello no lo condenan directa y específicamente. Pero muestran tan gran respeto por el ser humano en el vientre de la madre que requieren como consecuencia lógica que el mandamiento de Dios “No matarás” se extienda así mismo al infante no nato.
La vida humana es sagrada e inviolable en todo momento de su existencia, incluyendo la fase inicial que precede al nacimiento. Todos los seres humanos, desde el vientre de su madre, pertenecen a Dios quien los busca y conoce, quien los forma con sus propias manos, quien los ve cuando son pequeños embriones sin forma y ya ve en ellos los adultos de mañana cuyos días están numerados y cuya vocación está escrita en el “libro de la vida.” (cf. Sal. 139:1, 13-16) Ahí, también, cuando están el vientre de su madre — como muchos pasajes de la Biblia dan testimonio — son los objetos personales de la amorosa providencia de Dios.
La Tradición Cristiana — ...es clara y unánime, desde el principio hasta nuestro propio día, al describir el aborto como un desorden particularmente grave. Desde sus primeros contactos con el mundo Greco Romano, donde el aborto y el infanticidio eran ampliamente practicados, la primera comunidad Cristiana, por sus enseñanzas y prácticas, radicalmente ese oponían a las violentas costumbres en esa sociedad.. Entre los escritores eclesiásticos Griegos, Atenágoras indica que los Cristianos consideran como homicidas a las mujeres que recurren a medicinas abortivas, porque los niños, aún si están el vientre de sus madres, “ya están bajo la protección de la Divina Providencia.” De entre los autores Latinos, Tertulian afirma: “Es homicidio anticipado prevenir que alguien no nazca; hay poca diferencia si alguien mata un alma ya nacida o la pone a muerte a su nacimiento. Aquel que un día será hombre lo es hombre ahora mismo.”
A través de los 2000 años de historia de la Cristiandad, esta misma doctrina se ha enseñado consistentemente por los Padres de la Iglesia y por sus Pastores y Doctores. Aún discusiones científicas y filosóficas sobre el preciso momento de infusión del alma espiritual nunca han dado lugar a ninguna indecisión sobre la condenación moral del aborto.
El mas reciente Magisterio Papal ha reafirmado vigorosamente esta doctrina común. Pio XI en particular, en su Encíclica Casti Connubii, rechazaba la justificación del aborto. Pio XII excluyó todo aborto directo, v.g. cada acto que tienda directamente a destruir la vida humana en el vientre, “independientemente de que tal destrucción sea intencionada como fin o solo como medio para el fin.” Juan XXIII reafirmó que la vida humana es sagrada porque “Desde el momento de su concepción la vida debe ser protegida con todo cuidado, mientras que el aborto e infanticidio son crímenes indecibles.”
La disciplina canónica de la Iglesia, desde los mas antiguos siglos, ha infligido sanciones penales sobre aquellos culpables de aborto. Esta práctica, con mas o menas penalidades severas, ha sido confirmada en varios períodos de la historia. El Código de la Ley Canónica de 1917 castigaba le aborto con la excomunión. La legislación canónica revisada continúa esta tradición cuando decreta que “una persona que procura un aborto incurre en la excomunión automática (latae sententiae).” La excomunión afecta a todos quienes cometen este crimen con conocimiento de la penitencia, y esto incluye a los cómplices que sin su ayuda el crimen no hubiera sido cometido. Con esta reiterada sanción, la Iglesia hace claro que el aborto y un crimen serio y peligroso, y por ello aliente a quien lo comente a buscar sin retraso el camino de la conversión. En la Iglesia el propósito de la pena de excomunión es hacer que el individuo se de cuenta de la gravedad de algún pecado y después adoptar la conversión y arrepentimiento genuinos.
Dada tal unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinaria de la Iglesia, Paulo VI pudo declarar que esta tradición no cambia y no puede ser cambiada. Por ello, por la autoridad que Cristo le otorgó a Pedro y sus Sucesores, en comunión con los Obispos — quienes en varias ocasiones han condenado el aborto y quienes en la mencionada consulta, dispersada por el mundo, han mostrado un acuerdo unánime respecto a esta doctrina — Declaro que el aborto directo, esto es, el aborto deseado como fin o como medio, ha constituido siempre un desorden moral grave, ya que es el homicidio deliberado de una ser humano inocente. Esta doctrina está basada en el ley natural y en la Palabra escrita de Dios, es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.
Ninguna circunstancia, ni propósito, ni ley alguna puede hacer licito el acto que es intrínsecamente ilícito, ya que es contrario a la Ley de Dios que está escrita en el corazón de cada humano, conocida por la razón misma, y proclamada por la Iglesia...
... Especial atención debe darse al evaluar la moralidad de técnicas de diagnóstico prenatal que permiten la temprana detección de posibles anomalías en el infante no nato. En vista de la complejidad de estas técnicas, un juicio sistemático y preciso es necesario. Cuando no involucran riegos desproporcionados para la creatura y la madre, y tiene como fin la terapia temprana o para favorecer la serenidad e informar la aceptación de la creatura sin nacer, estas técnicas son moralmente lícitas. Pero como las posibilidades de terapia prenatal son aun limitadas, pasa que estas técnicas son usadas con una intención eugenésicas que aceptan el aborto selectivo para prevenir el nacimiento de pequeños afectados por varios tipos de anomalías. Tal actitud es vergonzosa y censurable, ya que presume medir el valor de la vida humana solo dentro de los parámetros de “normalidad” y bienestar físico, por ello abriendo así mismo el camino para la legitimidad del infanticidio y eutanasia.
Pero el coraje y la serenidad con la cual tantos de nuestros hermanos y hermanas sufriendo de serias incapacidades conducen sus vidas cuando son mostrados aceptación y amor da elocuente testimonio d lo que la el auténtico valor a la vida, y la hace, aún bajo condiciones difíciles, algo precioso para ellos y otros. La Iglesia está cerca de aquellas parejas casadas quienes, con gran sufrimiento y angustia, voluntariamente aceptan hijos con graves incapacidades. También está agradecida por todas aquellas familias quienes, a través de la adopción, dan la bienvenida a niños abandonados por sus padres por incapacidades o enfermedad.

Volver a pág. principal