COOPERATIVISMO

El cooperativismo no es una doctrina política, no prescribe normas para la función ni la organización del Estado, ni para las relaciones de éste con el individuo. Es simplemente un plan económico, pero ya forma parte imprescindible de la vida de muchos Estados, y si continúa difundiéndose y cobrando tanta importancia como lo ha hecho en los últimos años, puede llegar a afectar hasta la estructura política de las sociedades que lo tengan implantado.

No sólo se trata, en este caso, de la íntima relación funcional que existe entre lo económico y lo político, sino que, al sustituir el incentivo del lucro individual por el concepto del servicio colectivo, el cooperativismo ataca en su médula uno de los conceptos en que se asientan las teorías políticas individualistas. Esto explica el hecho de que, sin excepción, todos los programas socialistas abogan, en mayor o menor medida, por la adopción de sistemas cooperativistas de uno u otro tipo. Pero tampoco hay obstáculo para practicarlos dentro de las democracias liberales.

El cooperativismo no es producto de altas especulaciones académicas. Su teoría no fue concebida por solemnes filósofos o economistas. Lo engendró, sin pompa intelectual, el sentido común de un grupo de trabajadores enfrentados con el problema de aritmética elemental de su presupuesto doméstico. No nació de una escuela ideológica, sino de 28 cocinas que no alcanzaban a abastecerse.

Aunque la idea de "cooperación" propugnada por los utopistas no era exactamente la misma que inspira al cooperativismo contemporáneo, se cita a algunos de aquéllos como precursores de éste.

Robert Owen figura entre tales antecesores. Y dos de sus discípulos, Charles Howarth y William Cooper, desempeñaron un papel notable en la génesis del llamado "movimiento cooperativo" mundial, que hoy cuenta con adeptos tan apasionados como los de cualquier corriente política militante.

Creadores de la primera cooperativa son los clásicos 28 obreros textiles de Rochdale (Inglaterra) que un día decidieron examinar su situación económica y buscar la causa de la miseria en que se encontraban.

Hecho el análisis, llegaron a la conclusión de que la falta de equilibrio entre las remuneraciones percibidas por su trabajo y los gastos necesarios para su subsistencia se debía, principalmente, a los excesivos precios que se veían obligados a pagar por los artículos que consumían. Y que esos precios crecían desmesuradamente como consecuencia de las sucesivas ganancias o utilidades acumuladas —sobre el costo original de las mercancías— por la cadena de intermediarios situados entre el productor y el consumidor. En la mayoría de los casos, esos intermediarios eran innecesarios, y su actividad, movida por el incentivo de lucro, se nutría a expensas de una víctima permanente: el consumidor.

De aquí, los 28 fundadores de la Sociedad de Pioneros de Rochdale (1844) dedujeron que el remedio para sus males consistiría en eliminar tanto a los intermediarios como al incentivo de lucro, sustitoyén-dolos por organizaciones de consumidores dispuestos a servirse a sí mismos, con espíritu no utilitario sino de cooperación, quienes adquirirían directamente los artículos que necesitasen de las fuentes mismas de producción. Con grandes esfuerzos acumularon un capital de 140 libras esterlinas y establecieron la primera cooperativa de consumo. El éxito de esta empresa fue inmediato, y tan promisorio que sin demora se inició la difusión de estas cooperativas, en gran escala.

Las conclusiones formuladas por los 28 obreros de Rochdale, revisadas y ampliadas, constituyen los fundamentos del cooperativismo. A saber: desde que un artículo sale de la fábrica o del campo de producción agrícola, hasta que llega al consumidor, pasa por las manos de innumerables intermediarios (comerciantes mayoristas y minoristas, rescatadores, comisionistas, importadores, etc.), muchos de los cuales no cumplen ninguna función realmente útil, pero que, sin embargo, ganan utilidades que recargan el precio final. Los intermediarios no siempre son indispensables y los que no lo son deben ser eliminados.

El incentivo de lucro es el origen y la razón de ser de los intermediarios, y debe sustituirse por una noción de servicio mutuo o cooperación entre los consumidores.

La clase consumidora es "una clase permanente y universal", sean cuales fueren los sistemas económico y político que imperen en una colectividad. Y el consumidor es una víctima inerme de la acción de los intermediarios. Esa acción, motivada por el lucro, se manifiesta en muchos de los males que afectan a la sociedad en general y al consumidor en particular: o la competencia desmedida o los monopolios, con sus consecuencias más o menos inevitables de crisis de sobreproducción o de precios atrabiliarios, respectivamente; altos costos debidos a la multiplicación inne-casaría de gastos de administración en las diversas firmas competidoras; propaganda engañosa; supresión de nuevas invenciones con objeto de mantener en explotación las industrias ya establecidas, etcétera.

La clase consumidora tiene, por tanto, el derecho y el deber de defenderse en forma solidaria. Y tiene la posibilidad de hacerlo. En vez de la utilidad egoísta de los intermediarios, la finalidad noble y solidaria consiste en el bienestar de los consumidores, quienes forman la mayor parte de la colectividad.

Las cooperativas son organizaciones constituidas sin finalidad de lucro, que funcionan con muchas de las características de una sociedad anónima. Tomemos la cooperativa "tipo", que es la de consumo.

Varias personas, que desean adquirir a bajo precio los artículos necesarios para su subsistencia, deciden organizar una cooperativa. No debe hacerse, dice la teoría, discriminación por motivo del credo religioso, la raza o el color político de los asociados. Cada uno hace un aporte de dinero a cambio del cual recibe una o más acciones (el número de acciones que puede adquirir cada miembro es, generalmente, muy limitado). Con la suma de las aportaciones se constituye un capital. Con ese capital se establecen las oficinas, almacenes e instalaciones, se nombra un gerente o administrador, se contratan los empleados necesarios y se inicia el aprovisionamiento. Los artículos son directamente adquiridos, por la cooperativa, de los centros de producción, o, si esto es absolutamente irrealizable, por lo menos se prescinde del mayor número de intermediarios (a veces la importación directa desde las fábricas del extranjero es excesivamente dificultosa o acarrearía demasiados gastos, y en este caso, por ejemplo, es conveniente emplear a un importador). Provista la cooperativa, se venden las mercancías a sus asociados. Al costo de los artículos se añade solamente un pequeño porcentaje destinado a los gastos de administración que demanda el funcionamiento de la propia cooperativa: sueldos de gerentes y empleados, alquiler de oficinas y almacenes, material de escritorio, etcétera. Todos estos gastos recargan también, normalmente, los precios de los artículos que se venden en el comercio ordinario; pero a éstos se suman además las comisiones o utilidades de los intermediarios, que en la cooperativa han quedado suprimidos debido a la adquisición directa.

Lo que cada miembro de la cooperativa puede comprar está, generalmente, limitado en razón de su aporte. Queda entendido que los artículos adquiridos en una cooperativa no pueden ni deben ser revendidos. Aunque normalmente las ventas de la cooperativa están circunscritas a los componentes de la misma, las cooperativas muy grandes se permiten a veces hacerlas a extraños, con un aumento de precio que sirve para incrementar los fondos de la organización.

Las decisiones relativas a la política y al funcionamiento de la cooperativa las toma una especie de directorio constituido por personas elegidas entre los componentes de aquélla. Y la autoridad final es la asamblea general de asociados.

Aquí se plantean dos diferencias fundamentales entre la cooperativa y la sociedad anónima. Mientras que en esta última las votaciones de las asambleas se hacen por el número de acciones que tiene o representa cada accionista, es decir que si uno de ellos posee mil acciones su voto equivale a un mil, en la cooperativa cada miembro tiene solamente un voto. Esto impide el control que los grandes accionistas adquieren sobre las sociedades anónimas. La esencia misma de la cooperativa es contraria a tal posibilidad. "Las cooperativas son verdaderamente democráticas", dicen los tratadistas.

Y la otra diferencia: el pequeño interés que la cooperativa paga a cada miembro por el capital invertido, se distribuye no sólo por acción, sino en razón del volumen de operaciones efectuadas por ese miembro en la cooperativa. Esto se aplica especialmente a las cooperativas de consumo. Quien compra más, percibe más. En los casos en que no esté permitido vender a precios inferiores a los del mercado ordinario, para no crear una competencia ruinosa a la actividad privada, la cooperativa vende al precio corriente, y la suma correspondiente a la utilidad que habrían percibido los intermediarios es distribuida entre los miembros de la cooperativa.

La cooperativa descrita, la más antigua y simple,es la de consumo. Su objeto es suministrar a los miembros de la misma, a precios módicos, los artículos que requieren para la satisfacción de sus necesidades. Pero la acción del cooperativismo no se detiene aquí. Después de liberar a los consumidores de la acción de los intermediarios, hace lo mismo en favor de los productores.

Con ese objeto hay cooperativas de distribución, especialmente entre los agricultores. Para evitar la explotación a que son sometidos los pequeños productores por parte de los intermediarios encargados de vender los productos en el mercado, aquéllos se asocian en cooperativas encargadas de centralizar los productos y venderlos en gran escala, recogiendo para los agricultores toda la diferencia entre el precio de costo y el de venta Las cooperativas de producción constituyen el último paso de penetración del cooperativismo dentro del fenómeno económico. El plan consistiría en producir, dentro del sistema cooperativo, los artículos que necesitan las cooperativas de consumo. La materialización final de este plan reside en la cooperativa mixta, que produce, distribuye y consume sus propios artículos.

Fuera de éstas, existen las cooperativas de servicio público, encargadas de instalar y manejar la provisión de aguas potables, electricidad, combustibles y comunicaciones. Los países escandinavos han hecho grandes progresos en este terreno.

Están también muy difundidas las cooperativas de crédito (especie de bancos), las de servicios médicos, de seguros, de construcción de viviendas, etc. En las grandes ciudades, donde los trabajadores no pueden ir de las fábricas hasta sus casas al mediodía, se establecen restaurantes cooperativos. Y se han hecho también experimentos satisfactorios en materia de escuelas, institutos de estudios superiores, etcétera.

Cuando varias cooperativas de consumo funcionan en una misma zona, es corriente que organicen una agencia central de compras encargada de hacer las adquisiciones, en grande, para todas ellas. Por este medio se obtienen nuevas reducciones de precios. Y si bien pudiera objetarse que la agencia es realmente un intermediario, queda a salvo el hecho de que ese intermediario, útil en la práctica, no percibe "utilidades". Los gastos excesivos en que podrían incurrir las cooperativas al hacer sus pedidos individualmente se reducen al formularlos por un conducto común.

La Alianza Cooperativa Internacional, con sede en Londres, a la que están afiliados los movimientos cooperativos de 35 países, consigna en su último boletín estadístico las siguientes cifras correspondientes a

1952: Existían ese año, en el mundo, 378 423 cooperativas de diferentes tipos. Las cifras más altas corresponden, en Europa, a la Unión Soviética con 23 933, a Italia con 19294 y a Francia con 19178. En Norteamérica, a los Estados Unidos con 14953 (se registra un ligero descenso en el número de cooperativas, con relación a 1951, pero el número de personas afiliadas ha aumentado en más de 500 mil en el mismo periodo, lo que se explica por la fusión de pequeñas cooperativas en núcleos más grandes).

De Sudamérica sólo figuran la Argentina, el Brasil y Colombia con 147, 169 y 1 cooperativas, respectivamente.

La India tiene el número mayor, en el mundo entero, con 181189 cooperativas.

El país con mayor porcentaje de personas afiliadas, en relación a su población total, es Finlandia, con

el 36.35 °/o.

De las citadas 378 423 cooperativas del mundo, 254881 son de crédito, 64284 agrícolas y 42327 de

consumo (el resto, de otros tipos). Es de advertir que en las cifras que anteceden, del Boletín de la Alianza, no se incluye a China, donde el movimiento cooperativo agrícola fue sumamente importante, desde hace varios años.

Bajo las directivas de las organizaciones internacionales, se destina una parte de los fondos de las cooperativas para fines de educación y propaganda tendientes a difundir mayormente el cooperativismo.

El cooperativismo es una de las innovaciones eco-nómicosociales que mayor éxito ha tenido y que menos conflictos ha producido en su aplicación. Es importante hacer notar que se practica normalmente tanto en las sociedades capitalistas (los Estados Unidos) como en aquellas en que imperan diferentes formas de socialismo (Suecia, la Unión Soviética).

Y aquí se plantea una cuestión capital: ¿cuál es la posición del cooperativismo respecto al capitalismo individualista y al socialismo?

Desde luego, la negación que el cooperativismo hace del incentivo de lucro como móvil fundamental de la actividad económica ataca un concepto esencial del capitalismo; y la adopción integral del cooperativismo en todas las fases del fenómeno económico

Sobre este punto de doctrina no están de acuerdo los expositores. Si bien los hay que propugnan la aplicación del cooperativismo como uno de los medios más efectivos para la realización del socialismo, otros consideran que debería mantenerse dentro del marco capitalista limitando su acción a los campos de la distribución y del consumo, especialmente en aquellos aspectos que no ofrecen incentivo suficiente a la iniciativa privada.

En medio de estos puntos de vista opuestos, hay algo que puede admitirse como definitivamente evidente, y es que el cooperativismo constituye una sana y eficaz arma de defensa del consumidor, especialmente entre las clases sociales menos dotadas de recursos, contra el desenfreno de las prácticas mercantiles.

Y no menos importante es la función que desempeña el cooperativismo al enseñar a los hombres a sumar sus esfuerzos en beneficio común, en vez de colocarlos uno frente al otro, en posiciones desde las que el más fuerte se beneficia indebidamente a costa de las necesidades del más débil.