Estamos en Madrid, en el colorido barrio de
Lavapiés, en una conocida terracita donde, discretamente, se pueden hacer
porrillos y así acompañar dignamente la primera caña del día. Son las cuatro
de la tarde, una buena hora para comer en sábado. A eso estamos. Nos hemos
llamado hace un par de horas para concretar la cita. Cuando llegamos, Manu
está ya cantando a voz desnuda y casi todos los componentes de su grupo le
acompañan con lo que tienen más a mano: palmas, escobillas de batería sobre
mesas de bar, cucharas que golpean vasos, coros y risas... es la norma. No
hay descanso para este francés de ascendencia vasca y gallega: si la
inspiración aparece, la invita a bailar.
La comida es un intercambio saltimbanqui de ensaladas y arroces, de
canciones también. Entre los comensales se encuentra Amparanoia, que,
mientras tararea una vieja canción porteña, nos muestra satisfecha las fotos
de su reciente viaje a México, donde siguió por unos días la caravana
zapatista. Manu asiente, le hinca el diente sin demasiada convicción a un
trozo de pollo y agarra una guitarrita, con ese rasgar suyo, sencillo, como
dejándolo ir... Tras el picoteo, nos retiramos a una mesa para charlar sobre
la vuelta de Manu Chao con el segundo disco que firma con su nombre. Llegan
los chupitos de orujo.Hace apenas cuatro años
eras el líder de una banda influyente, Mano Negra, que sacaba su primer
disco en solitario. Hoy, sin embargo, arrastras casi una categoría de mito;
ya sabes: imagen de enrollado, defensor de causas justas, amigo del
necesitado, solidario... ¿Cómo llevas la responsabilidad que se te cuelga?
Mira, como siga habiendo momentitos mágicos como los que tenemos ahora
mismo, esa responsabilidad no me pesa, no me da mucho tiempo de pensar en
ella; esa responsabilidad me la alivio con esos momentos. Todo depende mucho
de la casualidad, de la suerte; no se dice "esta noche va a haber duende";
no se puede. Pero, bueno, lo hay a menudo, y si hay eso, no siento ninguna
responsabilidad porque me lo paso pipa y estoy feliz con lo que hago.
Ya, me refiero a los comentarios que hagan los
malintencionados.
Claro, hay que tener cuidado: cuidado con la prensa o con la imagen que se
hacen de ti. Hay que tener cuidado con esa imagen así de rebeldía-no-sé-qué;
porque yo, al mismo tiempo, trabajo en una multinacional. Hay que tener
cuidado: cuidado con la rebeldía, el marketing de la rebeldía... yo no
quiero vender discos con mis ideas. Si vendo tres millones de copias de éste
porque sean buenas canciones, venga, dame el dinero, me parece dinero
limpio. Mi oficio es el de músico, y si gano dinero con la música no me
arrepiento de nada, y si son millones y millones, súper, sin ninguna mala
conciencia. Si empieza a torcerse la cosa y empiezo a vender discos por mis
ideas políticas, ya es más complicado, ya llegas a la fronterita que hay
entre dar tus ideas y ser demagogo.
Pero, en tu caso, las ideas cuentan: tú no le cantas simplemente al amor o
al azul del cielo...
Es un terreno complicado y lo hablamos mucho entre nosotros; todos tenemos
sensibilidades y decidimos para este disco, para las próximas giras, sobre
cómo alejarnos de esas preguntas políticas, y decir: "¡Venga!, cachondeo y
ya está". Ése es el mensaje, no queremos preguntas tan serias, no estamos
aquí para esto. Pero, claro, eso es imposible, eso de "tralalá" y música:
imposible. Todo el mundo me viene con eso y a mí me encanta la tertulia, me
meto. Así que hay mezcla de ambas cosas: se habla y luego cachondeo. Si cada
tertulia de ésas termina con un momento mágico, con un fiestón de ésos de
humanidad, como que no estoy hablando por hablar. Ya di la teórica, ahora
los prácticos, todo se confirma: realmente lo estamos haciendo.
Hace un momento Amparo nos enseñaba fotos de su
estancia con los zapatistas. ¿Qué nos puedes decir de tu relación con
Chiapas? ¿Cuál ha sido tu experiencia allí?
Mi última relación, física y directa, fue en diciembre, cuando fuimos a
tocar allí. Llegamos la noche que Marcos anunció que iba al D.F. y
aprovechamos lo de la gira para ir una semanita. Yo no quería ir a Chiapas
si no era a tocar; sabía que si yo podía llevar algo a Chiapas, eso era
música. Entonces, al estar la banda, ya era la ocasión. Tocamos en La
Realidad, en la comunidad, tocamos en Poló, en un campo de refugiados,
conocimos a la comandancia: a Marcos, a Moisés, a Tacho... Fue muy bonito,
he vuelto más convencido que nunca; esa gente son para mí ídolos políticos,
aunque no me gusta mucho esa palabra: "ídolos". Creo mucho en ellos y les
tengo respetazo, como podía tener respeto a los Clash... y no es como cuando
luego conoces esas bandas míticas, entras a su cocina y te decepcionan; no
es el caso de los Clash. Bueno, yo llegué a Chiapas con ojo crítico, no como
fan. Tocamos en el pueblo y a la gente le encantó. Y es una gente muy
quieta, allí sentados frente a nosotros en el pueblo mientras tocábamos,
había gente de fuera bailando y los zapatistas interrumpían por el
micrófono: "Por favor, la gente que baila, por favor, que marchen atrás, que
la gente no puede ver, por favor". Y todos muy tímidos y así, y no sabes muy
bien si les gustó o no... pero al día siguiente los representantes nos
dijeron que había sido un exitazo, que en ocho años no habían visto nada
así, que encantados, que entendían la música, que los indígenas habían
agradecido lo nuestro. Cuando estás en Chiapas te das cuenta de que los
indios son muy asiáticos, están a otro nivel. Nosotros estamos, en cierto
modo, al mismo nivel que los africanos; pero los indígenas, no sé, es otra
apreciación de la vida, hay cosas donde no nos podemos entender.
Entonces, ¿estuviste con el subcomandante?
Al día siguiente de ese concierto, como nos habían dicho que les había
gustado y nosotros teníamos otro día allí, les dijimos de volver a tocar;
pedimos autorización y dijeron que sí. A las seis marchamos a la plaza del
pueblo, en Aguas Calientes, donde el Marcos hace sus charlas. Fuimos allí
con todo y no había nadie, tío, nadie del pueblo, la plaza vacía.
Entonces llegó el viejo que controla todo y dijo: "No, el concierto está
cancelado". Y yo dije: "Pues vale". Lo respeté, no pedí razón; pero él
insistió: "No, está cancelado, ¡cancelado!". Y yo: "OK, entendido, voy a
avisar al resto". Y el viejo debió pensar: ‘éste tío es idiota’. Y ya me
dijo: "Os están esperando". Y entonces ya me di cuenta de lo que quería
decir. Nos dijo que sólo fuésemos los músicos, que no llevásemos nada y que
le siguiésemos. Nos llevó por un caminito, fuera ya del pueblo, y al primero
que vimos fue al Tacho, que estaba allí haciendo guardia. Nos saludó uno por
uno, muy tranquilo y luego preguntó: "Dónde está Manu Chao?". Y le dije que
era yo. Él dijo que no me imaginaba así, pero bien. Seguimos camino hasta
una cabañita y allí estaba Marcos, en la puerta, saludándonos, dándonos la
bienvenida; estaban allí todos, con capucha y las armas; estaban llegando de
no sé dónde. Marcos hizo un discurso corto: "Sabemos quiénes sois; muchas
gracias por todo, deciros que el dinero de royalties de todo lo que habéis
mandado ya llegó y lo repartimos como consideramos bien y gracias". Entonces
dijo: "Bueno, ya está bien de coñas, primero voy a decir a mi gente que deje
los fusiles, no penséis cosas raras... Aquí hay tres guitarras y venimos
para un reto: Si vosotros sois músicos, nosotros también; así que vamos a
hacer una canción, vosotros otra, y así hasta ver quién aguanta más". Yo me
quedé encantado, no esperaba eso. Estuvimos así hora y media, todo muy
formal. Cuando nosotros tocábamos, ellos bailaban, y cuando cantaban ellos,
ayudábamos... Así hasta que llegó la hora y Marcos dijo: "Vale: tablas". Y
charlamos un ratito cortito y ya está... Faltó el trago, para estar todos
bien, pero aún así, todo muy natural.
Te aviso que en el pueblo habíamos tocado con mucha gente, y los mejores
músicos resultaron ser los de la Comandancia. Nosotros llevábamos en los
bolsillos un montón de bolsitas de plástico llenas de pesos, porque habíamos
estado tocando en Guadalajara (México), y Bouchon [el road manager de Manu
Chao] le dijo antes de marcharnos que juntase los brazos y le puso todo el
dinero. Marcos dijo: "Esto ¿qué es, marihuana?". Y le dijimos que era
dinero... Fue súper, muy bien, relajados, disponibles para una hora de
música, y no nos comieron el coco con ninguna charla política, hubo mucho
swing. Ellos ya saben dónde estamos; en cuanto nos necesiten allí estaremos.
Manu Chao está hablador; de su boca, y con ese peculiar
acento de castellano poco cuajado, no paran de salir aventuras de estos
últimos años: su residencia en Barcelona, la organización del macrofestival
La Feria de las Mentiras, la formación de una banda (¡por fin!) compuesta
por viejos camaradas de Mano Negra y algún que otro músico callejero, las
dos giras suramericanas...
Su disco Clandestino, que salió en 1998, ha funcionado de maravilla: casi
tres millones de copias vendidas en todo el mundo. Esto le ha permitido
seguir fiel a un ritmo de vida que no exige prisas, tan sólo ir cumpliendo
sueños. El presente le lleva a un nuevo lanzamiento, otro puzzle sonoro de
fondos pregrabados y formas casi manuales, artesanas.
¿Por qué lo has titulado ‘Próxima estación: Esperanza’?
No hay otra gasolina posible, la cosa esta chunga por todos lados y de aquí
a unos años va estar aún peor. En Suramérica es terrible: hasta países que
estaban medio bien, como Argentina, ahora están en picado. Cada día llega
peña a Barcelona, argentinos que escapan de su país y llegan en estado de
shock, ¡y son chavales de clase media! Entonces es eso, o la esperanza o el
nihilismo: a pasárselo bien hasta que caiga la bomba. Esa segunda opción, la
del nihilismo, parece que no cuadra mucho con tu forma de ser.No me
convence. Lo he intentado, tío. A veces lo he pensado: ¡a la mierda!, me voy
a Brasil, a una playita con mi novia... Pero luego me da mucha mala
conciencia; los cuatro primeros días los aprovecho de la hostia, pero a la
semana pienso en la peña que está allá jodida y yo aquí disfrutando, y no lo
consigo.
¿Qué diferencias le ves a este disco comparándolo con
‘Clandestino’?
Cada día veo más claro que es la hermanita pequeña, no tengo ni puta idea de
por qué, pero lo veo más femenino... los veo macho y hembra, no se por qué.
También que en éste se ha llamado a algún músico para una sesión verdadera
en estudio; lo queríamos más alegre. Aunque alguna gente me dice que es más
triste, yo lo veo más ligerito.
Aquel disco llegó a todo tipo de publico: le gusta a
las madres, a los okupas, a los ejecutivos...
En Latinoamérica hay una gente que divulgó el disco de una manera increíble:
eran los artesanos de la calle. Esa peña ha hecho ese disco suyo: en cada
tenderete suena, han llevado el disco hasta la Patagonia, hasta las últimas
playas de Puerto Escondido, hasta Nepal, nos ha alucinado. Cuando tocábamos
en Bolivia allí estaban: venían de Brasil, de Colombia, 1.000, 2.000
kilómetros; se juntaban, éramos su punto de encuentro; se ponían delante del
hotel y empezaban a cantar, y durante la gira ya había un trato: sabían que
entraban gratis; esa gente viajaba y no tenía plata, así que íbamos al
parque a darles un taquito de boletos. Es súper con esa gente, llevan
Clandestino a pecho... Pero también se escucha en las fiestas de Nueva York,
y los intelectuales lo escuchan, y los niños, y las madres, y en Alemania se
han vendido más copias que en España, y para la gente es un disco de pop
exótico, así que bien.
Precisamente por Suramérica fue por el único sitio que
tocaste. Digamos que ésa fue la gira del primer disco. ¿Cómo resultó la
aventura?
Un flash. Cada gira fue como un disco, como un viajecito iniciático, muy
fuerte. Con la gente fue increíble, un voto de confianza de la gente
acojonante: la peña está con nosotros a muerte, nadie se mete con nosotros.
Y es peña muy diferente, pero hay unanimidad: los intelectuales, los
músicos, los barrios, los músicos están con nosotros, la calle, los okupas,
los estudiantes... No sé, hay muchas facilidades para meterse con nosotros:
"Tú que vienes de allí, ¿a qué vienes aquí?". Sólo hubo un caso, el único
caso en dos giras: un músico argentino famoso que criticó: "Y éste, ¿qué se
cree?, con sus tarjetas de crédito, ¿qué nos viene a explicar?". Pero fue
sólo un detalle.
Cambiemos de tercio: háblanos de tu relación con Bob
Marley. En tu nuevo disco le dedicas un tema, ‘Mr. Bobby’, que es un sentido
homenaje al universal jamaicano.
Es una canción que siempre cantamos en los bares, siempre funciona de bares
y, bueno, es un homenaje... Pero creo que el homenaje a Bob Marley en el
disco es la primera, Merry Blues; ése es el verdadero homenaje: el intentar
llegar cerquita de Bob Marley, intentar hacer algo realmente parecido. La de
Mr. Bobby habla mucho del perdido en el siglo, creo que la frase clave en
esa canción es "it’s an emergency", es un caso de emergencia. El primero que
me regaló un disco de Bob Marley fue mi padre, y lo escuché y me gustó, pero
luego se me fue la olla en otras cosas. El segundo que realmente me metió a
saco en Bob Marley, ya al final de Mano Negra, que es cuando yo lo descubrí,
fue Garbancito. Él lo estaba escuchando siempre, me lo metió y nunca más
salió. Luego, en los viajes por ahí sin grupo ni nada, me di cuenta de que
sus canciones son tan simples... es mi profesor de simplicidad, aprender a
cantar simple y hondo, aprender a componer simple. Lo interesante en sus
canciones es que nunca intenta intelectualizar, cualquiera puede cantar una
canción suya, no hace falta ser virtuoso, así que durante estos años ha sido
mi profesor: Marley, el peyotito y Galeano, para escribir Galeano.
Además de Eduardo Galeano, ¿qué otros escritores te
interesan?
Lo de Galeano no es noticia, porque lo llevo diciendo desde tiempos del
Clandestino, pero lo sigo leyendo con gusto. También está vuestro
disco-libro Buitre no come alpiste; es de lo más bonito que he leído
últimamente... ¡A ver si tenéis cojones de ponerlo! je, je. Tampoco es que
lea mucho. Me regaló un libro una gallega, Sofía: se llamaba El diccionario
de los sentimientos y la introducción es la hostia. Otro que me alucinó y no
acabé de leer, me lo dio una chica en una okupa en Milano; era de Artaud, y
yo de ese tío tengo cintas que hasta a mí me dan miedo, ¡cómo recita!, con
esa voz de profundidad, escribe unas cosas muy premonitorias, cosas sobre
los americanos. Ese tío acabó muy mal, iba mucho a México y experimentó con
el peyote, pero se lo tragó al revés; desde lo del peyote estuvo de
psiquiátrico en psiquiátrico, con electroshocks; se quedó, no volvió, no le
fue bien, se debió de pegar un par de pelotazos violentos...
La tarde ha ido cayendo y los músicos que le acompañan
siguen poniendo fondo musical a la entrevista. Manu nos cuenta los planes
que tiene: con su hermano Antoine, que está en París, quiere montar la Radio
Bemba, una emisora en una estación del metro, y emitir durante 15 días; en
julio quiere acudir a la marcha contra la globalización que se celebrará en
Génova; actuará en el Aste Nagusia bilbaíno de este año; está preparando una
cinta de vídeo que pondrá imagen a su nuevo disco...
Ahora te enfrentas al extenuante proceso de promocionar un disco, pero son
ya muchos años batallando. Irás notando el paso del tiempo, ya no eres el
chaval que empezaba en un barrio de París. ¿Llevas bien lo de envejecer?
Me siento más joven que nunca, pero me río de eso, porque soy un abuelito
ya. Yo ya he hecho lo mío, como dice Galeano: "Lo que venga es propina".
Estoy más en forma que nunca, estoy más nene que nunca, los años no me pesan
en absoluto, hasta físicamente. Mira, el otro día estuve en París y fui a
ver a mis padres; para subir desde el centro a su casa hay mucha cuesta, y
desde que era pequeño esa cuesta para mí fue un reto; yo sé perfectamente
hasta qué punto de la cuesta puedo llegar corriendo y desde chaval sé dónde
tengo mi récord. Pues el otro día llegaba borracho y refumao, a las tres de
la mañana, y desde donde tenía el récord me puse a correr y llegué arriba
fresco. Estoy más en forma que nunca. Y de la vida también estoy muy bien; y
de la cabeza, ahora ya no me da miedo lo de los años, porque cuando yo era
chaval, a los 17 o 18, le tenía pánico a la muerte, me daba vértigo, me
acojonaba. Recuerdo que con mis primeros porros, si me ponía a pensar en la
muerte, me quedaba a punto de desmayarme, me daba miedo. Y mira, menos mal,
porque pasa el tiempo y no ha ido a peor, se me olvidó. Ahora pienso en la
muerte y me río de ella, y eso que soy cobarde cuando veo violencia, cuando
veo la muerte enfrente, pero ahora puedo pensar en la muerte todo fumado y
no me da nada.
Cuando terminamos la conversación es casi de noche. Tras
echar unas partidas al futbolín en un bar nos vamos a ver a Tonino Carotone,
que toca en Madrid. De camino a la sala, unos alucinados viajeros de metro
asisten a otro improvisado concierto en uno de los vagones. Muchos le
reconocen. No, éstos no cantan para pedir...
Próxima Estación: Esperanza está editado por Chewaka. |