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hasta el teatro, así que después de la función de la tarde salí a comprarme un impermeable en el primer sitio que pudiera encontrar. |
¡Qué diablos!. A ese precio no me importaba lo que pareciera con tal de que me resguadara de la lluvia. Corrí de vuelta al teatro y la colgué en el lavabo de detrás del escenario para que se secara.
Cuando me la puse, después de la función nocturna, se abrió
por las costuras. Me enfadé muchísimo. Me dirigí raudo
y veloz a la tienda con la maltrecha gabardina ondeando al viento para
recuperar mis tres pavos.
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Cuando llegué allí ya no estaba enfadado. Siempre me fue difícil conservar un enfado durante más de cinco minutos contra nadie o por nada. Así que salí de la tienda con mis tres dólares, pero con mi gabardina descosida y un clarinete que acababa de comprar por 6,30 $.
Para que no fuese una pérdida total, utilicé la gabardina en la función del día siguiente. Era perfecta. No podía haber encontrado un abrigo de comedia mejor que aquél si lo hubiera mandado hacer. Iba a la perfección con mi vapuleado sombrero, la desastrada peluca y mis pantalones colgantes con su cuerda a manera de cinturón.
Adorné
la gabardina
con enormes trabillas y bolsillos: allí cabía la mitad de
un baúl de piezas del decorado. Quedé muy complacido con
mi compra y con la previsión que había demostrado al elegir
aquél entre todas las gabardinas de San Francisco.
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