El movimiento de liberación de gays y
lesbianas |
Nota: Este artículo fue publicado originalmente en el boletín de Mensa España correspondiente a diciembre de 1999, dentro de una serie en la que varios socios daban su opinión sobre cuáles habían sido los logros humanos más importantes del siglo.
Poco podría imaginar Oscar Wilde, desde su reclusión en la cárcel de
Reading, en sus años finales en Italia o, acaso, en el momento de su muerte, acaecida
precisamente en el año 1900, los sucesivos derroteros por los que circularían los
homosexuales a lo largo del siglo XX. La represión sistemática a la que se condujo a
millones de personas por su condición homosexual a lo largo de los siglos anteriores,
adquiriría su simbólico cenit en los campos de exterminio nazis, en donde tantos
homosexuales fueron asesinados marcados con un infamante triángulo rosa que acabaría
siendo asumido posteriormente como símbolo identificador por este mismo colectivo.
Posteriormente, la integración de ciertos homosexuales, especialmente en el
mundo de las artes, como ya había venido sucediendo con anterioridad, parecía marcar un
posible cambio de signo que se hace realidad cuando las reivindicaciones de los
homosexuales se comienzan a plantear de modo colectivo y como "derechos", cuando
se producen los primeros gérmenes de asociaciones y se constituye un movimiento de
liberación, un movimiento político.
La muerte de Oscar Wilde adquiere así un carácter simbólico, tanto por
coincidir con el final del siglo pasado como por el propio carácter icónico que ha
adquirido este autor, hasta el punto de que se le considera "aceptado"
socialmente también en cuanto homosexual. En la campaña "por todos y todas, un
respeto", promovida en España por el gobierno socialista, aparecía su imagen en
televisión tachado de "maricón", junto a "inútiles" como Stephen
Hawking y "basuras negras" como Martin Luther King. Independientemente del
éxito o de lo acertado de la referida campaña para favorecer la aceptación de las
"minorías", denota una pauta en la integración de los homosexuales, al menos
proclive a la integración de ciertos segmentos de una población variopinta o cambiante,
como lo sería cualquier otro grupo poblacional que se distinguiera solamente por un
único factor.
Este hecho, que podría considerarse anecdótico, no hubiera sido posible sin
la existencia de un movimiento de liberación homosexual, a veces claramente organizado,
que está consiguiendo, cada vez a mayor velocidad, cambios legislativos y de
comportamiento social que hubieran sido impensables a principios de este siglo. El punto
de inflexión, el cambio de tendencia en cuanto a la situación de gays y lesbianas, se
sitúa convencionalmente en la noche del 27 al 28 de junio de 1969, cuando se produjo la
revuelta gay como respuesta a la actuación policial en el bar Stonewall Inn el Greenwich
Village (Nueva York); fecha, la última, institucionalizada mundialmente como Día del
Orgullo Gay.
Es evidente que el feminismo, los movimientos norteamericanos por los
derechos civiles y la liberación sexual propugnada en los años anteriores, abonaron el
terreno para que el movimiento de liberación de gays y lesbianas fuera posible. Y
también lo es que la irrupción del SIDA no ha supuesto realmente, y vista a largo plazo,
un paso atrás en dicho proceso, liderado, por razones obvias, por los países
occidentales industrializados, pero que marca una tendencia cuyos frutos se recogerán muy
previsiblemente ya apenas entrado el siglo XXI y que beneficiará, tarde o temprano, a
toda la humanidad.
Los primeros frutos, en cualquier caso, aunque puede que aún algo verdes, ya
están disponibles, apuntando hacia una próxima normalización: en junio de 1994, un
millón de personas se concentra en Nueva York para conmemorar los 25 años de los sucesos
de Stonewall. Poco antes, el 8 de febrero del mismo año, el Parlamento Europeo insta a
los Estados miembros a acabar con la discriminación de gays y lesbianas. Antes, desde
1989, dígase a título de ejemplo, Dinamarca permite uniones civiles entre homosexuales
con una situación legal idéntica a la de los heterosexuales.
En el caso de España, existen ya algunos claros indicios de que se avanza en
la misma dirección: a la Ley de Uniones Estables de Pareja del Parlament de Catalunya y a
la Ley relativa a Parejas Estables No Casadas de Aragón, se unirá en breve, en el año
2000, la Ley de Uniones de Hecho de Baleares, que permitirá a gays y lesbianas ejercer su
derecho a la adopción de niños. Dinamarca, Suecia, Noruega, Islandia y Holanda están en
la misma dirección, mientras que acaba de entrar en vigor la ley francesa que equipara
los derechos de las parejas de hecho con los matrimonios. Aunque en el caso del Estado
español en su conjunto el Partido Popular ha frenado la última Proposición de Ley
presentada por Coalición Canaria, la aparición de la Plataforma Popular Gay en el propio
partido del gobierno podría marcar en breve un cambio de tendencia.
Todos estos datos, a los que se podrían añadir muchos más, señalan al
siglo XX como el del surgimiento de los movimientos de liberación de gays y lesbianas,
otorgando a este siglo un efecto diferenciador y manifestando un cambio en la tendencia
que este fenómeno ha mantenido a lo largo de los siglos anteriores, que parece oportuno
resaltar al relacionar los hechos decisivos del siglo XX. El futuro que se abre a partir
de estos movimientos, conllevará necesariamente importantes cambios en los
comportamientos sociales, en las relaciones laborales y económicas, en las
manifestaciones culturales y en casi todos los ámbitos de la vida social y política,
cambios que se empiezan a percibir, de modo pausado pero continuo, tanto en nuestro país
como en el mundo occidental en su conjunto.
Mientras que Clinton se convierte en el primer presidente norteamericano que
participa en un acto organizado por gays y lesbianas, el Presidente de la Comunidad de
Madrid visita la sede del COGAM, organización que agrupa a los gays y lesbianas
madrileños. Clinton nombra al primer embajador norteamericano abiertamente gay, en tanto
que Blair, en el Reino Unido, inicia los nombramientos de políticos de alto nivel
abiertamente homosexuales.
En España, el reciente "outing" del socialista Miquel Iceta en
medio de la campaña electoral catalana o la campaña iniciada en estos días en los
colegios de Madrid para evitar la discriminación en los colegios por motivo de la
orientación sexual (en donde por primera vez participa una institución pública, en este
caso el Defensor del Menor, en una actividad de este tipo), son seguramente la punta de un
iceberg que el próximo siglo se mostrará en toda su auténtica magnitud. Si Oscar Wilde
se vio sumido a adoptar el papel de mártir de la causa gay en el contexto histórico que
le tocó vivir, los actuales y venideros adolescentes homosexuales se encontrarán con un
futuro mucho más esperanzador, que acarreará su mayor y mejor desarrollo como personas
y, en suma, tendrán más posibilidades de acceder a sus legítimos derechos, a una mayor
ración de justicia de la que han tenido sus antecesores y previsiblemente a una mayor
probabilidad de ser felices. La aparición de los movimientos de liberación de gays y
lesbianas en el siglo XX lo ha hecho posible.