Conversación en La Habana Noé Jitrik y José Saramago Descargar el documento completo en formato .pdf (Continúa la conversación tres días después) Noé Jitrik. Tú dijiste el otro día que para ti el asunto, si hay asunto, consistía en "mirar las cosas que están ahí". Con eso terminamos. Yo desearía ahora traducir esa idea por medio de una fórmula que me está dando vueltas en la cabeza: "el encanto de lo existente". José Saramago. ¡Sí que es una fórmula! Yo no lo llamaría "encanto" porque no lo tiene siempre. Tal vez mejor se podría decir que es "el cultivo de lo obvio", o sea lo que está ahí y que los ojos, porque están acostumbrados, ya no ven, sobre lo que no se dan la oportunidad de reflexionar; lo que ocurre, entonces, es que por una especie de iluminación oblicua las cosas se hacen otras, siguen siendo lo que son pero con una distinta luz. N. J. Por supuesto que no pretendo que tú aceptes esta fórmula del "encanto" y, a mi vez, acepto el matiz que introduces, pero voy en este sentido: mirar las cosas que están ahí sería obra de alguien que, como tú, filosófica y políticamente, se adhiere a una idea de cambio. Habría entonces un choque de dos conceptos: el reconocimiento de lo que está y una idea de cambio. El tema es entonces, ¿cuál es la salida que tú le das a este encuentro? Tal vez ni siquiera sea un conflicto, pero hay que admitir que en ciertos momentos de la literatura apareció y aparece como tal. J. S. Puede que sea un conflicto que quizá yo no tengo resuelto; además, yo pienso que los verdaderos conflictos no se resuelven, y es cierto que reconozco en mí una especie no de conservadurismo sino, diría, de conservatismo; es decir que si bien el mundo cambia en un proceso continuo, yo quisiera retener algo bueno, que nos se dónde está. No es una idea de la Edad de oro, del pasado como momento privilegiado, cosa en la que no creo. Yo supongo que esto tiene que ver con una conciencia muy fuerte del paso del tiempo; el tiempo nos interrumpe, no puede retenerse, no puede fijarse. Hay algo, entonces, que me lleva atrás, no a una época determinada en la que yo podría decir que me gustaría vivir; en verdad no me gustaría vivir en ningún otro siglo. Y, por otra parte, esa idea de cambio, aun si es un poco escéptica, porque si es verdad que política y filosóficamente estoy por el cambio, por un cambio, algo dentro de mí me está siempre diciendo que el hombre no mejora, que no hay ninguna posibilidad de que lleguemos a algo que nos permita decir que por fin nos hemos vuelto humanos; por lo tanto hay una especie de desgarramiento que no es ni doloroso ni conflictivo entre algo que pudiera estar en el pasado -y tampoco es la idea del buen salvaje o de la inocencia primordial- y algo que me empuja. Y esto es un poco desesperado porque intuyo que en el futuro no se encontrará nada bueno o suficientemente bueno, y tampoco en el pasado puedo encontrar o reconocer un tiempo respecto del cual yo podría decir "ahí está una hipótesis de una felicidad del hombre", Lo más interesante quizás es que este desgarramiento -que yo llamaría "lento", no inmediato-, se expresa en mis libros como una referencia a un pasado que, a lo mejor, finalmente, tiene que ver con la infancia. Aunque sé muy bien que millones y millones han tenido una infancia terrible, recuerdo haber escrito ya no sé dónde, si en una crónica o en otra parte, que el único paraíso está en la infancia. Esa crónica era sobre el tiempo de mi infancia, el pueblo y todo eso. Yo había ido, con un tío mío, a una feria cerca de mi pueblo a vender unos cerditos que mi abuelo criaba; recuerdo algo, que no ocurrió pero que describo en esa crónica, como una memoria aumentada: de regreso, con los cerditos que quedaban, empezó a llover y todo era un poco raro por el fin del día, y entonces yo, que tenía catorce años, me juré a mí mismo no morir nunca. La idea es que hay algo dorado, no una Edad de Oro, ahora mismo es como si yo estuviera siempre queriendo volver a ese momento. N. J. Es un instante privilegiado que podría darte la garantía de una perduración. J. S. Es como si al mirar las cosas ese instante se prolongara y yo intentara encontrarlo en todo lo que estoy mirando aunque sabiendo que no lo voy a lograr. N. J. Tu evocación me hace pensar en cómo vivo yo mismo algo semejante. En cuanto a lo "existente", cuando se trata del comportamiento del otro, lo vivo como extrañeza, casi con admiración, me da la impresión de que el otro tiene en su comportamiento una relación muy profunda y estable con eso que sería lo existente y cuyo encanto ha percibido. Eso me provoca una sensación rara, me desdoblo al mirarlo y me veo hasta cierto punto en un conflicto porque el sentido que tiene lo existente en los otros me problematiza en tanto no lo comparto o lo critico o mi proyecto es diferente del de esos otros. Me gustaría poder expresar las dos cosas, a lo mejor es una sola extrañeza, que se vincula, me parece, con la idea de mirar un poco más profundamente aquello que está invitando a que se lo mire. Pero, en tu caso, por lo poco que he leído, si no es un conflicto, se manifiesta como un hurgar en el desenvolvimiento verbal; es decir que toda tu estrategia de ir haciendo digresiones, de ir aproximándote, me parece que va en ese sentido y es lo que me ha permitido pensar en la mirada, en lo que está ahí y en el deseo de escribir esa mirada. Tu estrategia se resumiría en un "se faufiler a travers les choses" (deslizarse a través de las cosas). J. S. Eso es verdad, pero hay un punto que me gustaría ajustar: yo diría que he renunciado a comprender a los otros. Hace muchísimo tiempo es para mí muy claro que el otro es inaccesible. Yo puedo entrar en la capa superficial, y un poco más allá, pero lo demás es realmente inabordable, incomprensible y, además, intransmisible. Entonces, esa idea, que está muy bien expresada, de alguien que "veut se faufiler" (quiere deslizarse), debe tener, si la desarrollamos, una consecuencia en mis novelas, que, es verdad, tienen personajes pero que están ahí porque tienen el encargo de decir algo. Yo no intento, como se decía de Falubert -supongo-, competir con el Registro Civil o sea que no intento fabricar personas como para incrementar la población de mi país o del mundo; lo que quiero es que esos personajes vengan a decir algo que me interesa y que es mío; por lo tanto, ese "faufilage" de la narración no reproduce la vida; esa búsqueda verbal, formal, que pasa por los derroteros íntimos, se disfraza de una objetividad externa pero lo que en verdad busca es lo mío. Para hacerlo, dispongo del narrador pero sobre todo de los personajes, que no son heterónimos míos, que no es gente mía N. J. No es un problema de caracteres J. S. Así es; lo que estoy intentando expresar, sea positivo o negativo, es lo que tengo que decir. Yo no puedo ponerme en una postura de búsqueda de objetividad narrativa porque estoy mirando adentro, no en un ensimismamiento, no en una introspección psicológica. Lo que yo estoy buscando es, a lo mejor, sólo mi relación interna con el mundo. N. J. Se diría, por lo tanto, que tu modo es más proustiano que flaubertiano. J. S. Sí, sí, es seguramente más proustiano que flaubertiano. N. J. Incluso más proustiano que joyceano porque en Joyce hay todavía un compromiso con el exterior, aunque el exterior se llame lenguaje. Eso está muy claro. En el relato de Joyce alguien, desde afuera, desde el sistema, trata de amasar algo, mientras que en el tuyo el registro es interno. J. S. Yo diría, usando tu expresión, que es un registro interno del mundo, es decir cómo es que el mundo está en mí y no cómo el mundo está fuera. Por eso, si hay una filiación, mi escritura es más proustiana que flaubertiana o joyceana. N. J. Estamos viviendo en otro momento de la literatura; un proyecto como el del duplicado del Registro Civil ya no es, probablemente, el nuestro, no corresponde a un tiempo más interesado en el genocidio que en la demografía. En cuanto al proyecto actual, se presenta un problema ético, sobre todo cuando se sabe qué alcance tienen esas tendencias; tal vez siempre ha sido así y la literatura ha sabido transformar lo que el tiempo intenta imponerle creando otra dimensión: tal vez la caída del feudalismo fue una desgracia para algunos pero la idea del "héroe problemático", que se apoya en ella, es una riqueza. Sobre se telón de fondo me he quedado pensando en un punto: tu idea de convertir en personaje al doble de Pessoa, a Ricardo Reis. Esto implicaría que parte del mundo que está en ti es también la literatura; eso, como se sabe, estaba prohibido en la novela de hace treinta o cuarenta años; parecería que el narrador podía permitirse todo lo que se entendía como imaginación pero se vedaba lo que implicara su propio saber de las cosas, entre las cuales están la literatura o la filosofía. J.S. Yo digo a veces que nosotros somos seres de papel; la verdad es que yo no puedo imaginarme ni imaginar a nadie fuera de lo que ha leído y de lo que ha quedado de lo que ha leído; sin mencionar la memoria que en muchos casos es memoria de lo leído. Cuando, a partir de 1977, escribí esa novela que se llama Manual de pintura y caligrafía; que es casi una especie de programa -aunque yo no estuviera consciente de eso porque es el pintor quien escribe, mira lo que está haciendo y lo que hicieron otros y después reflexiona sobre lo que pinta y sobre lo que escribe-, yo no me dije "voy a ir en contra de lo que se hace o lo haré de esta manera"; sólo me encontré con la necesidad de expresar lo que sabía, que no es mucho. Esa mezcla, suma del ser pensante, pasó sin que yo me diera cuenta, no hubo premeditación. Una novela mía es el lugar y el momento -nunca es una confesión- de una explicación de mí mismo. N. J. Yo creo que todo eso supone ciertas actitudes que no eran muy admisibles en otro momento; por ejemplo, cuál era la función o la posición del narrador, la idea de la verosimilitud, la idea de la carga libidinal o memorística y la distinción entre confesión, autobiografía y punto de partida para poder escribir. Yo creo que todo eso está sobre la mesa, como elementos no de una discusión que se haga conscientemente pero que sí se hace en la práctica de la escritura, en la novela. Me parece que la novela de nuestro tiempo, que tiene más niveles o relieves, implica un tipo de problemas que para otros serán técnicos, pero no para mí: para mí forman parte de la escritura y si hay textos que carecen de esa dimensión no me interesan mucho, aunque pueda apreciarlos y aun gustarme; no me parece que vayan a lo esencial si no implican esas cuestiones que llevan al punto de una ruptura que se hace sin ruido. J. S. Yo pienso que lo que me ha ayudado muchísimo a encontrar mi camino ha sido, y aunque parezca una contradicción, el hecho de que no estoy ni he estado nunca en ninguna escuela ni tendencia literaria ni mi grupo; la verdad es que los caminos que he seguido no diré que son míos y de nadie más -son lo que yo mismo encontré, por otra parte, yo soy un práctico y quizás un intuitivo, I conocimiento teórico no es tal vez nulo pero seguramente no es suficiente como para construir sobre él. Mis reflexiones son normalmente a posteriori, sobre lo hecho intento encontrar el sentido que todo eso tiene, si lo tiene. Yo soy el tipo de escritor que siempre está esperando la reflexión ajena para entender lo que ha hecho. N. J. Hay una palabra sobre la que se podría introducir un matiz. Dices el "sentido"; estoy de acuerdo si lo entiendes además como dirección, como saber o intuición de adónde quieres ir. J. S. Sí, sí, pero son dos cosas distintas. Porque yo se adónde quiero ir si estoy narrando algo en una novela. Pero en esa dirección llego a dos cosas distintas, una es la objetiva y consciente, la historia que estoy narrando; pero llego a otra cosa que no sé si está por debajo, por encima o al lado y es el cómo lo he hecho, lo cual no ha sido premeditado. El lector común tal vez no me pueda decir adónde ha llegado pero hay lectores privilegiados que llegaron a alguna parte, identificaron mi camino y pueden seguir mis huellas más fácilmente que yo mismo, que me confundo con ellas. Respecto de Historia del Cerco de Lisboa, una crítica portuguesa hizo un estudio interesante; habló de la importancia de la ventana que se abre y se cierra; al lado hay una mesita que se quita o se coloca y esa crítica me ha explicado su importancia: yo narrador, autor, no sabía qué significaba hasta que esta persona me lo dijo. N. J. Esa sería una lectura privilegiada, hasta cierto punto semiológica, la ventana como un signo al que el lector-crítico le otorga un sentido o le advierte la función porque le atribuye un valor simbólico, el útero materno o algo semejante. J. S. No, no; es más que eso la función N. J. Has tenido suerte. Los lectores privilegiados se pueden clasificar J. S. están los que te explican y están los que te confunden. N. J. Los que te confunden quieren ver en todo lo que leen lo que tienen en sus cabezas. J. S. Y lo encuentran. N. J. Lógicamente uno siempre encuentra lo que tiene en la cabeza. Por mi parte, yo no rechazo la dimensión teórica y asta cierto punto la narro; pero escribo otras cosas y deseo, como tú, que alguien de fuera me diga qué hice, que vea aquello que yo no he visto en lo que hice, más allá de la "intención". Yo quiero que el otro me diga algo que a mí se me escapó, no me ofende que lo haga. J. S. Afortunadamente tenemos una idea acerca de que el texto o eso a que llegamos, aunque se quede en la superficie que nosotros, autores, no podemos trascender, es inagotable. N. J. Esta idea estaría en consonancia con esa expresión un tanto ambigua del "encanto de lo existente"; lo existente, como el texto, sería inagotable. J. S. Claro. No hay nada fuera de lo existente y, por lo tanto, se podría decir que no hay nada más inagotable. N. J. A propósito, me viene a la memoria un comentario de Jean Wahl sobre un escritor norteamericano del siglo XIX, John Cowper Powys, que decía que el individuo es un conjunto de cavernas, de grutas, llenas de resonancias, por las cuales él mismo transita. J. S. Esa metáfora, o lo que sea, me agrada porque yo persigo las resonancias del sistema de cavernas. ¿Y de qué está hablando siempre Fernando Pessoa sino de las resonancias de sus cavernas? "CONVERSACIÓN EN LA HABANA", Noé Jitrik y José Saramago, revista "BIBLIOTECA de México", número doble 11 y 12 de septiembre-diciembre de 1992, pp. 21-29. Edición electrónica a cargo de J. Francisco A. Elizalde. 19/agosto/MM. |