"Y añadió: En verdad les digo que ningún profeta es bien recibido en su patria". Marcos 4,35-41.
Frecuentemente se identifica al profeta con el adivino, el ideólogo, el futurista, o con el sociólogo y el filósofo.
Todo esto es falso, el profeta, en cambio es un hombre inserto en su comunidad y atento a lo que pasa en ella, ve más allá de las apariencias, al fondo y dentro de la misma; la critica, la despierta, la anima y la consuela, porque sabe leer los hechos que suceden en su interior, cuando otros sólo ven situaciones difíciles o hechos superficiales.
Todos debemos ser profetas, en camino y realizando la misión de Jesús, que consiste en ver el fondo del corazón de los hombres para moverlos, y transformarlos.
Jesús es el gran profeta que nos enseñará a dar al hombre de hoy la verdad que le ayudará a salir de las trampas que las estructuras tienen y le tienden.
Jesús provoca asombro con su manera nueva de hablar, pero recuerda que el profeta no sólo sacude con su manera de hablar, sino que se compromete en lo que Dios quiere hoy, proyecta para mañana y siempre ha querido.
Necesitamos como cristianos, para que nuestro mensaje sea realmente creíble, darlo con la verdad de nuestros hechos y el compromiso de nuestras actitudes cristianas.
Habrá oposición, pero con todo esto, a las obras proféticas del amor nunca se les impugnará y siempre tendrán algo que sugerir.
Y es la mejor profecía del cristianismo.
Más que ser profeta de la esperanza y de la fe, lo es del amor frente a todos los obstáculos.
No es publicidad lo que requiere el profeta cristiano, sino intensidad de valores, de vida y de compromiso ante los demás.
¿Qué tipo de profetas somos?
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El Ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, vas a concebir en el seno y vas a dar un hijo a quien pondrás por nombre Jesús". Lucas 1,30-31.
María crea para nosotros un espacio donde podemos hacernos como niños del mismo modo que Jesús se hizo niño.
Ella quiere que vivamos en el mundo con el profundo conocimiento de que "el Padre nos amó de tal manera que quiso que nos llamáramos Hijos de Dios" y nosotros lo somos realmente.
Muchos de nosotros nos hemos vuelto tan serios e intensos, tan llenos de preocupaciones sobre el futuro del mundo y de la Iglesia, tan cargados de nuestra propia soledad y aislamiento, que nuestros corazones están tapados por un velo de oscura tristeza, impidiéndonos gozar de la paz y la alegría de los hijos de Dios.
Recordemos que mientras nuestras palabras estén llenas de prejuicios, nuestros ojos de temores, nuestros cuerpos de necesidades no satisfechas y nuestras acciones de desconfianza, nunca podremos crear a nuestro alrededor una comunidad que brille como una luz en la oscuridad.
Jesús quiere que tengamos una Madre, como él la tuvo, por eso nos entregó a María, para que ella nos guíe hacia nuestra verdadera infancia; la del discípulo que ha llegado a ver que bajo todas sus heridas personales, hay un primer amor intacto frente las ambigüedades y ambivalencias del afecto humano.
Necesitamos de María para encontrar el camino hacia la Alegría y la paz de los hijos de Dios.
María nos lleva de la mano hacia su Hijo Jesucristo, ella quiere amarnos de la misma manera con que amó a Jesús.
Cuando descubramos esto llegaremos a ver cómo el Padre nos cobija con su amor divino permanentemente y nada nos afectará.
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Él le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad..." dice al jefe de la sinagoga: "No temas solamente ten fe". Marcos 5,21-43.
Entre todos los peligros, el de la muerte es el más trágico y doloroso, el más dramático y definitivo, y el que mejor descubre las debilidades de los mortales, y su falta de seguridad.
Tenemos que descubrir al Dios de la vida que nos presenta la tradición bíblica, en donde Dios se ocupa de los vivos y los rescata de la muerte.
Hoy debemos de cuidar y conservar nuestra vida, mejorar en nuestras relaciones humanas.
Podemos colocarnos al lado de la vida o en contra de ella, especialmente cuando nos olvidamos de la justicia.
Para esto es necesario comprender nuestra misión como cristianos en el mundo, y como Jesús lo demuestra en el Evangelio él también tiene que luchar para que el hombre se libere de todas sus carencias, y la comunidad cristiana tiene que seguir este mismo camino, encarnar su mensaje y que no se quede éste en una bonita teoría, y sea una buena noticia.
Porque seremos cristianos en la medida en que realicemos obras que alivien todas las formas de muerte que agobian a los seres humanos.
Como Jesús, aprendemos a curar con nuestro contacto, presencia y oración.
Es decir, ser solidarios, realistas, en medio de las necesidades de los hermanos.
El Evangelio no acepta excusa, ni huelgas en cuestiones de caridad, no podemos darnos el lujo de tener fe y no vivirla, de no donarnos, de no entregarnos.
Como Jesús cooperar con nuestra presencia, ayuda, libertad, consejo, pan, paz, perdón, sonrisa, estímulo, compañía, o simplemente estar ahí cuando se nos necesite.
Así debe ser la caridad impulsada por la fe.
Si no, no lo es.
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Y no pudo ahí hacer algún milagro a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó Imponiéndoles las manos. Marcos 6,1-6.
Nos encontramos pasando la famosa "cuesta de enero", aunque para muchos ésta continúa durante todo el año, y parece "cuesta abajo".
Volvemos a la vida ordinaria, después de las vacaciones, las fiestas laborales entre Navidad y Reyes.
La vuelta a lo de siempre, el madrugar, los horarios, las idas y venidas, el trabajo duro, las prisas.
Pero hay quien no cuenta aunque sea con un trabajo rutinario, nada creativo, poco gratificante.
Como creyentes hay que echarle muchas ganas, caminar hacia adelante, "la vida es insoportable para quien no tiene a mano algún entusiasmo".
La vida, es un regalo de Dios vivo, y Dios es siempre nuevo y pasa la historia sorprendiéndonos.
Que nuestra vida es difícil, eso lo sabemos.
Los creyentes también sabemos que Jesús tenía, en sus primeros años una vida diaria que, aparentemente, nada tiene que ver con las páginas brillantes de los Evangelios, con sus famosos milagros, con sus palabras hermosas.
Sin olvidar que en la vida más conocida de Jesús se mezclan la incomprensión, la soledad, la persecución y la muerte.
En la vida del Salvador hay una historia oscura y no escrita que iguala a millones de seres anónimos, hecha de trabajo y cansancio, mañanas frías, atardeceres grises, cuesta de Enero, Febrero y Marzo, cuesta de la vida diaria, aligerada por el amor al Padre, con mayúsculas, y ahí iba madurando para la gran tarea que lo aguardaba.
A los ojos de la fe todas las vidas humanas son importantes, únicas e irrepetibles, aunque sean ocultas y oscuras como la vida oculta de Jesús.
Jesús nos ofrece una vida nueva hoy aquí y ahora.
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"Si alguno quiere venir detrás de mí, seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame". Lucas 9,23-26.
Quiero que nos detengamos en el valor de la enfermedad y de los enfermos.
Para ellos es difícil de manera particular vivir su fe con alegría.
Nuestra oración por todos ellos.
Para los de las famosas goteras: los achaques mayores y menores, incluidos aquellos achaques llevados en silencio, de los que nadie o todos se enteran.
Noble táctica callar los propios males, mientras se puede, para no ser una carga para los demás ni añadirles mas penas...
Aunque, sí, la obligación de cuidar la salud pide saber quejarse a tiempo.
A todos los enfermos les decimos con enorme respeto, pero con firmeza: Dios está con ustedes.
Ya ven qué cerca estuvo Jesús de los enfermos.
Sus curaciones ocupan una gran parte de las páginas de los Evangelios.
Pues al mostrarse tan cercano a la enfermedad, tan humano y tan divino con ella, nos está descubriendo la cercanía, la compañía de Dios y su amor al que sufre.
Aún más, Dios está en ustedes, y por eso tenemos que ser generosos y tratarlos como a Él mismo.
Pónganse en las manos de Dios, en su pensamiento y corazón de Padre.
Él los puede curar.
Y en todo caso sus sufrimientos, bien llevados, no son inútiles.
Como no fueron inútiles los sufrimientos del Hijo de Dios.
Los que no están enfermos, pero que pueden estarlo cualquier día, en sus manos está cuidar, visitar, atender de mil maneras y amores a los que padecen, y hacerles la vida, más soportable y más humana.
Así se ejerce un "sacerdocio", por cierto duro y sacrificado, ese de la lucha diaria contra la enfermedad, de la que hay que poner además de la técnica, el corazón.
Oremos por ellos.
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"Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". Marcos 6,14-29.
Lo escribió, el famoso Poeta alemán Rilke en sus cartas: "Porque, en último término, y en las cosas más importantes estamos indeciblemente solos".
Hay soledades que nos enriquecen por dentro, y seguros de prestar y de dar.
Otras son las del silencio frío, la que rechina, la vacía y dolorosa que acusa en nuestro entorno la ausencia de personas queridas.
Todos padecemos esta soledad alguna vez.
Algunos por su edad, su salud u otras circunstancias de la vida, viven amigados permanentemente con ella.
Pero todos nos sentimos solos con frecuencia.
Nos despertamos en la noche o en la madrugada y nos aferramos a la esperanza de oír una voz humana.
Piensa en la soledad de algunos ancianos que trabajaron, amaron, vivieron rodeados de gente que los quena… cuando los necesitaba: de los matrimonios rotos, por la amargura y el odio, en la de los jóvenes.
Si estás atrapado en esa soledad negativa sal, si puedes, de ella cuanto antes.
No te arrincones; sal, busca, llama, ofrece, piensa en alguien al que dar.
Perdona, olvida, si es preciso.
Y sobre todo piensa en Dios, que nunca falla.
Que está siempre ahí. Que está presente y alienta en tu dormitorio, en tu cocina... Dentro de ti...
Háblale, cuéntale, quéjate, ámale... rezale.
Todo esto es orar.
Piensa que están contigo, en franca compañía, todos los hijos de Dios que a El se acogen.
Hay también, especialmente entre los más jóvenes, quienes no saben estar nunca solos.
Huyen de sí mismos.
A éstos habrá que decirles que hagan espacios en su vida para poseerse, para reflexionar y conocerse, para crecer por dentro.
Que piensen en los que necesitan de su compañía.
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"Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas". Marcos 6,30-34.
Qué raro se nos hace creer que Dios se compadece de nosotros, se le remueven sus entrañas.
Siente, sufre, es más fácil aceptar que castiga y está allá en las alturas, lejano.
Dios está presente en todo y a todas horas, El no tiene un horario de entrada o de salida.
La civilización actual nos lleva a pensar en un Dios que no existe, o a presentarnos en público como si Dios no tuviera nada que ver con nuestra vida social, política y económica, o como si fuera un asunto absolutamente privado que hay que ocultar.
Podemos decir que como que Dios hoy no está de moda.
Pero Dios existe, crea y ama.
Está ahí, con la moda a favor y en contra, antes que la moda y quienes la crean o la lanzan... Dios aquí y siempre... "Dios a la vista", según aquel famoso titulo de Ortega y Gasset… "Dios oculto, pero siempre vivo".
Siempre presente en el último rincón de nosotros mismos.
Siempre presente y activo en los demás, en la naturaleza y en la historia, siempre presente en los gestos humildes, en las cosas sencillas que tocamos a diario.
Debemos sentirnos cerca de Dios, en lo que yo haga y esté, ahí está El.
En la montaña, en el bosque, en el aliento, en la salud y enfermedad, en el invierno o en el verano, cuando ame, cuando recuerde, cuando gima o grite, cuando me levante o alumbre, donde quiera que vuele, me desmaye o pregunte allí, está Él.
Nada de lo que escarbemos de nuestro corazón, podrá quemarnos con las brasas del Dios que te quema por dentro.
Hoy intenta encontrarte con El en lo sencillo de cada día.
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Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Boga mar adentro, y echad las redes para pescar". Simón le respondió: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero en tu palabra, echará las redes". Y haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Lucas 5,1-11.
Los cristianos tenemos que ser hoy hombres de mucha confianza y esperanza en ese Dios que nos ama y ama inmensamente nuestra vida; y a pesar de las situaciones que la amenazan, ser felices.
Por eso hay que estar allí.
Hay que enseñarles a los demás el amor cristiano ayudarles a promover su desarrollo integral y llevarles el Evangelio.
Una felicidad que se traduzca en convivencia, hospitalidad, en armonía con la naturaleza, en sencillez, respeto, cercanía.
Hoy los políticos nos hablan constantemente de bienestar, entendido como abundancia económica, buen servicio sanitario, educativo o acceso a vivienda digna, etc…
Por eso hay que luchar, pero el grado de bienestar de un ciudadano no es directamente proporcional a su grado de felicidad.
Pero, ¿Qué es la felicidad?, ¿Cómo se alcanza?
Muchos se rompieron la cabeza en contestarlas.
Para un creyente, la felicidad humana la posible en este mundo y la definitiva en el otro; hay una pieza clave: Dios, Dios que nos quiere con su amor sin medida.
Dios y nuestras relaciones con El.
Amor confiado a Dios, amor en obras.
Y por tanto, en armonía, respeto, solidaridad con los otros… esto es sabiduría y sabiduría cristiana.
No es más feliz el que más tiene, el que más sabe, el más fuerte, el más joven, el más guapo, o el de más éxito social.
No necesariamente.
Echemos hoy de nuevo en su nombre las redes.
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Hermanos, oremos a Dios que siempre ha enviado a sus profetas a la humanidad para que revelaran su designio de amor, fueran su conciencia crítica y, a la vez, los sembradores de la esperanza, y digámosle:
Señor y Dios nuestro, acrecienta en nosotros la fe; iluminados por la palabra de tu Hijo, debemos sostener el combate de la vida. Que tal combate no haga mella en nuestra esperanza y que, seguros de tu promesa, obtengamos la paz para siempre.
Mantennos firmes en la fe, Señor, nuestro refugio y fortaleza. Que la desesperanza no arrebate la fe a los que creen en ti.
Señor Jesús, venido al mundo a iluminar con tu luz a los que caminan en tinieblas, ten piedad de nosotros.
Cristo, enviado por el Padre a liberar al hombre encadenado por demasiadas fuerzas hostiles, ten piedad de nosotros.
Señor, elevado a la gloria del Padre para darnos parte en el Reino, ten piedad de nosotros.
Te damos gracias, Señor, pues no nos dejas solos en medio de la noche y de las lágrimas, sino que nos abres un luminoso camino hacia el que tu Hijo nos arrastra.
Tú nos adviertes, Dios y Padre nuestro, que tu palabra desconcierta y tu venida sorprende, Mantennos sobre aviso y no permitas que faltemos a la cita del amor.
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