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Entrevista a Silvio Rodríguez: Cuando miro
mi vida
Supongo que he tenido todas las tentaciones, las de Cristo
y las de Silvio Rodríguez. Pero si uno no tuviera tentaciones sería fácil, no
existiría el mérito. El mérito es el triunfo del espíritu sobre las
tentaciones. Fragmentos de conversaciones con el cantautor, especial para
este número Por mucho que haya querido escapar a las trampas de la
fama, Silvio Rodríguez no ha podido lograrlo. Unos, la mayoría, hablan de sus
canciones, ya sea porque lo odien o porque lo quieran; otros, de su persona;
un cuestionamiento puede abarcar desde el contenido de un texto hasta si no
saludó a alguien como se suponía correcto. Tal vez sea el precio que paga por
querer ser él mismo. Insertado para siempre en la cultura cubana, es la máxima
expresión de un movimiento original en la música de la Isla: la Nueva Trova.
Música y poesía, cerebro y corazón, ideas y sentimientos, forman un solo
cuerpo en este cantor de la esperanza. El poeta y narrador uruguayo Mario Benedetti
ha dicho de Silvio Rodríguez: "Curiosamente, su voz no es cálida ni
grave ni particularmente seductora, sino más bien aguda, de un timbre casi
metálico y sin embargo frágil. Al escucharlo, uno llega a temer que en
cualquier momento se le quiebre, y ese riesgo ( que
en su caso no es deliberadamente buscado sino más bien lo asume como algo
irremediable) también forma parte de su extraño atractivo. Con
características que en cualquier otro cantante serían anticarismáticas,
Silvio funda precisamente su carisma. Quizá el secreto resida en que siempre
transmite una gran sinceridad, una honestidad a toda prueba, un no aparentar
lo que no es, y, en estos tiempos de famas prefabricadas, de engendros de la
machacona y mistificadora publicidad, esa actitud, a la que el público accede
sin intermediarios, significa una bocanada de aire fresco en un ámbito, como
el del espectáculo, por lo común tan especulativo como artificial." La Jiribilla ofrece a sus
lectores algunas concepciones, reflexiones y criterios de Silvio. A pesar de que el público de la radio es más
local, y el del Internet es más universal, el tipo de gente que está ahí es
muy joven. ¿Pasa algo similar aquí en Cuba? ¿Cómo es tu público aquí? Asombrosamente mi público receptor siempre ha sido de
jóvenes. Cuando empecé "lógicamente" yo también era un joven, y en
la medida en que me han ido pasando los años, es como si ese público se
hubiera detenido: yo transcurro y el público no. El público sigue siendo
preferentemente un público de entre adolescentes y jóvenes de veintitantos
años. Pero eso me pasa en Cuba, eso me pasa en Argentina, en Chile, en
España, en Colombia, en todas partes, y para mí es un milagro ¿no? A mí me lo
han preguntado: "¿Por qué?". Yo mismo no tengo una respuesta
certera, verdadera ¿no? Yo puedo hacer conjeturas como cualquiera, y deduzco
que, en primer lugar, que yo he procurado no abandonar la niñez, pero parece
también que la niñez de alguna forma ha procurado no abandonarme a mí... y
cuando te digo la niñez, te digo la juventud, te digo la adolescencia, te digo
esa etapa de la vida en que uno mira asombrado al mundo y se hace preguntas.
(...) Yo creo que se debe a eso... se debe a esa condición, que me parece que
es más una condición que una actitud; yo pienso que es una característica:
hay personas que somos así, hay personas que en eso no cambiamos nunca y yo
soy una de ellas, y me tocó hacer canciones y me comunico a partir de esa
característica que tengo, y por eso lo que hago le interesa a la gente ?como
yo? que casi siempre es gente joven. Se habla de que el período de los finales de los
60 y los 70 estuvo matizado por diversas pugnas y hostilidades hacia los
trovadores y su obra. Con algo de mito y varios algo de verdad, usted ha
trascendido como uno de los que más sufrió esa hostilidad. ¿Cuáles eran esas
fuerzas o personas hostiles a los trovadores? ¿Por qué esa hostilidad si los
trovadores, incluso cuando abordaban la crítica, no se manifestaban en un
sentido de ruptura u oposición hacia el proceso social cubano? Es cierto que hay anécdotas más o menos tristes en nuestro
repertorio. Y digo nuestro porque en aquella época, desde que agarrabas una
guitarra y decías cualquier cosa que no se entendiera, podías estar en la
mirilla. Esa mitología con visos de "leyenda negra" de la que
hablas, plantea que entonces éramos políticamente diferentes. Los que se
oponen abierta o veladamente a la Revolución lo han repetido para
desacreditarnos. Otros también lo han hecho. Lo cierto es que si nosotros
protestamos por algo fue justamente porque no había toda la revolución que
nos hubiera gustado. Su forma de vida, de un tiempo a esta parte, ha cambiado,
en cuanto a carencias materiales se refiere. ¿Es posible que haya caído en la
tentación de acomodarte mentalmente? Supongo que he tenido todas las tentaciones, las de Cristo
y las de Silvio Rodríguez. Pero si uno no tuviera tentaciones sería fácil, no
existiría el mérito. El mérito es el triunfo del espíritu sobre las
tentaciones. Pero el hombre tiene memoria, y habrá que ser un desmemoriado,
pero no todos los hombres lo son. Si yo estuviera interesado en convertirme
en un beneficiario absoluto de mis conquistas, no viviría en Cuba, y he
tenido la posibilidad de ganar mucho dinero, pero tengo otras cosas en las
que pienso, por las que siento, con las que estoy comprometido,. Yo no puedo echar mi vida por la borda haciendo todo lo
que me da la gana, porque carecería de significado todo lo que hasta ahora he
vivido, y para mí eso es inconcebible. En los años sesenta, una época tan
chocante y tan jodida, varias veces me sorprendí dándole vueltas a la idea de
irme de Cuba, entre otras cosas, porque me botaron. A mí me botaron del país. ¿Le dijeron que se fuera? Me dijeron que no podía trabajar en nada que tuviera que
ver con la Revolución. Y cuando protesté ("Pero si aquí la Revolución lo
es todo"), con la mejor de las sonrisas me dijeron que lo interpretara
como quisiera. Con esas palabras, a mí me botaron de Cuba. Pero ni siquiera
en ese momento tan nefasto, la tentación fue irme para cantar y hacerme rico,
sino por apartarme de aquellos hombres tan imbéciles, despreciables y
absurdos. No me cabe la menor duda de que, aun dentro de Cuba, yo podría
vivir muchísimo mejor que como vivo. Y si no lo hago es por vergüenza. En esos años difíciles, ¿llegó a hacer canciones
para molestar? Si... "Debo partirme en dos", por ejemplo, fue
una canción hecha para joder, o "Resumen de noticias", una canción
muy desgarradora. Yo estaba suspendido por la radio y la televisión, con toda
la mitología de un niño malo detrás. Era algo que me dolía muchísimo, que me
laceraba realmente. De la música cubana que se hace en el exilio de Miami...
¿hay alguna que prefiera, que le guste escuchar? Siempre he admirado a Celia Cruz. Me parece una cantante
tremenda. Me gusta Gloria Estefan, tiene una voz
muy linda y es una mujer hermosa. Willy Chirino es
un buen sonero, autor de excelentes canciones, aun
cuando en algunos casos yo no coincida con sus contenidos. Y Carlos Gómez,
que vive allá, siempre he pensado que es un gran trovador, un fino
guitarrista y un hombre de espíritu exquisito. En la década 1960 y 1970, usted fue parte de lo
que se llamó la canción protesta. ¿Contra qué era la protesta? ¿Por qué dejó
de usarse ese término entre los compositores de su generación? Es obvio que se nos etiquetó como "protesteros" por aparecer convocados por el Centro
de la Canción Protesta de la Casa de las Américas
?conste que gracias a Haydée Santamaría?. En
verdad, en ese momento nuestras canciones consideradas "de
protesta" se movían más o menos en las temáticas reconocidas: la guerra
contra Vietnam, la discriminación racial y el antiimperialismo. Pero a
nosotros nunca nos gustó el término de cantores de protesta porque era muy
estrecho, porque no reflejaba, en un amplio y más profundo sentido, lo que
queríamos, lo que intentábamos y, por supuesto, lo que creíamos hacer. Y esto
no era otra cosa que seguir la tradición trovadoresca cubana en su diversidad
de formas y contenidos. El término cantores de protesta nos parecía chato,
incluso hasta burdo, porque nosotros sentíamos, además, un fuerte compromiso
con toda la trova, con la libertad de la poesía y la belleza, y nos parecía
que esa aspiración no se podía encasillar, que no tenía límites, que estaba
mucho más allá de un slogan circunstancial. Por otra parte, la Casa de las Américas, durante un tiempo, fue casi el único lugar
donde podíamos exponer los fuegos iniciales. Allí tuvimos lo que necesita un
joven: comprensión y respeto, sentirse atendido y apoyado. Pero nosotros
jamás usamos el término de cantores de protesta para autodefinirnos. Siempre
hemos dicho que somos, sencillamente, trovadores. O sea que fueron otros los
que nos llamaron cantantes de protesta y también fueron otros los que así nos
dejaron de llamar. Una generación de cubanos vio en su imagen y en sus
canciones una respuesta a la oficialidad. ¿Usted se considera ahora parte de
la cultura oficial, reconocida? Creo que mis canciones, en cierto sentido, siempre han
sido una especie de grito ?con pocos decibelios, porque la bulla no me gusta?. Creo que todo el que tiene algo que decir, lo hace
desde su propia conmoción. Casi todas mis canciones llevan implícita alguna
queja y creo que no hubieran podido ser de otra manera. Querer atrapar la
vida conlleva una angustia tremenda y estoy seguro de que los que hicieron
las pinturas rupestres la sintieron. En mi caso, ser parte de un país y una
época como en los que transcurrió mi adolescencia y luego mi adultez (a
regañadientes), también fue experiencia poco ordinaria. Aquella etapa, la
primera, fue la de darle nombre al mundo. Yo estaba ensimismado entre el
asombro y los signos con que dibujarlo. No era fácil, era una realidad
vertiginosa, por momentos caótica, y yo llevaba en mí mismo mucho de vértigo
y de caos. ¿Qué era "la oficialidad" por entonces sino puros
proyectos, tanteos, búsquedas, caídas y puestas en pie? Pero para mí la
Revolución no era quienes desacertaban con nosotros, aún cuando errar es
humano. Entonces todo lo veía más drásticamente, más contrastado, y para mí
la Revolución la representaban los revolucionarios comprensivos, que sí,
discutían con nosotros, pero nos escuchaban sin querer taparnos la boca.
Aquellos años fueron, en definitiva, los de aprender que la Revolución estaba
hecha por hombres y mujeres, y que algunos podían tener defectos ?a veces
bastante feos?, y que aquello era así porque algunos
seres humanos eran así, no porque la Revolución lo fuera. Se dice rápido,
pero esa simple ecuación que he formulado a veces hay que aprenderla a sangre
y fuego. Sin embargo, ni entonces ni ahora he pensado en "la
oficialidad" para hacer o para dejar de hacer. Muchas de las canciones
que por algunos fueron vistas como "sospechosas", luego fueron
editadas. Personas, de aquí y de allá, que antes me creían de una manera,
ahora me creen de otra. Y yo soy el mismo ?hasta cierto punto, porque nada es
lo mismo ni siquiera de un segundo a otro?. Por
último me permito agregarle que eso de cultura "oficial reconocida"
es ponerle apellidos a lo que no lo merece: la cultura. Y, sinceramente, yo
me siento premiado tan solo porque se me considere como parte de ella, a
secas. ¿Qué papel ha jugado la Revolución en su obra? Creo que esta es la pregunta más ardua de todo el
cuestionario, porque, cuando trato de ver (suelo ver las ideas antes de ser
palabras), mis ojos se enfrentan a una vastedad, y describir esas dimensiones
de pronto parece trascender las posibilidades de una explicación. Habría que
empezar por discernir el papel que ha jugado en mí, porque sin hombre es
difícil que haya obra; y, ya empezando, cabe decir que me creo mejor persona
que la que fuera de no haber existido la Revolución. La Revolución, como se
sabe, no es solo asunto de convicciones, sino también de fe. Cuando miro a mi
vida, con sus altibajos, sus sombras y sus luminosidades, la distingo, casi
en su totalidad, envuelta por la Revolución. Cuando miro a mis canciones y
percibo a este hombre imperfecto, asediado por demonios externos e internos
(los peores), no puedo dejar de ver una correspondencia entre lo que soy, lo
que canto y la Revolución. Creo que hay un interminable juego de espejos en
ese triángulo que menciono, el que conforma un ademán de estrella, un íntimo,
modesto resumen de grandezas, iluminación y muerte que a cada uno, a su
manera, puede corresponder. No hace mucho vi a Fidel,
en la televisión, diciéndole a los jóvenes que cada
cual podía llegar a sentir que era, en sí mismo, la Revolución. Para mí no
fue revelación sino memoria, porque la fe que reconquisté por sobre la agonía
la adquirí una joven noche, a principios de 1968, cuando la ignorancia me
desterró de mi pasado y mi futuro, o sea de mi vida, de mi Revolución,
abandonándome en el presente más desesperado de mi existencia. Salí de aquel
recinto con la cabeza en brumas y caminé en silencio hasta mi casa, presintiendo
lo que aquel extraño juez ignoraba y yo tampoco conseguía atrapar, allí en la
punta de mi espíritu. De pronto, tocado por un rayo, me detuve y grité, en
medio de la calle: "Y ¿quién coño le habrá dicho a ese que la Revolución
es propiedad privada de nadie? ¡Yo soy la Revolución!" Así de simple. ¿Su obra ha sido censurada alguna vez en Cuba? Ocasionalmente he sido censurado en Cuba, en España, en
Chile, en Argentina y en otros países, pero nunca tanto como en Miami. Tengo
entendido que en Miami mi música se vende bastante, pero en secreto, y que
quienes la escuchan lo hacen con audífonos o muy bajito. Me han dicho que a
quienes me oyen los pasan automáticamente a la lista roja. En Cuba, con los
artistas de allá, incluso con los que hablan mal de la Revolución, no pasa
igual. Quizá no los pongan en la radio, pero en sus casas la gente pone a
toda voz la música que prefiriere, sea cual sea. ¿Ha valorado alguna vez presentarse para el
público cubano y latinoamericano de Miami? ¿Aceptaría una invitación para actuar
en Miami? No es la primera vez que dialogo con "la cultura
oficial" de Miami, para usar su lenguaje. Recuerdo que cuando terminaron
las dos horas que le dediqué a Openheimer, apagó la
grabadora y me dijo, ante testigos: "Me cuelgan, si publico esta
entrevista allá". Usted me hace ahora esta pregunta sin el más mínimo
compromiso: qué haría yo. Cabría preguntarle qué haría usted, qué escribiría,
cuán profundamente sentiría la responsabilidad de su influencia en lo que
hagan otros, en el mal o en el bien que liberen sus comentarios. Siempre he
sentido una gran curiosidad por Miami y estoy seguro de que algún día haré
esa visita. De hecho Pablo y yo estuvimos tratando de ir, en 1979, cuando
hacíamos conciertos por ciudades de la costa del este, pero la brigada
Venceremos, nuestra anfitriona, nos dijo que el Departamento de Estado no lo
permitía. Ya habíamos tenido amenazas de bombas; nuestra presencia agregaba
trabajo al diario fogueo de la policía norteamericana. Hace algunos años
dormí una noche en el aeropuerto de Miami, en tránsito hacia Puerto Rico, y
al día siguiente mi guitarra, que llevaba en el forro una pegatina donde se
veían Fidel y la bandera cubana, llegó destrozada a su destino (eran
coterráneos los del aeropuerto). La Eastern tuvo
que pagarla. Ya en Puerto Rico, escuché un día por la radio a un comentarista
que acusaba a la contrarrevolución de floja y decaída, ya que en otros
tiempos, según él, hubieran barrido las calles de Miami con nosotros. Esa y
otras anécdotas, así de pintorescas, me inspiraron más tarde "El
Necio". "Tiempo después, cuando canté con Juan Luis Guerra en
Montecristi, conmemorando el encuentro de Martí y Gómez, fui testigo de las
injurias y amenazas que sufrió Juan Luis, desde Miami, por atreverse a subir
al mismo escenario que yo (ni siquiera juntos), en su propio país, República Dominicana.
Hablaban de quemar sus discos y hasta un supuesto apartamento que tenía en
Miami. A Rosa Fornés, una señora que es una
institución en el mundo de las tablas, la que jamás ha estado vinculada, que
yo sepa, a lo político, por el único delito de vivir en Cuba, la amenazaron
con bombas. Pero voy a agregar tan sólo lo ocurrido hace poco, en
Puerto Rico, con Andy Montañez,
y que ha despertado una cabal respuesta de los artistas puertorriqueños.
Parece que algunos en Miami ni siquiera admiten que otros me saluden en su
propia casa. Y vuestros divulgadores tienen bastante responsabilidad en ese y
en muchos otros atropellos. Yo sé que todo Miami no es así. Y sé también que
incluso la mayoría no es así. Sé, por ejemplo, que los pequeños grupos que
fomentan el odio lo hacen por su poder económico, porque controlan los medios
de difusión en español y por su capacidad de aterrorizar a la gente. Sé que
en Miami no se pueden expresar con libertad algunos sentimientos y opiniones.
Pero sé que, incluso en la Calle 8, hay quienes piensan que de dar un
concierto habría mucha concurrencia favorable. Sé que los artistas que llegan
a Miami, para que no les cierren las puertas, tienen que pagar el tributo de "las
declaraciones". Y sé que hay quienes tienen la suficiente entereza como
para no hacerlas. Sé, además, que algunos muy afamados dicen una cosa
públicamente, y que en privado se portan como son y no como los obligan a ser
para sobrevivir. La doble moral, como se ve, no es patrimonio del socialismo.
Cabe preguntarse ¿qué necesidad hay de todas esas máscaras? ¿Qué tipo de
"dirigentes" pueden ser los que alimentan el odio y la falsedad?
¿Es esa "la oficialidad cultural" que merece la comunidad cubana de
Miami?" |