El cuento de Pedro para Rudy
Ésta va a ser una historia normal. Ya saben:
chico encuentra a chica, chico deja a chica, chico... No, esto es demasiado
apresurado. Mejor será que comience por el principio.
Fue en el año 2057 cuando conocí a Isabel. Era alta, rubia,
con pómulos marcados y una barbilla fina. Además era inteligente
y podía hablar sobre cualquier tema en el universo. Yo nunca he sido
muy culto, más allá de las necesidades de mi trabajo, y he
de reconocer que me atraía una mujer con capacidad como para pasar
de contarte el cotilleo más tonto a discutir de mecánica
cuántica sin siquiera pestañear. En aquella época ya
me dedicaba al periodismo. Recorría el mundo grabando imágenes
de los más estúpidos acontecimientos de nuestro siglo y
entrevistando a algunos de nuestros locos más egregios. ¿Recuerdan
"Freaks", sobre una secta que muta deliberadamente a sus propios hijos, o
"Durmientes del horror", sobre los tipos que se pasan la vida experimentando
una realidad virtual donde cometen los más atroces crímenes?
Esos dos reportajes son trabajos míos. Admito que no hago grandes
obras de arte, pero ayudan a pagar las facturas y de vez en cuando gano premios
por el realismo; es más, mi último reportaje ha ganado incluso
el premio Pulitzer. Soy relativamente famoso.
Fue precisamente a raíz de uno de esos reportajes como me encontré
con Isabel. Mi cadena, DRÍMAR una de las más importante
compañías en el negocio del entretenimiento, me encargó
un reportaje sobre el proyecto de nave generacional. Un grupo de millonarios
fanáticos, a los que, en mi opinión, la edad y los tratamientos
de rejuvenecimiento les habían cocido el cerebro, decidieron combinar
sus respectivas fortunas para financiar una misión a las estrellas.
El proyecto estaba ya muy avanzando y admitían visitantes y turistas.
Por supuesto, todo el tema era una tontería, una de esas ideas que
se adelantan a su tiempo. Las estrellas son el futuro de la humanidad, está
claro, pero no hasta el próximo siglo al menos. En suma, "vete allá
arriba", me dijo Marta, mi jefa en DRÍMAR, "mira de qué va
el asunto y a ser posible búscale el ángulo popular".
Me fui directamente a Ecuador a coger el ascensor. Hoy parte de la novedad
ha pasado, pero en aquella época estaba recién terminado y
todo el mundo quería subir, aunque sólo fuese para llegar hasta
Clarke, el asteroide que utilizan como contrapeso a treinta y cinco mil
kilómetros de altura. Al subir no pude evitar pensar que toda aquella
mole estaba formada por millones de fibras huecas de carbono de pocos
nanómetros de espesor, un miembro particular de la familia de las
fullerenes, y aun así tan resistentes que se necesitaría una
sierra de platino para cortar una de ellas, más resistentes que cualquier
otro material. Entrelazadas entre sí y unidas por enlaces débiles
entre átomos, ese armazón de fibras forma el tallo del ascensor
por el que se sube al espacio y se baja. Ni siquiera cuando se inauguró
se pensaba que algún día pudiese llegar a amortizarse en el
futuro cercano; era simplemente una de esas grandes obras de ingeniería
que deben realizarse en un momento dado para que en realidad la disfruten
generaciones futuras. No es sino el canal de Suez de nuestro siglo, por el
que algún día los hijos de la humanidad irán,
definitivamente, a las estrellas. Curiosamente me enteré más
tarde que Isabel había participado marginalmente en la construcción
del ascensor espacial. Se dedica a asesorar sobre nanotecnología y
está bien considerada en ese campo; parece ser que tuvieron problemas
con la velocidad de producción de los nanotubos y ella fue una de
las personas que llamaron para dar su opinión.
Me había puesto en contacto con la compañía que
construía la nave generacional (Forward Unlimited, ¿pueden creerlo?)
y apenas pasé unas horas en Clarke, el tiempo justo para asearme y
cambiarme, antes de salir rumbo a la nave. Éramos relativamente muchos,
entre ingenieros y trabajadores de reemplazo, periodistas o simplemente turistas
que pagaban una fuerte suma por darse el dudoso placer de visitar la nave
Beyond the beyonder (la verdad es que Forward Unlimited no se caracteriza
por su habilidad para elegir nombres), comer en un restaurante muy caro y
decir que han compartido brevemente el sueño de la humanidad por alcanzar
las estrellas.
Al final del camino, apenas media hora desde Clarke, BtheB, así la
llamaban, estaba aparcada en órbita geoestacionaria, un tipo con cara
de cansado me anunció que me habían asignado una acompañante
y un camarote. Ella, me dijo, me enseñaría la nave y
contestaría a todas mis preguntas. Amablemente me acompañó
a mi camarote, en el nivel más bajo, contando desde el centro, y cerca
del casco. Apenas contenía un camastro y dos sillas. El tipo se dio
la vuelta y se fue, supongo que a buscar más visitantes.
Como ya supondrán al rato apareció Isabel.
-Hola. Bienvenido a BtheB. Soy la doctora Azevedo, Isabel Azevedo.
-Encantado de conocerla. Puede llamarme Corzo -vacilé un segundo-.
Perdone que se lo pregunte, ¿doctora en qué?
-Nanotecnología. Mi ocupación normal es la asesoría
a empresas. Me encuentro aquí para ayudar en el diseño del
sistema de soporte vital.
-¿No es un poco exagerado utilizar a una doctora de guía? Estoy
seguro que tendrá mejores cosas que hacer.
-En esta fase del proyecto no hay suficiente personal, y todos los que
participamos en él nos turnamos para servir de guía a los
visitantes. Por supuesto, depende del nivel. Si sólo le interesan
detalles generales un encargado de relaciones públicas sería
suficiente, pero nos dijeron que usted estaría interesado en aspectos
técnicos. Y aquí estoy.
-Bien. Le importa si descanso un poco. Podemos quedar para más tarde,
si no es problema.
-No, por supuesto. ¿Le parece bien que vuelva dentro de dos horas?
-Sí. Muy bien, gracias.
Aunque parezca mentira así es como nos conocimos. Reconozco que no
fue una conversación muy allá, pero a partir de ese momento
nos vimos continuamente. Como todos los que trabajaban en BtheB, conocía
muchos detalles de su construcción. Me lo fue enseñando todo,
desde el sistema de propulsión iónica, pasando por el soporte
vital, hasta las cuestiones mundanas del entretenimiento. La nave es sí
no era más que un cilindro hueco, similar a una colonia O'Neill pero
a una escala mayor. Una vez en vuelo, la nave giraría sobre si misma
y el interior del cilindro sería ocupado por los pasajeros, los valientes
que se atreviesen a firma para dejar por siempre la Tierra. Sobre el papel,
y en las visitas, el concepto era muy bonito, pero dudaba que llegase realmente
a funcionar. En el fondo, la solución que representaba para el viaje
espacial no era muy original y exigía demasiado de la salud mental
de los pasajeros. En más de una ocasión expresé mis
dudas en voz alta. Isabel compartía algunas de ellas.
-La verdad es que yo no construiría nada tan voluminoso como esta
nave. En unos pocos años tendremos nanomáquinas capaces de
resistir el paso por regiones interplanetarias. Yo me limitaría a
esperar y enviaría un montón de ellas a crear la infraestructura
necesaria en las estrellas más cercanas. Incluso, en cuanto sean algo
más avanzadas, podrían crear seres humanos directamente en
esos planetas. Treinta años, no más -me explicó.
-O simplemente podemos esperar a saber como crear agujeros de gusano y realizar
el viaje a las estrellas instantáneamente -ése era el reportero
al tanto de los adelantos tecnológicos y científicos.
Se dio la vuelta y me miró.
-Primero -dijo-, a pesar de lo que creen los escritores de ciencia ficción
el viaje en el interior de un agujero de gusano duraría un tiempo
que depende de la longitud del "túnel" que une las dos bocas y del
límite de la velocidad de la luz, que sigue existiendo aun en esas
condiciones. Y segundo, todavía tendríamos que arrastrar la
otra boca del agujero de gusano hasta el punto de destino. Me parece que
no está muy al corriente de cosmología cuántica -no
pudo evitar sonreír un poco.
Me lo merecía. Justo castigo por abrir mi estúpida bocaza.
-Aun así -dijo conciliadora-. Estoy de acuerdo con usted. No creo
que este cacharro llegue a partir hacia las estrellas.
Tenía toda la razón. Seis meses después el sentido
regresó a los cerebros reblandecidos de los millonarios y decidieron
reconvertir el BtheB en una inmensa combinación de hotel espacial
y yate de recreo con el fin de realizar tours por el sistema Tierra-Luna.
Dicen que ganan mucho dinero con el negocio, por lo que no me sorprendería
que todo el rollo del viaje a las estrellas no hubiese sido más que
una complicada argucia publicitaria.
Pero volviendo al tema: así es como empece a intimar con Isabel. A
partir de ese momento nos fuimos acercando poco a poco. Yo seguía
haciendo preguntas insidiosas sobre la nave y los procesos necesarios para
mantenerla, y ella a cambio lo explicaba todo con paciencia y se dejaba grabar
defendiendo el proyecto. Cuando terminábamos la jornada nos íbamos
a cenar a un restaurante situado en uno de los extremos del valle interior.
Mientras degustábamos la comida sintetizada a bordo, que no sabía
tan mal como suena, contemplábamos la puesta de sol, o más
bien, como enormes paneles iban cubriendo la parte sobre nuestras cabezas
de la larguísima llama de fusión que atravesaba el interior
del cilindro y hacía las veces de sol. Dos semanas después,
hicimos el amor por primera vez con la Tierra de fondo ejerciendo de muda
espectadora. Fue maravilloso.
Decidimos vivir juntos. A ella le faltaban todavía unas semanas para
terminar el proyecto, así que volví a la Tierra a buscar un
lugar adecuado. Mi trabajo me permite vivir en cualquier sitio, mientras
disponga de un equipo para editar mis reportajes. Al final me decidí
por un apartamento en la costa del Sahara, con un inmenso jardín,
y mientras esperaba a que Isabel se uniese a mí me dediqué
a terminar el reportaje: "A las estrellas, ¿mito o realidad?". No me
quedó mal.
Una vez instalados nos amoldamos a una cómoda rutina. Isabel se trajo
todo su equipo informático y llenó con él una
habitación; podía hacer muchos trabajos directamente en la
casa, gran parte de la asesoría en nanotecnología consiste
simplemente en ejecutar una simulación de la nanomáquina en
cuestión y preparar un informe, pero aun así tenía que
viajar mucho. No es que importase, porque yo también pasaba mucho
tiempo fuera por cuestiones de trabajo, aunque a veces coincidíamos
por ahí: es curioso cuantos reportajes interesantes puedes descubrir
en los lugares a donde va la mujer que amas. Pero de cualquier forma siempre
volvíamos a aquella casa, que se convirtió en cierta forma
en el atractor extraño de nuestras caóticas trayectorias, el
centro que daba sentido a nuestras vidas.
Nuestros gustos no coincidían demasiado, pero Isabel tenía
una forma de atraerme que hacia que todo me pareciese interesante. Si yo
ponía cara de remolón al ofrecerme ir a ver a Londres un revival
de Shakespeare, ella me miraba fijamente y me decía:
-Venga Corzo, no sea conservador. Ábrete un poco de miras.
El reproche siempre surtía efecto y yo accedía a ir a una
representación dispuesto a aburrirme mucho. Normalmente, sin embargo,
volvía feliz de la experiencia y con ganas de repetir. Así
pasamos dos años, los dos años más felices de mi vida.
Todo se rompió en una fiesta. La cadena celebraba
un nuevo premio y yo tuve que asistir. Isabel estaba en la India y me encontraba
un poco solo sin nadie con quien compartir la noche. Busque a mi amigo Rudy,
pero se ve que el muy zorro había conseguido colarle a Marta una excusa
muy buena porque no lo encontré por ningún sitio. Así
estaba: solo, vulnerable, con una copa en la mano, atrapado en el piso 130
de un rascacielos de Madrid, rodeado de periodistas tan egocéntricos
como yo y teniendo que saludar a todo el mundo. Fue en ese momento cuando
me presentaron a Eva. Era una periodista joven y no particularmente guapa,
pero tenía una forma de mirarme que me sorprendía. Conozco
a mucha gente en la profesión, muchos me admiran, otros me odia y
algunos me ignoran, pero nadie me había mirado nunca como si fuese
dios. Mi estado de ánimos no era el más adecuado y me pilló
con las defensas bajas.
Pasamos la noche hablando y bebiendo. Entre copa y copa me contó sus
proyectos y sueños. Yo la interrumpía a intervalos razonables
para salpicar la conversación con una anécdota cuidadosamente
escogida que dejaba claro mi valor, fuerza y capacidad intelectual. No sé
como acabamos en una de las oficinas vacías. Todo fue muy rápido.
Me bajó los pantalones, se metió el pene en la boca y comenzó
a chupar. Supongo que en ese momento todo el semen se me fue al cerebro para
bloquearlo y las gónadas, súbitamente liberadas, se dedicaron
a pensar por si solas. No sé como explicarlo, de pronto sentí
que amaba a aquella mujer y que sería la madre de mis hijos. Acabamos
haciendo el amor un par de veces.
Al día siguiente nos vimos otra vez. Y un día más y
otro. Al final decidí que estaba enamorado de Eva y decidí
dejar a Isabel. Cuando llegué a nuestra casa la encontré trabajando
en el ordenador. Estaba de espaldas a la puerta, con el pelo rubio suelto.
Me acerqué un poco. Tenía en el rostro esa mirada de
concentración que sólo pone cuando el problema le interesa
de verdad.
-Isabel -dije-, tengo que hablar contigo.
Le costó un poco reaccionar. Estaba realmente concentrada. Apartó
el rostro del monitor y me miró.
-Ya ha vuelto. ¿Cómo está Madrid? Dime.
No sabía por donde empezar. ¿Qué podía decirle?
Al final me decidí por la verdad.
-He conocido a otra mujer.
No dijo nada. Se limitó a quedarse callada, mirándome. No
podía leer nada en sus ojos, estaban fijos y fríos. Comprendí
que se había retirado al interior de su cabeza, que estaba meditando
la situación, deduciendo las inevitables consecuencias de lo que le
había dicho. Al rato, certera, preguntó:
-¿Vas a dejarme?
Asentí.
Ella se volvió hacia el monitor. En la pantalla se veía la
imagen de unas barras, las partes diminutas de un nanoordenador, que calculaban
su secreta lógica. Los hombros de Isabel se elevaron y empezó
a sollozar.
No podía soportarlo. No sabía si acercarme a ella y pedirle
perdón. No sabía si decirle que no la dejaría, que la
amaba demasiado. No sabía si quedarme allí y aguantar. Finalmente,
para mi infinita vergüenza, me levanté y salí de la
habitación. Al día siguiente se fue, una semana después
vinieron a buscar todas sus cosas. Me dijo que no me guardaba rencor. Al
principio intercambiábamos mensajes breves, pero pronto lo dejamos.
Creí que al estar con Eva todo pasaría pronto. Y al principio
así parecía. Nos llevábamos razonablemente bien y como
trabajábamos para la misma empresa podíamos compaginar mejor
nuestro tiempo libre. Sin embargo, pronto quedó claro que no
teníamos nada en común. Lo mismo me sucedía con Isabel,
pero donde ella hubiese lanzado una puya amable para hacerme cambiar de
opinión, Eva se enfadaba y yo a continuación. Muchas de nuestras
citas acababan en peleas. Sólo el sexo era bueno.
Peor aun, descubrí que Eva me utilizaba para promocionarse. No es
que yo tenga ningún poder real en DRÍMAR, pero si soy
razonablemente conocido y respetado. Por tanto, si Eva deslizaba un "a Corzo
le gustaría" o "yo podría hacerlo con la ayuda de Corzo"
normalmente conseguía lo que quería. A los seis meses me
cansé y le planté cara. Tuvimos una pelea espectacular. Ella
me reprochó todas las veces en que habíamos estado en desacuerdo.
Yo le recriminé por utilizar mi nombre. Después de una hora
de gritos di un portazo y me fui de allí.
Comprendía ahora que había cometido un error. Había
despreciado dos años de absoluta felicidad con Isabel por irme con
una tía con la que ni podía hablar y que sólo
pretendía aprovecharse de mi nombre. Me llamé imbécil
durante horas. Pasaron los días, luego los meses, me instalé
en otra casa, seguí trabajando, pero no podía evitar seguir
pensando en mi estupidez.
No sabía que hacer, así que hice lo que suelo hacer en esas
situaciones: llamé a Rudy.
Rudy es periodista científico. Sus reportajes son tan espectaculares
como los míos, pero menos sensacionalistas. Se mueve tanto por el
mundo como yo y no me sorprendió cuando su rostro apareció
en la pantalla y descubrí que se encontraba en medio del Gobi, a cientos
de kilómetros del lugar civilizado más cercano. No es que eso
importe demasiado; con el cielo cubierto de satélites no es difícil
encontrar a cualquier persona sobre la superficie de la Tierra, a varios
metros bajo ella o incluso en la Luna si hiciese falta. Le pedí que
nos viésemos. Él me dijo que en un par de días pasaría
unas cortas vacaciones en Asturias. Quedamos en un café.
Rudy fue puntual. Nos sentamos en una de las mesas interiores y pedimos dos
tazas de java. El camarero nos trajo dos tazas autotérmicas y la cuenta;
hay cosas que nunca cambian.
Comenzamos la charla con las típicas preguntas sobre la vida, la familia
y los amores. En nuestro caso también nos pusimos al tanto sobre nuestros
últimos reportajes. Cumplida esa parte, Rudy dijo:
-Venga, cuéntame. ¿Qué te pasa?.
-Tengo un problema y me gustaría consultarlo contigo.
Rudy es ciertamente el mejor amigo que tengo en la profesión, lo cual
viene a ser equivalente a decir que posiblemente es mi mejor y único
amigo en el mundo. Nos conocimos quince años antes, cuando los dos
empezábamos en el negocio y apenas sabíamos apuntar las
cámaras de entonces. Yo creo tener talento para este trabajo, pero
Rudy tiene algo a la larga mejor: perseverancia. Yo me convertí
rápidamente en reportero, pero sus primeros trabajos eran tan malos
que fue un milagro que no lo echasen a patadas de la cadena. Pero aguantó,
aprendió y hoy ha ganado tantos premios como yo. Supongo que pronto
me superará.
Se lo conté todo.
-Eres un idiota, un completo idiota. Siempre lo has sido. Basta con que una
tía te sonría para que le des tu clave criptográfica
y el código de acceso a tu cuenta.
Continuó explicándome durante un rato todos lo defectos de
mi personalidad. No era exactamente lo que yo buscaba pero esa es la forma
en que le gusta hacer las cosas. Deberían ver como trata a sus ayudantes.
Es incluso capaz de plantarle cara a la directora, Marta.
-Te agradezco tus esfuerzos por ampliar mi vocabulario de insultos -le
interrumpí-, pero no he venido a eso.
-Pues yo he venido a verte a ti, idiota -sonrió-. ¿Qué
quieres que te diga exactamente?
-Me gustaría tu consejo.
-A ver si lo he entendido correctamente. Conoces a esa chica, ¿Isabel?,
que es maravillosa, estupenda y llena de virtudes. Te lo pasas bien con ella
y eres feliz. De pronto conoces a la otra. Te la mama bien mamada, pierdes
la cabeza por ella y rompes con Isabel. Pasa el tiempo y descubres que la
segunda era una jodida groupie descerebrada y que a la que realmente
querías era a la primera. ¿Es eso?
-Exactamente.
-¿Dónde está el problema?
Levanté la vista sorprendido. Rudy se bebió el java de un trago
y aprovechó mi desconcierto para pedir otra bebida. Whisky esta vez.
-No lo has pensado bien, ¿verdad? -Me dijo.
-Yo... me gustaría volver con Isabel, pero... -me callé.
-Pero temes que ella te diga que no -dio un sorbo a su bebida.
Miré por la ventana. Regulé la taza para rebajar un poco la
temperatura del java.
-Mira, desde mi punto de vista tienes dos opciones. Puedes portarte como
un hombre, admitir que cometiste un error, intentar olvidarla y vivir. Por
otra parte, podrías arrastrarte como un perro hasta ella, suplicarle
que te perdone y esperar a ver que decide. Tú eliges. Pero en cualquier
caso recuerda: "fuerza Corzo, sufre y no llores, que un hombre macho no debe
llorar".
Eso debía ser una de las referencias estúpidas e infantiles
que a Rudy le gusta meter si que vengan a cuento. La ignoré.
-¿Crees que volverá conmigo?
-No es que te portases muy bien con ella, pero cualquiera lo suficientemente
loca como para salir contigo podría ser capaz de cualquier cosa, incluso
volver contigo.
Llamé al camarero. Le di el número de mi cuenta y
autentifiqué la transacción en la pantalla que llevaba en el
pecho. El robot me dio las gracias y se volvió al mostrador.
Rudy y yo nos pusimos en pie y salimos del local. Fuera hacia una mañana
de verano espléndida, de esas que normalmente te ponen alegre y de
buen humor sólo con su presencia, aunque hoy no estaba funcionando.
-Mira chico, siento no poder acompañarte más, pero he quedado
con un chica y... bueno, tengo que aprovechar los pocos días.
-Lo entiendo. Gracias por venir.
-De nada, para eso están los amigos.
Se dio la vuelta e hizo una señal. Inmediatamente un taxi descendió
y se quedó flotando justo a su lado. Rudy no perdió tiempo
en meterse dentro, la chica debía ser verdaderamente guapa, pero tuvo
el detalle de decirme adiós con la mano. El taxi se elevó hacia
el tráfico y pronto lo perdí de vista.
Yo doblé una esquina y me dirigí hacia el mar. La playa estaba
llena de bañistas de piel oscura. Es increíble, después
de décadas vacías por culpa del cáncer de piel, bastó
el descubrimiento de una protección genética para que volviesen
a quedar repletas.
El mar era, como siempre, de un azul intensísimo. Mirando fijamente
al horizonte podías creer que eras la única persona sobre la
Tierra. La línea de agua ejerce una atracción hipnótica
sobre mí, por lo que decidí aprovechar para sentarme en la
arena y pensar.
Estuve allí durante horas. Al final decidí hablar con Isabel.
Levanté la muñeca para utilizar el ordenador y le pedí
que me pusiese con ella, estuviese donde estuviese. La luz de estado se
encendió y apareció la indicación del progreso de la
llamada.
Reconozco que soy algo chapado a la antigua; sé que mucha gente lleva
el ordenador en la chaqueta pero yo la ropa la prefiero no demasiado inteligente.
Una cosa es que la camisa le pueda decir a la lavadora que tiempo de lavado
precisa y otra muy distinta es que te interrumpa continuamente para aclararte
que lo que te estás poniendo no combina. Y definitivamente no quiero
que el abrigo sea capaz de llamar a mis conocidos. Por esa razón llevo
el ordenado en la muñeca. Algún día me lo haré
implantar en el pecho con el equipo de grabación, pero por el momento
ahí se queda.
Por fin contestaron a la llamada. Isabel estaba en Australia. Su rostro
apareció en la diminuta pantalla y el corazón me dio un
salto.
-Isabel, soy yo, Corzo, quería decirte...
-La señorita Isabel no está disponible en estos momentos. Puedo
ayudarle en algo.
Maldita sea, era un simulacro. Yo no lo uso, no me gusta que una copia más
o menos inteligente de mí conteste a las llamadas cuando yo no puedo.
Si alguien quiere realmente hablar conmigo que llame de nuevo. Peor aun,
en lo que a inteligencia artificial algorítmica se refiere un simulacro
puede entender muchas cosas, pero nada realmente importante y ciertamente
no lo que tenía que decir.
-Me gustaría dejar un mensaje a la señorita Isabel.
-Bien. Comience el mensaje.
Lo solté todo. Que lo sentía, que quería volver con
ella. Le ofrecí todo tipo de explicaciones y excusas. Le ofrecí
todo, le prometí una nueva vida. Me disculpé mil veces.
Después de seis minutos de incoherencias le pedí vernos en
una bar de Sydney, el Miracle Ingredient, dos días después.
Colgué.
Una hora más tarde me avisó el ordenador. Tenía un mensaje.
Era corto, sólo texto, y simple. Confirmaba lugar, día y hora.
Corrí al aeropuerto.
Llegué una hora antes. Me senté y pedí
una taza de java. El Miracle Ingredient es uno de esos lugares de moda en
medio de Sydney. Uno puede pedir cualquier bebida inimaginable sobre la Tierra,
si estaba disponible ese día, porque el menú varía al
azar diariamente. Es un local tan elitista y caro que puede permitirse camareros
humanos. Uno ellos me trajo la bebida.
Se hizo la hora de la cita. Los nervios no me dejaban en paz. Jugaba con
la taza moviéndola de un lado a otro, no corría peligro de
enfriarse, y mi estómago estaba a punto de devorarse a sí mismo.
Cada treinta segundo echaba un vistazo a la puerta. No llegaba.
Sonó el ordenador. Temí que fuese ella anulando el encuentro,
pero sólo era una aviso de recepción del nuevo número
de una de las revistas, en este caso Breakthrough!, a las que estoy suscrito.
Nada realmente técnico, que no podría entender, pero así
sé que nuevos adelantos se han producido y puedo decidir si alguno
merece un reportaje. Al colgar un tipo inmenso se plantó frente a
mí. Me miró durante un rato y luego, sin decir nada, se
sentó.
-No firmo autógrafos -le dije-. Además, no tengo tiempo para
charlar. Espero a alguien.
Siguió mirándome. Su rostro me resultaba lejanamente familiar.
Por fin, habló.
-Corzo, ¿no me reconoces? -Dijo con una sonrisa.
Juro que durante unos segundos consideré seriamente la posibilidad
de que hubiese cambiado a un universo alternativo. Simplemente, no podía
ser.
-¿Isabel? -Me atreví a decir.
-Sí, soy yo. ¿Te gusta mi nuevo cuerpo? Te aseguro que está
completo en todos sus detalles.
Busque rápidamente algo que decir.
-Por todos los santos Isabel, eso es para maricas.
"Eso no, estúpido, eso no", me dije demasiado tarde. Ella, quiero
decir él, dejó claro su disgusto.
-No seas conservador Corzo. Abre un poco tu mente. Sólo una fracción
de los homosexuales quieren cambiar de sexo y esos ya lo hicieron en cuanto
anunciaron la técnica. El cambio es ahora completo y total en cualquier
medida que puedas exigir. No se parece en nada a las carnicerías
disponibles hasta ahora. A todos los efectos prácticos ahora soy un
hombre y si quisiera podría dejar embarazada a una mujer.
»Reconozco que puede parecer desconcertante. Pero créeme, ahora
es una opción como otra cualquiera, como cambiarse de ropa. Y con
el tiempo será aun más fácil.
Creí que iba a volverme loco.
-¿Y el simulacro?
-No he tenido tiempo ni ganas de cambiarlo. También he de reconocer
que cuando recibí tu mensaje me sentí algo conmovido y un poco
cruel. Quería ver como reaccionabas.
»Sé que soy un pionero en este campo. No somos muchos los que
simplemente hemos decidido cambiar de sexo porque nos apetecía. Pero
en el futuro seremos más.
-No habré sido yo el responsable de esto, ¿verdad?
Ella... él rió alegremente.
-Corzo, dios mío, a veces eres tan tonto.
No me sentía con ánimo de discutir esa parte y lo tomé
como un no.
-Supongo que será reversible -era lo único en que podía
pensar-. Vamos, que podrás volver a ser una mujer en cualquier
momento.
-Completamente reversible. Pero sabes, por el momento no tengo intención
de volver a ser una mujer. He de admitir que al principio fue algo
desconcertante, sobre todo eso colgándote entre las piernas, pero
me he acabado acostumbrando.
»Más aun, no sólo soy un hombre, también soy
heterosexual. Pueden alterar tu cerebro para que tengas cualquier preferencia
sexual inimaginable. Elegí el cambio completo -imitó mi voz-;
"ya no me gusta chuparla, ahora prefiero una buena tía".
»Lo siento de verdad, Corzo, pero has llegado demasiado tarde. Acepto
tus disculpas, ya casi lo había olvidado, pero no quiero ni puedo
volver contigo.
Lo escuché todo con calma y con la boca abierta. Me encontraba en
medio de una profunda depresión; de pronto, la mujer que amaba se
había convertido en un ser inalcanzable, en un personaje sacado de
uno de mis reportajes. Es más, estoy seguro que la cadena me hubiese
respaldado si le hubiese ofrecido allí mismo un contrato para rodar
24 horas de su vida; para seguir durante ese tiempo cada uno de sus movimientos:
como iba al baño, como se masturbaba, etc...
Sólo supe quedarme en silencio.
-Adiós -dijo y se levantó.
Se alejó lentamente de la mesa. Yo la seguí con la mirada,
a él, quiero decir. La verdad es que había invertido bien su
dinero: había comprado el cuerpo que todo hombre quiere tener a los
dieciocho años.
No sé cuanto tiempo pasé con la cabeza entre las manos. No
sabía que hacer y sólo sentía ganas de desenchufarme.
Pedí una botella del alcohol más fuerte que tenían ese
día y me emborraché cuidadosamente. Cuando me echaron del local
me fui a un hotel.
Pasé un par de días en aquella habitación. En ocasiones
veía la holo e intentaba enterarme de las noticias. Pero la mayor
parte del tiempo lo pasaba pensando. Finalmente tomé una decisión.
Bajé al bar del hotel y me emborraché otra vez antes de hacer
nada.
Dos horas después me levanté y llamé a Rudy. No sé
ni como pude decírselo a la máquina, pero dos segundos
después lo encontré preparando un reportaje en medio del
Yucatán.
-Estás borracho -me dijo.
Le conté lo sucedido desde la última vez que nos vimos y le
hice cientos de preguntas. Creo que repetí muchas de ellas y que tuve
que intentarlo varias veces. Rudy conocía todas las respuestas; es
más, había hecho un reportaje sobre el tema, cuando las
técnicas empleadas eran todavía experimentales. En su descargo,
debo decir que intentó convencerme para que me fuese a una
habitación de hotel a dormir la borrachera, pero finalmente claudicó
y me recomendó una clínica cercana.
Subí a un taxi y quince minutos después estaba hablando con
un médico. No debía sonar muy coherente y él también
intentó convencerme para que durmiese la mona y lo pensase mejor.
Doy por supuesto que no di mi brazo a torcer y acabaron inyectándome
algo.
Desperté al día siguiente casi sin resaca. El mismo médico
volvió y me hizo las mismas preguntas. ¿Estaba seguro? Sí,
estaba seguro. Me explicó que todo el proceso llevaría alrededor
de un mes. En ese tiempo harían crecer algunos órganos. A mí,
mientras tantos, me inyectarían más de doscientas
nanomáquinas distintas que realizarían cientos de cambios en
mi interior. Eso no sería problema, cuando terminasen saldrían
a la superficie y la luz del sol las destruiría, pero mientras tanto
yo tendría ataques continuos de fiebre; una nanomáquina genera
poco calor, pero millones de ellas provocan un aumento de temperatura apreciable.
También me conectarían a un sistema de realidad virtual para
enseñar a mi cerebro a manejar un cuerpo femenino. Un par de operaciones
finales y listo. Dije sí a todo, les di el código de mi cuenta
y autentifiqué cientos de documentos. Iba a ser muy caro, pero podía
permitírmelo. Me aseguraron, con una sonrisa, que a pesar de los
múltiples pasos no sería doloroso en absoluto.
Me llevaron a otra sala a elegir los detalles. Supongo que escogí
un cuerpo que era el sueño de todo hombre aunque creo que no me
pasé. Tuve que firmar más papeles asegurando que eso era
exactamente lo que quería.
Como último paso llamé a Marta.
-Necesito un mes más de vacaciones -dije-. No me importa que sea sin
sueldo.
-¿Para que las quieres? Pensaba enviarte a cubrir el próximo
Congreso Mundial de Física. Parece que alguien ha conseguido abrir
un agujero de gusano estable en una estación espacial. Ya conoces
todo ese asunto de la materia exótica y el rollo de unir dos
singularidades...
-Manda a Rudy -la interrumpí-, está más en su línea
-le expliqué todo el asunto.
Cuando terminé los ojos le brillaban con el signo del dólar.
-Nada de vacaciones. Estarás trabajando. Pagaremos la operación,
pero quiero que grabes cada segundo de ese mes. Va a ser un reportaje
cojonudo.
-Pero a estas alturas cientos de personas han sufrido la operación.
No vas a ganar nada. Además, la clínica pondrá
objeciones...
-Yo me ocuparé de la clínica. Y será un reportaje sobre
un famoso reportero de televisión que se somete a una operación
nueva para cambiar de sexo por completo y todo contado por el mismo. Vamos
a ganar otro Pulitzer.
Qué podía hacer. Firmé allí mismo el contrato
en la pantalla. No sé que le ofreció a la clínica pero
no pusieron la más mínima pega. Al día siguiente comenzaron
el proceso y yo tuve que permanecer despierto contando hasta los más
pequeños detalles y mis reacciones. Marta tenía razón:
el reportaje no sólo fue un éxito de audiencia, sino que
además ganó el Pulitzer.
He llamado a Isabel y hemos vuelto a quedar en el mismo
bar de Sydney. Yo, como siempre, he llegado una hora antes. Para pasar el
tiempo y calmar los nervios he dictado la historia al ordenador. Ya casi
es la hora de nuestra cita.
Isabel conoce mi situación, por supuesto. Aunque yo no se lo hubiese
dicho habría visto el reportaje y lo sabría. Me echó
una mirada muy extraña cuando lo llamé, como si no estuviese
convencido del asunto. Pero estoy seguro que superará sus recelos.
Si yo he podido adaptarme... Al principio me costó un poco, lo reconozco,
sobre todo la ropa. Para eso no me habían preparado; no entiendo por
qué la ropa de hombre y de mujer es tan radicalmente distinta. Por
suerte, todas las prendas están bien programadas, mejor que las de
hombre, y han sido una gran ayuda, aunque los zapatos siguen quejándose
de que no los uso correctamente. Yo persevero, no soy demasiado alta y creo
que llevar tacones es lo que más me conviene.
Tengo un poco de miedo. Supongo que la ansiedad no se calmará hasta
que llegue y me diga que sí. Él no podrá rechazarme
ahora. Estoy segura que comprenderá que lo he hecho porque estaba
enamorada. La situación se arreglará, ¿no? Después
de todo, he hecho lo que cualquier otro hombre hubiese hecho en mi lugar.
NOTA FINAL
El responsable de la existencia de este relato es Rodolfo Martínez.
Él escribió una novela de terror llamada El abismo te devuelve
la mirada. El protagonista es un escritor de ciencia ficción,
llamado Corzo, que un día se vuelve loco y asesina a toda su familia.
El escritor en cuestión organiza una vez al año un taller de
ciencia ficción en su casa, al que asisten varios escritores
españoles del género. Entre ellos se pueden reconocer a varios
que realmente existen, aunque yo me quedé sorprendido por uno: un
tal Pedro, que según Rudy está basado en mí, que escribe
ciencia ficción dura. Bien, la cuestión es que el ejercicio
planteado en el taller consiste en escribir un cuento que tenga el siguiente
argumento: él conoce a una chica, él conoce a otra chica y
deja a la primera, él descubre que realmente quería a la primera
e intenta volver con ella, la primera lo acepta o lo rechaza (eso es opcional).
Mi sorpresa fue descubrir que En el abismo te devuelve la mirada están
descritos los cuentos de varios de los escritores "ficticios", pero no el
"mío". En julio del 96, andando por Asturias, hablé con Rudy:
-Oye
Rudy [aquí van unos insultos que no vale la pena repetir], ¿por
qué no está descrito "mi" cuento en la novela?
-Es que no se me ocurría nada -contestó mirándose los
pies avergonzado.
-Vale, entonces lo escribiré yo mismo.
-Pero tiene que ser ciencia ficción dura... -fue su débil
objeción.
-Será ciencia ficción dura, no te preocupes -dije yo.
Pues escribí el cuento y se lo envié a Rudy. A él le
gustó tanto que ahora en la escena del taller literario de la novela
(que espero se publique algún día, porque vale la pena) se
citan párrafos del cuento. Yo por mi lado decidí enviarlo al
concurso Domingo Santos de 1996 donde recibió una primera mención.
No está mal para ser el primer cuento que escribía en seis
años.
No quiero dejar esta nota sin mencionar otra influencia. El personaje
protagonista de "Lo que un hombre debe hacer" debe mucho al escritor australiano
Greg Egan, al que admiro muchísimo y que considero uno de los mejores
autores de ciencia ficción actuales. Su antología
Axiomatic es simplemente una de las mejores recopilaciones de cuentos
que he leído nunca. Espero que algún editor español,
¿me escuchas Miquel?, tenga el detalle de publicar algo suyo en nuestra
lengua (por ejemplo, Permutation City no sería mala
elección).
Publicado en BEM 56 (abril-mayo, 1997)
© Pedro Jorge Romero 1997
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