Lo que un hombre debe hacer

por Pedro Jorge Romero

El cuento de Pedro para Rudy

Ésta va a ser una historia normal. Ya saben: chico encuentra a chica, chico deja a chica, chico... No, esto es demasiado apresurado. Mejor será que comience por el principio.
Fue en el año 2057 cuando conocí a Isabel. Era alta, rubia, con pómulos marcados y una barbilla fina. Además era inteligente y podía hablar sobre cualquier tema en el universo. Yo nunca he sido muy culto, más allá de las necesidades de mi trabajo, y he de reconocer que me atraía una mujer con capacidad como para pasar de contarte el cotilleo más tonto a discutir de mecánica cuántica sin siquiera pestañear. En aquella época ya me dedicaba al periodismo. Recorría el mundo grabando imágenes de los más estúpidos acontecimientos de nuestro siglo y entrevistando a algunos de nuestros locos más egregios. ¿Recuerdan "Freaks", sobre una secta que muta deliberadamente a sus propios hijos, o "Durmientes del horror", sobre los tipos que se pasan la vida experimentando una realidad virtual donde cometen los más atroces crímenes? Esos dos reportajes son trabajos míos. Admito que no hago grandes obras de arte, pero ayudan a pagar las facturas y de vez en cuando gano premios por el realismo; es más, mi último reportaje ha ganado incluso el premio Pulitzer. Soy relativamente famoso.
Fue precisamente a raíz de uno de esos reportajes como me encontré con Isabel. Mi cadena, DRÍMAR una de las más importante compañías en el negocio del entretenimiento, me encargó un reportaje sobre el proyecto de nave generacional. Un grupo de millonarios fanáticos, a los que, en mi opinión, la edad y los tratamientos de rejuvenecimiento les habían cocido el cerebro, decidieron combinar sus respectivas fortunas para financiar una misión a las estrellas. El proyecto estaba ya muy avanzando y admitían visitantes y turistas. Por supuesto, todo el tema era una tontería, una de esas ideas que se adelantan a su tiempo. Las estrellas son el futuro de la humanidad, está claro, pero no hasta el próximo siglo al menos. En suma, "vete allá arriba", me dijo Marta, mi jefa en DRÍMAR, "mira de qué va el asunto y a ser posible búscale el ángulo popular".
Me fui directamente a Ecuador a coger el ascensor. Hoy parte de la novedad ha pasado, pero en aquella época estaba recién terminado y todo el mundo quería subir, aunque sólo fuese para llegar hasta Clarke, el asteroide que utilizan como contrapeso a treinta y cinco mil kilómetros de altura. Al subir no pude evitar pensar que toda aquella mole estaba formada por millones de fibras huecas de carbono de pocos nanómetros de espesor, un miembro particular de la familia de las fullerenes, y aun así tan resistentes que se necesitaría una sierra de platino para cortar una de ellas, más resistentes que cualquier otro material. Entrelazadas entre sí y unidas por enlaces débiles entre átomos, ese armazón de fibras forma el tallo del ascensor por el que se sube al espacio y se baja. Ni siquiera cuando se inauguró se pensaba que algún día pudiese llegar a amortizarse en el futuro cercano; era simplemente una de esas grandes obras de ingeniería que deben realizarse en un momento dado para que en realidad la disfruten generaciones futuras. No es sino el canal de Suez de nuestro siglo, por el que algún día los hijos de la humanidad irán, definitivamente, a las estrellas. Curiosamente me enteré más tarde que Isabel había participado marginalmente en la construcción del ascensor espacial. Se dedica a asesorar sobre nanotecnología y está bien considerada en ese campo; parece ser que tuvieron problemas con la velocidad de producción de los nanotubos y ella fue una de las personas que llamaron para dar su opinión.
Me había puesto en contacto con la compañía que construía la nave generacional (Forward Unlimited, ¿pueden creerlo?) y apenas pasé unas horas en Clarke, el tiempo justo para asearme y cambiarme, antes de salir rumbo a la nave. Éramos relativamente muchos, entre ingenieros y trabajadores de reemplazo, periodistas o simplemente turistas que pagaban una fuerte suma por darse el dudoso placer de visitar la nave Beyond the beyonder (la verdad es que Forward Unlimited no se caracteriza por su habilidad para elegir nombres), comer en un restaurante muy caro y decir que han compartido brevemente el sueño de la humanidad por alcanzar las estrellas.
Al final del camino, apenas media hora desde Clarke, BtheB, así la llamaban, estaba aparcada en órbita geoestacionaria, un tipo con cara de cansado me anunció que me habían asignado una acompañante y un camarote. Ella, me dijo, me enseñaría la nave y contestaría a todas mis preguntas. Amablemente me acompañó a mi camarote, en el nivel más bajo, contando desde el centro, y cerca del casco. Apenas contenía un camastro y dos sillas. El tipo se dio la vuelta y se fue, supongo que a buscar más visitantes.
Como ya supondrán al rato apareció Isabel.
-Hola. Bienvenido a BtheB. Soy la doctora Azevedo, Isabel Azevedo.
-Encantado de conocerla. Puede llamarme Corzo -vacilé un segundo-. Perdone que se lo pregunte, ¿doctora en qué?
-Nanotecnología. Mi ocupación normal es la asesoría a empresas. Me encuentro aquí para ayudar en el diseño del sistema de soporte vital.
-¿No es un poco exagerado utilizar a una doctora de guía? Estoy seguro que tendrá mejores cosas que hacer.
-En esta fase del proyecto no hay suficiente personal, y todos los que participamos en él nos turnamos para servir de guía a los visitantes. Por supuesto, depende del nivel. Si sólo le interesan detalles generales un encargado de relaciones públicas sería suficiente, pero nos dijeron que usted estaría interesado en aspectos técnicos. Y aquí estoy.
-Bien. Le importa si descanso un poco. Podemos quedar para más tarde, si no es problema.
-No, por supuesto. ¿Le parece bien que vuelva dentro de dos horas?
-Sí. Muy bien, gracias.
Aunque parezca mentira así es como nos conocimos. Reconozco que no fue una conversación muy allá, pero a partir de ese momento nos vimos continuamente. Como todos los que trabajaban en BtheB, conocía muchos detalles de su construcción. Me lo fue enseñando todo, desde el sistema de propulsión iónica, pasando por el soporte vital, hasta las cuestiones mundanas del entretenimiento. La nave es sí no era más que un cilindro hueco, similar a una colonia O'Neill pero a una escala mayor. Una vez en vuelo, la nave giraría sobre si misma y el interior del cilindro sería ocupado por los pasajeros, los valientes que se atreviesen a firma para dejar por siempre la Tierra. Sobre el papel, y en las visitas, el concepto era muy bonito, pero dudaba que llegase realmente a funcionar. En el fondo, la solución que representaba para el viaje espacial no era muy original y exigía demasiado de la salud mental de los pasajeros. En más de una ocasión expresé mis dudas en voz alta. Isabel compartía algunas de ellas.
-La verdad es que yo no construiría nada tan voluminoso como esta nave. En unos pocos años tendremos nanomáquinas capaces de resistir el paso por regiones interplanetarias. Yo me limitaría a esperar y enviaría un montón de ellas a crear la infraestructura necesaria en las estrellas más cercanas. Incluso, en cuanto sean algo más avanzadas, podrían crear seres humanos directamente en esos planetas. Treinta años, no más -me explicó.
-O simplemente podemos esperar a saber como crear agujeros de gusano y realizar el viaje a las estrellas instantáneamente -ése era el reportero al tanto de los adelantos tecnológicos y científicos.
Se dio la vuelta y me miró.
-Primero -dijo-, a pesar de lo que creen los escritores de ciencia ficción el viaje en el interior de un agujero de gusano duraría un tiempo que depende de la longitud del "túnel" que une las dos bocas y del límite de la velocidad de la luz, que sigue existiendo aun en esas condiciones. Y segundo, todavía tendríamos que arrastrar la otra boca del agujero de gusano hasta el punto de destino. Me parece que no está muy al corriente de cosmología cuántica -no pudo evitar sonreír un poco.
Me lo merecía. Justo castigo por abrir mi estúpida bocaza.
-Aun así -dijo conciliadora-. Estoy de acuerdo con usted. No creo que este cacharro llegue a partir hacia las estrellas.
Tenía toda la razón. Seis meses después el sentido regresó a los cerebros reblandecidos de los millonarios y decidieron reconvertir el BtheB en una inmensa combinación de hotel espacial y yate de recreo con el fin de realizar tours por el sistema Tierra-Luna. Dicen que ganan mucho dinero con el negocio, por lo que no me sorprendería que todo el rollo del viaje a las estrellas no hubiese sido más que una complicada argucia publicitaria.
Pero volviendo al tema: así es como empece a intimar con Isabel. A partir de ese momento nos fuimos acercando poco a poco. Yo seguía haciendo preguntas insidiosas sobre la nave y los procesos necesarios para mantenerla, y ella a cambio lo explicaba todo con paciencia y se dejaba grabar defendiendo el proyecto. Cuando terminábamos la jornada nos íbamos a cenar a un restaurante situado en uno de los extremos del valle interior. Mientras degustábamos la comida sintetizada a bordo, que no sabía tan mal como suena, contemplábamos la puesta de sol, o más bien, como enormes paneles iban cubriendo la parte sobre nuestras cabezas de la larguísima llama de fusión que atravesaba el interior del cilindro y hacía las veces de sol. Dos semanas después, hicimos el amor por primera vez con la Tierra de fondo ejerciendo de muda espectadora. Fue maravilloso.
Decidimos vivir juntos. A ella le faltaban todavía unas semanas para terminar el proyecto, así que volví a la Tierra a buscar un lugar adecuado. Mi trabajo me permite vivir en cualquier sitio, mientras disponga de un equipo para editar mis reportajes. Al final me decidí por un apartamento en la costa del Sahara, con un inmenso jardín, y mientras esperaba a que Isabel se uniese a mí me dediqué a terminar el reportaje: "A las estrellas, ¿mito o realidad?". No me quedó mal.
Una vez instalados nos amoldamos a una cómoda rutina. Isabel se trajo todo su equipo informático y llenó con él una habitación; podía hacer muchos trabajos directamente en la casa, gran parte de la asesoría en nanotecnología consiste simplemente en ejecutar una simulación de la nanomáquina en cuestión y preparar un informe, pero aun así tenía que viajar mucho. No es que importase, porque yo también pasaba mucho tiempo fuera por cuestiones de trabajo, aunque a veces coincidíamos por ahí: es curioso cuantos reportajes interesantes puedes descubrir en los lugares a donde va la mujer que amas. Pero de cualquier forma siempre volvíamos a aquella casa, que se convirtió en cierta forma en el atractor extraño de nuestras caóticas trayectorias, el centro que daba sentido a nuestras vidas.
Nuestros gustos no coincidían demasiado, pero Isabel tenía una forma de atraerme que hacia que todo me pareciese interesante. Si yo ponía cara de remolón al ofrecerme ir a ver a Londres un revival de Shakespeare, ella me miraba fijamente y me decía:
-Venga Corzo, no sea conservador. Ábrete un poco de miras.
El reproche siempre surtía efecto y yo accedía a ir a una representación dispuesto a aburrirme mucho. Normalmente, sin embargo, volvía feliz de la experiencia y con ganas de repetir. Así pasamos dos años, los dos años más felices de mi vida.

Todo se rompió en una fiesta. La cadena celebraba un nuevo premio y yo tuve que asistir. Isabel estaba en la India y me encontraba un poco solo sin nadie con quien compartir la noche. Busque a mi amigo Rudy, pero se ve que el muy zorro había conseguido colarle a Marta una excusa muy buena porque no lo encontré por ningún sitio. Así estaba: solo, vulnerable, con una copa en la mano, atrapado en el piso 130 de un rascacielos de Madrid, rodeado de periodistas tan egocéntricos como yo y teniendo que saludar a todo el mundo. Fue en ese momento cuando me presentaron a Eva. Era una periodista joven y no particularmente guapa, pero tenía una forma de mirarme que me sorprendía. Conozco a mucha gente en la profesión, muchos me admiran, otros me odia y algunos me ignoran, pero nadie me había mirado nunca como si fuese dios. Mi estado de ánimos no era el más adecuado y me pilló con las defensas bajas.
Pasamos la noche hablando y bebiendo. Entre copa y copa me contó sus proyectos y sueños. Yo la interrumpía a intervalos razonables para salpicar la conversación con una anécdota cuidadosamente escogida que dejaba claro mi valor, fuerza y capacidad intelectual. No sé como acabamos en una de las oficinas vacías. Todo fue muy rápido. Me bajó los pantalones, se metió el pene en la boca y comenzó a chupar. Supongo que en ese momento todo el semen se me fue al cerebro para bloquearlo y las gónadas, súbitamente liberadas, se dedicaron a pensar por si solas. No sé como explicarlo, de pronto sentí que amaba a aquella mujer y que sería la madre de mis hijos. Acabamos haciendo el amor un par de veces.
Al día siguiente nos vimos otra vez. Y un día más y otro. Al final decidí que estaba enamorado de Eva y decidí dejar a Isabel. Cuando llegué a nuestra casa la encontré trabajando en el ordenador. Estaba de espaldas a la puerta, con el pelo rubio suelto. Me acerqué un poco. Tenía en el rostro esa mirada de concentración que sólo pone cuando el problema le interesa de verdad.
-Isabel -dije-, tengo que hablar contigo.
Le costó un poco reaccionar. Estaba realmente concentrada. Apartó el rostro del monitor y me miró.
-Ya ha vuelto. ¿Cómo está Madrid? Dime.
No sabía por donde empezar. ¿Qué podía decirle? Al final me decidí por la verdad.
-He conocido a otra mujer.
No dijo nada. Se limitó a quedarse callada, mirándome. No podía leer nada en sus ojos, estaban fijos y fríos. Comprendí que se había retirado al interior de su cabeza, que estaba meditando la situación, deduciendo las inevitables consecuencias de lo que le había dicho. Al rato, certera, preguntó:
-¿Vas a dejarme?
Asentí.
Ella se volvió hacia el monitor. En la pantalla se veía la imagen de unas barras, las partes diminutas de un nanoordenador, que calculaban su secreta lógica. Los hombros de Isabel se elevaron y empezó a sollozar.
No podía soportarlo. No sabía si acercarme a ella y pedirle perdón. No sabía si decirle que no la dejaría, que la amaba demasiado. No sabía si quedarme allí y aguantar. Finalmente, para mi infinita vergüenza, me levanté y salí de la habitación. Al día siguiente se fue, una semana después vinieron a buscar todas sus cosas. Me dijo que no me guardaba rencor. Al principio intercambiábamos mensajes breves, pero pronto lo dejamos.
Creí que al estar con Eva todo pasaría pronto. Y al principio así parecía. Nos llevábamos razonablemente bien y como trabajábamos para la misma empresa podíamos compaginar mejor nuestro tiempo libre. Sin embargo, pronto quedó claro que no teníamos nada en común. Lo mismo me sucedía con Isabel, pero donde ella hubiese lanzado una puya amable para hacerme cambiar de opinión, Eva se enfadaba y yo a continuación. Muchas de nuestras citas acababan en peleas. Sólo el sexo era bueno.
Peor aun, descubrí que Eva me utilizaba para promocionarse. No es que yo tenga ningún poder real en DRÍMAR, pero si soy razonablemente conocido y respetado. Por tanto, si Eva deslizaba un "a Corzo le gustaría" o "yo podría hacerlo con la ayuda de Corzo" normalmente conseguía lo que quería. A los seis meses me cansé y le planté cara. Tuvimos una pelea espectacular. Ella me reprochó todas las veces en que habíamos estado en desacuerdo. Yo le recriminé por utilizar mi nombre. Después de una hora de gritos di un portazo y me fui de allí.
Comprendía ahora que había cometido un error. Había despreciado dos años de absoluta felicidad con Isabel por irme con una tía con la que ni podía hablar y que sólo pretendía aprovecharse de mi nombre. Me llamé imbécil durante horas. Pasaron los días, luego los meses, me instalé en otra casa, seguí trabajando, pero no podía evitar seguir pensando en mi estupidez.
No sabía que hacer, así que hice lo que suelo hacer en esas situaciones: llamé a Rudy.
Rudy es periodista científico. Sus reportajes son tan espectaculares como los míos, pero menos sensacionalistas. Se mueve tanto por el mundo como yo y no me sorprendió cuando su rostro apareció en la pantalla y descubrí que se encontraba en medio del Gobi, a cientos de kilómetros del lugar civilizado más cercano. No es que eso importe demasiado; con el cielo cubierto de satélites no es difícil encontrar a cualquier persona sobre la superficie de la Tierra, a varios metros bajo ella o incluso en la Luna si hiciese falta. Le pedí que nos viésemos. Él me dijo que en un par de días pasaría unas cortas vacaciones en Asturias. Quedamos en un café.
Rudy fue puntual. Nos sentamos en una de las mesas interiores y pedimos dos tazas de java. El camarero nos trajo dos tazas autotérmicas y la cuenta; hay cosas que nunca cambian.
Comenzamos la charla con las típicas preguntas sobre la vida, la familia y los amores. En nuestro caso también nos pusimos al tanto sobre nuestros últimos reportajes. Cumplida esa parte, Rudy dijo:
-Venga, cuéntame. ¿Qué te pasa?.
-Tengo un problema y me gustaría consultarlo contigo.
Rudy es ciertamente el mejor amigo que tengo en la profesión, lo cual viene a ser equivalente a decir que posiblemente es mi mejor y único amigo en el mundo. Nos conocimos quince años antes, cuando los dos empezábamos en el negocio y apenas sabíamos apuntar las cámaras de entonces. Yo creo tener talento para este trabajo, pero Rudy tiene algo a la larga mejor: perseverancia. Yo me convertí rápidamente en reportero, pero sus primeros trabajos eran tan malos que fue un milagro que no lo echasen a patadas de la cadena. Pero aguantó, aprendió y hoy ha ganado tantos premios como yo. Supongo que pronto me superará.
Se lo conté todo.
-Eres un idiota, un completo idiota. Siempre lo has sido. Basta con que una tía te sonría para que le des tu clave criptográfica y el código de acceso a tu cuenta.
Continuó explicándome durante un rato todos lo defectos de mi personalidad. No era exactamente lo que yo buscaba pero esa es la forma en que le gusta hacer las cosas. Deberían ver como trata a sus ayudantes. Es incluso capaz de plantarle cara a la directora, Marta.
-Te agradezco tus esfuerzos por ampliar mi vocabulario de insultos -le interrumpí-, pero no he venido a eso.
-Pues yo he venido a verte a ti, idiota -sonrió-. ¿Qué quieres que te diga exactamente?
-Me gustaría tu consejo.
-A ver si lo he entendido correctamente. Conoces a esa chica, ¿Isabel?, que es maravillosa, estupenda y llena de virtudes. Te lo pasas bien con ella y eres feliz. De pronto conoces a la otra. Te la mama bien mamada, pierdes la cabeza por ella y rompes con Isabel. Pasa el tiempo y descubres que la segunda era una jodida groupie descerebrada y que a la que realmente querías era a la primera. ¿Es eso?
-Exactamente.
-¿Dónde está el problema?
Levanté la vista sorprendido. Rudy se bebió el java de un trago y aprovechó mi desconcierto para pedir otra bebida. Whisky esta vez.
-No lo has pensado bien, ¿verdad? -Me dijo.
-Yo... me gustaría volver con Isabel, pero... -me callé.
-Pero temes que ella te diga que no -dio un sorbo a su bebida.
Miré por la ventana. Regulé la taza para rebajar un poco la temperatura del java.
-Mira, desde mi punto de vista tienes dos opciones. Puedes portarte como un hombre, admitir que cometiste un error, intentar olvidarla y vivir. Por otra parte, podrías arrastrarte como un perro hasta ella, suplicarle que te perdone y esperar a ver que decide. Tú eliges. Pero en cualquier caso recuerda: "fuerza Corzo, sufre y no llores, que un hombre macho no debe llorar".
Eso debía ser una de las referencias estúpidas e infantiles que a Rudy le gusta meter si que vengan a cuento. La ignoré.
-¿Crees que volverá conmigo?
-No es que te portases muy bien con ella, pero cualquiera lo suficientemente loca como para salir contigo podría ser capaz de cualquier cosa, incluso volver contigo.
Llamé al camarero. Le di el número de mi cuenta y autentifiqué la transacción en la pantalla que llevaba en el pecho. El robot me dio las gracias y se volvió al mostrador.
Rudy y yo nos pusimos en pie y salimos del local. Fuera hacia una mañana de verano espléndida, de esas que normalmente te ponen alegre y de buen humor sólo con su presencia, aunque hoy no estaba funcionando.
-Mira chico, siento no poder acompañarte más, pero he quedado con un chica y... bueno, tengo que aprovechar los pocos días.
-Lo entiendo. Gracias por venir.
-De nada, para eso están los amigos.
Se dio la vuelta e hizo una señal. Inmediatamente un taxi descendió y se quedó flotando justo a su lado. Rudy no perdió tiempo en meterse dentro, la chica debía ser verdaderamente guapa, pero tuvo el detalle de decirme adiós con la mano. El taxi se elevó hacia el tráfico y pronto lo perdí de vista.
Yo doblé una esquina y me dirigí hacia el mar. La playa estaba llena de bañistas de piel oscura. Es increíble, después de décadas vacías por culpa del cáncer de piel, bastó el descubrimiento de una protección genética para que volviesen a quedar repletas.
El mar era, como siempre, de un azul intensísimo. Mirando fijamente al horizonte podías creer que eras la única persona sobre la Tierra. La línea de agua ejerce una atracción hipnótica sobre mí, por lo que decidí aprovechar para sentarme en la arena y pensar.
Estuve allí durante horas. Al final decidí hablar con Isabel. Levanté la muñeca para utilizar el ordenador y le pedí que me pusiese con ella, estuviese donde estuviese. La luz de estado se encendió y apareció la indicación del progreso de la llamada.
Reconozco que soy algo chapado a la antigua; sé que mucha gente lleva el ordenador en la chaqueta pero yo la ropa la prefiero no demasiado inteligente. Una cosa es que la camisa le pueda decir a la lavadora que tiempo de lavado precisa y otra muy distinta es que te interrumpa continuamente para aclararte que lo que te estás poniendo no combina. Y definitivamente no quiero que el abrigo sea capaz de llamar a mis conocidos. Por esa razón llevo el ordenado en la muñeca. Algún día me lo haré implantar en el pecho con el equipo de grabación, pero por el momento ahí se queda.
Por fin contestaron a la llamada. Isabel estaba en Australia. Su rostro apareció en la diminuta pantalla y el corazón me dio un salto.
-Isabel, soy yo, Corzo, quería decirte...
-La señorita Isabel no está disponible en estos momentos. Puedo ayudarle en algo.
Maldita sea, era un simulacro. Yo no lo uso, no me gusta que una copia más o menos inteligente de mí conteste a las llamadas cuando yo no puedo. Si alguien quiere realmente hablar conmigo que llame de nuevo. Peor aun, en lo que a inteligencia artificial algorítmica se refiere un simulacro puede entender muchas cosas, pero nada realmente importante y ciertamente no lo que tenía que decir.
-Me gustaría dejar un mensaje a la señorita Isabel.
-Bien. Comience el mensaje.
Lo solté todo. Que lo sentía, que quería volver con ella. Le ofrecí todo tipo de explicaciones y excusas. Le ofrecí todo, le prometí una nueva vida. Me disculpé mil veces. Después de seis minutos de incoherencias le pedí vernos en una bar de Sydney, el Miracle Ingredient, dos días después. Colgué.
Una hora más tarde me avisó el ordenador. Tenía un mensaje. Era corto, sólo texto, y simple. Confirmaba lugar, día y hora. Corrí al aeropuerto.

Llegué una hora antes. Me senté y pedí una taza de java. El Miracle Ingredient es uno de esos lugares de moda en medio de Sydney. Uno puede pedir cualquier bebida inimaginable sobre la Tierra, si estaba disponible ese día, porque el menú varía al azar diariamente. Es un local tan elitista y caro que puede permitirse camareros humanos. Uno ellos me trajo la bebida.
Se hizo la hora de la cita. Los nervios no me dejaban en paz. Jugaba con la taza moviéndola de un lado a otro, no corría peligro de enfriarse, y mi estómago estaba a punto de devorarse a sí mismo. Cada treinta segundo echaba un vistazo a la puerta. No llegaba.
Sonó el ordenador. Temí que fuese ella anulando el encuentro, pero sólo era una aviso de recepción del nuevo número de una de las revistas, en este caso Breakthrough!, a las que estoy suscrito. Nada realmente técnico, que no podría entender, pero así sé que nuevos adelantos se han producido y puedo decidir si alguno merece un reportaje. Al colgar un tipo inmenso se plantó frente a mí. Me miró durante un rato y luego, sin decir nada, se sentó.
-No firmo autógrafos -le dije-. Además, no tengo tiempo para charlar. Espero a alguien.
Siguió mirándome. Su rostro me resultaba lejanamente familiar. Por fin, habló.
-Corzo, ¿no me reconoces? -Dijo con una sonrisa.
Juro que durante unos segundos consideré seriamente la posibilidad de que hubiese cambiado a un universo alternativo. Simplemente, no podía ser.
-¿Isabel? -Me atreví a decir.
-Sí, soy yo. ¿Te gusta mi nuevo cuerpo? Te aseguro que está completo en todos sus detalles.
Busque rápidamente algo que decir.
-Por todos los santos Isabel, eso es para maricas.
"Eso no, estúpido, eso no", me dije demasiado tarde. Ella, quiero decir él, dejó claro su disgusto.
-No seas conservador Corzo. Abre un poco tu mente. Sólo una fracción de los homosexuales quieren cambiar de sexo y esos ya lo hicieron en cuanto anunciaron la técnica. El cambio es ahora completo y total en cualquier medida que puedas exigir. No se parece en nada a las carnicerías disponibles hasta ahora. A todos los efectos prácticos ahora soy un hombre y si quisiera podría dejar embarazada a una mujer.
»Reconozco que puede parecer desconcertante. Pero créeme, ahora es una opción como otra cualquiera, como cambiarse de ropa. Y con el tiempo será aun más fácil.
Creí que iba a volverme loco.
-¿Y el simulacro?
-No he tenido tiempo ni ganas de cambiarlo. También he de reconocer que cuando recibí tu mensaje me sentí algo conmovido y un poco cruel. Quería ver como reaccionabas.
»Sé que soy un pionero en este campo. No somos muchos los que simplemente hemos decidido cambiar de sexo porque nos apetecía. Pero en el futuro seremos más.
-No habré sido yo el responsable de esto, ¿verdad?
Ella... él rió alegremente.
-Corzo, dios mío, a veces eres tan tonto.
No me sentía con ánimo de discutir esa parte y lo tomé como un no.
-Supongo que será reversible -era lo único en que podía pensar-. Vamos, que podrás volver a ser una mujer en cualquier momento.
-Completamente reversible. Pero sabes, por el momento no tengo intención de volver a ser una mujer. He de admitir que al principio fue algo desconcertante, sobre todo eso colgándote entre las piernas, pero me he acabado acostumbrando.
»Más aun, no sólo soy un hombre, también soy heterosexual. Pueden alterar tu cerebro para que tengas cualquier preferencia sexual inimaginable. Elegí el cambio completo -imitó mi voz-; "ya no me gusta chuparla, ahora prefiero una buena tía".
»Lo siento de verdad, Corzo, pero has llegado demasiado tarde. Acepto tus disculpas, ya casi lo había olvidado, pero no quiero ni puedo volver contigo.
Lo escuché todo con calma y con la boca abierta. Me encontraba en medio de una profunda depresión; de pronto, la mujer que amaba se había convertido en un ser inalcanzable, en un personaje sacado de uno de mis reportajes. Es más, estoy seguro que la cadena me hubiese respaldado si le hubiese ofrecido allí mismo un contrato para rodar 24 horas de su vida; para seguir durante ese tiempo cada uno de sus movimientos: como iba al baño, como se masturbaba, etc...
Sólo supe quedarme en silencio.
-Adiós -dijo y se levantó.
Se alejó lentamente de la mesa. Yo la seguí con la mirada, a él, quiero decir. La verdad es que había invertido bien su dinero: había comprado el cuerpo que todo hombre quiere tener a los dieciocho años.
No sé cuanto tiempo pasé con la cabeza entre las manos. No sabía que hacer y sólo sentía ganas de desenchufarme. Pedí una botella del alcohol más fuerte que tenían ese día y me emborraché cuidadosamente. Cuando me echaron del local me fui a un hotel.
Pasé un par de días en aquella habitación. En ocasiones veía la holo e intentaba enterarme de las noticias. Pero la mayor parte del tiempo lo pasaba pensando. Finalmente tomé una decisión. Bajé al bar del hotel y me emborraché otra vez antes de hacer nada.
Dos horas después me levanté y llamé a Rudy. No sé ni como pude decírselo a la máquina, pero dos segundos después lo encontré preparando un reportaje en medio del Yucatán.
-Estás borracho -me dijo.
Le conté lo sucedido desde la última vez que nos vimos y le hice cientos de preguntas. Creo que repetí muchas de ellas y que tuve que intentarlo varias veces. Rudy conocía todas las respuestas; es más, había hecho un reportaje sobre el tema, cuando las técnicas empleadas eran todavía experimentales. En su descargo, debo decir que intentó convencerme para que me fuese a una habitación de hotel a dormir la borrachera, pero finalmente claudicó y me recomendó una clínica cercana.
Subí a un taxi y quince minutos después estaba hablando con un médico. No debía sonar muy coherente y él también intentó convencerme para que durmiese la mona y lo pensase mejor. Doy por supuesto que no di mi brazo a torcer y acabaron inyectándome algo.
Desperté al día siguiente casi sin resaca. El mismo médico volvió y me hizo las mismas preguntas. ¿Estaba seguro? Sí, estaba seguro. Me explicó que todo el proceso llevaría alrededor de un mes. En ese tiempo harían crecer algunos órganos. A mí, mientras tantos, me inyectarían más de doscientas nanomáquinas distintas que realizarían cientos de cambios en mi interior. Eso no sería problema, cuando terminasen saldrían a la superficie y la luz del sol las destruiría, pero mientras tanto yo tendría ataques continuos de fiebre; una nanomáquina genera poco calor, pero millones de ellas provocan un aumento de temperatura apreciable. También me conectarían a un sistema de realidad virtual para enseñar a mi cerebro a manejar un cuerpo femenino. Un par de operaciones finales y listo. Dije sí a todo, les di el código de mi cuenta y autentifiqué cientos de documentos. Iba a ser muy caro, pero podía permitírmelo. Me aseguraron, con una sonrisa, que a pesar de los múltiples pasos no sería doloroso en absoluto.
Me llevaron a otra sala a elegir los detalles. Supongo que escogí un cuerpo que era el sueño de todo hombre aunque creo que no me pasé. Tuve que firmar más papeles asegurando que eso era exactamente lo que quería.
Como último paso llamé a Marta.
-Necesito un mes más de vacaciones -dije-. No me importa que sea sin sueldo.
-¿Para que las quieres? Pensaba enviarte a cubrir el próximo Congreso Mundial de Física. Parece que alguien ha conseguido abrir un agujero de gusano estable en una estación espacial. Ya conoces todo ese asunto de la materia exótica y el rollo de unir dos singularidades...
-Manda a Rudy -la interrumpí-, está más en su línea -le expliqué todo el asunto.
Cuando terminé los ojos le brillaban con el signo del dólar.
-Nada de vacaciones. Estarás trabajando. Pagaremos la operación, pero quiero que grabes cada segundo de ese mes. Va a ser un reportaje cojonudo.
-Pero a estas alturas cientos de personas han sufrido la operación. No vas a ganar nada. Además, la clínica pondrá objeciones...
-Yo me ocuparé de la clínica. Y será un reportaje sobre un famoso reportero de televisión que se somete a una operación nueva para cambiar de sexo por completo y todo contado por el mismo. Vamos a ganar otro Pulitzer.
Qué podía hacer. Firmé allí mismo el contrato en la pantalla. No sé que le ofreció a la clínica pero no pusieron la más mínima pega. Al día siguiente comenzaron el proceso y yo tuve que permanecer despierto contando hasta los más pequeños detalles y mis reacciones. Marta tenía razón: el reportaje no sólo fue un éxito de audiencia, sino que además ganó el Pulitzer.

He llamado a Isabel y hemos vuelto a quedar en el mismo bar de Sydney. Yo, como siempre, he llegado una hora antes. Para pasar el tiempo y calmar los nervios he dictado la historia al ordenador. Ya casi es la hora de nuestra cita.
Isabel conoce mi situación, por supuesto. Aunque yo no se lo hubiese dicho habría visto el reportaje y lo sabría. Me echó una mirada muy extraña cuando lo llamé, como si no estuviese convencido del asunto. Pero estoy seguro que superará sus recelos. Si yo he podido adaptarme... Al principio me costó un poco, lo reconozco, sobre todo la ropa. Para eso no me habían preparado; no entiendo por qué la ropa de hombre y de mujer es tan radicalmente distinta. Por suerte, todas las prendas están bien programadas, mejor que las de hombre, y han sido una gran ayuda, aunque los zapatos siguen quejándose de que no los uso correctamente. Yo persevero, no soy demasiado alta y creo que llevar tacones es lo que más me conviene.
Tengo un poco de miedo. Supongo que la ansiedad no se calmará hasta que llegue y me diga que sí. Él no podrá rechazarme ahora. Estoy segura que comprenderá que lo he hecho porque estaba enamorada. La situación se arreglará, ¿no? Después de todo, he hecho lo que cualquier otro hombre hubiese hecho en mi lugar.

NOTA FINAL
El responsable de la existencia de este relato es Rodolfo Martínez. Él escribió una novela de terror llamada El abismo te devuelve la mirada. El protagonista es un escritor de ciencia ficción, llamado Corzo, que un día se vuelve loco y asesina a toda su familia. El escritor en cuestión organiza una vez al año un taller de ciencia ficción en su casa, al que asisten varios escritores españoles del género. Entre ellos se pueden reconocer a varios que realmente existen, aunque yo me quedé sorprendido por uno: un tal Pedro, que según Rudy está basado en mí, que escribe ciencia ficción dura. Bien, la cuestión es que el ejercicio planteado en el taller consiste en escribir un cuento que tenga el siguiente argumento: él conoce a una chica, él conoce a otra chica y deja a la primera, él descubre que realmente quería a la primera e intenta volver con ella, la primera lo acepta o lo rechaza (eso es opcional). Mi sorpresa fue descubrir que En el abismo te devuelve la mirada están descritos los cuentos de varios de los escritores "ficticios", pero no el "mío". En julio del 96, andando por Asturias, hablé con Rudy:
-Oye Rudy [aquí van unos insultos que no vale la pena repetir], ¿por qué no está descrito "mi" cuento en la novela?
-Es que no se me ocurría nada -contestó mirándose los pies avergonzado.
-Vale, entonces lo escribiré yo mismo.
-Pero tiene que ser ciencia ficción dura... -fue su débil objeción.
-Será ciencia ficción dura, no te preocupes -dije yo.
Pues escribí el cuento y se lo envié a Rudy. A él le gustó tanto que ahora en la escena del taller literario de la novela (que espero se publique algún día, porque vale la pena) se citan párrafos del cuento. Yo por mi lado decidí enviarlo al concurso Domingo Santos de 1996 donde recibió una primera mención. No está mal para ser el primer cuento que escribía en seis años.
No quiero dejar esta nota sin mencionar otra influencia. El personaje protagonista de "Lo que un hombre debe hacer" debe mucho al escritor australiano Greg Egan, al que admiro muchísimo y que considero uno de los mejores autores de ciencia ficción actuales. Su antología Axiomatic es simplemente una de las mejores recopilaciones de cuentos que he leído nunca. Espero que algún editor español, ¿me escuchas Miquel?, tenga el detalle de publicar algo suyo en nuestra lengua (por ejemplo, Permutation City no sería mala elección).

Publicado en BEM 56 (abril-mayo, 1997)
© Pedro Jorge Romero 1997