Política y Medios de Comunicación:
Las Relaciones Peligrosas
Arturo Wallace-Salinas
Introducción
En Nicaragua, el análisis de la relación entre medios y política ha estado profundamente condicionado por las tensiones que han marcado la relación entre el Estado y los medios de comunicación. En un contexto caracterizado históricamente por el autoritarismo y una débil institucionalidad, se ha tendido a asumir que los medios se encuentran en una posición de desventaja en sus tratos con el sistema político. Por una parte, la importancia de los medios en el ejercicio de la política moderna ha conducido a gobiernos, partidos y otros grupos de interés a enfrascarse en feroces batallas por controlar a los medios e incidir sobre su cobertura. Y si bien podemos esperar que en el caso nicaragüense las modalidades más directas de represión y censura sean cosa del pasado, es evidente la existencia de una serie de mecanismos de presión e influencia que implican serios riesgos para la independencia y credibilidad de los medios. No en balde, tanto el marco legal que regula (o desregula) el ejercicio periodístico, como aquel que norma el sistema de propiedad de los medios, están en buena medida definidos a partir de las funciones políticas asignadas a los medios de comunicación. Como resultado, profundos cambios en la arena política por lo general también conllevan profundos cambios en el panorama mediático. En ese contexto, los medios tienden a asumirse naturalmente como víctimas propiciatorias del poder.
A pesar de ello, es importante consignar que los medios también han logrado capitalizar la dimensión política inherente a la comunicación de masas. Ventajas tributarias y dispensas jurídicas caracterizan un marco legal que, desafortunadamente, ha fomentado en la práctica un alto nivel de 'poder sin responsabilidad' (Curran & Seaton, 1996). La renuencia de los medios a rendir cualquier tipo de cuentas sobre sus acciones en nombre del irrestricto respeto a la libertad de expresión tiene, precisamente, justificaciones políticas. La "excepcionalidad" de los medios ha sido explicada, en buena medida, por la importancia de su rol dentro de los procesos democráticos. En el caso nicaragüense, donde los actores políticos tradicionales parecen ser los menos interesados en la consolidación de una verdadera institucionalidad democrática, el papel destacado que en este sentido ha jugado la prensa también ha contribuido a definir a los medios como los principales valedores del proceso de democratización. Así, pocas veces se señalan las implicaciones negativas de su involucramiento en la política. En ese sentido, y como sucede en muchos otros aspectos de la realidad nicaragüense, los abrumadores vicios observables en la conducción del Estado parecen haber mermado nuestra capacidad crítica para con los otros actores de la vida pública.
Sin embargo, si no limitamos nuestro análisis a la fortuna o el comportamiento de actores particulares, podríamos descubrir que dentro de la estrecha -y hasta cierto punto predatoria- relación entre política y medios de comunicación no es difícil llegar a la conclusión que en realidad son los medios los que han sacado la mejor parte. Por un lado, da la impresión que la política moderna sencillamente no puede ser sin la participación de los medios. Ya sea en la abundancia de spots propagandísticos, jingles o campos pagados que saturan los procesos electorales, como en la avidez con la que los gobiernos de turno intentan garantizar una cobertura amplia de los aspectos positivos de su gestión, la dependencia de los diferentes agentes políticos de los mensajes mediáticos resulta más que evidente. Al mismo tiempo los medios han ido acaparando diferentes funciones que antes correspondían casi exclusivamente a los partidos, especialmente en lo referente a la intermediación entre la ciudadanía y el Estado, colocándose de esta manera el centro del sistema político. Como resultado, muchas veces la democracia moderna es definida a partir de su relación con los medios. Pfestsch (1998: 70) habla de media democracy; Aterton (1985) refiere al concepto de media politics; para Kalb (1992) vivimos en una era de press politics; mientras que para Bennet (1995) se trata de una de mediated politics.
Pero la importancia de los medios para la política sólo parece comparable con la reluctancia con la que los medios de comunicación hacen de la política un componente igualmente importante de su oferta diaria. Reducida a una sección del periódico o de los cada vez más escasos espacios informativos radiales o televisivos, comprimida entre la telenovela y la serie de moda, o bien expulsada casi completamente del dial por la presión de las complacencias musicales, para Curran (2000: 122) 'política es aquello que los medios no hacen la mayor parte del tiempo'. Gracias a esta asimetría, los medios, y en particular la televisión, parecen haber sido capaces de imponer sus condiciones a los diferentes actores políticos. Como señala Rothschuh-Villanueva (1996: 208-209):
'[L]a televisión ha modificado la manera de hacer política. Su impacto es inconmensurable. Avallasador. Impuso su ritmo y su cadencia. El primer cambio brusco: someter implacabalemente a su formato a los distintos actores políticos...El discurso de antaño es anacrónico. Demasiado extenso. Los políticos tienen que aprender a comprimir sus intervenciones a la más mínima expresión. A hablar en cápsulas...De ahora en adelante la medida de tiempo aconsejada por los hacedores de imágenes serán los diez segundos. Lo demás sobra. Es puro desperdicio'.
Con el discurso político reducido a la duración de un sound bite, y con la práctica política moldeada por la lógica de la foto-oportunidad y del pseudo-evento, no basta entonces con perpetuar la necesaria denuncia de los abusos del poder en contra de la libertad de expresión. Tampoco podemos limitarnos a celebrar acríticamente la contribución de los medios al proceso democrático, o preocuparnos exclusivamente por las implicaciones negativas de una prensa partidarizada. Es forzoso que también inquiramos en la forma en la que la creciente participación de los medios está cambiando la naturaleza misma de la actividad política. Con nefastos resultados, según muchos académicos.
En este sentido, el objeto del presente ensayo es ofrecer un panorama general de la literatura interesada por las implicaciones negativas de la relación entre medios y política. Al mismo tiempo, se exploran alternativas para confrontar la resultante 'crisis de la comunicación pública' (Blumler & Gurevitch, 1995), que, a juzgar por el tono predominante en la bibliografía, pareciera caracterizar a nuestra era.
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La evaluación de la naturaleza de la influencia de los medios sobre el proceso político frecuentemente encierra fieras contradicciones. Por un lado, es difícil imaginar mecanismos que permitan satisfacer el moderno ideal de una democracia masiva sin contar dentro de estos mecanismos con la participación de los medios, en tanto éstos actúan como un canal privilegiado entre los diferentes miembros de la extensa y dispersa comunidad que caracteriza a los modernos estados nacionales.
Los medios también están supuestos a estimular el libre debate de ideas y a proporcionar a los ciudadanos la mayor parte de aquella información necesaria para poder tomar decisiones políticas informadas.
Más aún, en el modelo democrático occidental los medios también asumen activamente el rol de fiscalizadores de la gestión pública, actuando para proteger la autonomía de la sociedad civil de las potencialmente despóticas incursiones del Estado (Scammel & Semetko, 2000: xiii).
Por ello los medios tienden a ser vistos como una pieza fundamental de todo sistema democrático. En las palabras de O'Neill (1998: 1) 'la idea de que existe una fuerte conexión entre la comunicación de masas y la democracia goza de un amplio consenso'. O, como sostienen Scammell y Semetko, 'la fundamental importancia de los medios para la democracia está dada por sentado, es casi axiomática' (2000: xi). En este sentido, también resulta imposible no reconocer el papel jugado por los medios en la diseminación de la democracia a nivel mundial que caracterizó la última década, si bien, como el mismo O'Neil (1998) señala, todavía se ha escrito muy poco acerca del rol de los medios en la consolidación de esos incipientes regímenes democráticos.
Sin embargo, para muchos investigadores, la centralidad de los medios para la política moderna plantea una serie de problemas para la democracia. Si bien se acepta que los medios merecen algo de crédito en lo que se refiere al ámbito cuantitativo, su contribución a los aspectos cualitativos de la democracia es severamente cuestionada.
Por un lado, una política cada vez más mediatizada ofrece una oportunidad cada vez mayor para la manipulación ideológica de aquellos que tienen el control de los medios. Bajo este criterio, la pluralidad de voces necesarias para una democracia saludable se vería amenazada por las actuales tendencias a una concentración cada vez mayor de la propiedad de los medios, a pesar de la aparente pluralidad de la oferta mediática.
Al mismo tiempo, como señala Garnham (1990:111), la esfera pública también se ha visto erosionada por la naturaleza comercial del sistema mediático a través del cual tiene lugar una gran parte de la actividad política y la casi totalidad de los procesos electorales. Para Garnham, en la medida en que la comunicación política se ha visto forzada a canalizarse vía medios comerciales ha ido dando lugar a una política del consumismo. Como resultado:
'Los políticos se dirigen a los potenciales votantes no como seres racionales preocupados e interesados por el bien común, sino bajo la forma de publicidad, como a criaturas con un apetito mayormente irracional, cuyo interés egoísta los políticos deben comprar...el ciudadano es abordado como un individuo privado y no como miembro de un público, dentro de una esfera privada domesticada en lugar de en la vida pública'.
Pero en la factura de los medios de comunicación se les cobra algo más que una esfera pública empobrecida. Los medios también han sido acusados de haber estimulado la mutación de los ciudadanos en simples espectadores (Swanson & Mancini, 1996: 17). Algunos teóricos han llegado incluso a hablar de una 'democracia sin ciudadanos' (Entman, 1996), en donde los medios habrían sustituido al público. También se sostiene que los medios se han adueñado de funciones vitales de los partidos políticos (Pfetsch, 1998: 70) que los habrían 'catapultado a una posición de oposición sustituta' (Blumler & Gurevitch, 1995: 214). Esto resulta doblemente preocupante si se toma en cuenta que, más allá de sus buenas intenciones, los profesionales de los medios tienden a conformar un grupo poco representativo en lo que se refiere a nivel de escolaridad, ingreso, género, rango etáreo, proveniencia geográfica, y demás. Esta representatividad disminuye todavía más en la medida que aumenta la capacidad de decisión o influencia sobre la agenda noticiosa.
Por todo la anterior a los medios se los hace responsables de la creciente apatía y falta de involucramiento ciudadano en los asuntos públicos. Para Cappella y Jamieson (1997) estos problemas están asuspiciados por una desconfianza cada vez mayor en el gobierno y un mayor cinismo de la población fomentados por los medios.
Para el politólogo norteamericano Robert Putnam (1995) está falta de involucramiento es ciertamente imputable a los medios pero por razones diferentes. Para él, se trata más que nada de una consecuencia del papel cada vez más importante que juega la televisión en la vida cotidiana. Según Putnam, el hecho que la mayor parte de la población ocupe su tiempo libre para encerrarse en sus casas a ver la televisión ha ocasionado una clara disminución de la interacción pública, lo que a su vez habría provocado un declive progresivo de ese "capital social" que otorga sentido a cualquier tipo de participación política.
A su vez, en lo que puede ser considerado como el extremo de la llamada "video-malaise", Neil Postman (1985) denuncia la excesiva trivialización de la política moderna como resultado de la devoción de la televisión por el entretenimiento, mientras que el italiano Giovanni Sartori (1998) va incluso más allá y sostiene que un medio eminentemente audiovisual, como la televisión, no puede promover el discurso racional.
Por otra parte, en las democracia emergentes, se ha señalado que la tendencia de los medios a acaparar algunas de las funciones que tradicionalmente correspondían al Estado o a los partidos podría ralentizar el proceso de construcción y consolidación de un marco institucional. En este sentido, también se ha hecho notar que su función fiscalizadora 'podría entrar en conflicto con otros objetivos deseables…como el establecimiento de una amplia cultura democrática o la construcción de un proyecto de nación [nation-building]' (Scammel & Semetko, 2000: xiv), en lo que Mickiewicz (1998) llama 'las paradojas de la libertad de prensa y la inestabilidad política'.
Desde esta perspectiva el panorama aparece bastante sombrío: sustitución de los ciudadanos y de los partidos políticos; privatización de la vida pública; desmovilización ciudadana, apatía y cinismo; falta de racionalidad y un falso pluralismo de ideas; excesiva personalización y trivialización de la política. Incluso una amenaza a las democracias emergentes. Si esta ha sido la contribución de los medios al proceso político, entonces la política haría mejor en apartarse de los medios.
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En el otro extremo, sin embargo, no es difícil notar que los medios también están pagando el precio por su centralidad en el proceso político.
Como fue señalado con anterioridad, debido a su importancia para el juego político los medios han sido históricamente el objeto de feroces luchas, y son por lo general las primeras víctimas cuando hay importantes cambios en la arena política. Los ejemplos más dramáticos de esta relación se presentan con la llegada al poder de regímenes autoritarios, los que por lo general hacen de los medios de comunicación sus primeras víctimas. Pero si esta interdependencia se hace mucho más evidente en ejemplos provenientes de países con una débil estructura institucional, también se manifiesta en la crisis de algunos medios tradicionales evidente en otras latitudes. Y es que diferentes prácticas políticas también requieren diferentes tipos de medios. En este sentido, la erosión del capital social que caracterizaría a la sociedad contemporánea es a menudo ofrecida como parte de la explicación de los bajos niveles de lectura de los periódicos tradicionales.
Sin embargo, a un nivel más concreto, la víctima más evidente del involucramiento de los medios en el ámbito político tal vez halla sido su credibilidad. Obligados por la naturaleza mediática de la política moderna, gobiernos y partidos políticos han ido profesionalizando cada vez más sus estructuras de comunicación con el objetivo de garantizar un mayor nivel de influencia sobre la forma en que son retratados por los medios. De esta manera, las instituciones políticas quieren sacar provecho del hecho que los periodistas no pueden alcanzar sus objetivos sin garantizar un mínimo de cooperación de sus fuentes. Comprenden, a veces mejor que los mismos periodistas, que las noticias no son productos naturales sino construcciones sociales, moldeadas por rutinas, normas y convenciones profesionales, así como por los prejuicios estructurales de los mismos medios. Esta comprensión ha conducido a la práctica generalizada del news management, spin doctoring, etc. Su consecuencia más directa ha sido una creciente erosión de la credibilidad de los medios.
Para colmo de males, esta es una batalla que, aparentemente, los periodistas no pueden ganar. Muchas de las acusaciones de fomentar el cinismo y la desconfianza en las instituciones es producto de la postura escéptica que adoptan los medios cuando los 'periodistas se sienten incómodos y preocupados por afirmar su autonomía' (Blumler & Gurevitch, 1995: 103). Por otra parte, cuando los periodistas intentan protegerse fomentando una cobertura que se concentra en los aspectos estratégicos del "juego político" y excluye buena parte de las ideas, se les acusa de fracasar en su función de proveer a los ciudadanos con el tipo de información que necesitan para participar activamente en política.
Al final de cuentas, una vez superadas las amenazas de represión física y demás, una seria crisis de legitimidad parece ser el menor de los precios que el periodismo debe pagar por causa del involucramiento de los medios en la esfera política.
Juego de suma cero
No tiene sentido, sin embargo, limitarse a elaborar una lista comparativa de las influencias contradictorias que caracterizan la relación entre medios y política. Nadie está llevando el marcador, y ningún ganador puede resultar en semejante batalla. A pesar de eso, buena parte de la literatura interesada en este tema parece actuar bajo esta lógica, simplemente criticando la naturaleza del proceso político mediado o bien negando la validez de todos y cada uno de los argumentos sobre el impacto negativo de los medios sobre la política. En el primer caso, la única opción deseable para una democracia más saludable parece ser el improbable evento de una reducción de la participación de los medios en la actividad política. En el segundo caso, resulta difícil encontrar elementos que ayuden a mejorar un sistema de comunicación política que tiene obvias carencias.
En este contexto parece más útil comprender que, más allá de sus carencias, el actual sistema de comunicación política guarda mucho potencial, sugieriendo nuevos y cada vez más amplios significados para los términos "democracia" y "ciudadanía". También sugiere un significado diferente para el concepto "política". De hecho, mucho del pesimismo está vinculado a la definición de política empleada en el análisis de su relación con los medios. Es una definición que se ve reproducida en el trabajo cotidiano de los medios y que tiende a reducir a la política al conjunto de actividades vinculadas al gobierno y a los partidos. Así, para los medios la política es una sección diaria del periódico o del boletín noticioso. Es presentada a lectores y audiencia como algo que es hecho por "otros" y "en otro lugar". Es algo para ser contemplado y no practicado. Tanto para políticos como para sus corresponsales, los ciudadanos no son más que una presencia espectral, a la que se dirigen fundamentalmente en su calidad de votantes potenciales. De la misma manera, los académicos preocupados por el estado de la política tienden a concentrase en la asistencia a las urnas como el principal indicador para medir la salud de una democracia. Como sostiene Held (1989: 243):
'La disciplina de la política…tiende a retratar a la política como una esfera diferente y separada de la sociedad, una esfera separada de, por ejemplo, la familia, la vida personal, los negocios. Al centrarse en las instituciones de gobierno, esta visión de la política marginaliza y brinda pocos elementos para comprender el verdadero objeto de la política, es decir, esos profundos problemas que día a día enfrentamos como ciudadanos'.
Una definición más amplia de política, una que asuma que "política" es mucho más que lo que hacen el gobierno y los partidos políticos, y que entienda que la participación política trasciende el acto de votar, ofrecería un panorama menos sombrío. Precisamente, como señala Giddens (1998: 49), lo que en los últimos años para muchos ha sido un proceso de despolitización ha sido saludado por otros como un aumento de la movilización política y el activismo. Y es que, de acuerdo a su definición original, "política" refiere a todas las interacciones entre los diferentes miembros de la "polis": Estado, partidos, mercados, movimientos sociales, ciudadanos. Tiene que ver con todo aquello que la gente hace en tanto miembro de una comunidad. No se limita al momento electoral.
Como bien lo comprendía Aristóteles, la política tiene que ver con el ejercicio directo de nuestra soberanía y no únicamente con nuestro derecho a participar en la elección del soberano (Barker, 1959: 295).
Desde este punto de vista, no es cierto que la política sea aquello que los medios no hacen la mayor parte del tiempo. Tampoco es cierto que la política no puede ser sin los medios. Por el contrario, mucha de nuestra actividad política tiene lugar lejos de la mirada de los medios, en cada una de las decisiones que hacemos tienen un efecto sobre nuestra comunidad. Durante las últimas décadas se ha producido un aumento de movimientos sociales que han comprendido precisamente esto, estimulando una explotación más consciente del capital político que existe en cada una de nuestras decisiones cotidianas.
A pesar de ello, sería ingenuo limitarse nada más celebrar este hecho y, consecuentemente, desechar las preocupaciones derivadas del estado actual de la política tradicional, ya que como dice el mismo Giddens (1998: 53):
'El gobierno tendrá que estar listo para aprender de ellos [los movimientos sociales], reaccionar ante los temas que plantean…sin embargo, la idea de que esos grupos puedan ocupar por si solos los espacios donde el gobierno está fallando, o que puedan llegar a ocupar el lugar de los partidos polítcos es fantasía...La "gente que nos aburre en las noticias" importa, y seguirá importando por un futuro indefinido'.
Si "la gente que nos aburre en las noticias" todavía importará por un futuro indeterminado, entonces es importante continuar reflexionando acerca de los problemas provocados por el funcionamiento de lo que Swanson (1992) llama el 'complejo político-mediático'. Pero cualquier reflexión tiene que ir más allá de llantos y lamentos, para poder contribuir a un cambio positivo.
Conclusión: Mejores medios, mejor política
Hay mucho por hacer para corregir los fallos del sistema de comunicación política y los propios medios pueden jugar un rol destacado. Como señalan Blumler y Gurevitch (1995:4): 'las principales características del proceso de comunicación política pueden ser concebidas como si formaran un sistema, de modo que cambios en uno de sus componentes se verían asociados a cambios en el comportamiento de otros componentes'.
Siguiendo esta lógica, alguna ideas interesantes han sido puestas a prueba por lo que en los Estados Unidos se ha dado en llamar "el movimiento por el periodismo público", o "periodismo cívico". Este movimiento, impulsado al mismo tiempo desde la academia y desde algunos medios, pretende lograr que la prensa interese más a los ciudadanos en la "vida pública" y hacer a la vida pública más interesante para los ciudadanos; intenta hacer al discurso serio "más público" y hacer al discurso público más serio; pretende no simplemente informar al público, pero, en caso de ser necesario, formar un público. En otras palabras, propone entender el periodismo como una 'forma de acción' (Rosen, 1991) que genere cambios positivos sobre el sistema político en su conjunto y no únicamente sobre sus actores tradicionales.
Muchas críticas pueden hacerse -y de hecho se han hecho- sobre los objetivos y métodos del "periodismo público". Sin embargo, este proyecto ofrece un valioso ejemplo de las posibilidades que existen dentro de los medios, o, para ser más precisos, dentro de la gente que trabaja en los medios. Más aún, conlleva ciertas ideas que, enriquecidas con una noción más amplia de la política, pueden contribuir a un modelo de periodismo mucho más democrático:
En primer lugar, se hace necesario comprender que la política no es algo ajeno a las decisiones que tomamos día a día y, posteriormente, asumir que los medios están en una posición privilegiada para destacar la relación existente entre nuestras decisiones cotidianas y el ámbito de la política. Al destacar esta relación, los medios pueden fomentar una mayor participación ciudadana, pero no sustituyendo al público o a los partidos, ni volviéndose el espacio privilegiado del accionar político, sino proporcionando un terreno común y un lenguaje compartido que pueda contribuir a fomentar el diálogo entre los diferentes actores.
Pero para lograr esto, los periodistas no sólo necesitan entender la política de una manera diferente. Paradojicamente, también tienen que aprender algo más acerca de los medios. Como sostienen Blumler y Gurevitch (1995: 108), 'si un periodismo estructurado en torno a la idea de unos "valores noticiosos" da pie tan fácilmente al "news management" de los políticos, algo tiene que hacerse para solucionarlo'. Y es que la profesionalización cada vez mayor de las estructuras de comunicación de gobiernos y partidos hace necesario que los periodistas comprendan cada vez mejor las lógicas productivas y las rutinas que condicionan su trabajo. Necesitan tener una mejor comprensión de la relación fuente-reportero y las consecuencias de estas interacciones.
Finalmente, como Curran señala (2000: 122), es necesario revisar la concepción de los medios como fiscalizadores de la gestión pública para que los medios actúen como fiscalizadores tanto del poder público como del poder privado.
En todos estos aspectos, las escuelas de periodismo y comunicación tienen un importante rol que jugar. Deben revisar los criterios en los que basan la formación de los futuros periodistas, proveyéndoles no sólo con las herramientas necesarias para cumplir con sus tareas diarias, sino también con aquellas herramientas que les permitan reflexionar sobre su práctica profesional. Deben fomentar una mayor comprensión de las posibilidades, límites y responsabilidades del trabajo periodístico. Además, deben mantener una mirada crítica sobre el accionar de los medios.
En este sentido es importante trascender la crítica per se. Durante la década de los 1970s y parte de los 1980s, las escuelas de periodismo y comunicación de América Latina se enfrascaron en una fiera crítica de la comunicación masiva: la misma naturaleza de los medios, se sostenía, hacía imposible que practicaran la "verdadera comunicación"; los medios, se decía, servían por definición a los intereses particulares de una elite. Más allá de los problemas reales y las limitaciones señaladas por estas denuncias, la forma en la que fue conducida la discusión hizo prácticamente imposible para los medios poder beneficiarse del rico debate que tuvo lugar dentro de la academia. Lo que se necesita ahora es un diálogo constructivo, con propuestas realistas, capaces de alentar al cambio.
Esta tarea se vuelve todavía más urgente en el contexto de una democracia emergente. Aquí, sin importar el nivel de influencia de la academia sobre la industria mediática, las escuelas de periodismo y comunicación social no pueden dejar de asumir su papel de función de la consolidación de una verdadera democracia.
Referencias
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