Socialismo
Utópico.
Las corrientes políticas
comprendidas en este título deben su nombre a la obra Utopía
de Tomás Moro, a la cual nos referiremos más adelante.
Utopía significa quimera, ilusión. Lo utópico es
lo que se sueña y, en su calidad de sueño, es no sólo
irreal sino también un tanto irrealizable. Se dirá, no
sin razón, que en el germen de todas las tendencias
reformistas hay una leve sombra de utopía, de sueño.
Las inspiró un anhelo que, en los tiempos en que fueron
concebidas, pudo muy bien reputarse ilusorio e irrealizable a la luz
de las circunstancias entonces remantes. Pero hay algo que asigna su
especial condición "utópica" al socialismo de
ese nombre, y es que éste se limita a delinear la imagen de un
mundo perfecto, sin determinar con precisión los
procedimientos que, en la práctica, habrán de
materializarlo. Por otra parte, el socialismo utópico deposita
una fe excesiva e ingenua bellamente ingenua en el simple
deseo de progreso y renovación del hombre. Fe quimérica,
puesto que el hombre no solamente está movido por sentimientos
altruistas sino por intereses materiales profundamente egoístas
con los que es necesario contar. Y aquel individuo a cuyas expensas
se produciría la reforma el poseedor que dejaría
de serlo es renuente a aceptarla, prefiriendo aferrarse al
estado de cosas que le asegura el disfrute de sus privilegios. Creer,
de principio, que ese hombre pudiera ser persuadido de renunciar sin
lucha a lo que considera suyo y ama como suyo para formar en cambio
un mundo perfecto en beneficio de los demás es lo que imprime
el sello de la utopía en el socialismo utópico. La
república de Platón ofrece el primer ejemplo clásico
de esquematización de una sociedad ideal, basada en los
conceptos de justicia y de distribuciónigualitaria de la
riqueza (véase el capítulo relativo al comunismo) y con
una estructura gubernamental erigida sobre los cimientos de la razón
y la sabiduría. La Utopía de Moro, a tiempo de bautizar
a todo este sistema de ideas, es ya una obra fundada en la crítica
de una sociedad afectada por males y problemas que, diversamente, se
proyectan hasta nuestros días. En efecto. Utopía fue
escrita en 1516, cuando Inglaterra afrontaba los conflictos creados
por el paso de la economía agraria a la industrial (véase
el capítulo relativo al liberalismo). Grandes extensiones de
terrenos que antes producían artículos alimenticios
fueron convertidos en campos de pastoreo para el ganado lanar, cuyo
producto elaboraban las fábricas textiles. De este modo los
campesinos, despojados de su fuente de subsistencias, se vieron
obligados a emigrar en grandes masas a las ciudades que no estaban
preparadas para recibirlos ni para absorber su capacidad de trabajo.
Surgieron los conflictos que eran de esperar en materia de escasez de
provisiones, falta de viviendas, desocupación, enfermedades,
etc., y se desató una gran ola de criminalidad. Las
autoridades gubernamentales aplicaron medidas represivas, sin
investigar los orígenes de la crisis ni hacer nada por
remediarla. Fue este cuadro de conflicto económico y social y
de intenso sufrimiento el que inspiró la crítica y el
sueño de Moro. Utopía es un país imaginario,
situado en una isla del Pacífico. Su mecanismo económico
está organizado en torno a un conjunto de pequeñas
comunidades que, dentro de un sistema comparable al de las modernas
cooperativas, produce lo necesario para satisfacer las necesidades de
la colectividad. Se ha eliminado la propiedad privada, y el egoísmo
posesivo engendrado por ella está sustituido por sentimientos
de solidaridad y anhelos de superación. La tierra y otros
instrumentos de producción son de propiedad común. No
hay división de clases. No hay riqueza ni pobreza. Como
solamente se trabaja para cubrir la demanda de la comunidad y no con
fines de lucro,ha sido posible reducir 1a jornada de trabajo a seis
horas, peni el trabajo es obligatorio para la gente joven y sana. Los
ancianos y enfermos disfrutan de pensiones y airnción. La
educación es también obligatoria y se 1a imparte a
todos por igual. Las comunidades están regidas por grupos que
escoge directamente la mayoría (con poderes muy limitados, ya
que la organización misma de la sociedad hace innecesario el
rigor de 1a autoridad). Hay libertad religiosa e igualdad entre
individuos de uno y otro sexo. Todos tienen e1 mismo derecho a un
nivel básico de comodidades materiales y a las mismas
oportunidades de superación intelectual. El recreo, el
descanso v las diversiones sanas son parte importante e
imprescindible de los derechos del ciudadano. He ahí, a
grandes rasgos, la Utopía de Moro, situada en una isla
imaginaria del Pacifico. ¿Cómo se llegara a su
realización? La respuesta no es, ni mucho menos, clara. Al
fondo de la teoría brilla una le ilimitada en la cordura del
hombre, en su posibilidad de reaccionar ante los males que le aquejan
o aquejan a sus semejantes, y de encontrar por sí mismo,
guiado por la razón y el altruismo, las puertas de su
salvación. Tomas Moro llegó a desempeñar las
altas funciones de Canciller del Reino en tiempos de Enrique VIH,
tiempos muy poco propicios para la realización de sus teorías.
Tan poco propicios, que al tratar de contener los excesos del
soberano, Tomás Moro es primero destituido y luego ejecutado.
La muerte de este soñador, que desde tan temprano se adelantó
a 1o que hoy mismo, cinco siglos más tarde, es meta ideal de
la evolución política, parece señalar, con el
vivido color de la sangre, la diferencia que existe entre la utopía
v la realidad política. Son muchos, desde entonces, los
esquemas que se han formulado de un mundo mejor. Ni siquiera Francis
Bacon, uno de los padres de la ciencia experimental, pudo sustraerse
al impulso .de soñar con una utopia, v escribió, a
principios del siglo xvil, La nueva Atlinilidu. Pasando por Tlic
Commoflwealth of Oceana (l(i56) de James Harrington y el Viaje a
Icaria deÉtienne Cabct (1839), hasta la literatura
contemporánea, hay por lo menos una veintena de libros lamosos
que han entrado a enriquecer la bibliografía de la quimera
política. Entre los siglos xvni y xix el socialismo utópico
enuncia fórmulas relativamente definidas en relación
con los problemas del mundo moderno que en ese momento da el paso
final hacia su dramático encuentro con la máquina, el
capitalismo y la era industrial. Es natural que, en presencia de
estos factores, el pensamiento del socialismo utópico
concentrara su atención sobre el problema económico-social
y que su crítica se orientase directamente contra los defectos
del capitalismo industrial. Entre los expositores representativos de
este periodo vamos a citar a los siguientes: el conde Hcnri de
Saint-Simon, nacido en Francia, en 1760, quien predica la aplicación
practica de los principios del cristianismo, proclama la necesidad de
exaltar la fraternidad humana que como incentivo y motor de la
actividad social debería reemplazar al afán de lucro.
Cree que la propiedad debe ser socializada y el derecho de herencia
suprimido; que todos los miembros de la sociedad deben producir "de
acuerdo con su capacidad y ser remunerados conforme a sus aptitudes",
pero que esa diferencia en las remuneraciones no debe llegar nunca a
crear clases económicas ni extremos de riqueza por una parte y
de pobreza por otra. El gobierno será encomendado a los
científicos, quienes tienen especial capacidad para estudiar
los problemas colectivos y darles una solución adecuada. No
dice concretamente en que forma se alcanzarán estos objetivos.
Sus discípulos, que hicieron del "sansimonismo" una
especie de religión del trabajo, auspiciaron la abolición
total del derecho de propiedad. Charles Fourier, nacido también
en Francia, en 1772, critica severamente el mecanismo competitivo de
la empresa privada. Y propone, en su lugar, un "sistema de
falanges o comunidades cooperativas"(los famosos
"falansterios"), cuyos miembros tendrían la garantía
de un ingreso mínimo y compartirían equitativamente lo
producido. La propiedad privada quedará completamente
repartida por medio de acciones. Fourier considera que las
ocupaciones de filósofos, soldados, intermediarios en la
circulación de bienes, etc., son "parasitarias" y
deben suprimirse. La economía se fundará en la
agricultura, y el trabajo estará distribuido en tal forma que
cada individuo tenga la oportunidad de encontrar una actividad que le
sea grata. Por este medio, el trabajo se convertirá en un
placer en vez de una obligación; y la educación
vocacional, desde temprana edad, servirá para facilitar esa
distribución del trabajo. El trabajo grato será,
lógicamente, más productivo. Fourier creyó haber
determinado exactamente el número de falansterios que se
necesitarían en el mundo (2985984), y no contento con esto
llevó sus sueños hasta describir la vida de los
habitantes de otros planetas. Su ideal reformista se materializaría,
en la época de la armonía, después de haberse
vencido las etapas de la confusión, el salvajismo, el
patriarcado, la barbarie, etcétera. Robert Owen es acreedor a
mención especial por ser uno de los pocos utopistas que
formularon su teoría no en el plano de las ideas puras, ni
desde la trinchera de las clases desposeídas, sino más
bien en pleno campo de las clases poseedoras. En efecto, Owen era un
próspero industrial textil inglés, nacido en 1771, que
organizó una comunidad llamada New Lanark modelada en
conformidad con los principios de su socialismo utópico, para
demostrar que las condiciones del medio social influyen decisivamente
en la posibilidad de perfeccionar los métodos de producción.
En New Lanark, donde tenía su fábrica, construyó
viviendas para los obreros, escuelas para los hijos de éstos,
comedores y campos de recreo, etc., y demostró prácticamente
que era posible trabajar en esas condiciones y obtener todavía
utilidades. Algo más: merced al bienestar suministrado a sus
obre- ros, consiguió de ellos un índice más alto
de productividad. De los satisfactorios resultados de su experimento
sacó Owen argumentos prácticos para proponer una serie
de medidas de protección a los trabajadores, tales como la
reducción de la jornada de trabajo a sólo 12 horas (en
ese entonces la duración de la jomada quedaba al arbitrio del
empresario, y era corriente que los obreros, y aun los niños,
trabajasen alrededor de 16 o 18 horas diarias), la" prohibición
del trabajo a los menores de 10 años, la educación
universal, organización de gremios y asociaciones de tipo
cooperativo como controles eficaces para moderar los excesos del
capitalismo, etc. Por todo ello se considera a Robert Owen, con
justicia, uno de los precursores de la legislación social y
del trabajo. De la grande obra de Owen, además de lo indicado,
quedan las cooperativas, para las cuales sentó las primeras
bases, y la organización sindical de la que también fue
precursor al organizar en Inglaterra la Grana National Consolidated
Trade Unions. Edward Bellamy, en su obra (1887) Looking Back-ward
mirando el panorama imaginario del año 2000 en la ciudad
de Bostón, concibe el mecanismo de la producción
organizado dentro de las líneas de un ejército
industrial. Los instrumentos de producción son de propiedad
común. Se ha planificado de tal modo la producción, que
no hay margen para la competencia ruinosa ni para que el consumidor
sufra las consecuencias de las fluctuaciones de precios. Se ha
suprimido la moneda, sustituyéndola con un sistema de bonos de
trabajo que sirven como medios de pago para adquirir artículos
de consumo. El trabajo es obligatorio entre las edades de 20 y 45
años, y, después de este límite, el retiro es
también forzoso para abrir nuevas oportunidades de ocupación
a la gente joven, evitándose de este modo los males de la
desocupación. Pero los que se jubilan cuentan con un sistema
completo de pensiones y seguros que les garantizan el bienestar y
eliminan la incertidumbre derivada de la vejez y la enfermedad. Esta
eliminación de la incertidumbre respecto al porvenir cons-
tituye el arma más poderosa para destruir el apetito de lucro
y la necesidad de atesorar (esta última es imposible, desde
luego, debido a la supresión de la moneda). En el gobierno, la
administración de los 'intereses colectivos es de tipo
funcional (cada orden de actividad cuenta con departamentos
especiales encargados de regularla desde un punto de vista
estrictamente técnico) y así desaparecen los males
inherentes al gobierno político y a la ambición del
poder. La educación es obligatoria y gratuita, y las mujeres
tienen absoluta igualdad de derechos con los hombres. John Stuart
Mili, el famoso economista inglés, atacó en su obra
Principios de economía política el mito de la
"fatalidad" de las leyes económicas, e introdujo el
factor ético en el fenómeno de la producción, lo
que significa que el hombre, movido por razones de orden moral, es
capaz de modificar el curso de aquellas leyes. Propuso medidas de
legislación social, fuertes gravámenes a la renta y a
la herencia, organización de cooperativas de producción
entre los obreros, etcétera. Louis Blanc, político
francés, intervino activamente en la revolución de 1848
(véase el capítulo del comunismo), y era partidario de
la organización de los "talleres de trabajo" (del
Estado) y la sustitución del dinero por bonos de trabajo. Las
teorías de Louis Blanc forman, más propiamente, parte
de la historia del socialismo de Estado. Fierre Leroux, contemporáneo
de Blanc, es célebre no tanto por sus ideas muy confusas sobre
socialismo, sino porque se le atribuye 1 ser nada menos que el
inventor del término "socialismo". Los tres últimos
nombrados, como se ve por estas someras referencias a sus ideas, no
son miembros legítimos de la familia de los "utopistas",
pero se los consigna aquí por las contribuciones parciales que
hicieron a este orden de teorías políticas. Todos los
utopistas comparten la noción de que el hombre ¿s
fundamentalmente bueno y que atesora en su naturaleza ricos elementos
germinales de sociabilidad y cooperación. El exasperado
sentimiento posesivo que nace de la propiedad privada a la que se
rinde culto casi religioso, el apetito de lucro, el impulso
competitivo, y otras condiciones incubadas por la sociedad
capitalista, pervierten al hombre y entorpecen la marcha de su
perfeccionamiento y su felicidad. Por consiguiente, dicen los
utopistas, basta con apelar a aquella naturaleza fundamentalmente
propicia para anular las influencias corruptoras del medio y producir
la gran reforma social. Esa reforma se concreta en los siguientes
puntos principales: socialización de los instrumentos de
producción, empezando por la tierra. Supresión de la
herencia, que contribuye a crear la "riqueza injustificada"
y excesiva. Supresión de la moneda y sustitución de
ésta por bonos de trabajo. Supresión del sistema de la
empresa privada competitiva, y sustitución de la misma por un
sistema de "cooperación" destinado a producir lo que
la colectividad necesita para su consumo directo. Protección
del individuo mediante leyes sociales y sistemas de seguro que hagan
desaparecer la incertidumbre que da origen al apetito posesivo y al
atesoramiento. Distribución y sistematización del
trabajo para hacerlo eminentemente grato y productivo. Producción
sin finalidades de lucro, sino de simple abastecimiento de la
comunidad. Educación difundida a todos los estratos sociales.
Desplazamiento (más o menos completo) del Estado centralizado
por consejos administrativos funcionales que no ejerzan poder
político, sino simples atribuciones administrativas. Igualdad
completa de derechos entre todos los hombres y entre los varones y
las mujeres. No faltan tratadistas que ven entre los padres del
socialismo utópico a los precursores del comunismo, en lo
relativo a finalidades, pero es obvio que en cuanto a medios hay
completa discrepancia. Los ideales del socialismo utópico no
pueden ser más bellos. Lo que no dicen concretamente sus
apóstoles es cómo puede llegarse a realizarlos. Y,
precisamente, el socialismo utópico se caracteriza, entre
otras cosas, por eso: porque sus expositores, después de hacer
un análisis crítico del mundo real, saltan directamente
a bosquejar el de la quimera (en el año 2000 o en una isla del
Pacífico). Hay entre lo uno y lo otro una inmensa distancia
que debería salvar el método político, como
puente entre los dos extremos. Las pocas veces que los utopistas
tocan este plano de realidades, se limitan a hacer hincapié en
la naturaleza fundamentalmente generosa del hombre y en la
posibilidad de estimular la acción de esa naturaleza, mediante
la persuasión, la razón, la educación, etc.
Cierran los ojos al hecho previsible de que los privilegiados de la
sociedad actual, a costa de los cuales se operaría la reforma,
opondrían todos los obstáculos imaginables contra un
cambio que les acarrease pérdidas. Olvidan los utopistas que
las "condiciones del medio", corruptoras de los impulsos
positivos, generosos, del hombre, difícilmente pueden ser
modificadas por los mismos hombres que, al actuar bajo sus efectos,
obtienen beneficio de ellas. Y que, en suma, seria necesario,
previamente, modificar las características del medio para
luego recoger los frutos producidos por tal modificación en la
naturaleza del hombre. Caen, pues, en un círculo vicioso cuya
única salida hipotética sería un acto de
contrición de los grupos privilegiados; una súbita
"iluminación moral" capaz de hacerles exclamar un
día: "Estábamos equivocados. Nuestros beneficios y
prerrogativas son injustos y perjudiciales para los demás.
Debemos, a partir de mañana, reformarnos; ganar menos y
contribuir mayormente a la felicidad de los demás, porque así
seremos también nosotros más felices." Mientras
los marxistas cifran la perspectiva de una transformación
social en la acción coordinada y combativa de las clases
desposeídas, destinadas a beneficiarse con el cambio, los
utopistas parecen asignar la tarea de producir ese cambio a los que
saldrían perdiendo con él. De todo ello se desprende
que el socialismo utópico aparte de los experimentos de
"Villas de Cooperación", "Harmonías"
y "New Lanark", realizados en Inglaterra y los Estados
Unidos no ha llegado nunca a tomar cuerpo en el terreno
político, en forma de partido orgánico. (Un partido
necesita, en igual medida, de objetivos como de caminos para
alcanzarlos.) Los postulados del utopismo han servido más
bien, parcial y fragmentariamente, para alimentar a otras ideologías.
Ése es el valor trascendente del socialismo utópico.
Haber sido un pionero en la crítica de la sociedad de su
tiempo, y uno de los primeros en enunciar la necesidad y la
posibilidad de una reforma encaminada hacia formas de vida mejores
que las ofrecidas por el capitalismo industrial cuando éste
balbuceaba los errores de su infancia. Sería injusto afirmar
simple y llanamente que el socialismo utópico se quedó
en el plano de la quimera. Muchos de sus hallazgos fueron absorbidos
por las corrientes ideológicas que le sucedieron. Y lo cierto
es que, con formas más o menos deseables, y con una variedad
casi infinita de nombres y rótulos doctrinarios el sueño
de una Utopía (un mundo depurado y perfecto) es tan válido
hoy como ayer, y sigue constituyendo el motor que impulsa al hombre
en su áspera ruta de superación política.
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