El Día de la Madre
Hace veintiséis años que mi amigo del ejército Dan y yo cargamos su Corvette 427 azul metálico con neveras portátiles y camisetas recortadas, y pasamos frente a la policía militar de sombrío semblante hacia la puerta principal del fuerte McCIellan. Armados de permisos para el fin de semana y con los bolsillos llenos de los billetes nuevos de la primera semana de pago en el campo de verano del Ejército de Reserva, nos dirigíamos a la Florida -y el ejército era lo último en lo que pensábamos. Felices al no encontrar nuestros nombres en la tabla de asignación de deberes del fin de semana, decidimos que un fin de semana en la playa era precisamente lo que necesitábamos para recuperamos de cuatro días de raciones reducidas y de mosquitos en las colinas orientales de Alabama.
Nuestro campo de verano había comenzado muy pronto
aquel año. El clima de mayo había sido delicioso, y con la capota abajo y el
equipo de sonido en alto llegamos a Birmingham y decidimos detenernos allí para
llamar a nuestras madres y desearles un feliz día antes de continuar nuestro
viaje hacia el Sur por la autopista.
Encontré a mamá en casa y me dijo que acababa de
regresar de la tienda. Por el tono de su voz, supe que estaba decepcionada de
que yo no pasara aquel día especial en familia. "Que tengas un buen viaje
y ten cuidado. Te echaremos de menos", dijo.
Cuando regresé al auto, por el rostro de Dan supe que él también estaba sufriendo del mismo sentido de culpa que me obsesionaba. Entonces tuvimos una brillante idea. Enviar flores, desde luego.
Aparcamos al lado de una floristería del sur de
Birmingham. Cada uno garabateó una nota para enviarla con las flores que nos
absolviera de la culpabilidad de pasar nuestro único fin de semana libre en la
playa y no con nuestra querida madre.
Aguardamos mientras el dependiente ayudaba a un nmo,
quien estaba eligiendo un arreglo floral, evidentemente para su madre.
Impacientes, deseábamos pagar las flores y partir.
El niño se mostraba orgulloso a más no poder cuando
se volvió hacia mi sosteniendo su arreglo mientras el dependiente escribía la
orden.
"Estoy seguro de que le encantarán a mamá -dijo-. "Son claveles. A ella le fascinaban los claveles. Le agregaré algunas flores del jardín, antes de llevarlos al cementerio".
Levanté la vista hacia el dependiente, que
se veía conmovido. Luego miré a Dan. Observamos al niño que salió de la
tienda, orgulloso de su arreglo, y trepó al asiento de atrás del auto de su
padre.
"¿Ya eligieron lo que desean?", preguntó
el dependiente, quien apenas podía hablar.
"Supongo que sí", respondió Dan. Botamos
las tajetas a la basura y nos dirigimos en silencio hacia el auto.
"Vendré a buscarte el domingo en la tarde,
hacia las cinco", dijo Dan deteniéndose frente a la casa de mis padres.
"Te esperaré", respondí, mientras me
esforzaba por sacar mi bolsa de la parte trasera del auto.
Florida tendría que esperar.
Níkí Sepsas