Y salieron los Fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole un signo del cielo con el fin de ponerlo a prueba". Marcos 8,11.
Señor hoy tampoco necesitamos de grandes signos, para creer que tú nos amas, de hecho no haces otra cosa sino amarnos.
Que a esa experiencia nos lleve la oración de este día.
Señor, yo no sé si aquél amigo está enfermo, o no puede dormir, o si duerme de más y se ha despertado casualmente.
Pero estoy seguro de que anciano, joven, enfermo, sano, necesita de ti como lo necesito yo mismo.
Tú eres el Dios siempre atento a nuestra voz.
Un Dios que está cerca, en nuestro cuarto, trabajo, fábrica, panadería, en el camión, de día o de noche, en el invierno o en el verano.
Tú estás en todas partes.
Es decir me amas en todas partes.
Das vida y aliento a todo lo que has creado por amor.
Cada día nos ofreces este mundo de nuevo a nuestros ojos, manos, inteligencia y el corazón, para que lo hagamos más humano y habitable.
Tú amas en todas partes, pero, como en ningún otro sitio, pones tu corazón donde alguien sufre.
Y allí pones un poco de tu amor, en ese corazón, para que el "yo" no nos ciegue de descubrirte en quien se cruzará en este día.
Yo no sé Señor quién está triste o alegre, cansado o en paz, o rodeado de personas que lo aman.
Pero sé que Tú te acercas a él, tú eres su alegría, su paz y su amor.
¡Dios nuestro qué grande eres!
Y qué pequeño te haces buscando nuestra amistad.
Nunca te olvidas de nosotros.
Nos dice la Biblia, que aunque una madre se olvidase del hijo de sus entrañas, tú nunca te olvidarías de nosotros.
No te olvidas de ninguno de los hombres que has creado.
No nos olvidemos nosotros de esto hoy, de que El nos ama siempre.
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¡Feliz el hombre que soporta la prueba! Porque, superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman. Santiago 1,12.
Vivimos en una sociedad que rechaza el sufrimiento y el dolor, y vive buscando siempre el confort, la comodidad, lo light, la ley del menor esfuerzo.
Pero para el cristiano, el sufrimiento ha adquirido un nuevo sentido al asumirlo Jesús, al redimirnos.
El mismo nos dice: "Si alguno quiere venir tras de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame" (Mateo 16,24).
No dice "Hagan una cruz" o "busquen una cruz".
Como sus discípulos cada uno tiene una cruz que cargar, no hay necesidad de hacérsela o buscarla.
La cruz que tenemos es lo suficiente dura para nosotros.
Pero ¿estamos dispuestos a cargarla, a aceptarla como nuestra cruz?
Quizás no podemos estudiar, quizás somos discapacitados, quizás sufrimos de depresión, quizás experimentamos conflictos en nuestra familia, quizás somos víctimas de la violencia o del abuso, quizás estemos sin trabajo...
Nosotros no las elegimos, pero éstas son nuestras cruces.
No podemos ignorarlas, rechazarlas, negarnos a ellas y odiarlas.
Pero SI podemos cargar nuestras cruces y seguir a Jesús con ellas.
Nadie nos escapamos de ser heridos, sea en nuestros cuerpos, emociones, o mentes.
Lo importante es convertirlas en fuente de sanación, y ponerlas al servicio de los demás.
Jesús es el sanador de Dios.
Por medio de sus heridas somos curados.
Los sufrimientos y la muerte de Jesús trajeron gozo y vida, su humillación trajo gloría, su rechazo trajo una comunidad de amor.
Como seguidores de Jesús, nosotros también podemos dejar que nuestras heridas traigan sanación a los demás.
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"Pongan por obra la palabra y no se contenten sólo con oírla, engañándose a ustedes mismos". Santiago 1,22.
Ser testigo de Dios es una señal viva de la presencia de Dios en el mundo.
Lo que vivimos es más importante que lo que decimos, porque una forma recta de vivir nos conduce a una manera recta de hablar.
Cuando perdonamos a nuestros vecinos desde nuestros corazones, nuestros corazones dirán palabras de perdón.
Cuando estemos agradecidos, diremos palabras de gratitud.
Y cuando estemos esperanzados y gozosos, diremos palabras de esperanza y gozo.
Cuando nuestras palabras nos salen demasiado pronto, y todavía no estamos viviendo lo que decimos, es muy fácil que nuestro mensaje se preste a una doble interpretación.
Una, la de nuestras palabras, la otra, la de nuestras acciones.
Trasmitir duplicidad en nuestro mensaje, un significado con nuestras palabras, otro con nuestras acciones, nos convierte en hipócritas.
Dejemos que nuestras vidas nos den las palabras correctas, y que nuestras palabras nos guíen a vidas rectas.
Hay que ir creciendo hacia la verdad que decimos.
No podremos hablar siempre únicamente de lo que vivimos.
Si así fuera estaríamos condenados a un perpetuo silencio.
A veces somos llamados a proclamar el amor de Dios aún si no somos capaces de vivirlo de manera plena, y por esto ¿seremos hipócritas?
Solamente cuando nuestras propias palabras ya no nos llaman a la conversión.
Nadie es capaz de vivir completo sus ideales y visiones.
Mientras sepamos que nuestras vidas hablan con mayor fuerza que nuestras palabras, podemos confiar en que nuestras palabras seguirán siendo humildes.
Intentemos este día, vivir un poco lo que hablamos.
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"Ciertamente si cumples plenamente la ley regia según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obras bien, pero si tienes acepción de personas, cometes pecado y quedas condenado por la ley como transgresores". Santiago 2,1-9.
¿Quién es mi prójimo?
Con frecuencia respondemos a esta pregunta diciendo: "Mis prójimos son todas las personas con las que estoy viviendo sobre la tierra, especialmente los enfermos, los hambrientos, los moribundos y todos los que están en necesidad".
Pero no es lo que dice Jesús (ver Lucas 10,29-37), termina diciendo y responde: no es el pobre hombre que está tirado al borde del camino, desnudo, golpeado y medio muerto, sino el samaritano que cruzó el camino, vendé sus heridas, echando en ellas aceite y vino... y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.
¡Mi prójimo es el que cruza el camino por mi!
Nos convertimos en prójimos cuando estamos dispuestos a cruzar el camino los unos por los otros.
Hay tanta separación y segregación: entre los negros y blancos, entre los enfermos y sanos, entre los presos y libres, entre los judíos y los gentiles, entre los musulmanes y cristianos, entre los protestantes y católicos, entre los jóvenes y ancianos, entre los católicos ortodoxos y los latinos...
Hay mucho cruce de camino que hacer.
Pero todos estamos muy ocupados en nuestros propios círculos.
Tenemos nuestra propia gente hacia quienes ir y nuestros propios asuntos para ocuparnos.
Pero si de vez en cuando pudiéramos cruzar el camino y prestar atención a lo que sucede del otro lado, nos convertiríamos en prójimo.
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"Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?. Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?." Marcos 8,36-37.
Hoy defendemos mucho nuestra libertad.
Rechazamos lo establecido, la norma, la ley.
Hay una norma divina que lo comprende todo. "Amarás a Dios sobre todas las cosas".
Más que todas las cosas.
Pero es una ley no gravosa, sino liberadora.
Dios no quiere quitarnos el gusto por las cosas, apartarnos de ellas, esto no entra en sus planes.
Todas las cosas las hizo El: "Y vio que todo era bueno".
Otras las hemos fabricado los hombres a partir de lo que El hizo, aplicando nuestra inteligencia y nuestros brazos, que también hizo El.
Todo depende de que no las amemos más que a Dios, pues éstas están a nuestro servicio, de lo contrario, se convierten en la trampa de la idolatría.
Muchos de nosotros, vacíos y sin rumbo, hacemos un altar a lo que va saliendo: el dinero, el yo, la imagen que damos a los demás, el placer a toda costa.
A veces a ídolos tan pequeñitos como el propio equipo y sus triunfos deportivos.
Creyendo haberse liberado hasta de Dios, cae en la tiranía e idolatría de las cosas.
De vivir con el corazón arrodillado, más vale tenerlo ante Dios; una cercanía amorosa, que ante las divinidades de moda.
Nuestro corazón no se contenta con cualquier cosa.
No nos podemos rebajar.
No cabe tachar por las buenas nuestro origen divino, nuestra capacidad de pensar y desear lo ilimitado, el todo.
Y ya que parece que no podemos dejar de adorar, adoremos algo que valga la pena "Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses rivales míos" (Éxodo 20,2-5).
Las demás realidades, sí, pero manteniéndonos libres ante ellas.
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Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: "Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés, y otras para Elías", pues no sabían qué responder porque estaban atemorizados. Marcos 9,2-13.
Cada mañana nos despertamos pensando acerca de no ir a trabajar, tal vez por los problemas de ayer y su cruz.
Pero no tenemos opción y nos preparamos para hacerlo.
Algunas veces perdemos el tiempo, y ya no hallamos que hacer, hasta la ganas de seguir luchando disminuyen, o nos envuelve la comodidad, buscando hacer el mínimo esfuerzo, esa es la vida de muchos; triste, pero cierta.
La vida es lo que nosotros hacemos.
Es como desperdicias tu vida lo que describe estar "viviendo".
¿Sabes qué pregunta nos hará Dios al final?.
No nos preguntará qué clase de auto conducimos, sino por qué no llevamos a casa .a los que no tenían transporte.
Dios no nos preguntará cuánto tiempo pasamos trabajando, sino cuanto tiempo extra le dedicamos a la familia y personas queridas.
Dios no nos preguntará cuánta ropa bonita tenemos en el ropero, sino a cuántos necesitados ayudamos con esa ropa.
Dios no nos preguntará nuestra posición social, sino a quiénes representamos y servimos.
Dios no nos preguntará cuáles son nuestras pertenencias, sino sí ellas dictaron el rumbo de nuestras vidas.
Ni cuáles son los ascensos, sino a quién ayudamos en su promoción, ni que puesto tuvimos, sino si hicimos el trabajo con lo mejor de nuestras habilidades, y qué hicimos por ayudar a os demás, si fuimos amigos verdaderos, si protegimos los derechos de los otros, por el trato a los demás, sí dimos nuestra palabra y la cumplimos.
Aprovechemos este día Que Dios nos regala al máximo.
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"Pero a ustedes los que me escuchan, yo les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldigan, rueguen por los que los difamen". Lucas 6,27-38.
Cuando ofrecemos la Misa junto con el Señor y se distribuye la Comunión nos damos nosotros mismos junto con El.
Esto quiere decir que estamos siempre al servicio de los demás.
Es la sangre del Señor, que se mezcla con la nuestra.
Jesús comenzó una revolución en la Cruz.
La revolución de nosotros debe comenzar en la mesa eucarística y de allí debe seguir adelante.
Así podremos renovar la humanidad.
Cuando estemos tristes hay que mirar a Cristo crucificado.
Cuando no podamos perdonar a quienes nos han lastimado, pensemos en Cristo en la cruz, que nos ha perdonado y reconciliado con el Padre, gratuitamente, por amor.
Cuánto amor y cuánta paz se siente cuando Jesús está en medio de nosotros y la descubrimos.
"Viste un sólo uniforme y habla una sola lengua: la Caridad o el amor".
La cruz que llevamos los cristianos, nos recuerda una convicción profunda, y es un constante reclamo, para nosotros: sólo el amor cristiano puede cambiar los corazones, no las armas, las amenazas, los medios de comunicación.
Hoy preguntémonos si amamos sinceramente a los demás a pesar de que nos hagan el mal, nos ignoren, nos odien, nos critiquen, nos calumnien.
Porque Jesús nos ha enseñado a amarlos.
Si no lo hiciéramos no seríamos dignos de llamarnos cristianos.
El más grande error es no darnos cuenta que los otros son Cristo.
Hay muchas personas que no lo descubrirán hasta el último día.
La caridad y el amor cristiano no tienen límites, si los tienen no son cristianos.
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Hermanos y hermanas, oremos a Dios Padre que en Cristo nos ha revelado su amor, y digámosle:
Señor Jesús, tú que recomiendas a tus discípulos el más completo despojo, haz que sepamos caminar por la vida sin más riqueza que tu palabra, para hacerla oír, y tu amor, para compartirlo.
Señor, tú has establecido tu morada entre los hombres y has venido a nuestro encuentro en Jesús. Que tu Palabra transforme nuestros corazones y tu Espíritu habite en nuestra vida, y así permaneceremos en ti por siempre.
Señor, tu Espíritu nos concede escuchar la buena nueva de nuestra salvación: que quieres compartir tu amor y hacer una alianza con nosotros. Concédenos saber responder a lo que esperas de nosotros: que entremos en el juego de tu Palabra y vivamos en comunión contigo y con nuestros hermanos. Así se manifestará el poder de tu promesa y la verdad de los signos que nos das de ella.
En tu Hijo, Salvador nuestro, tenemos acceso a la vida nueva. Ya que él nos arrancó del poder de la muerte, haz que nuestro trabajo sirva para construir una tierra más hospitalaria y que nuestro esfuerzo fecunde nuestro deseo de crear un mundo más justo y más fraterno.
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