La historia de mi gabardina
Mi gabardina
llena de cosas
 Cómo llovía en San Francisco. Me empapé en el trayecto 
     hasta el teatro, así que después de la función de la tarde salí
     a comprarme un impermeable en el primer sitio que pudiera 
     encontrar. 
 
    El primer sitio que encontré fue una tienda de segunda mano. Compré una gabardina de trinchera de muy buen ver por 3 $. Tal vez estaba de buen ver en el estante, pero puesta en mí, según descubrí después de comprarla, parecía una tienda de campaña...

    ¡Qué diablos!. A ese precio no me importaba lo que pareciera con tal de que me resguadara de la lluvia. Corrí de vuelta al teatro y la colgué en el lavabo de detrás del escenario para que se secara.

    Cuando me la puse, después de la función nocturna, se abrió por las costuras. Me enfadé muchísimo. Me dirigí raudo y veloz a la tienda con la maltrecha gabardina ondeando al viento para recuperar mis tres pavos.
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    Cuando llegué allí ya no estaba enfadado. Siempre me fue difícil conservar un enfado durante más de cinco minutos contra nadie o por nada. Así que salí de la tienda con mis tres dólares, pero con mi gabardina descosida y un clarinete que acababa de comprar por 6,30 $.

    Para que no fuese una pérdida total, utilicé la gabardina en la función del día siguiente. Era perfecta. No podía haber encontrado un abrigo de comedia mejor que aquél si lo hubiera mandado hacer. Iba a la perfección con mi vapuleado sombrero, la desastrada peluca y mis pantalones colgantes con su cuerda a manera de cinturón.

    Adorné la gabardina con enormes trabillas y bolsillos: allí cabía la mitad de un baúl de piezas del decorado. Quedé muy complacido con mi compra y con la previsión que había demostrado al elegir aquél entre todas las gabardinas de San Francisco.
 
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