La Navidad eleva al hombre


N a v i d a d

«Un niño nos ha nacido,
un hijo se nos ha dado.
Lleva al hombro el principado,
y es su nombre.»

Los hechos acaecidos en la noche de Belén no pueden ser abarcados con esquemas de una descripción de cronista. Si bien las lecturas de la liturgia de este día realizan esta descripción de forma bastante detallada, no resulta totalmente suficiente.

Para llegar a conocer todo hay que calar hondo en el desarrollo de los acontecimientos a la luz de las palabras del profeta Isaías citadas al comienzo.

¿Qué clase de principado hay en el hombro de este niño, que, a la hora de su venida al mundo, ni siquiera tenía un simple techo humano sobre su cabeza, y como primera cuna tuvo un pesebre de animales?

En la noche de Belén nos preguntamos acerca de este «principado» que trae consigo al mundo el recién nacido.

Hemos oído que con el ángel que anunció a los pastores el nacimiento del Salvador «apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que El quiere tanto». Pues bien, en esta anunciación de Belén encontramos respuesta a nuestra pregunta. ¿Qúe «principado» se ha colocado en el hombro de Cristo en esa noche? Un poder único. El poder que solamente Él posee. En efecto, sólo Él tiene el poder de penetrar en lo profundo del alma de cada hombre con la paz del gozo divino.

Solamente Él tiene el poder de hacer que los hombres sean hijos de Dios.

Sólo Él es capaz de elevar la historia del hombre hasta las alturas de la gloria de Dios.

Solamente Él.

Saludémoslo con agradecimiento y alegría, en esta noche radiante.

«Venite, adoremus!».